Un océano bajo las arenas de África

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Mientras 330 millones de personas pasan sed hasta morir, las transnacionales preparan un nuevo asalto a los recurso de África

En la superficie, 330 millones de africanos con sed (el 40% de la población del continente). En el subsuelo, 660.000 kilómetros cúbicos de agua, 100 veces la cantidad superficial de todo el continente. El primer cálculo de los acuíferos —realizado por un equipo dirigido por Alan MacDonald, del British Geological Survey, y publicado en el Environmental Research Letters— y el reciente descubrimiento de una enorme bolsa de agua subterránea limpia en el norte de Namibia, han puesto sobre la mesa la paradoja y la esperanza. ¿Es viable explotar esos recursos? ¿Cómo hacerlo? ¿Hay que apostar por abrir pequeños pozos en los poblados?

Para medir el problema de la falta de agua, basta con visitar media África. La ausencia de grifos, frecuente en las zonas rurales y en los barrios de chabolas de las ciudades, es mucho más que eso. Significa tener que andar kilómetros cada día cargado con contenedores de plástico para buscarla. Significa caer enfermo si se bebe sin hervir. Significa condenar el futuro de las niñas y el presente de las mujeres, en las que recae esta tarea. Si la distancia a recorrer es larga, muchas niñas no tienen tiempo de ir a la escuela. Si son las madres las que han de ir a por agua, no acceden a otras actividades que puedan generar ingresos o pierden tiempo que podría dedicar a sus hijos o al hogar. Además, en algunos casos, esta excursión diaria en busca de agua las puede convertir en víctimas de violencia. “No podemos enviar a nuestras hijas al bosque a recoger leña o agua porque las pueden violar”, contaba hace unos meses Angelique Bahati, una profesora de 30 años en el poblado de Matanda, en la zona este de la República Democrática del Congo.

Naciones Unidas calcula que unos 2,2 millones de personas mueren cada año en los países empobrecidos debido a enfermedades relacionadas con la falta de agua potable y de una higiene y saneamientos adecuados. En los últimos 10 años, la diarrea, originada por beber agua en mal estado, ha matado a más niños que todas las personas que han muerto en todos los conflictos armados desde la Segunda Guerra Mundial, según destaca la Blue Planet Network. Ante este panorama, y vistos los datos reunidos por MacDonald, parece que la solución es fácil: abrir pozos.

El mapa del agua subterránea de África es toda una tentación. “En áreas donde los acuíferos están relativamente poco profundos (menos de 20 metros), se pueden construir pozos equipados con bombas de mano siempre que haya la suficiente inversión y tiempo para situar las prospecciones en las partes más productivas del acuífero”, explica MacDonald, “La mayoría del conocimiento está ahí, y en África hay cualificados hidrogeólogos que pueden supervisar el proceso”, añade.

En su respuesta se esbozan varios de los aspectos que preocupan a los expertos desde que se hizo público el estudio. Por ejemplo, el asunto de la financiación. “Imagina que hay el dinero. Pero depende de quién lo aporte y cómo se use”, afirma Alberto Fernández, responsable de Política de Aguas de WWF. “Si, por ejemplo, llegan chinos o árabes, que tienen dinero, y construyen pozos para grandes cultivos que luego se llevan y comercializan, no se soluciona nada”, afirma. “La explotación no puede ser con grandes extracciones para colocar aspersores de riego”, coincide MacDonald.

Los expertos, como la Fundación Rockefeller, que ha dedicado un comentario al descubrimiento, apuntan a un uso para pequeñas comunidades, con pozos casi caseros, que permitan el desarrollo local. La web SciDev, dedicada a la promoción del conocimiento científico fuera de los cauces más institucionales, es rotunda: “El agua de África debe de ser aprovechada por los africanos”, titula.

Pero este es solo un aspecto del problema. Porque hay otro relacionado, que es la sostenibilidad de la explotación de este recurso. “Hay que estudiar acuífero a acuífero. Porque el mapa está hecho a una escala que parece que todo es agua, pero no todos son iguales”, comenta Santiago Martín Barajas, de Ecologistas en Acción. “Hay que ir al detalle, ver si son renovables, si no son cautivos”, añade. Se refiere Martín a que gran parte de estas reservas, como una enorme que se percibe bajo el Sáhara, son “aguas fósiles”. “Llevan ahí millones de años, desde finales del Mioceno, pero no se renuevan”. “Su explotación sería algo nuevo, casi una minería del agua, como quien explota una veta de cobre”, indica Fernández. “Si se saca el agua, no va a volver a llenarse”.

Esto no es solo un problema de agua para hoy y sed para mañana. Hay otros riesgos, dice el ecologista. “Su explotación puede incluso llevar al colapso de algunas zonas. Ese agua mantiene, desde dentro, la humedad de la tierra que hay sobre ella; si se extrae esta puede secarse, e, igual que los lodos se agrietan bajo el Sol, todo el sistema puede caer”, añade.

MacDonald coincide. “En nuestro trabajo hemos medido las aportaciones a los acuíferos. En algunos su reposición está garantizada, en los del Sáhara las aportaciones son de menos de cinco milímetros al año, y no bastaría para mantenerlos”, afirma.

Por eso, el investigador afirma que “si se excavan pozos con bombas manuales, hay poco riesgo de que los acuíferos se sequen en la mayoría de las zonas más pobladas de África; si, en cambio, la gente se dedica a perforar pozos para extraer gran cantidad de agua para su uso en regadíos, hay riesgo de que se agoten, y esto hay que manejarlo con mucho cuidado”, insiste.

A esta prevención se añade otra: la relación que los acuíferos tienen con lagos, ríos, pantanos y humedales, indica Fernández. “La expectativa de su uso tiene dos factores: la posibilidad técnica y su sostenibilidad”, añade. España tiene una serie de buenos ejemplos de las consecuencias de una explotación abusiva de estos recursos, indica: “Está la desecación de Daimiel, que ahora se alimenta prácticamente solo de las precipitaciones. O los regadíos alrededor del Parque de Cazorla, que lo están secando”, apunta.

Parece negarle el agua al sediento. O, al menos, ponérsela difícil. Que se lo digan a Margaret Daniel, que emigró a Sudán del Sur desde el norte cuando el país obtuvo su independencia. “En el norte, teníamos nuestra casa con electricidad y agua corriente y los niños iban al colegio”. Ahora, tiene que dedicar parte de su tiempo a ir por agua.