Ortega Lara, «me aferré a tres cosas: mi familia, la oración y el método…»

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El 17 de enero de 1996, José Antonio Ortega Lara fue secuestrado por ETA. Su puesta en libertad solo iba a ser posible si el gobierno de Aznar cedía al chantaje del acercamiento de presos al País Vasco. Tenía 37 años y sufrió 532 días encerrado en un zulo. La organización terrorista ETA, no sólo secuestró a Ortega Lara (el que indudablemente sufrió la tortura física y psicológica indescriptible en un minúsculo e inhumano habitáculo, sin luz y ventilación), sino también a su mujer y su familia, cuyas vidas fueron un sin vivir.

Hace 20 años que fue liberado. El día de su liberación mostró síntomas de una gran fortaleza mental y espiritual; a pesar de la imagen que todos vimos por la televisión.

Familia, religión y método  fueron los tres cimientos que le mantuvieron vivo en las condiciones extremas en la que vivió durante esos 532 días. Sus primeros pensamientos tras el secuestro fue hacia su familia: mujer, hijo, hermanos y padres, agricultores,  ya fallecidos. «Me aferré a tres cosas: a mi familia, hablando todos los días en voz alta con mi mujer, a la oración y al sentido del método que me enseñaron los salesianos. Todos los días igual: te levantas, te aseas, haces los estiramientos, lees, rezas, limpias el habitáculo… Aunque tuviera el alma dolorida y el cuerpo destrozado nunca abandoné ese método. Rezaba hasta nueve rosarios al día”.

En los momentos más duros donde le costaba ver y sentir a Dios, no renegó de él. Confirmando que sea cual sea la circunstancia Dios siempre acontece y si no le vemos  es porque nosotros nos hemos alejado de él.

Su Fe fue un pilar importantísimo, tanto es así que después del secuestro escribió una especie de tratado sobre la oración, basado todo en su experiencia personal.  Esta experiencia de Dios le llevó también a perdonar, aunque no le fue fácil.

Su Fe fue un pilar importantísimo, tanto es así que después del secuestro escribió una especie de tratado sobre la oración, basado todo en su experiencia personal.  Esta experiencia de Dios le llevó también a perdonar, aunque no le fue fácil.  Tardó más de una década. Ortega Lara ha manifestado en diferentes entrevistas que perdonar no significa olvidar lo sucedido, que su decisión personal, amparada en su fe, no debe ocultar la verdad de lo ocurrido en aquel zulo y que la Justicia debe ser por tanto implacable con los terroristas. El objetivo de que la memoria con las víctimas perdure es lo que le ha llevado a aceptar con agrado ofrecer diferentes conferencias, sobre todo a grupos de jóvenes, para que no se repita la historia. El perdón es una regla básica que te hace más feliz, y es lo que más me ha costado después de mi liberación. Pensé que iba a ser sencillo porque cuando eres cristiano el perdón te viene dado, pero no fue fácil»)

Ortega Lara tiene la experiencia de  que a pesar de su duro cautiverio en un zulo sin luz “nunca estuvo totalmente solo”: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar- Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad (…) el que reza nunca está totalmente solo” ( Benedicto XVI, Spe Salvi).

“¡Qué fácil me resultaba ser cristiano en un ambiente favorable, donde no había otra exigencia que la que tú mismo quisieras imponerte!, hasta que la vida nos conduce por otros caminos.

Su relación con Dios no siempre fue tranquila, también le gritaba y renegaba  para encontrar una respuesta. «Siempre discutía con Dios. Luego me arrepentía, me disculpaba y volvíamos otra vez, así día tras día. Al final le decía: «Hombre, por favor, dame una salida. Si no consideras oportuno que salga de aquí vivo, haz por lo menos que me maten. No hagas que tenga que acabar yo mismo con mi vida».

“La oración en este contexto se transforma en una comunicación no siempre serena, o al menos eso me sucedió a mí. A veces surge como la cascada de un torrente llena de reproches hacia Dios porque consideras que no te escucha o que, si lo hace, no se apiada de tus súplicas. ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué?’. Te das cuenta después de tu error, te disculpas y procuras de nuevo establecer la serenidad en tu alma, tan atormentada por las tribulaciones y las dudas”.

Cuando con el tiempo consiguió perdonar, se libró de un peso de encima.

ETA perdió la batalla. Su terrorismo fue uno de los rostros crueles de la «cultura de la muerte», poniendo  precio a la vida humana, negando su dignidad y sirviéndose de ella para alcanzar sus fines. La cultura que extendió el terrorismo de ETA  es  un modo de pensar, de sentir y de actuar, aun en los aspectos más corrientes del vivir diario, incapaz de valorar al hombre en su dignidad.

María de la Cabeza

 

«El nacionalismo conduce inevitablemente a la guerra»

D.Bonhoeffer (víctima del nazismo)