Venezuela frente a su espejo

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Cualquiera que conozca mínimamente la realidad venezolana y que no la vea con lentes partidistas ni crematísticas, Zapatero por ejemplo, sabe que el resultado de las elecciones presidenciales del domingo es fruto de un guiso del gobierno. Algunos apostábamos a que el genuflexo poder electoral iba a regalarle un millón de votos más a Maduro y otros tantos a los candidatos de atrezo que el madurismo colocó para su tragicomedia.

Necesitaban legitimar la narcodictadura y demostrar al mundo que todavía cuenta, según ellos, con aprobación popular. Probablemente las imágenes de los colegios electorales vacíos que se regaron por medio mundo les hizo restar esos millones de votantes a última hora de la jornada. Qué más les da a las señoras rectoras del Consejo Electoral, acostumbradas como están no sólo al maquillaje sino a la reconstrucción total de datos, normativa y calendarios de votación.

Ingeniería social

A pesar de lo dicho, la escena más perturbadora de esta tragedia no ocurre en la sede del Consejo Electoral. Lo peor es la ingeniería social que se realiza con los hambrientos. Se ha condenado al 80% de la población a pasar hambre y luego se amenaza con quitarle hasta las migajas si no hace lo que el poder desea. Para esto sirven los distintos programas sociales y el llamado “carnet de la patria”: para tener censadas y controladas las masas famélicas que deben pasar por los puntos rojos que se sitúan al lado de los centros de votación para confirmar que votaron por el régimen y así garantizar la continuidad de su miserable subvención y una caja de alimentos cada mes y medio.

Este control orwelliano se perfeccionó a partir de la aplastante derrota que sufrió la dictadura en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015. Sabían que si volvían a perder otra consulta popular, se caían del pedestal. Desde entonces no han perdido ninguna, gracias sobre todo a la técnica del “ratón loco” proveniente de la satrapía nicaragüense y que consiste en conjugar la ya descrita coerción a los que dependen del Estado con la desunión de los opositores, para lo cual se activan tácticas como el llamado al diálogo (falso siempre), el sorprender al adversario con escenarios y problemas que dinamitan el consenso opositor (convocatoria inesperada de elecciones regionales y locales, por ejemplo) o la más pedestre de corromper a determinados dirigentes para que actúen de esquiroles.

La mitad de los censados se rebeló

Con todo y con eso, incluso dando por buenos los resultados oficiales de las elecciones del domingo (presupuesto negado), el régimen ha sufrido una derrota. El tener que reconocer que más de seis millones de venezolanos de los doce que tienen el carnet de la patria les ha hecho un sonoro corte de mangas al no sufragar a pesar de las llamadas amenazantes, a pesar del despliegue de medios de transporte que iban a buscar a los funcionarios y a los censados en los programas sociales a sus propias casas, a pesar de que no se oyó otro mensaje electoral más que el oficial… debe de haber sentado mal a la mafia cubano-venezolano-nigaragüense-boliviana.

Pero la vergüenza no es una virtud que acompañe a los morfinómanos del poder. Y la mesura menos. Por eso, el domingo en la tarima que colocaron delante del Palacio de Miraflores siguieron bailando sobre el cadáver de Venezuela y de sus hijos, como si fuesen bárbaros ahítos de sangre a la vuelta de una de sus mortíferas expediciones.

¿Por qué hemos llegado a esta situación?

Fundamentalmente por la mortífera combinación de petróleo y ejército que ha marcado la historia moderna de Venezuela. El petróleo permite la financiación-corrupción de cualquier proyecto y el ejército la llave para su activación. El poder en nuestro país siempre ha dependido de ellos, lamentablemente. Y ahora más que nunca. Venezuela tiene más generales que EE.UU. Esto forma parte de una estrategia implementada por Chávez: elevar al rango más elevado al mayor número posible de militares y dejarles que se corrompan hasta el extremo para controlarles con dossieres amenazantes. Se calcula que en Venezuela hay entre 20.000 y 50.000 castrenses cubanos, infiltrados en todos los cuarteles y estamentos. Son los oídos del régimen para frustrar cualquier intento golpista. Hasta ahora lo han conseguido.

Resulta muy difícil de entender que con una inflación próxima al 14.000%, que con un 80% de la población pasando hambre, con el mayor índice de asesinatos del mundo, con más de 4 millones de venezolanos obligados a huir del país, se pueda sostener un gobierno durante tanto tiempo como el de Maduro. La única explicación plausible es la suma de lo que hemos denominado ingeniería social con control mediático y fuerza bruta militar, además de los llamados “colectivos” que son civiles que persiguen violentamente a los que se oponen al gobierno. Todo esto equipara el chavismo-madurismo al fascismo.

La oposición

Este engendro fascistoide caribeño se ha consolidado también por la ceguera de la oposición partidista venezolana, posiblemente inducida por el propio poder. En los momentos de mayor debilidad del régimen, los partidos de oposición le han hecho el bypass de sobrevivencia fundamentalmente por no tener una estrategia y unas tácticas claras y unitarias para responder a los distintos retos en el corto, medio y largo plazo. Se han especializado en improvisar, en personalismo y divisionismo que ha desencantado a la inmensa mayoría de la población. Muchas otras instituciones venezolanas han mantenido posturas más coherentes, como la universidad o los periodistas independientes.

La Iglesia católica, a diferencia de las confesiones de origen protestante, será reconocida como la institución que con más firmeza, constancia y clarividencia se ha opuesto y se opone a la narcodictadura. Su único, y grave, error ha sido no formar una militancia cristiana que, como les dijo en 1964 don Tomás Malagón, era la única manera de evitar una “dictadura castrocomunista” en Venezuela.

Posibles escenarios postelectorales

Venezuela después de estas fallidas y falsarias elecciones se vuelve a encontrar ante su espejo. Vuelve a depender de los caprichos del oro negro y de las botas castrenses. Este macabro binomio va a determinar, como siempre, nuestro futuro. A partir de ellos, se abren estos posibles escenarios:

“Cubazuela”. Este es el proyecto del régimen madurista y para ello cuentan con todo el asesoramiento de los cubanos. Su victoria electoral les permite ahondar en el control de la población y la eliminación de la poca disidencia que queda para atornillarse en el poder y seguir beneficiándose de sus inmensas riquezas. Es posible que para ello se vean obligados a dar un giro en la economía para intentar enderezar la catastrófica situación. El régimen podría liberar el cambio de la moneda, privatizar PDVSA y hasta dolarizar la economía. Después de haber esquilmado la caja común, ya no les queda otra alternativa que vender los pocos activos que tenemos para evitar la caída libre en el abismo. Podríamos tener Cubazuela tanto tiempo como lleva el castrismo vampirizando la isla caribeña. Es posible que hasta cambien la Constitución para eliminar el voto directo y secreto imponiendo el sufragio indirecto (a través de las comunas) como en Cuba.
Continuar con el proyecto madurista implica aumentar la presión demográfica en América. Son cerca de 5 millones de venezolanos los que han huido de la debacle, la mayoría a países cercanos. Sólo en Colombia hay un millón de venezolanos exiliados. Además, Venezuela necesita la financiación china y rusa. Sin contar con el apoyo de Irán y sus conexiones con el extremismo islámico. ¿Permitirán EE.UU y sus aliados esta bomba a pocos kilómetros de su territorio?

Esto explica la preocupación de la gran mayoría de los gobiernos de América, especialmente del norteamericano, y de parte de la UE. Lo que está por ver es si la presión que están ejerciendo será suficiente para provocar una reacción interna que motive una transición más o menos monitoreada.

Otra posibilidad es el estallido social que precipite la reacción de las Fuerzas Armadas en la que hay un gran descontento en el estamento de la oficialidad media y la tropa. O directamente un golpe de Estado con apoyo externo norteamericano.

El Gobierno actual y sus instituciones seguirán bloqueando la vía democrática, y la Asamblea Nacional no tiene capacidad de maniobra frente al régimen. Lo previsible es que la oposición siga dividida y en huida. Los partidos de oposición son maquinarias sin militancia y se sostienen si tienen subvención. Por ello, volvemos a estar ante los peores escenarios: seguimos en las manos del vaivén de los precios del petróleo, la corrupción… y del ruido de sables. El pueblo no cuenta. Sólo pone los muertos.

Ante esta situación, no podemos claudicar, hemos de seguir sembrando la Venezuela del futuro, trabajemos por la creación desde debajo de la necesaria conciencia solidaria y construyamos estructuras de comunión, para que en el pueblo seamos protagonista de nuestra vida personal y colectiva.

Por Carlos Táchira