Autogestión 128: «Por un mundo sin esclavos ni oprimidos»

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 DE LA ORFANDAD FORZOSA A LA ESCLAVITUD INFANTIL

Conmemoramos un año más, trágicamente, el 16 de Abril como Día Internacional contra la Esclavitud Infantil. Trágicamente porque en pleno siglo XXI esta injusticia, que sólo para hacernos una idea de su dimensión afecta a no menos de 400 millones de niños, no debería existir. Y, sin embargo, no deja de acentuarse. Setenta años después de la Declaración de los Derechos Humanos, la situación, si tuviéramos vergüenza, pediría la inmediata destitución de los organismos encargados de velar por su cumplimiento. Y su remplazamiento por otros que, sin tanto presumir, no se vendieran a los intereses de los poderosos.
Quisiéramos poner de relieve este año un drama que siempre antecede a la situación de esclavitud: el drama del abandono, el secuestro o la orfandad forzosa de millones de niños. Constituyen invariablemente la antesala de su explotación, trata y esclavitud.
Son legión:
Niños y niñas sin padres porque éstos han abandonado a la familia y han sido reclutados por la miseria material y moral. Y todo para morir en el frente de la explotación, el alcoholismo, las drogas, las adicciones al juego y todas las formas de degradación que se nos ocurran.
Niños sin padres o sin madres porque éstos han sentido con horror que muerde con rabia el hambre. Un hambre que les impedirá ofrecer a sus hijos un futuro en la barraca que les vio nacer. Un hambre que les obliga a migrar para ser avanzadillas de nuevas migraciones.
Niños soldados. Niñas esclavas sexuales de soldados. Niños que han sido obligados a matar a sus padres después de ser reclutados por los ejércitos de parias que surgen por doquier para reivindicarse ante los ejércitos oficiales, para pelear en pos del dios-dinero y del dios-poder al que unos y otros rinden pleitesía.
Niñas ofrendadas por sus padres en matrimonios forzosos. Niños ofertados a tratantes y mafias que juegan a carroñar en el dolor y el sufrimiento provocados por la guerra del descarte que se libra en las periferias rurales y urbanas.
Niños y niñas de la puta calle.
Niños que han sido bombardeados en sus casas, en sus barrios, en sus escuelas, en los hospitales,… niños que al abrir los ojos entre los escombros se han encontrado a sus padres muertos y han sido recogidos en un estado de shock.
En ocasiones, ya salen en nuestras noticias, son los propios menores los que corren despavoridos de la misma miseria que amenaza con aniquilar a toda su familia. Aquí los llamamos “menores no acompañados”, con ese desparpajo con el que la estadística y la sociología de los burócratas suele tratar a los que parece que sólo son eso: estadísticas y problemas burocráticos administrativos.
La violencia de la miseria estructural, provocada y mantenida en determinadas zonas del planeta, así como la violencia de la guerra que azota de forma crónica a otras tantas, están en el origen de este desahucio permanente al que se somete a un sector ingente de niños y jóvenes.
En la otra cara del mundo, el de los enriquecidos, los ecos que nos llegan de la situación de la infancia no son tampoco halagüeños. Es cada vez mayor el número de los niños y jóvenes que, bien bajo las pezuñas de la precariedad sobre sus padres o bien bajo la orgía del bienestar, vagan solos y sin sentido, “enredados” en el matrix del mundo virtual, en su impúdica pornografía, o alistados en las colas de los psicólogos de adicciones. Esta orfandad también es forzada. Sin vínculos, sin raíces, sin familia, sin pasado,… también están condenados a formar parte de la legión de niños esclavos. Aunque vayan en envoltorios perfumados y de marcas.
La esclavitud infantil nace de la miseria económica, sí. La esclavitud infantil nace de la miseria política, sí. Pero sobre todo nace de la miseria moral: la que ha dejado de conceder a todos y cada uno de los seres humanos una dignidad inalienable, sagrada. Y se sostiene por una cultura dominante que debiera recibir su juicio por la condena a la aniquilación, la exclusión y la degradación que está haciendo de su infancia más vulnerable.
A la herida del sometimiento a la esclavitud y la explotación, no lo olvidemos, le precede la herida del abandono, del desahucio, de la orfandad. Y no se cura la segunda sólo cuando desaparece la primera. La esclavitud infantil exige una defensa honrada de los derechos humanos y exige familia humana, solidaridad y fraternidad.

Editorial

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