Treinta años de la Comisión Trilateral

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El más poderoso grupo de análisis e intervención política mundial. La Comisión Trilateral –una de las piezas de ese tablero multiforme– consolida la alianza entre el poder de las multinacionales, el de las finanzas y el de la política, gracias a una red de influencias cuyas ramificaciones se extienden a los principales sectores de la sociedad.

De esa forma retomaba las palabras del fundador, David Rockefeller: “A veces, las ideas presentadas por los informes de la Comisión Trilateral se convirtieron en políticas oficiales. Esas recomendaciones siempre fueron seriamente debatidas fuera de nuestro círculo y estuvieron presentes en las reflexiones de los gobiernos y en la formulación de sus decisiones”...

Por Olivier Boiral
Fuente: Le Monde diplomatique
Nº 18, noviembre 2003, edición Colombia

Democracia para 300 privilegiados. Para solaz de visiones conspirativas del acontecer histórico, este think tank creado por David Rockefeller en 1973 conjugó temores y necesidades de las industrias y bancas transnacionales, transformándolos en lineamientos políticos que luego son asumidos por Presidentes y altos funcionarios, a menudo miembros de ese club exclusivo que decide en buena medida el destino del mundo.

Por iniciativa de David Rockefeller, figura emblemática del capitalismo estadounidense, nacía hace treinta años –en julio de 1973– la Comisión Trilateral (CT). Cenáculo de la élite política y económica internacional, ese club exclusivo de altos dirigentes, aún muy activo, desató muchas controversias, sobre todo en sus comienzos (1). La CT se propuso desde entonces convertirse en un organismo privado de concertación y de orientación de la política internacional de los países de la tríada (Estados Unidos, Europa, Japón). Su carta fundadora resume: “Centrada en el análisis de los temas principales a que deben hacer frente Estados Unidos, Europa del Oeste y Japón, la Comisión se consagra a desarrollar propuestas prácticas para una acción conjunta. Los miembros de la Comisión reúnen más de 200 distinguidos ciudadanos provenientes de las tres regiones y comprometidos en diferentes áreas” (2).

La creación de esa organización poco transparente, donde se codean –a puertas cerradas y protegidos de cualquier intervención mediática– dirigentes de empresas multinacionales, banqueros, políticos, expertos en política internacional y hasta universitarios, coincide con un período de incertidumbre y de turbulencia en la política internacional. El manejo de la economía mundial parece escapar a las élites de los países ricos, las fuerzas de izquierda muestran un cierto poder, en particular en Europa, y la creciente interconexión entre los principales temas económicos llama a una cooperación más estrecha entre las grandes potencias. La Trilateral se impondrá rápidamente como uno de los principales instrumentos de esa concertación, preocupada a la vez por proteger los intereses de las multinacionales y por “iluminar” con sus análisis las decisiones de los dirigentes políticos (3).

Estudiar la realidad

A imagen de los reyes filósofos de la época de Platón, que contemplaban el mundo de las ideas para proyectar su sabiduría trascendental a la gestión de los asuntos terrestres, la élite reunida en el seno de esta institución muy poco democrática –y a la cual la democracia inquieta en cuanto comienzan a manifestarse sectores hasta entonces silenciosos– se dedicará a definir los criterios de una “buena gobernabilidad” internacional. Así introduce un ideal platónico de orden y de supervisión, garantizado por una clase privilegiada de tecnócratas que colocan su opinión de expertos y su experiencia por encima de las reivindicaciones profanas de los simples ciudadanos: “Un lugar protegido, la Ciudadela Trilateral, donde la techne es ley. Y apostados en lo alto, los centinelas velan, vigilan. El recurso a los expertos no es para nada un lujo, sino que permite poner a la sociedad frente al espejo. El mayor bienestar sólo llega a través de los mejores, que en sus alturas inspiradas producen criterios para transmitirlos a la base”, comenta Gilbert Larochelle (4).

Los temas que se debaten en el seno de esa oligarquía de la política internacional, cuyas reuniones anuales se desarrollan en diferentes ciudades de la Tríada, son tratados con una discreción tal, que ningún medio parece interesado o en condiciones de darlos a luz. De esas discusiones surgen informes anuales (The Trialogue) y documentos temáticos (Triangle Papers), realizados por equipos de expertos estadounidenses, europeos y japoneses, cuidadosamente seleccionados. Regularmente publicados desde hace unos treinta años, esos documentos públicos traducen la atención que presta la Trilateral a problemas mundiales que se supone trascienden las soberanías nacionales y requieren la intervención global de los países ricos: reforma de las instituciones internacionales, globalización de los mercados, medio ambiente, finanzas internacionales, liberalización de la economía, regionalización de los intercambios, relaciones Este-Oeste (al comienzo), endeudamiento de los países pobres, etcétera.

Esas intervenciones se articulan en torno a unas pocas ideas fundadoras, ampliamente repercutidas por las instancias políticas. La primera de esas ideas es la necesidad de un “nuevo orden internacional”. El marco nacional sería demasiado estrecho para tratar los grandes desafíos mundiales, cuya “complejidad” e “interdependencia” se reitera permanentemente. Semejante análisis justifica y legitima las actividades de la CT, que es a la vez observatorio privilegiado y capataz de esa nueva arquitectura internacional.

Así es que los atentados del 11 de septiembre brindaron una nueva ocasión para insistir –durante la reunión de Washington en abril 2002– en la necesidad de un “orden internacional” y de “una respuesta global”, proyectos en los cuales se invita a colaborar a los principales dirigentes del planeta, bajo la dirección de Estados Unidos. En esa reunión anual de la Trilateral estuvieron presentes Colin Powell (secretario de Estado), Donald Rumsfeld (secretario de Defensa), Richard Cheney (vicepresidente) y Alan Greenspan (presidente de la Reserva Federal) (5).

La segunda idea fundadora, que deriva de la primera, es el papel tutelar de los países de la tríada, en particular de Estados Unidos, en la reforma del sistema internacional. A los países ricos se les pide que unifiquen su posición y que aporten su esfuerzo a la tarea de promover la “estabilidad” del planeta gracias a la generalización del modelo económico dominante. Las democracias liberales son el “centro vital” de la economía, de las finanzas y de la tecnología. Los demás países deberán unirse a ese centro y aceptar el mando que el mismo se autoadjudicó. Sin embargo, el unilateralismo estadounidense parece haber afectado la cohesión de los países de la tríada. Sus disensiones se manifiestan en los debates de la CT. Así, en su discurso del 6 de abril de 2002, durante la reunión antes mencionada, Colin Powell defendió la posición estadounidense sobre los principales puntos de discordia con el resto del mundo: negativa a firmar los acuerdos de Kyoto, oposición a la creación de una Corte Penal Internacional, análisis del “eje del mal”, intervención estadounidense en Iraq, apoyo a la política israelí, etcétera.

La soberanía en cuestión

La hegemonía de las democracias liberales refuerza la fe en las virtudes de la globalización y de la liberalización de las economías que se expresa en el discurso de la CT. La mundialización financiera y el desarrollo de los intercambios internacionales estarían al servicio del progreso y del mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de las personas. Pero ello supone el cuestionamiento de las soberanías nacionales y la supresión de medidas proteccionistas. Ese credo neoliberal está a menudo en el centro de los debates.

Durante la reunión anual de 2003, en Seúl, se discutió principalmente el tema de la integración económica de los países de Asia del Sudeste y la participación de China en la dinámica de la globalización. Las reuniones de los dos años precedentes fueron la ocasión para el director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Mike Moore, de proclamar devotamente las virtudes del libre cambio. Luego de vilipendiar al movimiento anti-globalización, Moore llegó a declarar que era “imperativo recordar una vez más las pruebas contundentes que muestran que el comercio internacional refuerza el crecimiento económico” (6).

Las frases del director de la OMC contra los grupos que reclaman otro tipo de globalización –calificados de hippies– subrayan la tercera característica fundadora de la Trilateral: su aversión por los movimientos populares. Ese sentimiento ya había sido expresado en el célebre informe de la CT sobre la gobernabilidad de las democracias, redactado por Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki (7). Ya en 1975, ese texto denunciaba los “excesos de la democracia”, evidenciados –en opinión de los autores– por las manifestaciones de oposición que se sucedían en esa época. Esas manifestaciones, un poco como ocurre hoy en día, cuestionaban la política exterior de Estados Unidos (el papel de la CIA en el golpe de Estado de Chile, la guerra de Vietnam, etcétera.) y reclamaban el reconocimiento de nuevos derechos sociales. Por entonces el informe provocó numerosos comentarios indignados, que dirigían sus críticas contra la administración demócrata de James Carter, dado que el presidente estadounidense había sido miembro de la CT, como más tarde lo sería el presidente William Clinton (8).

Teoría para la acción

Desde comienzos de la década de 1980, la atención de la prensa por este tipo de instituciones parece haberse concentrado en reuniones menos cerradas y sobre todo más mediatizadas, como el foro de Davos. La importancia de los temas debatidos en el seno de la CT y el nivel de los participantes en las reuniones de los últimos años subrayan sin embargo su persistente influencia (9).

Lejos de ser un “viejo monstruo marino” que saldría a la superficie para felicidad de algunos adeptos al esoterismo y a las “teorías conspirativas”, la CT es una institución bien establecida, cuya discreción facilita la colusión entre responsables políticos y grandes empresas. “Espero verdaderamente que los puntos de vista formulados por esas personas experimentadas tengan una real influencia en la política internacional”, dijo un ex ministro canadiense que participó en varias deliberaciones de la CT. De esa forma retomaba las palabras del fundador, David Rockefeller: “A veces, las ideas presentadas por los informes de la Comisión Trilateral se convirtieron en políticas oficiales. Esas recomendaciones siempre fueron seriamente debatidas fuera de nuestro círculo y estuvieron presentes en las reflexiones de los gobiernos y en la formulación de sus decisiones” (10).

Así se dibuja la trama de un poder difuso, opaco, casi imposible de definir y situar, que establece sus vinculaciones a través de clubes cerrados y de reuniones internacionales de las cuales el foro de Davos es la expresión más ostentosa. En esos lugares de encuentro, de intercambio, de negociación, gravitan los mismos protagonistas, se elaboran los análisis y los acuerdos que a menudo preceden a las grandes decisiones. La Comisión Trilateral –una de las piezas de ese tablero multiforme– consolida la alianza entre el poder de las multinacionales, el de las finanzas y el de la política, gracias a una red de influencias cuyas ramificaciones se extienden a los principales sectores de la sociedad.


Notas

1. Le Monde diplomatique dedicó varios artículos a ese tema en la década de 1970. Ver particularmente Claude Julien, “Les sociétés libérales victimes d’elles-mêmes”, y Diana Johnstone, “Une stratégie trilatérale”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 1976 y noviembre de 1976, respectivamente.

2. El número de los “distinguidos ciudadanos” admitidos en el seno de la CT fue posteriormente ampliado, y hoy en día la organización comprende más de 300 miembros. Raymond Barre, Thierry de Montbrial y Denis Kessler participaron en sus deliberaciones. Thierry de Montbrial es también miembro del “Grupo Bilderberg”.

3. Sobre la red de ese tipo de “ejecutivos”, ver Geoffrey Guens, Tous pouvoirs confondus, EPO, Bruselas, 2003.

4. Gilbert Larochelle, L’imaginaire technocratique, Boréal, Montreal, 1990.

5. Los discursos de esos participantes, al igual que muchas otras informaciones y publicaciones de la CT, pueden consultarse en el sitio oficial de la misma Trilateral.

6. Mike Moore, The Multilateral Trading Regime Is a Force for Good: Defend It, Improve It, Reunión de la Comisión Trilateral del 11-3-01.

7. Michel Crozier, Samuel Huntington y Joji Watanuki, The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, New York University Press, 1975.

8. Zbigniew Brzezinski fue uno de los grandes arquitectos de esa organización, para luego convertirse en el principal consejero del presidente Carter en cuestiones de seguridad.

9. Se puede citar por ejemplo a William Clinton, Georges H. Bush, Henry Kissinger, George Soros, Valéry Giscard D’Estaing, Ernesto Zedillo, Madeleine Albright. A esos responsables políticos cabe agregar numerosos dirigentes en ejercicio de las empresas multinacionales Exxon-Mobil, General Electric, Daimler-Chrysler, Levi Strauss, Kodak, Xerox, ABB, Johnson & Johnson, Alcan, Power Corporation, etcétera.

10. David Rockefeller, Georges Berthoin y Takeshi Watanabe (1978), Prefacio a Task Force Reports: 9-14, New York University Press, 1978.


Lista completa de miembros de la comisión trilateral (septiembre de 2003)

El sistema financiero mundial y sus núcleos de poder: La Comisión Trilateral