El verdadero poder (político) de Botín

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Lo dice de forma exquisita un veterano político socialista acostumbrado a transitar por las cañerías del Estado: “Botín cultivaba una relación positiva con el poder”. ¿Qué quiere decir esto?

Pues ni más ni menos que nunca el presidente del Banco Santander se apartó de una vieja máxima grabada a fuego en el frontispicio de la banca española: «El poder [político] no se cuestiona».

Esta tendencia a alejarse de la crítica política –al menos en público– tiene probablemente que ver con la propia idiosincrasia del sistema financiero español durante el franquismo y los años inmediatamente posteriores, a mitad de camino entre lo público y lo privado.

Las reuniones de los ‘siete grandes’ –aquellos aquelarres que montaba Alfonso Escámez escoltados por las Cariátides que blindan el Banco Central– eran, en realidad, encuentros institucionales del aparato del Estado –el sistema en el sentido más preciso del término–, y eso explica que nunca ningún banquero se haya mostrado alguna vez crítico con el poder. Aunque la economía se estuviera desangrando o el Gobierno de turno no diera una a derechas.

El propio Botín, como es conocido, dio en público su espaldarazo a la política económica de Zapatero cuando nadie daba un euro por ella. E incluso, recomendó al expresidente socialista que no disolviera el parlamento en 2011 pese a que la crisis económica había derivado, finalmente, en una crisis política. Botín, incluso, fue el primer banquero que confió en Aznar antes de llegar al poder en 1996, lo cual no era fácil en un tiempo en que casi nadie osaba toser a Felipe González, con quien sus relaciones han sido históricamente más frías. El banquero de González era Sánchez Asiaín.

El hecho de que Botín respaldara siempre al poder –el propio De Guindos lo agradeció ayer en público– no quiere decir, sin embargo, que el banquero cántabro fuera ajeno a lo que se cocía en la Moncloa. Al contrario. Antes de que el propio Zapatero llegara a la presidencia, Botín, como asegura el político socialista, ‘olisqueaba’ que algo podía cambiar, y por eso se reunió al menos dos veces en privado –una en Ferraz y otra en la sede del banco– con el aspirante a la Moncloa.

No fue un hecho aislado ni un movimiento fortuito. Otro Botín, su hermano Jaime, movió los hilos para que seis de los siete grandes bancos (sólo falló el Popular) financiaran una de las patronales que se estaban formando al principio de la Transición: cuatro millones de pesetas por barba. Sin contar la financiación que el Banco Santander ha dispensado a la mayoría de las fuerzas políticas, incluida alguna condonación al PSOE, como denunció en su día el Tribunal de Cuentas. El indulto a Alfredo Sáenz en el último consejo de ministros de Zapatero forma parte de esas buenas relaciones con el poder. No por razones ideológicas, sino simplemente por el puro pragmatismo que siempre ha guiado la conducta de Botín.

Y es que su interés por la política era más bien limitado. O instrumental, como se prefiera. Su campechanía le permitió siempre tener un trato personal muy cercano al poder político, también entre bambalinas. El Banco Santander, como otras grandes corporaciones del país, siempre –o casi siempre– ha logrado sus objetivos. Su extraordinaria expansión internacional, de hecho, tiene mucho que ver con la decisión del Gobierno Aznar de aprobar un sistema fiscal aplicado a las llamadas Entidades de Tenencia de Valores Extranjeros (ETVE) que eximía del pago de impuestos a los dividendos y ganancias obtenidas en el exterior, lo que le ofreció a la gran empresa española una enorme ventaja competitiva respecto de sus competidores europeos. En el Santander, como en otras grandes corporaciones, se debió brindar con cava pese a que eso erosionaba las bases imponibles del Impuesto de Sociedades.

La permeabilidad del poder político respecto del poder económico, sin embargo, hay que entenderla como un juego de contrapartidas. El primer Gobierno Aznar necesitaba crear núcleos duros en torno a las empresas públicas que iban a ser definitivamente privatizadas, y ahí el Banco Santander iba a jugar un papel determinante, como lo refleja una fotografía distribuida en 1997 por la agencia Efe en la que se podía ver a Rodríguez-Inciarte y Coscóstegui (Botín siempre ha huido de esos saraos) junto a los Blesa, Ybarra, Vilarasau, etc., el sanedrín del capitalismo patrio.

Un sanedrín construido en la mayoría de las ocasiones a partir de decisiones políticas. De hecho, el éxito del Santander está cimentado sobre bancos en quiebra (Banesto, Central o Hispano) cuya solvencia financiera y el proceso de fusiones y adquisiciones dependía del control del Banco de España, y cuya tutela política correspondía al poder político. No es de extrañar, por eso, que por el consejo del Santander hayan pasado los Luis Ángel Rojo, Isabel Tocino, Guillermo de la Dehesa, Abel Matutes o el propio Matías Rodríguez Inciarte, procedente de UCD.

Polémicas operaciones como la venta de Dragados a la ACS de Florentino Pérez por parte de Botín (ayudado por el ‘traidor’ Foncillas) forman parte de esa reorganización del capitalismo español que quería el primer Gobierno del PP, para lo cual era necesario banqueros con el arrojo del presidente del Santander, a quien siempre han espantado las carteras industriales.

Botín, sin embargo, y como es lógico, nunca despreció su revalorización, como sucedió en Airtel, donde el banco de Botín llegó a tener el 44% de los títulos. La vieja compañía de telefonía formaba parte del proceso de liberalización del mercado de las telecomunicaciones tutelado, como no, por el Gobierno. Y así es como buena parte de las compras que han hecho las compañías españolas en Latinoamérica procede, precisamente, de las plusvalías obtenidas en procesos de privatización –ahí está el caso de las autopistas nacionales– o de liberalización de sectores anteriormente controlados por el Estado. Y en eso, Botín era un maestro.

Botín, sin embargo, no se acercó sólo a la gran política. También a la pequeña. El dicharachero Miguel Ángel Revilla, expresidente de Cantabria, contó en una ocasión que el prior del santuario de la Bien Aparecida necesitaba 132.000 euros para arreglar la capilla. Revilla se lo dijo a Botín y en cinco minutos el problema estaba solucionado. Peccata minuta para un banquero de altos vuelos que supo aprovechar como nadie los años de expansión de la economía española.

Autor: Carlos Sánchez