En 2017, en la mayor crisis que se recuerda entre India y China en tres décadas, las dos superpotencias reunieron tropas a ambos lados de los 3.500 kilómetros de frontera compartida junto al diminuto Bután, en un pulso por una carretera china en construcción en un zona disputada entre ambos colosos desde la guerra que les enfrentó en 1962.
Pekín y Delhi solucionaron el conflicto, pero la escalada de tensiones mostró cómo las inversiones y las posiciones estratégicas pueden agravar la rivalidad de dos países que tienen en común algo más que su localización regional. Y así lo recuerdan una y otra vez sus principales líderes.
A su llegada a la última reunión de los líderes del G20, celebrada hace unos días, el primer ministro indio Narenda Modi destacaba la tradición y los lazos milenarios que unen a India con el país anfitrión, Japón. Un mantra repetido por la política exterior del actual Gobierno de India, más aun tras la aplastante mayoría absoluta conseguida por Modi, quien en su segundo mandato al frente de la democracia más grande del mundo busca redefinir puentes comerciales, geoestratégicos y culturales en la región Asia-Pacífico. En concreto, con la nación que es, simultáneamente, su mayor competidor regional y aliado necesario: China.
“En los últimos dos años, Modi ha subrayado que sus relaciones con países vecinos son también culturales. Su última visita a China tuvo lugar en Wuhan, ciudad cerca del Río Amarillo. Y la próxima reunión bilateral será en Varanasi, junto al Ganges. Ríos que definen ambas civilizaciones”, explica Swaran Singh, secretario de la Asociación para Estudios Asia-Pacífico de la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU) de Nueva Delhi a El Confidencial. Singh, también experto en diplomacia y desarme, no elude la tensión existente: “India puede ser reacia a proyectos territoriales [chinos] pero está por la labor de ser aliado en temas culturales y digitales”.
El nuevo centro del mundo
A ritmos diferentes, las economías india y china son las únicas emergentes que cumplen con las expectativas una década después del nacimiento de los BRICS. El cierre del fondo de inversión de Goldman Sachs que acuñó aquel acronismo, supuso el “fin de la era BRICS” materializado en el auge de China e India mientras Brasil y Rusia decrecían. Desde un régimen político opuesto, el centralismo chino también se reproduce en su vecino del sur.
Tras un primer mandato marcado por el nacionalismo, leyes para silenciar a la disidencia, injerencias judiciales y control mediático, Modi dirige la India más homogénea que se recuerda. Así, las elecciones pintaron de azafrán un subcontinente antes policromado de identidades y regionalismos no ya en base al Hindutva -hinduismo político- sino bajo el culto al líder único al estilo comunista de Xi Jinping.
Aliada coyuntural de Pekín en la guerra comercial global de Washington -Trump volvió a quejarse de la represalia aduanera de Delhi hace días- India también ha achicado el déficit comercial de mercancías no combustibles con China, que en 2018-19 es de unos 55 billones de dólares; 87% del total.
“Ha bajado desde 2016-17, cuando era de 136%. El déficit se ha reducido con la disminución de las importaciones electrónicas, aunque sigue siendo considerable”, explica a este diario Partha Mukhopadhyay, experto en desarrollo en China e India y emérito de Centro de Políticas de Investigación (CPR), de Nueva Delhi. Aunque no hay nada mejor que un rival común para estrechar lazos, Delhi mira con recelo las inversiones de Pekín en la región.
En la última década, China ha impulsado una política exterior basada en la inversión feroz en infraestructuras mediante su renovada Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative o BRI), un gigantesco plan para conectar el país asiático con el mundo y con un potencial económico para India tan grande como el riesgo geoestratégico que conlleva. La creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB) para desarrollar la red de comunicaciones regionales cuenta con Delhi como segundo mayor accionista después de Pekín. Pero su financiación de la ruta comercial entre China y Pakistán es el primer motivo de sospecha para Delhi.
India recela de los tentáculos chinos
Con un valor actual de 62 billones de dólares, el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) cumple la ambición de Pekín de tener salida al Mar Arábigo. Pero su paso por la disputada región de Jammu y Cachemira viola la soberanía india, lo que ha hecho que Delhi no estuviera en las dos últimas cumbres del grupo. “China ha dicho que podría renombrar o redibujar la ruta pero esto será algo difícil de aceptar para Pakistán”, explica Swaran Singh.
Desde la partición del subcontinente, Islamabad ha usado el conflicto en Cachemira para legitimar su rol regional y cada proceso de paz con su Delhi ha terminado con un conflicto en la región. Así, las ofertas de diálogo del Gobierno de Islamabad tras la escalada armada que casi lleva a la guerra a las dos potencias nucleares a comienzos de año han sido rechazadas por el Ejecutivo de Modi.
Si Pakistán es un escollo para la relación entre los dos colosos asiáticos en la frontera occidental india, la situación se repite en su flanco oriental. El Corredor Económico de China con India, Bangladesh y Myanmar (BCIM) satisface las ambiciones de ambas potencias; dando a Pekín un puerto en la Bahía de Bengala mientras que ofrece la ayuda económica que la lenta inversión de Delhi necesita para desarrollar el comercio con el boyante sudeste asiático, asentando su conexión con países de identidades culturales similares.
Pero, nuevamente, Delhi percibe con suspicacia que el Corredor BCIM fuese declarado parte de la Ruta de la Seda (BRI), que incluye el Corredor China-Pakistán. Pekín es consciente. “El mejor ejemplo ocurrió en un encuentro informal entre India y China en abril de 2018, cuando esta última ofreció un 2+1 por el que India no sería considerado como un país más del BRI sino socio igualitario en la construcción conjunta de infraestructuras en terceros países”, comenta el experto en diplomacia.
Sin embargo, nada ha ocurrido en este sentido salvo el entrenamiento coordinado de diplomáticos afganos en el Instituto de Servicios Exteriores de Nueva Delhi.
Pekín controla cada vez más puertos
Pero los temores de India trascienden el papel de Pakistán en la Ruta de la Seda, cuya red de tentáculos en infraestructuras se extienden a este y oeste del subcontinente. Las deudas acarreadas por las inversiones de Pekín han obligado a la cesión de puertos estratégicos en Sri Lanka (Hambantota) y Myanmar (Kyaukpyu).
Esto, sin duda, es una amenaza para Delhi. “Ahora no hay bases navales chinas a gran escala en el vecindario inmediato o IOR [Asociación de Países del Océano Índico]”, explica Sanjay Pulipaka, emérito del Consejo Indio para el Estudio de Relaciones Económicas Internacionales (ICRIER), aunque matiza: “Hay movimientos navales incluidos submarinos en la región y supongo que el centro de defensa indio toma nota de esa presencia”.
Las contraprestaciones de los proyectos chinos han tenido reacciones negativas de los países prestatarios, que se han negado a aceptar que Pekín inflase sus inversiones creando más deudas, incluido Pakistán. Mientras, Delhi busca acomodarse en el nuevo tablero regional. “La presencia de China puede contribuir a que India aumente su apuesta y mejore su asistencia bilateral a países vecinos”, resume Partha Mukhopadhyay. De las relaciones con su mayor amenaza regional depende el éxito de la política exterior de la nueva India de Modi.