Reflexión de Monseñor D. Carlos Amigo (DEP) sobre Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón (2005)

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Reflexión de  D Carlos Amigo, cuando era Cardenal Arzobispo de Sevilla, con motivo de la II Jornada sobre D Tomás Malagón dedicada ese año a homenajear a Guillermo Rovirosa militante cristiano en proceso de beatificación. (28/11/2005)

      I.- INTRODUCCIÓN

No saben ustedes lo a gusto que me siento a vuestro lado. El MCC es un espacio de libertad, alegría, esperanza y, precisamente, desde unas opciones muy radicales, lo cual es un ejemplo de que el compromiso no solamente no aleja de la esperanza cristiana, sino que al contrario: porque esperamos, nos comprometemos. El MCC siempre quiere huir tanto de la demagogia como de una forma edulcorada de presentar la realidad. Ésta es vuestra forma de hacer las cosas y la ejemplaridad que necesitamos: hombres y mujeres comprometidos, con los pies muy metidos en la realidad de este mundo, pero que miran a Dios, y desde Dios, miran al mundo. Gracias por invitarme a estas jornadas, gracias por vuestras reflexiones, y sobre todo, gracias, queridos cristianos, por ser como sois.

Entre los autores preferidos de Tomás Malagón, estaban Santo Tomás de Aquino, el maestro Eckard y Nicolás de Cusa, personas que nos parecen muy lejanas. Sin embargo, Tomás Malagón es alguien tan cercano, tan vivo, tan presente entre nosotros…

En el mejor espíritu de la orden de los Dominicos, de la Orden de predicadores a la que pertenecía Santo Tomás de Aquino, se recomendaba siempre que, antes de hablar de Dios, hay que hablar con Dios. Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón tuvieron este principio, no solamente en sus escritos, sino en sus vidas. Tenían que hablar de Dios, pero serían completamente inconsecuentes, si antes no hablaran con Dios. El análisis de la realidad no era simplemente un ejercicio de sociología; era el tratar de encontrar la huella y el corazón de Dios en la realidad de este mundo.

El maestro Eckard, teólogo y místico alemán del siglo XII, decía: “el amor con Dios que lleva a la unión con Dios, lleva también al amor del prójimo que hace acercarse al prójimo”. Esa frase tendríamos que esculpirla en caracteres de oro y llevarla en la mente y, sobre todo, en el corazón. La distancia del amor de Dios separa.

Nicolás de Cusa, que era cardenal de la Santa Madre Iglesia del siglo XV y teólogo, se empeñó en procurar la armonía entre el platonismo y el aristotelismo. Pero más allá de corrientes filosóficas o teológicas, de lo que se trataba era de acercar las ideas a la vida, lo cual es una consecuencia admirable. Que el hombre de pensamiento sea también el hombre testigo en medio de las realidades de este mundo.

II.- SEMBLANZAS DE ROVIROSA Y DE MALAGÓN

Vamos a hacer una especie de recorrido breve, especialmente de Tomás Malagón, en cuyo honor se celebran estas jornadas.

1984: muere Tomás Malagón, que había nacido nada menos  que en 1917, año en que estaba aconteciendo todo el cataclismo y la utopía de la Revolución Rusa. Es una época también en la que hay una figura que se está paseando por Europa aunque se está quietecito en Roma, que es nada menos que Benedicto XV. El Papa nos dijo a los cardenales, en la misma sala del Cónclave, que él había elegido este nombre de Benedicto XVI precisamente por Benedicto XV, porque en una época crucial supo ser una persona de armonía, una persona que enlazaba, que unía.

1929: D Tomás ingresó en el seminario. Y ya conocemos: 1929 es una época de convulsiones políticas, sociales, económicas… Posiblemente había mucha gente que dijera: “¡Qué tiempos nos ha tocado vivir!”. No sé si ésta será una retahíla que repetimos frecuentemente considerándonos de alguna  manera, los protagonistas de la Historia (“¡qué tiempos nos ha tocado vivir!”), y unos perfectos ignorantes que demuestra no haber leído dos páginas seguidas de la Historia del Mundo y de la Iglesia. Es la cruda realidad, este es nuestro tiempo y esta es la intemporalidad de un Dios al que miramos y al que servimos.

Pero también esa época de Malagón y Rovirosa fue una época que estaba preparando el Concilio Vaticano II. Y la luz del Vaticano II fructificó aquí donde la tierra estaba preparada.  Hombres como Malagón y Rovirosa prepararon la tierra, esta tierra nuestra, para que llegara el Concilio Vaticano II, en el que hubo, sobre todo, dos eventos importantísimos: uno fue la constitución dogmática “Gaudium et Spes”, sobre la relación de la Iglesia con el Mundo  al que no somos ajenos a lo que está pasando a nuestro alrededor­, y un decreto sobre el apostolado de los seglares: el famoso Apostólicam Actuositatem. Ahora que estamos celebrando los 40 años de la conclusión del Concilio Vaticano II, lo peor de la celebración sería que pusiéramos al Concilio en cuarentena. Un concilio necesita, algunos dicen siglos, para que cale totalmente en la vida y en la fe de la Iglesia, como ocurrió con el de Trento. Estamos pues, en los 40 años del Concilio Vaticano II y se ha hablado mucho desde el punto de vista político y social de las transiciones y, sobre todo, de la Transición Española. Sin embargo, en España nos faltó una transición que precisamente fue la cruz y la espina de Malagón y de Rovirosa.

El Concilio Vaticano I, celebrado a finales del siglo XIX,  hizo una reflexión profunda sobre la razón y la fe; no olvidemos que era el siglo de las Luces y la Ilustración, y de todos estos temas tan importantes de la cultura y del pensamiento. En España, el Concilio Vaticano I fue completamente desconocido. Estábamos muy preocupados por las cuestiones de Ultramar y del Norte de África y por una España desmembrada y que la  Generación del 98 describió. Todo aquello hizo que aquel Concilio Vaticano I pasara desapercibido. No se hizo esa reflexión entre razón y fe, y esta fue la tensión de estas dos grandes personas. Era una fe profunda y una razón consecuente con ella que no acababa de encontrar una aceptación y un hueco en la época que les tocó vivir

Podemos ir viendo como una especie de actitudes perceptibles en  estas dos personas, Rovirosa y Malagón. Comentando desde la distancia de 40 años -parece ser que el número 40 es importante, un número bíblico: la cuarentena, el diluvio- se ha hecho alguna reflexión sobre las perspectivas de que tenemos que pasar de una lectura situacional, política o eclesiástica a una lectura religiosa, teológica y eclesial. Nos hemos quizá detenido mucho en la situación o en la organización eclesiástica y el Concilio necesita esta concepción teológica elevada. Hemos leído más las anécdotas que los textos. Hemos leído, pero no nos hemos convertido. Como dicen los italianos “cambiano i testi, ma non le teste”: cambian los libros pero las cabezas continúan con sus criterios, sus prejuicios y sus actitudes completamente pasadas. Y, por supuesto, el paso de una literatura de la sospecha -“¿dónde nos va a llevar el Concilio?”-,  a una lectura de confianza.

Reflexiones estas que son muy importantes para saber enfocar con la distancia de una historia cercana estas figuras tan admirables de Rovirosa y Malagón.  En ellos había, en los dos, aunque de forma quizá diferente por su situación, una gran tensión interior en  medio de unas, diríamos, actitudes vitales moderadas: era el amor a la Verdad y el deseo de buscar la Verdad. En esto nos recuerdan mucho a San Agustín, el hombre que vivía consumido por esa tensión interior de buscar la Verdad. Era una profunda crisis en el sentido intelectual y religioso. Crisis en el mejor sentido: crisis de intuiciones, de crecimiento; una crisis –perdón por el símil típico- que tiene el agua cuando se la calienta hasta que puede romper las moléculas y cocer. Era una tensión para el crecimiento, para la vida, para la energía, para dar calor en este caso que decíamos del agua. Y el desencadenante de esa tensión interior fue, precisamente, el compromiso social. Es decir, que si uno quiere entender a Dios, ha de buscar a los hermanos y comprometerse con ellos. Encuentro con la persona, en su situación, en sus características personales, en su vida, en la sociedad en la que vive, sin renunciar a su momento histórico –cosa que alabo tantísimo al Movimiento Cultural Cristiano-Comprometidos, no por otra cosa, sino por las clases más desfavorecidas. Precisamente por eso, clamamos contra el aborto, clamamos contra la eutanasia. Sabemos la gran fuerza que  tiene hoy esta denuncia. Esta es, precisamente nuestra función y nuestro empeño comprometido. Es lo que vivimos actualmente ante estas agresiones a las personas, a la vida y a la familia. Es lo que dice Malagón cuando tiene que predicar una novena sobre Santo Tomás de Villanueva, el maravilloso santo manchego, el padre de los pobres: “Yo estaba hablando de pobreza y me quemaban los labios de vergüenza, porque en el interior, mi amor no estaba cerca de los pobres”; “me quemaban los labios” porque no conocía aquello que a lo mejor no estaba realizando.

Esto nos recuerda también la famosa predicación de Montesinos en América, que convirtió a Bartolomé de las Casas, el comendero, que oía a este fraile dominico hablar de cómo vivían aquellos indios oprimidos. Eso desencadenó en él un compromiso por los pobres, por los oprimidos, por los maltratados por las injusticias.  Esa era la tensión interior de Malagón.

Pero eso mismo fue lo que le sucedió a Rovirosa en París cuando escuchó al cardenal Verdier que hablaba de la relación de Cristo y el cristiano, y se le abrieron los ojos. “Claro,-dice San Agustín- yo no te hubiera buscado Señor a ti, si antes tú no me hubieras encontrado a mí”. Es decir, que la Gracia del Espíritu estaba penetrando el espíritu y el corazón de estas personas y, naturalmente, la chispa de una palabra de una predicación fue lo que realizó ese desencadenamiento.

Rovirosa y Malagón habían encontrado la Verdad y con la Verdad habían encontrado a Cristo. La tensión interior se resolvía en una síntesis maravillosa, siempre a partir del valor inestimable de la pasión. En los dos hay un gran ejemplo de coherencia entre pensamiento y vida, de coherencia interior entre fe y razón, entre tradición y futuro, entre doctrina y praxis. Y si ellos buscaban en lo intelectual era para realizar su vocación apostólica con la clase obrera; cosa realmente  admirable. ¿Es que la clase obrera no puede hacer filosofía? ¿Es que los empobrecidos solo tienen que recibir y no pensar por sí mismo? Estas podrían ser frases revolucionarias en otras épocas, pero hoy nos parece que el pobre, por ser pobre, no solo tiene derecho a la comida, a la educación y a la salud sino que tiene derecho a la filosofía. O como decía mi padre, que era médico de pueblo, “los pobres también tienen derecho a ir al infierno”. A este respecto quiero contarles una anécdota que sucedió en la feria de mi pueblo. Había una persona que estaba pidiendo y le dimos una limosna. Por la tarde ese señor estaba en el teatro y le dije a mi padre: “Fíjate, este al salir esta mañana necesitaba ayuda y ahora está en el teatro”. Mi padre me contestó muy serio: “¿Es que por ser pobre no tiene derecho a ir al teatro”. Una anécdota insignificante pero que me sirvió de lección para siempre.

Es esa búsqueda, ese superar la contradicción entre fe cristiana y militancia. Como que parece que la militancia puede alejar de la fe, cuando es al revés: cuanto más cerca estemos de los compromisos en el favor de la justicia, más nos vamos acercando a Dios. Esta es la síntesis personal entre la experiencia de Dios y la experiencia del encuentro con las personas. Fue esta experiencia de Dios y de las personas la que empapó la vida de estos dos personajes admirables.

Igualmente característico de estas dos personas, fue un permanente deseo de acercamiento y evangelización de la clase obrera (quizás hoy este concepto de clase obrera esté superado). “Nos acercamos a la clase obrera, nos acercamos a los trabajadores, nos acercamos a los oprimidos, pero nos acercamos por evangelizar-¡qué admirable!-, sin que por eso nos olvidemos en absoluto de la situación de estas personas. Lo nuestro es evangelizar. Nos acercamos, pero no con afanes proselitistas y de  tipo de paternalista. Nos acercamos con el evangelio que tenemos”.

Estos dos admirables amigos, Rovirosa y Malagón, trataban de convencerse a sí mismos –y ello era de una gran nobleza-: “Yo no puedo hablarles  de aquello, que yo no esté convencido”-¡qué nobleza y qué transparencia!- “Lo que dicen ese señores va a misa” porque es la coherencia y la transparencia, entre la voz y la palabra. También San Agustín, que era muy amigo de ellos dos,  decía “Nosotros somos la voz, pero solamente Él es la Palabra” Existía una íntima coherencia entre la voz que transmitían y la Palabra que querían transmitir.

Malagón en el frente, durante la Guerra Civil, conoció y trató con numerosos militantes, anarquistas, socialistas, comunistas. Unos convencidos y otros llevados por la situación, cosa que sabemos que ocurre siempre en momentos de tensiones políticas y sociales.

Tanto Rovirosa como Malagón lo que no podían aceptar de ninguna manera era la interpretación de la lucha obrera como una opción preferentemente humana, añadida a la fe, y no vinculada íntimamente  con ella. “Porque tengo fe, es por lo que tengo que luchar”, y no: “como lucho, voy a volver a la fe”. La opción por los pobres, queridos amigos, no cabía en ellos, y en un servidor tampoco. Los pobres no son una opción. Son simple y llanamente, una obligación, y una obligación desde el Evangelio. Quizás, el término opción lo entendemos en un sentido. La opción, en francés no corresponde a la opción en castellano. Para nosotros tal vez, la opción es una cosa de opinión: “podemos optar por esto o podemos optar por lo otro”. Pero si uno opta por el Evangelio, se terminó la opción, es una obligación seguirlo

También en Rovirosa y en Malagón, se dio el encuentro con la luz de la Revelación, y el encuentro de la luz en el acontecimiento. Encontraban la luz en la Revelación. Pero también la luz les hablaba en el acontecimiento. “El acontecimiento será tu maestro”, decía Nicolás de Cusa. La situación histórica en las que vivían ellos dos, era luz también para comprender a aquellos a los que querían servir. Además existe en ellos una maravillosa síntesis. Viendo la trayectoria de Malagón,  uno espera, digamos, un teólogo, un investigador teológico y filosófico. Podríamos decir, de alguna manera, a un hombre de cátedra. De hecho, cuando Rovirosa le invita a que comparta el ser consiliario de la HOAC, a él le parecía que esa responsabilidad le podía apartar de lo que era su propósito de investigar la Verdad y transmitirla al hombre. Era también una síntesis admirable entre el diálogo, la crítica y la síntesis. Debo confesar que  el pensamiento de Heidegger debía estar muy presente en estas dos personas, no sé si consciente o inconscientemente. Por otra parte, por su categoría intelectual, no eran ajenas tampoco a estas ideas del momento, del ser, del tiempo, de la presencia, del diálogo, de la síntesis, de la antítesis. Pero en el esfuerzo la síntesis, muchas veces el diálogo se resuelve, se reduce a un diálogo de sordos, porque más que diálogo parece que se trata de convencer al otro de mis propias ideas y no de tratar de escuchar las ideas que tiene el otro y mostrar la síntesis, no por claudicación, sino porque la Verdad es solamente una. Una Verdad que descansa en la Revelación del Padre y no en las opiniones que podamos tener cada uno. Por tanto, para el hombre alejarse de ese equipo que supone que solamente haciendo una opción de clase no puede ser cristiano auténtico, no, sólo será auténtico en la medida en que es coherente con la verdad.

Las, digamos, “utopías” de Tomás Malagón y Rovirosa las podríamos nosotros resumir en cuatro reflexiones muy actuales, y que las voy a comentar también con cuatro pensamientos y cuatro personajes.

a.- Uno es Juan XXIII, y un documento suyo, la Mater et Magistra. Cuando se habla de posibilidades: ¿Es posible unir fe y razón, desde una opción, decíamos, de izquierdas? ¿Puede uno llegar a un compromiso fuerte con la justicia, con la defensa de los valores fundamentales de la persona, de la familia y de la sociedad? ¿Es realmente posible?. Es entonces  cuando viene Juan XXIII con la Mater et Magistra y nos dice: “Cuando se trata del honor de Dios y del bien del hombre, lo posible es siempre obligación”.

b.- Otro referente es: “Dios y el Hombre siempre cabalgan juntos, Dios y el Hombre van siempre de la mano juntos”. Pablo VI, también en un documento extraordinario, Populorum Progressio, dice: “Ciertamente que el hombre puede organizar la vida prescindiendo de Dios pero, al poco tiempo, se dará cuenta que habiendo organizado la vida –o la tierra- sin tener en cuenta a Dios, resulta que la ha organizado en contra de él mismo

c.- El otro testimonio es el de Juan Pablo II. Antes decíamos “nada sin Dios”, “antes de hablar de Dios, habla con Dios” En un famoso discurso, nada menos que en Francia, en uno de sus viajes ante un auditorio de académicos, de obispos y de muy importantes intelectuales, Juan Pablo II habló de la metatentación, que es la tentación que está siempre detrás de todas las tentaciones, es decir, la tentación de considerar a Dios como un estorbo. Tentación muy propia también de ciertas opciones secularistas de maldita actualidad, y del laicismo, que piensan que Dios es un estorbo, que es un inconveniente, y un parapeto en una sociedad democrática; que si se quieres lograr una sociedad más justa hay que olvidarse de Dios cuanto antes.

d.- Y por último, el otro testimonio, es el de Benedicto XVI sobre la dignidad y el valor de la persona: “Solamente se puede comprender la grandeza del Creador respetando la inalienable dignidad de todo ser humano

III.- CONCLUSIÓN

Podemos concluir con unas palabras de Tomás Malagón: “El deseo de ser fiel a mi palabra dada a Dios de entregarme al Movimiento Obrero, hizo que antes de abandonar la trayectoria anterior, me diese con intensidad al estudio de los problemas intelectuales que se me planteaban. La oración más fervorosa, cuanto más sufriente y doliente, y la experiencia religiosa personal y percibida en otros fueron decisivas en aquellos momentos. El descubrimiento del sentido del Mandamiento Nuevo del Señor, con sus inagotables exigencias e implicaciones fue entonces para mí un método deslumbrador. Así, al cabo de unos años,  la crisis intelectual quedó resuelta”.

Queridos amigos, hoy se necesitan figuras como las de Guillermo Rovirosa y la de Tomás Malagón, que sean referentes diarios de unas actitudes y de unos comportamientos ejemplares, por ser auténticamente cristianos. También tenemos que desear encuentros como este, en el que nos unamos para conocer mejor a quienes pueden ser nuestros maestros, porque antes  fueron también unos creíbles testigos.

Muchas gracias.

D. Carlos Amigo


Este verano puede ser distinto a todos: