“El trabajo es la única fuerza
que tiene el hombre para acabar
con la injusticia”.
HESIODO, VIII a C.
En el último tercio del S.XX hubo tres acontecimientos determinantes para la marcha de la sociedad actual. La apertura de China al mercado global partir de 1978, promovido por Deng Xiaoping, las victorias electorales de Reagan y Thatcher (a finales de los 70´s principios 80’s) y el hundimiento del Imperio Soviético en 1991. Estos acontecimientos provocaron la mundialización del mercado y allanaron la expansión de las políticas del llamado Consenso de Washington por las cuales el capitalismo keynesiano y socialdemócrata fue barrido por el actual capitalismo neoliberal. Estos cambios significaron el fin de la civilización del trabajo de la sociedad industrial del siglo XX.
Desregulación, deslocalización, oligopolios, monopolios, esclavitud y descarte, es decir, una nueva división internacional del trabajo ha sido la carta de presentación de nuestra humanidad en los albores del siglo XXI.
En medio de este escenario, irrumpió el Covid-19 cuya repercusión planetaria es capaz de cambiar, o quizás acelerar, el rumbo de la historia. La pandemia parece habernos conducirnos de golpe hacia todo aquello que nos dijeron que sería la revolución 4.0. Nuevas tecnologías, nuevas formas organizacionales, nuevos modos de explotación, nuevos tipos de trabajo y nuevos mercados emergen para crear una nueva manera de acumular capital. El sistema capitalista, cuando una crisis golpea, tiene capacidad de reacción y tiende a ser restructurado.
¿Se encuentran en una encrucijada los planes científicos y tecnológicos de los grandes fondos de inversión, de los centros de poder tecnológico y político, al servicio de intereses privados? ¿Las élites aprovecharán la pandemia para aprobar políticas que profundicen aún más la desigualdad? ¿Seguirán apostando por la acumulación y apropiación de la riqueza común, imponiendo formas de vida totalitarias, desarrollando una política económica criminal?
TRABAJO Y DESCARTE (Ediciones Voz de los sin Voz) nos sitúa en un escenario donde el núcleo del sistema económico capitalista parece necesitar poco más del 20% de los trabajadores del mundo. El 80% restante serán trabajadores del precariado o descartados.
En esta terrible coyuntura, frente al mensaje planetario de descarte de los débiles, de supervivencia de los más aptos, ciudadanos o naciones, que va penetrando en nuestros hogares, estamos llamados a tomar conciencia de la interdependencia y reciprocidad sobre la que reposan nuestras vidas. El único horizonte de esperanza nos lo da contribuir a avanzar hacia un modelo de desarrollo en el cual la riqueza humana prevalezca sobre el materialismo que impregna la base ética de nuestra sociedad.
Para que la humanidad alcance este fin, el trabajo humano es un bien del que no podemos prescindir. El trabajo es y será la única fuente de riqueza. Y aquí debemos recordar que la tecnología también es trabajo compartido intergeneracional. Todos los medios de producción, desde los más primitivos hasta los más modernos, han estado elaborados gradualmente por el trabajo del hombre. Por el trabajo todos podemos disponer de lo necesario para vivir, ya sea lo necesario material o inmaterial y espiritual. Por el trabajo se forjan lazos de solidaridad. Los hombres del trabajo forman, aun sin pretenderlo, una comunidad de trabajadores. “Por el trabajo regeneremos al mundo”, afirmaba en 1870 el tipógrafo Rafael Farga Pellicer. Y el consejo Federal de los internacionalistas españoles declaraba, un año más tarde: “Queremos que sea el trabajo la base sobre la que descanse la sociedad”.
“Queremos que sea el trabajo la base sobre la que descanse la sociedad”.
Pero parece que esto que proclamaban los oprimidos de aquella época queda solapado hoy día con propuestas como la Renta Básica ofrecida como una “solución”, para algunos, ante la reconfiguración del capitalismo.
El problema es que depender de la “buena voluntad” del que ostenta el poder o del Estado, lleve la etiqueta política que lleve, es una manera sutil de sometimiento del pueblo. Este siempre se verá abocado a decidir entre “vivir de las rentas”, de las migajas (pan y circo), o preferir la dignidad, una dignidad que nos aboca siempre a asumir el compromiso del trabajo y del protagonismo político. Resignarnos a vivir de las rentas, y a vender la conciencia por el camino, no puede ser la única opción.
Antes de pensar en “rentas permanentes”, tomemos en consideración algunos temas importantes. En primer lugar, no estamos siquiera para todos los empleados en los tres ochos que reivindicaba el Primero de Mayo. En el mundo ya más de un 60% del empleo es informal, sin contratos laborales y sin las prestaciones obligadas, con esclavitud infantil, con jornadas que -para muchos- aun resultan extenuantes; con otras jornadas para otros que son absurdas. En segundo lugar, no podemos confundir sin más trabajo con empleo remunerado. El trabajo, ya lo hemos defendido en muchas ocasiones, no tiene sólo una dimensión económica y material. Y esto nos llama urgentemente a una restructuración de todo el sistema económico, que en lugar de sustentarse en la consecución y distribución PARA TODOS de los bienes de todo tipo que se consideran necesarios, se basa en la consecución del lucro y el control. Y en el terreno de las necesidades básicas que dignifiquen a todos los hombres desde el respeto a la naturaleza, hay no poco sino mucho trabajo por hacer. Y, en tercer lugar, por dejarlo aquí de momento, resulta tremendamente confuso que una prestación subsidiaria o solidaria que procede de la riqueza del trabajo, que sin duda será necesaria, deba tener la consideración sin más de “renta”.
Frente a un neocapitalismo que marca las tendencias del mercado y que ha demostrado capacidad secular de adaptación sigue teniendo plena vigencia hoy el grito de los proletarios empobrecidos que hicieron temblar al capitalismo en su periodo de afianzamiento: ¡ASOCIACION o MUERTE! Porque, no nos cabe ninguna duda, la fuerza del poder procede de haber debilitado los lazos solidarios que procedían de ser una comunidad de trabajo, una comunidad que tenía fuertes razones para trabajar al servicio del bien común.
Aunque estemos en un cambio tecnológico que transforma toda una época, no nos autoengañemos, “no son las tecnologías punta las causantes, ya que estas no hacen más que multiplicar las posibilidades de generación de riqueza, sino el ordenamiento político que entrega los frutos de la tecnología al capitalismo …. este neoliberalismo que nos quieren vender y que, como demuestran los hechos, es ASESINO”[1].
TRABAJO y DESCARTE, publicación de ediciones Voz de los sin Voz de la que próximamente se podrá dispone, quiere ser una herramienta para enfrentar el problema de una de las dimensiones constituyentes de nuestra existencia, la escasez del empleo, en un nuevo intento de mantener el poder concentrado al servicio de una minoría ejerciendo un control totalitario sobre la mayoría.
[1] Julián Gómez del Castillo. Militante cristiano.
Campaña de Lectura Social.
Suscríbete a las Ediciones Voz de los sin Voz por 12 euros (dos años)- 10 revistas