En España, parece que el PSOE usa las mismas tácticas populistas que se ensayaron en Iberoamérica y que han llevado al poder a dictadores como Hugo Chávez en Venezuela. En este caso y en otros, se nos ha ido representando, bien una América indigenista idílica inexistente, o bien a Simón Bolívar como mesías «liberador de los pobres», ocultando la auténtica historia o simplemente deformándola hasta el extremo. Se manipula en la esperanza de volver a una sociedad que nunca existió, de un «paraíso» que nunca fue.
Pedro Sánchez también usa esas tácticas. Intenta unificar a parte del electorado, en un ideal construido y absolutamente artificial, proponiendo un barnizado y falsario icono de la Guerra Civil y de la República, erosionando el modelo de la transición española y dinamitando el proceso de reconciliación que tantos sacrificios necesitó.
Estas herramientas también las usan en España aquellos que afirman que «los inmigrantes nos invaden», o aquellos que nos martillean con el «España nos roba…»
Nada nos sorprende. El populismo es la teoría política que siempre ha sabido que la razón es un bien escaso e improbable. En la política de la época de las masas, de la ciberpolítica, la razón es la última de las potencias usadas. El sentimiento y la creencia en el líder son aglutinantes, estructuran a un «pueblo» contra «los otros».
Se trata pues de una teoría sobre el ser social y sobre el ser humano. Y por supuesto, también dispone de una teoría del lenguaje.
La gran palanca de la comunicación populista, tiene como fin el transformar la indignación o la frustración de gran parte de la población, que se siente abandonada en las políticas fundamentales de la democracia liberal: trabajo, vivienda, servicios sociales…y que cada vez es más desafecta a la Política con mayúsculas. Pretenden transformar o convertir la frustración en rabia, odio que movilice y no permita un sano discernimiento de la realidad política. La política ya no está bajo la égida de la moral, se ha desacoplado. Una sociedad sin vínculos y sin principios, está a merced de estas corrientes.
Ninguna configuración social está exenta de populismo, y menos que ninguna la liberal, porque cuando se trata de reconstruir lo político sin promoción, allí aparece la formación populista. Por eso se hace mal en minusvalorar al populismo. También en España.
Si el populismo busca una hegemonía política, sabe que la primera batalla es la hegemonía cultural. La cuestión es la siguiente: Cuando el populismo comience a ganar a los jóvenes de una generación como la actual, ¿Qué visión alternativa se le opondrá?
No hay otra salida que la promoción cultural y política desde abajo, y para nada es solución el parche de la tecnocracia o de la gestión burocrática desde las élites. Por muy buenos planteamientos que intenten traer, sin cuestionar los cimientos del capitalismo neoliberal, nos harán encallar una vez más en estas orillas de la política.
Luis Antúnez