Revista Autogestión 133 «Esta economía sigue matando a la infancia»

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Esta economía sigue matando a la infancia

Editorial

16 de abril de 2020. Seguimos conmemorando el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil. No han desaparecido los 400 millones de niños esclavos. No han desaparecido las causas que producen este crimen político y laboral.

La transición a una economía 4.0, dónde las energías “limpias” sustituyan a las fósiles, no se ha planteado acabar con la esclavitud infantil salvo cuándo ésta sea menos rentable que la robotización. La infancia empobrecida es tratada como los combustibles fósiles. Entre tanto, el cobalto que necesitan Apple, Google, Dell, Microsoft o Tesla se paga con la sangre de menores privados de su infancia. Es el precio de la supuesta limpieza de la atmósfera (y, por supuesto, de la limpieza de la conciencia) de los enriquecidos, que no dejarán de renovar todos sus dispositivos electrónicos cada vez que la industria decida que ya están obsoletos.
Hace poco tiempo, las familias de 14 menores muertos por derrumbes en una mina de cobalto de República Democrática del Congo (RDC) han presentado una demanda en los tribunales estadounidenses contra las principales empresas tecnológicas del mundo en la que denuncian trabajos forzados y abusos perpetrados contra los menores.

Lo sabíamos. Lo veníamos denunciando. Hacía falta poder relacionar ambos eslabones: niños esclavizados en minas sin control, con grandes empresas beneficiarias de este sistema. Y lo han hecho. Ya se encargará la justicia oficial de que todo quede en una “mancha” fácilmente lavable.

Las minas del Congo no son sino el paradigma de una industria extractiva al servicio de esta transición del capitalismo y recorren todos los continentes coloniales. En Iberoamérica tenemos el Arco Minero del Orinoco, otro despropósito. Y los niños esclavos, hablamos ahora del sector de la minería, son la execrable demostración de que devastación medioambiental y empobrecimiento de los más vulnerables tienen un mismo y permanente responsable: el neocapitalismo. Ahora con la etiqueta de “verde”. El lobo quiere pasar, una vez más, por cordero.

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La otra cara más visible de una economía que sigue matando a la infancia la constituye la violencia y la guerra en la que están sumidas de forma casi crónica inmensas regiones del planeta. El mapa no sólo abarca las sempiternas zonas de conflicto oficial o declarado del Sahel africano o del Próximo Oriente, sino todos los llamados Estados “fallidos”, frutos de la geopolítica del caos. Venezuela se ha convertido, por ejemplo, en el país más violento del mundo con más de 30.000 asesinados en el 2019, la mayoría jóvenes.

También abarca las periferias de todas las grandes urbes dónde ya habitan cerca del 60% de la población mundial. Sin perder de vista que tenemos más de 62 millones de personas viviendo en campos de refugiados. En todas estas zonas, al menos el 50% son menores. Menores que, si sobreviven, no habrán conocido nada más que la violencia y la guerra en su infancia. Niños y jóvenes que serán el pasto de la economía criminal de las bandas, las drogas o la trata y la prostitución. Niños y jóvenes que para sobrevivir no dudarán en delinquir, matar, venderse o huir.

Una de las más importantes consecuencias de la miseria y la violencia es el fenómeno migratorio de niños y jóvenes sin sus familias. A veces, porque simplemente son huérfanos. La burocracia de las etiquetas les ha bautizado con un eufemismo: los Menores No Acompañados (MENA). Es la infancia y la juventud huérfana y errante que llama a nuestras puertas cerradas, que desafía nuestro espejismo de bienestar. Sus historias, muchas de ellas contadas en esta revista, son la cara oculta de este jardín “verde” y “sostenible” que se está construyendo sólo para las minorías satisfechas.

Más allá de los muros y las fronteras, las visibles y las invisibles, tenemos una responsabilidad: los niños esclavos. No lo olvidemos en este 16 de abril. Ellos no son sólo “los residuos” que hay que reciclar con asistencialismo. Ellos son el auténtico rostro de nuestra economía global neocapitalista. Mientras existan, nadie puede decir que es libre. Y mucho menos, fraterno.

Editorial Revista Autogestión

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