«Tenemos que estar unidos en la defensa de la vida» D. Luis Argüello

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El secretario general de la CEE, el obispo Luis Argüello, se sentó tranquilamente con ECCLESIA para dialogar sobre los retos eclesiales, la vacuna anticovid, las diferentes leyes que el Gobierno de España lleva adelante. Sacamos un extracto de la entrevista.

¿Cuáles son los desafíos de la Iglesia durante el año 2021? La Covid nos ha marcado desde el mes de marzo pero seguro que este año hay más retos que destacar…

Yo identifico tres desafíos: obviamente, el primero es todo lo que tiene que ver con la pandemia y sus consecuencias; el segundo, la vida de la Iglesia; y por último, su relación con la sociedad y sus propios servicios.

La situación coyuntural de la pandemia tiene repercusiones sobre las otras dos grandes cuestiones de la vida de la Iglesia. Una es más hacia el interior, cómo poder vivir lo esencial marcado en dos aspectos: la iniciación cristiana y cómo vivir la comunión, lo que el Papa Francisco llama sinodalidad.

La otra gran cuestión es cómo la Iglesia se sitúa en medio de la sociedad, por una parte para realizar en ella su misión y por otra como una realidad con muchas presencias territoriales, asociadas, de tareas y servicios relacionados con el propio estado de bienestar, la educación, la sanidad, los servicios sociales. Cómo vivimos esta presencia con lo que significa la pandemia, teniendo además en cuenta que el momento en el que se encuentra la vida social y política española presenta también desafíos.

Precisamente nuestra vida social está marcada ahora mismo por la vacuna que tanto ansiamos…

—Ante el esfuerzo que se ha hecho para crear la vacuna podría surgir alguna preocupación porque siempre nos han dicho que para hacer una vacuna se necesitaba mucho tiempo. Ahora nos dicen que se necesita menos, pero los organismos que tienen la responsabilidad de decir que las vacunas son seguras lo han dicho, y la emergencia que vivimos es de tal magnitud que yo creo que sí que tenemos que aceptar esta propuesta de vacunarnos.

Luego está la otra cuestión, es cómo sumar esfuerzos para que la distribución de las vacunas sea lo más rápida y equitativa posible. Una vez más, es oportuno hacer un llamamiento a unir esfuerzos desde la iniciativa social, la iniciativa pública, sanitarios que estén jubilados pero que puedan colaborar en este campo, el Ejército, incluso la sanidad veterinaria, para que pudieran incorporarse a la campaña de vacunación.

Y además, otro aspecto importante y actual es que España debe colaborar para que países empobrecidos tengan acceso a las vacunas.

Este clima de colaboración y de trabajo por el bien común que en este momento tanto necesitamos, ¿no contrasta con los últimos meses del pasado año cuando se aprobaron algunas leyes sin el consenso social esperado?

Desde luego ha habido dos puntos de referencia este último año a la hora de valorar esta colaboración de la que hablábamos. En primer lugar, la Ley de Educación que es uno de los pilares del estado de bienestar y por otro lado, la Ley de Eutanasia.

Justo en el momento en el que más estamos apostando por el cuidado de la vida, con la vacunación de los ancianos, cuando en este tiempo de Navidad hemos recordado a tantos familiares que a causa de la pandemia han fallecido en soledad, familias que no han podido hacer su duelo… Hemos visto la importancia de cuidar la vida y de hacer del cuidado de la vida un pilar y fundamento de nuestra propia civilización que tiene en la dignidad de la persona los puntos de apoyo más importantes. Entonces, en estos momentos, cuando se escucha que no se quiere integrar a los hospitales privados en el proceso de vacunación o diferenciar la escuela pública y concertada… Contrasta.

Tendríamos que estar todos unidos en la defensa de la vida, trabajar por acabar con el sufrimiento y no con la vida del que sufre… Este momento puede ser el idóneo para colaborar a favor del bien común teniendo la dignidad de la persona como referente. Sería trabajar en ambos polos: la defensa del bien común y desde ahí sumar esfuerzos desde cualquiera que fuera nuestra posición.

Desde luego han sido dos leyes que han supuesto un descontento de una buena parte de la sociedad. ¿Han obtenido respuesta a la propuesta que la CEE presentó al Ministerio con respecto a la asignatura de Religión? De manera no oficial sí la han calificado como «novedosa».

No, respuesta oficial no ha habido. La novedad de esta propuesta es que sigue defendiendo la oportunidad de la enseñanza religiosa en la escuela como formación importante y además, dentro de un ámbito o área educativa que puede tener una programación común con todo lo que tiene que ver con el humanismo, los valores.

Después podría haber propuestas propias y otras en común para las diversas confesiones religiosas que además favorecería que en la propia escuela pudiera dialogarse. Algo muy importante, porque el diálogo no supone «meter en un armario» las certezas de cada uno, sino que cada uno las cultiva en su ámbito, con su referencia y convicciones religiosas y morales, pero que luego se comparte.

Esta propuesta lleva consigo el creer que es posible el encuentro sin renunciar a las perspectivas de fe y de moral que cada uno tiene. No obstante, en este punto y con la Ley aprobada, es muy difícil que nuestra propuesta salga adelante teniendo en cuenta que en el conjunto de la Ley ni siquiera se ha aceptado esta colaboración ni tampoco se ha aceptado a la concertada como parte del espacio público y presencia legítima para el bien común. No cabe duda de que hay que seguir estando presentes sin renunciar a lo que pueda ser una defensa de los padres, centros, familias y en lo que concierte a la asignatura de Religión.

—Hacía usted referencia antes a remar juntos. El Papa utilizó la expresión «hacer patria» hace unos meses ante el presidente Sánchez en su visita al Vaticano. ¿Con qué nos quedamos de ese encuentro?
—La verdad es que lo que le dijo el Papa tiene mucho interés. Él hizo ahí una escala: habló de país, habló de nación y habló de patria. Eso tiene mucho que ver con una de las claves de Francisco: su comprensión de pueblo. Luego, en Fratelli tutti, habla del riesgo de los populismos. Ya vemos lo que ha pasado en Estados Unidos, donde el populismo sale con toda fuerza. Pero el Papa reivindica la noción de pueblo. Esto es algo muy importante, porque en la jerga política, al igual que desapareció la noción de «bien común» y se sustituyó por «interés general», se ha sustituido la noción de «pueblo» por «gente». Hoy, «gente» no deja de ser un agregado de individuos, un agregado de diversidades, mientras que «pueblo» supone una conciencia de formar parte de un grupo social; no digamos nada de «nación», que supone que ese pueblo descubre su penetración histórica, descubre un pasado y una perspectiva de futuro; y no digamos «patria», que da a esa noción de pueblo ese otro componente mítico y místico del que habla Francisco en Fratelli tutti. No sé si somos capaces de ir al calado que esto tiene en un momento en que tanto la propuesta de la economía mundial como la propuesta de la cultura dominante ponen más el acento en lo que disgrega, en las diversidades, en propuestas multiculturales que hace falta ver cómo organizar la convivencia en una cultura al lado de otra, y de otra…

—Claro, es una novedad del cristianismo que pudimos experimentar, por ejemplo, el Día de la Epifanía.
—Así es. Acudieron a adorar al Niño tres personas que nos dice la tradición que eran de tres razas y tres culturas diferentes. Y sin embargo descubren en el Niño una propuesta de fundamento y de horizonte que integra las diversidades culturales, y una propuesta de cultura, en el sentido de cultivar naturalmente la naturaleza. Este es uno de los desafíos más grandes del actual momento social y político.

—El problema aparece cuando la propuesta eclesial es ignorada o silenciada… o cuando también nosotros entramos en combates que solo nos separan cada vez más.
—Hoy se habla mucho de combates culturales, de cómo tenemos que situarnos ante estas determinadas propuestas… Yo tengo la impresión de que, sin duda, hemos de decir la verdad, y hemos por tanto de situarnos ante lo que nos parezca que puedan ser injusticias o mentiras, pero si estamos todo el día más preocupados por el combate, se nos puede ir la vida sin hacer la propuesta. Porque lo gordo, incluso del «combate» (lo digo entre muchas comillas), pasa más por el testimonio de una propuesta —de vida, de relaciones, de sociedad, de pueblo, de patria— que se vive y se ofrece.
Esto, evidentemente, tiene dimensiones institucionales y dimensiones políticas, para las cuales seguramente la dimensión de militancia y, por lo tanto, de combate, son ineludibles. Pero yo creo que hay algo un poco más básico, que es la propuesta.
Vivimos en un tiempo en el que el protagonismo ha de ser de la gracia. La gracia tiene también que ver con lo gratuito. Y lo que domina hoy en la cultura es el protagonismo del poder, el poder hecho empoderamiento; empoderamiento a todos los niveles: de los sujetos, de los grupos, de las pequeñas identidades… Y el empoderamiento, como su propio nombre indica, al final pide pelea. Y yo creo que nosotros tenemos que ir con una novedad de gracia. Luego, esto, en medio de los líos en que estamos, y de los diversos intereses que la Iglesia también tiene en la propia vida social, en su presencia en el mundo de la educación, en la sanidad, en los medios de comunicación y demás, esto no es fácil, porque nosotros también demandamos poder. Pero el desafío gordo está en cómo podamos ser testimonio de la gracia. Esa gracia que ni el mercado ni desde luego las estrategias de poder del mundo tienen la capacidad de domesticar. Ese es el desafío más grande que veo… Precisamos ámbitos comunitarios donde sea posible cultivar esta vida de gracia, viviéndola en diálogo con la sociedad en la que estamos, no atrincherándonos.
El Papa le dijo a Sánchez: los políticos tenéis que ver cómo organizáis el país. País es una palabra fácilmente intercambiable hoy. No vale solo organizar el país, hace falta también ayudar a construir un pueblo y una experiencia de patria. Y eso no lo consigue la tecnocracia. Pero es que hay algo peor y es que la propia lógica dominante de la organización del país pide que haya poco pueblo y menos patria. Hay ahí una fuerte contradicción.

—Nosotros tenemos una propuesta de familia y a veces no la acabamos de comunicar bien. ¿Cómo se puede robustecer el proyecto familiar como Iglesia doméstica en la sociedad actual?

—Esta es una de las claves dentro del desafío evangelizador. Hay que ser testigos. La palabra testigo procede del griego mártir. Muchas veces los propios católicos —como no podría ser de otra manera— hacen elogio del martirio que se produce en otros lugares del mundo y sin embargo se nos escapa esta otra condición martirial del testimonio de ir a contracorriente en una sociedad como la nuestra. La Conferencia Episcopal, a través de la Subcomisión de Familia y Vida, está llevando a cabo una revitalización de la preparación al matrimonio y de acompañamiento en los primeros años de la pareja. Del mismo modo, se está trabajando sobre los pasos de la iniciación de la vida cristiana y el papel fundamental que juegan los padres respecto a sus hijos en la preparación para el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación… Porque una cosa está clara: no se puede vivir contracorriente estando solos. Hacen falta propuestas comunitarias, de familia de familias, donde esto pueda ser posible. Sabiendo que, más allá de lo heroico de vivir a contracorriente, tiene también un aspecto martirial.
Desde el próximo 19 de marzo hasta la Jornada de las Familias de 2022, se llevará a cabo la celebración del año «Familia Amoris Laetitia». Creo que es una buena ocasión para ahondar en la vocación al matrimonio.

—Ya en el Congreso Nacional de Laicos se recalcaba…
—Sí, porque la promoción laical, en el punto de cruce en el que nos encontramos con la sociedad, tiene para la Iglesia un orden prioritario. Este Pueblo santo de Dios, que está en medio del mundo, precisa de un acompañamiento de lo que en el ministerio ordenado se llama el buen pastor. Y aquí también la Pastoral Juvenil tiene un desafío muy grande. No solamente puede ser, como muchas veces decimos desde la propia Iglesia, una pastoral de entretenimiento de adolescentes y jóvenes. La Pastoral Juvenil tiene mucho que decir en todo lo relativo a la promoción vocacional.

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