Pablo VI y Oscar Romero, amigos en la santidad

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El Papa Francisco hizo coincidir con mucha intencionalidad la noticia de que los beatos Pablo VI y Mons. Arnulfo Romero serían canonizados en los próximos meses, convirtiéndoles en referencias importantes de su Pontificado. A más de uno, a fuerza de tópicos repetidos, le sorprenderá que nosotros los relacionemos con la denuncia contra la revolución sexual neocapitalista, tema al que dedicamos varios artículos de este número para conmemorar los 50 años de la verdaderamente revolucionaria Humanae vitae.

Sin embargo, más allá de la cultura fragmentaria que impone clichés para impedirnos ver el conjunto, lo cierto es que estos dos entrañables amigos, como los definió Mons. Paglia, postulador de la causa de Romero, coincidían en lo sustancial y se complementaban en lo demás. Lo esencial es el anuncio integral del mensaje de Jesucristo tal y como la Iglesia Católica nos lo ha transmitido.

Pablo y Romero son ejemplos de servidores de la catolicidad de la Iglesia. Más que poseedores de argumentaciones agradables a los oídos de los que configuran el pensamiento contemporáneo y -por eso mismo- cambiante, se entendían a sí mismos como defensores de un tesoro que les había sido transmitido y del pueblo pobre cuya única garantía de libertad es esa Tradición viva. Recibieron por ello el premio de la vida martirial.

Pablo VI lo vivió incruentamente desgastando su salud y su fama. Primero por llevar adelante el proyecto del Espíritu Santo que fue el Concilio Vaticano II y, después, por aplicarlo correctamente, denunciando algunas gravísimas manipulaciones que se hicieron del mismo. Particularmente dolorosa para el Papa fue la reacción de importantes teólogos y obispos ante su Encíclica Humanae vitae. Al igual que ahora, no querían aceptar que separar el vínculo entre amor y procreación supone cambiar los principios antropológicos y teológicos de nuestra fe. No es un tema técnico, de métodos o de adaptación a la ciencia. En la visión de la sexualidad está in nuce (en germen) la catolicidad de la fe.

Romero mezcló su sangre con la eucarística un 24 de marzo, víspera de la Encarnación. La integridad de la fe le llevó a denunciar a los que se amparaban en este divino don para justificar la violación de la dignidad humana. Al igual que pasó con su amigo Pablo, la incomprensión y la calumnia se cebaron sobre él, como dijo el Papa Francisco. Es el trofeo de los que viven y anuncian la fe católicamente.

Pablo y Romero, santos y amigos, rogad por nosotros.

Editorial Revista Id y Evangelizad