Paraisos fiscales y robo a los pobres

1977

Los paraísos fiscales surgen como una suerte de caja B en la que los ricos guardan su dinero para no pagar impuestos. Son territorios que ofrecen escasa o nula tributación y que facilitan la evasión fiscal mediante la opacidad: se niegan a dar, e incluso a conocer, la identidad y el origen de las inversiones que reciben.

Según cálculos moderados de la Tax Justice Network, en los paraísos fiscales recalan unos 12 billones de dólares.


Gran parte de las sumas generadas por la especulación se encuentran en las cámaras acorazadas de los numerosos bancos que tienen filiales repartidas por todos estos paraísos fiscales. El dinero que ha salido últimamente de países empobrecidos,  principalmente de Asia y de África, y que se ha refugiado en los micro estados fiscales, alcanza el billón de dólares. El 70% de las empresas españolas del Ibex-35, operan mediante filiales en paraísos fiscales, y así recientemente hemos sabido que Caja Castilla-La Mancha ha cerrado su filial en las Islas Caimán donde operaba desde hace años. Es simplemente una pequeña muestra, ello nos puede dar una idea sin embargo, de la magnitud de sucursales de bancos e instituciones financieras, que operan a mucha mayor escala que la maltrecha Caja intervenida tardíamente por el Banco de España.(1) Se ha sabido que el Banco Santander tiene 52 filiales en paraísos fiscales. Si se incluye la salida de dinero español hacia países europeos con ventajas fiscales para este tipo de operaciones, la cifra supera los 39.000 millones de euros en diez años (1997 a 2007)


El Fondo Monetario Internacional  asegura que cada año se blanquea un billón y medio de dólares de dinero ilícito, corrompido y criminal (casi un 5% del producto mundial). Pero además de los paraísos fiscales, las grandes bolsas, los grandes bancos y los poderosos fondos de inversión del mundo no le hacen ascos al dinero negro del narcotráfico,  de la descarada evasión de impuestos, de la corrupción de altos funcionarios y gobernantes,(2) del dinero procedente de todo tipo de corrupciones: contratos y tráfico ilegal de personas, de armas, de diamantes y de drogas. Los paraísos fiscales posibilitan que dictadores y gobernantes corruptos pongan a buen recaudo el dinero robado en sus países, o recibido en forma de comisiones por parte de empresas multinacionales. Se calcula que, durante la dictadura de Abacha en Nigeria, desaparecieron de las arcas públicas del país unos 55.000 millones de dólares, casi el doble de la deuda externa de este país. Mientras en África millones de personas enfermas no pueden ser tratadas por falta de recursos, el dinero fluye desde estos países hacia los paraísos fiscales.


Las grandes empresas y fortunas encuentran en los paraísos fiscales la oportunidad de evitar el pago de sus impuestos. Este hecho limita la capacidad de los países de gravar tanto a los residentes como al capital foráneo que entra en el país. Las grandes multinacionales extranjeras cuentan con mayor capacidad para hacer uso de este tipo de «planificación fiscal», por lo que están en mejores condiciones de competir que la pequeña y mediana empresa nacional de estos países, a la que acaban eliminando.  Un cálculo muy conservador estima que, si los países pobres aplicaran los tipos impositivos medios de la zona OCDE y evitaran la evasión fiscal, recaudarían unos 50.000 millones de dólares más, es decir el equivalente a toda la ayuda al desarrollo mundial… ¡y más de cinco veces lo que costaría garantizar la educación básica a sus 125 millones de niños y niñas no escolarizados!


Los paraísos fiscales han contribuido a magnificar el impacto de las crisis financieras, las cuales han tenido un efecto devastador en la situación de millones de familias empobrecidas. La crisis financiera que arrasó Asia a finales de los 90 fue, al menos en parte, fruto de una volatilidad de los mercados de capital en la que el mundo «offshore» juega un papel central. Tras la crisis asiática, la población que vivía en pobreza extrema en Indonesia se dobló hasta alcanzar la cifra de 40 millones de personas. Mientras tanto, en Tailandia el presupuesto de salud se redujo en un tercio, con graves repercusiones para la población situada en el límite de la exclusión.


La lógica especulativa que mueve las finanzas de nuestra época consiste en tratar de obtener los máximos beneficio en el menor tiempo posible, a cualquier coste. Los profesores Alberto Garzón  y Juan Torres en su libro «: La crisis financiera. Guía para entenderla y explicarla», explican como esta misma lógica de sed de dinero es lo que provocó el traslado de los grandes capitales desde el mercado bursátil, que se desplomó en el año 2000, hacia el mercado inmobiliario, creando de esta forma la burbuja inmobiliaria. Y esta sería también la razón que llevó a los inversores especulativos a salir del mercado de derivados financieros cuando estalla la burbuja. Pero no se vuelven hacia el aparato productivo, a crear empleo y riqueza. No. Dirigen sus tentáculos hacia a aquellos mercados en donde prevén que pueden alcanzar rentabilidades altas, rápidas y a ser posible sin rastro fiscal. Ganar mucho dinero y fácilmente comprando y vendiendo enseguida. Puesto que el inmobiliario ya no servía, los capitales se dirigieron a otros dos mercados con esta característica: el del petróleo y el de productos alimenticios. Eso fue lo que produjo como de repente unas subidas espectaculares en los precios del petróleo y de los productos básicos en todo el planeta, provocando la muerte de miles de personas para las cuales el consumo de alimentos ocupa la mayor parte de la renta.


Por aquel tiempo, en la página web del Deutsche Bank, como en otros muchos bancos podía leerse: «¿Quiere recoger los frutos de un posible aumento de los precios de los productos agrícolas? Deutsche Bank, como distribuidor, le propone dos maneras de beneficiarse». Y a continuación presentaba dos productos financieros a través de SICAV luxemburgueses (una SICAV es una Sociedad de Inversión Colectiva de Capital Variable que apenas tributa impuestos). Nadie puede extrañarse, pues, de que siga aumentando el número de hambrientos en el mundo. Esos beneficios que ofrecían los bancos como Deutsche Bank procedían de las subidas de los alimentos básicos de más de media humanidad.  Con tal de ganar dinero, los bancos y los especuladores provocaron la muerte de cientos de miles de personas pobres. Sin lugar a dudas, y para vergüenza de la humanidad, el dinero en manos de esa gente mata, es su terrible arma de destrucción masiva.(3)


Notas


1  Manuel Trigo Chacón – El Mundo – 11 de mayo de 2009


2  Xavier Caño, «Acabar con los paraisos fiscales»,


3 Juan Torres López / Alberto Garzón Espinosa: La crisis financiera. Guía para entenderla y explicarla..