Petróleo de sangre

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Sudán del Sur: el país más joven es también el más pobre. Durante 50 años combatió contra sus vecinos del norte. Ahora, el conflicto es civil. Potencias como EEUU y China luchan por el control de su petróleo.

El descubrimiento sorprendió a los habitantes de Rumbek, en la conflictiva región de Lakes.

Dentro de aquellos doce camiones de la ONU, en los que se supone que se trasladaba una carga humanitaria para los desplazados de la guerra, encontraron armamento pesado. Ariane Quentier, portavoz del organismo internacional, se apresuró a disculpar lo sucedido: “Hubo un error en el etiquetado -apuntó-. El armamento, en verdad, pertenecía a un batallón de soldados ghaneses. Nosotros sólo queríamos llevar comida para los necesitados”.

Aquellas explicaciones no convencieron a las autoridades de Sudán del Sur, el país más pobre del mundo que, paradójicamente, sostiene su frágil economía en sus yacimientos de petróleo. “Hay muchos recursos, pero la gente sigue viviendo en la miseria”, lamenta Norbert Peter, periodista y director de la radio Good News. El sudor de sus manos refleja nerviosismo. En Sudán del Sur, desempeñar este oficio y hablar de ciertos temas puede tener consecuencias fatales; pero el reportero se sacude los nervios y lanza otra denuncia: “Posiblemente, si no tuviésemos estos yacimientos, la gente viviría en paz desde hace mucho tiempo”.

La afirmación de Norbert remonta ese tiempo pasado hasta 1955, cuando los británicos abandonaron la colonia de Sudán. Desde entonces, se sucedieron los conflictos entre los musulmanes del norte y los animistas-cristianos del sur. En los primeros años -aunque no de forma oficial- los primeros esclavizaban a los segundos, más fuertes físicamente pero también más pobres y menos numerosos; después, el foco del conflicto se trasladó hacia los pozos de petróleo, muchos de ellos, en la actual frontera entre ambos países.

“Estados Unidos nos ayudó mucho en esta guerra -prosigue Norbert Peter, midiendo sus palabras para evitar problemas con las autoridades-. Nos dieron armas y apoyo. Seguramente esperaban que, al alcanzar la independencia, les concediésemos la explotación de los recursos petrolíferos”.

“Desde entonces, esa es la triste realidad que atraviesa nuestro país”, cuenta Mayen Majok Angelt, político y miembro del Movimiento de Liberación del Pueblo, partido que ostenta el poder en Sudán del Sur. “Restablecimos los contactos con Jartum (Sudán), pero a un precio muy elevado -explica Majok–. Exportamos el petróleo a través de sus oleoductos, pero pagamos casi la mitad del importe por barril para completar esta transacción. Queremos abrir nuevas vías a través de Kenia, pero la guerra y la inseguridad lo impiden”. Traducido en cifras, esto supone un descenso desde los 500.000 barriles diarios que se exportaban en 2010 a los 150.000 de hoy en día.

Los acuerdos de explotación, en manos de China

En los últimos años, la Unión Africana ha presionado a Salva Kiir y Riek Machar para que pongan fin a una guerra que desangra a un país demacrado por la pobreza y la miseria. Dichos encuentros se han producido hasta en siete ocasiones, pero los acuerdos firmados hoy se deshacen al día siguiente.

El último de ellos se produjo, el 1 de febrero, en Addis Abeba. La comunidad internacional, incluida La Moncloa, aplaudió el pacto: “El Gobierno espera que el acuerdo firmado entre las partes se aplique en su integridad y conduzca a un alto el fuego efectivo y a un inicio de negociaciones sustantivas para una solución definitiva”, rezaba el comunicado emitido por el Ejecutivo español.

Pero ese anhelo de una “solución definitiva” no tardó en evaporarse. El 11 de febrero, diez días más tarde de la firma del acuerdo, se recrudecieron los enfrentamientos en la ciudad de Bentiu, al norte del país. Aunque las primeras informaciones apuntaban al derribo de un avión oficial, el Gobierno aclaró que los rebeldes habían bombardeado varias estructuras gubernamentales del estado de Unity, donde están los yacimientos de petróleo más ricos.

‘EEUU exigía cambios políticos y el cumplimiento de derechos fundamentales. China no pedía nada’

“El futuro de Sudán del Sur es duro”, reconoce Mayen Majok Angelt, desolado. “Nuestros aliados empiezan a cansarse del conflicto y amenazan con cortarnos el suministro de armas –prosigue-. Sin embargo, los rebeldes tienen cada vez armas más potentes. El suceso de Bentiu lo pone de manifiesto. Es imposible saber de dónde sacan el armamento, aunque lo más fácil es analizar quién sale beneficiado de este conflicto”.

Las acusaciones de Mayen se dirigen hacia el Gobierno de Jartum: la comunidad internacional sospecha que Sudán estaría armando a los rebeldes para azuzar el conflicto y, así, fomentar la dependencia de sus oleoductos y los consiguientes beneficios que ello le aporta. Otros, los más osados, señalan a Estados Unidos como agitador de los enfrentamientos, en un intento de revertir a su favor los acuerdos de explotación del petróleo, ahora en manos de China.

“Y la ONU actúa como su brazo ejecutor -sentencia el periodista Norbert Peter-. Sólo de esa forma se puede entender el hallazgo, en Rumbek, de los doce camiones cargados de armas que atravesaban el país. El suceso es censurable por dos cuestiones: primero, por ocultar el armamento bajo el rótulo de ayuda humanitaria; segundo, por transgredir el principio de que la ONU sólo puede equiparse con armas de defensa y no de ataque, como las que había en aquellos vehículos. Sentimos que nos engañan y que juegan con nosotros”.

Autor: Gonzalo Araluce