Nos negamos a ser enemigas. 2001

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Sumaya, palestina, y Gila, israelí, son dos mujeres que trabajaron juntas por la paz durante más de 15 años, en sendas organizaciones que formaron una tercera para poder dialogar juntas. Tras el bloqueo en las negociaciones entre Israel y Palestina en el año 2000, ambas abandonan las organizaciones de las que eran presidentas. Libres de los condicionamientos de los dirigentes políticos de uno y otro lado, ambas, ya amigas, redactan esta carta.

Aunque la información no ha llegado todavía a los medios internacionales, queremos que el mundo sepa que las mujeres de Israel y Palestina están listas para hacer la paz.

Las mujeres palestinas e israelíes han estado reuniéndose y negociando unas con otras durante años, incluso cuando cada acto de hablar con la otra era ilegal en Israel y estaba prohibido en Palestina.

Esas negociaciones empezaron en secreto hace años en casas e iglesias. Luego nos sentimos seguras negociando en Basilea, Berlín, Bruselas, Boloña y otras ciudades europeas. Hoy, nos reunimos abiertamente cuando podemos, a menudo en encuentros simbólicos, como el Centro Notre Dame, en la frontera entre el Jerusalem Palestino e Israelí.

Aunque haya habido disenso y debate, y aunque el contexto en el que hemos discutido haya sido a menudo doloroso, siempre hemos puesto por encima una visión común de paz. Si hubiera dependido de nosotras hace ya mucho tiempo que hubiésemos hecho un acuerdo de paz que zanjara las cuestiones difíciles entre nosotras.

Las mujeres abogamos por el fin de la situación de ocupantes y ocupados. Queremos ver a Israel y Palestina como dos estados separados, lado a lado, con Jerusalem como capital compartida por ambos. Queremos una solución justa para acabar con el sufrimiento de los refugiados. Creemos que ambas naciones tienen el mismo derecho a estado, independencia, libertad, seguridad, desarrollo y a una vida digna.

Y un punto crucial de acuerdo: Nosotras condenamos todo tipo de brutalidad, violencia, terrorismo- ya sea por parte de individuos, grupos políticos, gobiernos o de militares. Ya hemos tenido suficientes matanzas a ambos lados. Demasiados niños palestinos e israelíes han muerto o quedado huérfanos o lisiados de por vida, y demasiados de nuestros hijos, padres y hermanos han hecho esas matanzas. Porque la guerra victimiza no sólo al inocente, también brutaliza a los perpetradores.

Mujeres israelíes y palestinas nos hemos comprometido a educar a nuestros propios pueblos sobre la validez de ambas reclamaciones de este territorio y hemos buscado contrarrestar la demonización en la que ambas sociedades se empeñan. Hemos promovido el diálogo entre mujeres, prestado nuestras condolencias a las familias de las víctimas de ambos lados, hemos sido arrestadas por protestar contra el consenso de nuestras propias naciones, y hemos hablado claramente exigiendo una solución justa.

Y, aparte de nuestras actividades públicas organizadas, también operamos como agentes secretos. No sólo somos las madres, maestras, enfermeras y asistentes sociales de nuestras sociedades. También somos agentes secretos sirviendo política con la cena, impartiendo lecciones de no violencia a cada niño o niña en nuestras clases, a cada paciente a nuestro cuidado, a cada cliente que atendemos, a cada hijo e hija que amamos. Nosotras implantamos ideas subversivas de paz en la mente de los jóvenes antes de que los agentes de la guerra se den cuenta. Es un proceso largo, cuyos resultados no son visibles de la noche a la mañana, pero en cuya eficacia creemos.

El movimiento de paz de las mujeres en Palestina y en Israel cree que ha llegado el momento de acabar con el baño de sangre. El tiempo de abandonar nuestras armas y nuestros miedos.

Nosotras nos negamos a aceptar más combates en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestras naciones. Nos negamos a seguir con el miedo. Nos negamos a entregarnos a la violencia. Nos negamos a ser enemigas.

Autor: Sumaya Fahhat-Naser y Gila Svirsky ( * Extracto)