TESTIMONIO de la MADRE TERESA de CALCUTA SOBRE los POBRES

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Muchos se quedaron totalmente sorprendidos al ver cómo una familia de ese nivel no había comprado trajes ni había organizado fiestas con motivo de la boda. Después les pregunté: ´¿Por qué lo han hecho?´. Esta fue la extraña respuesta que me dieron: ´Nos amamos tanto que queríamos dar algo a otros para comenzar nuestra vida en común con un sacrificio´…


* Hace unas semanas, dos jóvenes vinieron a nuestra casa para ofrecerme mucho dinero para dar de comer a la gente. En Calcuta damos de comer a 9 mil personas al día. Querían que el dinero se destinara para alimentar a esta gente. Les pregunté: «¿De dónde han sacado tanto dinero?». Ellos me respondieron: «Nos acabamos de casar hace dos días. Antes de la boda, decidimos que no compraríamos trajes para la ceremonia ni para la fiesta. Queremos darles a ustedes el dinero». Para un hindú de clase alta esto es un escándalo.

* Muchos se quedaron totalmente sorprendidos al ver cómo una familia de ese nivel no había comprado trajes ni había organizado fiestas con motivo de la boda. Después les pregunté: «¿Por qué lo han hecho?».
Esta fue la extraña respuesta que me dieron: «Nos amamos tanto que queríamos dar algo a otros para comenzar nuestra vida en común con un sacrificio». Me impresionó mucho el constatar cómo estas personas estaban hambrientas de Dios. Una manera de manifestarse el amor mutuo era hacer ese sacrificio enorme. Estoy segura de que los occidentales no pueden entender lo que significa esto. En nuestro país, en la India, sabemos lo que significa no tener vestidos y fiestas para la boda. Sin embargo, estos dos jóvenes tuvieron el valor de comportarse así. Esto es verdaderamente un amor en acción. Y, ¿donde comienza este amor? En la propia casa. ¿Cómo comienza? Rezando juntos. Una familia que reza unida permanece unida. Y, si permanece unida, entonces se amarán unos a otros como Dios nos ama.

* En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa para contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a verlos. Vi cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando regresó le pregunté qué había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió: «Ellos también tienen hambre». Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, los musulmanes, tenían hambre.Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en sí misma. En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los demás, tenía el valor de compartir.

Frecuentemente me preguntan cuándo terminará el hambre en el mundo. Y yo respondo: «Cuando tú y yo aprendamos a compartir». Cuanto más tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, más podemos dar.

* En una ocasión, en Calcuta, no teníamos azúcar para nuestros niños. Sin saber cómo, un niño de cuatro años había oído decir que la Madre Teresa se había quedado sin azúcar. Se fue a su casa y les dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dárselo a la Madre Teresa. Sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manitas tenía una pequeña botella de azúcar, lo que no había comido. Aquel pequeño me enseño a amar. Lo más importante no es lo que damos, sino el amor que ponemos al dar.

* Ustedes conocen a los pobres de su zona. Saben que se encuentran precisamente aquí en Roma, en Nueva York, en Londres y en otros sitios.

Nuestras hermanas dan de comer a los hambrientos de esta ciudad. Hay personas que duermen por las calles. Quizá se sorprendan al ver a personas como ustedes que duermen arropados por cartones, temblando por el frío. ¡Esto sí que hace sufrir!». Tienen que tener un amor tierno, tienen que reconocer al pobre donde quiera que vivan.

En la India, es maravilloso ver a hindúes y musulmanes que se preocupan por los pobres. También aquí, al igual que en muchos lugares, la gente se hace más consciente de la necesidad de compartir la alegría de amar.
Pero, ¿dónde comienza este amor? En casa. No podemos dar lo que no tenemos.

Y yo rezo para que este amor pueda comenzar. La oración da un corazón transparente. Y un corazón transparente puede ver a Dios. Sólo podemos ver a Dios si hacemos algo por alguien. Tienen que saber quién es ese «alguien» y quién lo ha creado. A los pobres no les hace falta demasiado, lo que necesitan es ternura y amor.

* Una vez recogí a un hombre en un desagüe abierto en Calcuta. Había visto que algo se movía en el agua: al quitar la suciedad me di cuenta de que era un hombre. Lo lleve a nuestra casa para moribundos. Tenemos un lugar para personas en esta situación. En todos estos años hemos recogido por las calles de Calcuta a 45 mil personas como esta. De estas, 19 mil han muerto rodeadas de amor.

De modo que lleve a aquel hombre a nuestra casa. No blasfemó, no gritó. Su cuerpo estaba totalmente cubierto de gusanos. Lo único que dijo fue: «He vivido toda mi vida en las calles como un animal. Y ahora voy a morir como un ángel, amado y atendido». Después de tres o cuatro horas murió con la sonrisa en los labios. Esta es la grandeza de nuestra gente.

* Últimamente vienen muchos jóvenes a trabajar a Calcuta con los moribundos, con los leprosos, o en la casa para los niños. Un día llegó también una muchacha de la Universidad de París. En su rostro se podía ver una profunda preocupación. Pero después de algunas semanas de trabajo con los moribundos, dijo: «He encontrado a Jesús». «¿Dónde?», le pregunté. Ella me dijo: «Lo he encontrado en la casa de los moribundos». «Y, ¿qué has hecho?». «Me he confesado por primera vez después de quince años y he enviado un telegrama a mis padres porque he encontrado a Jesús». En sus países, en Europa, en América, no sé si la gente muere de hambre pero yo veo una pobreza todavía más difícil de extirpar: la soledad de quienes son marginados, la sensación de no sentirse deseado, amado, el verse abandonado. Insisto en que hay que ver, tocar y amar, pues, si no nos aman, no podemos amar.

* También hoy tenemos muchos sufrimientos, muchos problemas. Lo que yo he visto es increíble. Nuestra gente sufre todavía mucho. Nuestro deber es ayudarles a compartir con ellos la alegría de amar, pues amándoles amamos a Cristo. Y, cuando llegará el día en el que regresaremos a la casa de Dios, Cristo nos dirá: «Tenía hambre y me diste comer; estaba desnudo y me vestiste, no tenía casa y me diste un refugio». El hambre no es sólo de pan, el hambre es de amor.

* Un día estaba recorriendo las calles de Londres y vi a un hombre totalmente borracho. Tenía un aspecto triste y miserable. Me acerqué a él y le tome su mano -mi mano siempre está caliente-, la apreté y le pregunté: «¿Cómo está?». Me respondió: «!Ah!, ¡hace mucho tiempo que no sentía el calor de una mano humana!». Y su rostro se iluminó. Su cara era diferente. Lo único que quiero decir es que los pequeños detalles, hechos con gran amor, llevan a la alegría y a la paz.

* En Australia trabajábamos con los aborígenes. Nuestras hermanas van a visitar a las familias de estas personas que no tienen a nadie que les ayude. Lavan la ropa, les ayudan a limpiar, etc. Un día fui a la casa de un señor y le pregunté si podía limpiar su casa. Él respondió: «Yo estoy bien». Le dije: «Pero estará todavía mejor si me dejara limpiar». Pude ver que en la habitación había una gran lámpara llena de polvo. De modo que le dije: «Nunca enciende esa lámpara». «¿Para quién? -me respondió-, durante años enteros nadie ha venido a verme». «Y, si las hermanas vienen a verle, ¿encenderá la lámpara?», le pregunté. Me dijo que sí. Las hermanas comenzaron a visitarle. Me olvidé totalmente de aquel hombre y de su lámpara. Tres años más tarde, el señor me mandó a las hermanas con un mensaje: «Díganle a mi amiga que la lámpara que alumbró mi vida todavía está encendida». Ésta es la grandeza de nuestra gente. Si llegamos a conocerles, los amamos, y si los amamos realmente, amamos a Cristo. Ciertamente Jesús está allí. Él lo dijo: tiene que ser así. Y, por este motivo, Jesús se ha hecho pan de vida para satisfacer su hambre de nuestro amor humano.
De modo que ayudémonos mutuamente a llevar este amor de Cristo al mundo. El mundo es lo que espera de nosotros. Enséñenlo a los jóvenes. Ellos quieren hacer algo. Ayúdenles. Verán que seremos capaces de cambiar esta fase horrenda que atraviesa el mundo.