Voz de los Sin Voz continúa promoviendo la Noviolencia y la comunión-solidaridad con los empobrecidos.

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Julián Gómez del Castillo, responsable de las edicciones en la introducción del libro ´TODOS LOS HOMBRES SON HERMANOS´, declara: ´Este libro es una joya. Parece que sucede siempre con los grandes hombres, y Gandhi lo fue, que todo el mundo habla de ellos y nadie les conocemos.´ Puedes solicitar este libro a esta editorial militante.La colaboración económica es tan sólo de 1,35 euros. Al final de este artículo puedes leer algunos textos de Gandhi incluidos.
La selección de textos de Gandhi que forman este libro ha conseguido, por ser respuesta a problemas candentes de nuestra realidad, una vivacidad apasionante, la que da siempre la vida. Van pasando ante nuestros ojos texto: frente al paro, la sexualidad, la violencia, el nacionalismo, el internacionalisrno, la explotación, etc., )y todos vivos, es decir, respuestas vivas frente a problemas vivos, sin politiquería ninguna, sin complejo como las posturas «progresistas» que, ante temas como la sexualidad o la fidelidad, despachan la cuestión con un anatema irracional. Gandhi dialoga y lo hace con firmeza, sin concesiones, quizás porque no esperaba venderse a las urna ni a nada ni nadie.

Su amor a la verdad, que identificaba con Dios, era el sólido pilar sobre el que afirmó su vida. Hoy, cuando se educa a jóvenes de la izquierda y la derecha en el insulto a los demás, como retejan las pintadas de las paredes madrileñas, es un deber de salud social divulgar el pensamiento de estos hombres que dieron la vida para que eso no sucediera, pero sucede y , por eso mismo, esta edición está en la calle.

Julián Gómez del Castillo
Responsable de Ediciones “Voz de los sin Voz”


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La colaboración económica del libro es 1,35 euros


 

A continuación recogemos algunos pensamientos del capítulo:

El ahimsa o el camino de la noviolencia

Mohandas Gandhi

TODOS LOS HOMBRES SON HERMANOS

Editado por Voz de los Sin Voz

Una serie de experiencias a lo largo de los treinta últimos años (de ellos, los ocho primeros en África del Sur) me ha confirmado que el porvenir de la India y del mundo depende de la adopción de la noviolencia. Es el medio más inofensivo y el más eficaz para hacer valer los derechos políticos y económicos de todas la gente que se encuentra oprimida y explotada. La noviolencia no es una virtud monacal destinada a procurar la paz interior, sino una regla de conducta necesaria para vivir en sociedad, que asegura el respeto a la dignidad humana y permite que progrese la causa de la paz, según los anhelos más fervientes de la humanidad. La primera exigencia de noviolencia consiste en respetar la justicia alrededor de nosotros y en todos los terrenos. No se puede ser noviolento de verdad y permanecer pasivo ante las injusticias sociales.

La noviolencia no consiste en “abstenerse de todo combate real contra la maldad”, por el contrario, veo en la noviolencia una forma de lucha más enérgica y más auténtica que la simple ley del talión, que acaba multiplicando por dos la maldad. Contra todo lo que es inmoral, pienso recurrir a armas morales y espirituales. No deseo embotar el filo del arma que me presenta el tirano, utilizando un tajo más cortante todavía que el suyo; procuraré apagar la mecha del conflicto sin ofrecer ninguna resistencia de orden físico. Mi adversario tiene que quedar sujeto por la fuerza del alma. Al principio quedará desconcertado; luego tendrá que admitir que estar resistencia espiritual es invencible. Si se pone de acuerdo, en vez de sentirse humillada, saldrá de ese combate más noble que antes. Podría objetarse que es una solución ideal. Estoy totalmente de acuerdo.

La noviolencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el ser humano. La destrucción no corresponde ni mucho menos a la ley de los Hombres. Vivir libre es estar dispuesto a morir, es preciso a manos del prójimo, pero nunca a darle la muerte. Sea cual fuere el motivo, todo homicidio y todo atentado contra la persona es un crimen contra la humanidad.

Ninguna institución puede hacer obligatoria la noviolencia, como tampoco es posible consignar los principios de la verdad en una constitución escrita. Nos toca a cada una de nosotras adoptarlas con toda libertad. Lo mismo que los vestidos, tienen que venirnos a medida, si no queremos caer en contradicciones sin fin.

La humanidad no puede librarse de la violencia más que por medio de la noviolencia.

La resistencia pasiva es un método que permite defender todo derecho que se encuentre amenazado, haciendo caer sobre sí mismo los sufrimientos que se pueden derivar. Pasa lo contrario con la resistencia armada. Cuando me niego a hacer una cosa que me repugna a mi conciencia apelo a las fuerzas del alma. Supongamos que el gobierno implanta una ley que me toca en algunos de mis intereses. Si recurro a la violencia para hacer abrogar la ley, empleo lo que puede llamarse la fuerza del cuerpo. Por el contrario, si no obedezco la ley a costa de incurrir en las sanciones previstas, utilizo la fuerza del alma; y esto supone un sacrificio para mi mismo. La desobediencia, para que sea civil, tiene que ser sincera, respetuosa, mesurada y exenta de todo recelo. Tiene que apoyarse en principios muy sólidos, no verse nunca sometida a caprichos y sobre todo, no dejar que la dicte nunca el odio o el rencor.

Todo el mundo admite que sacrificarse a sí mismo es infinitamente más noble que sacrificar a los demás. Cuando se utiliza esta fuerza para luchar contra la injusticia tiene la ventaja de no hacer sufrir más que a aquel que la emplea. Si entretanto se comete algún error, los otros no tienen porque padecerlo. Desde siempre las personas han emprendido cosas que luego se han visto que eran errores. Nadie puede asegurar con certeza que está en su derecho y que todo los demás es falso por ir en contra de su opinión. Por el contrario, es indispensable que uno se abstenga de hacer lo que considera injusto, sea cuales fueren las consecuencias; este primer paso es la llave que permite utilizar la fuerza del alma.

El adepto de la ahimsa no puede hacer suya la fórmula utilitaria según la cual el mayor bien es lo que más conviene a la mayoría. Dispuesto a sacrificar la vida por su ideal, luchara para que todos y todas sin excepción, puedan conocer el bien más elevado. En caso necesario, deberá aceptar el sacrificio de su vida por salvar las de los demás. Si todas las personas pueden gozar de los derechos más importantes, se sigue que allí está también incluida la mayoría y, es este sentido, hasta cierto punto, los defensores de esta forma utilitaria están junto a los noviolentos; pero pronto se separarán los caminos y se dirigirán en sentidos opuestos. En efecto, sólo el noviolento estará dispuesto a sacrificarse; los seguidores de la moral utilitaria no tienen ninguna razón para hacerlo.

La resistencia pasiva es una espada de múltiples virtudes. Se la puede utilizar de diferentes maneras. Atrae las bendiciones sobre aquel que las usa y sobre aquel contra quien se emplea. Sin derramar una sola gota de sangre, obtiene resultados extraordinarios. Es una arma que nunca se oxida y que no se puede robar. En este mundo no se ha hecho nada que no se deba a la acción. Rechazo la expresión “resistencia pasiva”, porque, no traduce por completo la realidad y podría verse en ella el arma de los débiles. A mi juicio la noviolencia no tiene nada de pasivo. Por el contrario, es la fuerza más activa de mundo… Es la ley suprema. No he encontrado ninguna situación que me haya desconcertado por completo en términos de noviolencia. Siempre he llegado a tiempo algún remedio.

El fin y los medios son términos convertibles entre sí.

Se oye decir: “Los medios, después de todo, no son más que medios”. Yo diría más bien: “En definitiva, todo reside en los medios”. El fin vale lo que valen los medios. No hay tabique alguno entre esas dos categorías. De hecho, el Creador no nos permite intervenir más que en la elección de los medios. Sólo él decide del fin. Y solamente el análisis de los medios es lo que permite decir si se ha alcanzado el éxito en la consecución del fin.

Vuestra mayor equivocación es la de creer que no hay ninguna relación entre el fin y los medios. Esa equivocación ha hecho cometer crímenes innumerables a personas que eran consideradas como religiosas. Es como si pretendieseis que de una mala hierba puede brotar una rosa. Según una máxima digna de consideración “el discípulo toma como modelo al Dios que adora”. Se ha trastocado el sentido de estas palabras y se ha caído en el error. Los medios son como la semilla y el fin como el árbol. Entre el fin y los medios hay una relación tan ineludible como entre el árbol y la semilla. Se recoge exactamente lo que se siembra.

No admito el más mínimo recurso a la violencia para alcanzar el éxito… A pesar de toda mi simpatía y de toda mi admiración por la nobleza de ciertas causas, estoy completamente en contra de que se las defienda por métodos violentos. Por consiguiente no puede haber ningún acuerdo posible entre la escuela de la violencia y mis concepciones. Sin embargo, mi fe en la noviolencia no solo no me prohibe, sino que incluso puede imponerme que me asocie con los anarquistas y con todos los que son partidarios de la violencia. Pero cuando camino a su lado, es sólo para hacerles reflexionar a lo que me parece que es su error. Pues la experiencia me ha demostrado que un bien duradero no puede venir jamás de la mentira o de la violencia. Si, al fomentar estas ideas corro el peligro de caer en un ingenua ilusión, es preciso reconocer de que se trata de una ilusión fascinante.

Sólo el amor es capaz de vencer al odio

La noviolencia no consiste en amar a los que nos aman. La noviolencia comienza a partir del instante en que amamos a los que nos odian. Conozco perfectamente las dificultades de ese gran mandamiento del amor. ¿Pero no pasa lo mismo con todas las cosas grandes y buenas?. Lo más difícil de todo es amar a los enemigos. Pero, si queremos realmente llegar a ello, la gracia de Dios vendrá a ayudarnos a superar los obstáculos más temibles. Nuestro mundo no reposa en una estructura social noviolenta. Por doquier se ve a hombres defender sus posesiones empleando medios de naturaleza coercitiva; pero sin ellos, solamente hubieran podido vivir los individuos más feroces Afortunadamente, también existen vínculos de amor, como puede comprobarse en las familias e incluso en las comunidades que se llaman naciones. Lo que pasa es que no se reconoce la supremacía de la noviolencia.

He procurado que tenga nuevamente en mi país la antigua ley del sacrificio en sí mismo, pues el Satyagräha y sus dos prolongaciones, la no-colaboración y la resistencia civil, no son más que palabras nuevas para traducir las ideas de sufrimiento y de renuncia: los rishis, que descubrieron la noviolencia en medio de la violencia, fueron genios superiores a Newton. Eran incluso mayores guerreros que Wellington. Tras aprender a servirse de las armas, comprendieron que era inútil recurrir a ellas y supieron enseñar a unos hombres ahítos de violencia que la salvación del mundo sólo podía venir de la noviolencia. Jesucristo, Daniel, Sócrates, están entre los representantes más auténticos de esta resistencia pasiva que procede de la fuerza del alma. Todos estos maestros consideran el cuerpo como algo despreciable en comparación con el alma. Entre los modernos, Tolstoi es el teórico mejor y más brillante de esta doctrina; pero no se contentó con exponer sus principios, sino que acomodó a ellos su vida de cada día. En la India, la doctrina ha sido elaborada y practicada mucho tiempo antes de que tuviera éxito en Europa. Es fácil ver como la fuerza espiritual es infinitamente superior a la fuerza física. Si se recurre a la fuerza del alma para reparar las injusticias, se evitarán muchos males actuales.

Sin ningún temor, Buda, emprendió la lucha contra sus enemigos y logró que capitulara un clero arrogante. Cristo echó del templo a los mercaderes y maldijo a los hipócritas y fariseos. Aquellos dos grandes maestros eran partidarios de una acción directa y enérgica. Pero, al mismo tiempo, mostraron una bondad y amor indiscutibles en cada uno de sus actos. No habrían levantado un solo dedo contra sus enemigos, prefiriendo mil veces morir antes que traicionar la verdad que vinieron a transmitir. Buda habría muerto luchando contra los sacerdotes si la grandeza de su amor no se hubiera revelado igual a sus esfuerzos por reformar al clero. Cristo murió en la cruz, coronado de espinas, desafiando el poder de todo un imperio. Si yo, a mi vez, opongo una resistencia de naturaleza noviolenta, no hago más que seguir las huellas de esos grandes maestros.

En la persona de Thoreau los americanos me dieron un maestro. Su ensayo sobre El deber de la desobediencia civil me proporcionó una confirmación científica de las razones de mi acción en África del Sur. La Gran Bretaña me dio a Ruskin. En un solo día su libro Unto this last hizo del abogado y ciudadano que era yo un campesino, cuya finca se encontraba a cinco kilómetros de la estación más cercana. Con Tolstoi, Rusia me dio un maestro capaz de fundamentar racionalmente mi noviolencia empírica; Tolstoi dio su bendición al movimiento que yo había creado en África del Sur, cuando el intento todavía estaba en pañales y apenas hacía adivinar sus admirables posibilidades; fue él el que profetizó en una carta que me dirigió por entonces que mi acción llevaría un mensaje de esperanza a los pueblos oprimidos. De este modo, se puede comprobar que mi misión no se nutre de ninguna hostilidad hacia la Gran Bretaña o contra Occidente. Después de haber impregnado del mensaje de Unto this last, no se me podía acusar de aprobar unas doctrinas que, como el fascismo o el nazismo intentan suprimir la libertad individual.

En la vida es imposible evitar toda violencia

Estoy en contra de la violencia porque sus aparentes ventajas, a veces impresionantes, no son más que temporales, mientras el mal que ocasiona deja sus huellas para siempre. Aunque se matase a todos los ingleses sin excepción, la India no sacaría de ello el menor provecho. No será la matanza de todos los ingleses lo que librará de la miseria a millones de personas. La responsabilidad de nuestra situación actual nos incumbe mucho más que a los propios ingleses. Ellos no podrían hacernos el menor mal si en nosotras fuera todo lo bueno. De ahí mi insistencia en que nos reformemos interiormente a nosotras mismas.

Puede ser que en algunas circunstancias, sea un deber suprimir una vida. Por ejemplo, hemos de aceptar esta necesidad si queremos alimentarnos; aunque sólo nos alimentemos de legumbres; hay que destruir al menos cierta forma de vida. Por razones sanitarias se matan los mosquitos con los insecticidas etc. Al obrar así, no se nos ocurre sentirnos culpables ante la religión… Se mata también a las fieras carnívoras que quieren atacar al hombre… A veces uno puede verse obligado a matar a un hombre: pensad en el caso de un loco furioso que, armado con una espada, matase a todos los que encuentra en su camino; tendríamos que capturarlo vivo o muerto. Y el que acabase con ese energúmeno sería un benemérito de la comunidad, que tendría que agradecerle aquel servicio.

Por otro lado he advertido que, en más de una circunstancia, se siente repugnancia instintiva a matar un ser vivo. Por ejemplo se ha propuesto encerrar a los perros rabiosos y hacerles morir lentamente. Pero esa sugerencia es incompatible con mi manera de pensar. Nunca podré soportar un sólo instante ver un animal padecer martirio y sufrir a fuego lento, sin proporcionarle ninguna ayuda. Si en un caso análogo no mato a un ser humano, es porque pongo todas mis esperanzas en algún remedio. Pero sino tengo el remedio adecuado para cuidar de un animal creo que tengo la obligación de matarlo. Si mi hijo se pusiera rabioso y no tuviera ningún medio para aliviar sus sufrimientos, juzgaría que tengo la obligación de poner fin a su vida. El fatalismo tiene sus límites. Sólo podemos ponernos a en manos del destino después de habernos ayudado a nosotros mismos del mejor modo posible. Para ayudar a un niño que agoniza en medio de sufrimientos, puede ser que el único remedio que quede sea el de acabar con su vida.

La tolerancia es inherente a la ahimsä. No somos más que unas pobres personas mortales, expuestas las contradicciones de la violencia. El dicho de que la vida alimenta a la vida, posee un profundo significado. El ser humano no puede vivir un sólo instante sin cometer, consciente o inconscientemente, violencia física. El hecho de comer, de vivir, de caminar, lleva consigo necesariamente la destrucción de ciertas formas de vida, por muy pequeñas que sean. Pero de esto no se sigue que el noviolento deje de ser fiel a sus principios, si todos sus actos están dictados por la compasión, si protege en cuanto puede a todo lo que vive, si respeta incluso a las criaturas más insignificantes y si, de esta manera, se libra del engranaje fatal de la violencia. Su abnegación y su compasión no cesarán de crecer, pero nunca podrá ser puro de toda violencia exterior. Pero entonces se plantea una cuestión: ¿Cual es el límite que no se puede franquear?. La respuesta no puede ser la misma para todas las personas, pues si el principio sigue siendo el mismo, cada uno lo aplica de diferente manera. Lo que para unos es alimentos para otros es veneno. Para mí es un pecado comer carne. Pero otros, habituados a comerla, no ven en ello nada malo; sería más bien una falta renunciar a ella por imitarme. El bien y el mal son términos relativos. Lo que es bueno en ciertas condiciones puede convertirse en malo en otras circunstancias.

Como la ahimsa descansa en la unidad de todo lo que vive, es lógico que el error de uno solo tienen que afectar a todo lo demás, por lo que nadie puede ufanarse de estar libre de toda violencia. Mientras el ser humano viva en sociedad, necesariamente tiene que ser cómplice de ciertas formas de violencia. Cuando dos naciones se entregan a la guerra, el deber del noviolento es hacer lo posible para que el conflicto acabe. El que no se sienta dispuesto a asumir esta tarea, el que nada pueda hacer contra la guerra, puede verse arrastrado a tomar parte en ella, y sin embargo, desear con todo su corazón verse libre, lo mismo que su país y el mundo entero, de esa lucha.

No hago ninguna distinción entre combatientes y no combatientes. El que se pone al servicio de una banda de criminales es tan culpable como ellos, aunque se contente con servirles de recadero, de espía o de enfermero. Del mismo modo, aunque un se limitarse a curar a los heridos durante la batalla, no estaría absuelto de toda falta. Hay que odiar el pecado, no al pecador.

Prefiero un violento a un cobarde

Preferiría mil veces correr el peligro de recurrir a la violencia antes de ver cómo castran a una raza. Mi noviolencia no admite que se huya ante el peligro, dejando los bienes sin ninguna protección. No tengo más remedio que preferir la violencia a la actitud de los que huyen por cobardía. Aunque no tenga fuerza física, es vergonzoso huir; el deber exige que se resista y se muera cada uno en su puesto. Esto sería una actitud noviolenta y animosa. Por el contrario habría coraje, pero faltaría la noviolencia si uno emplease la poca fuerza que tiene en combatir y aniquilar al adversario, con riesgo de su vida. La cobardía está en huir ante el peligro. En el primer caso es menester que uno tenga amor o caridad; en los demás casos, sólo tiene uno odio, miedo o recelo.

Lo mismo que hay que aprender a matar para practicar el arte de la violencia, también hay que aprender a morir para entrenarse en la noviolencia. La violencia no nos libra del miedo, sino que procura combatir las causas del miedo. Por el contrario la noviolencia está libre de todo miedo. El noviolento tiene que prepararse a los sacrificios más exigentes para superar el miedo. No se pregunta si va a perder su casa, su fortuna o su vida. Hasta que no supere toda aprensión, no podrá practicar el ahimsâ en toda su perfección. Por consiguiente según se entrene uno en la violencia o en la noviolencia, tendrá que apelar a técnicas diametralmente opuestas.

La noviolencia y cobardía se excluyen entre sí. Me imagino fácilmente a una persona armada hasta los dientes, pero sin nada de valentía. El hecho de poseer un arma supone cierto miedo., por no decir cierta cobardía. Si no hay auténtica intrepidez, tampoco hay verdadera noviolencia. Hay que rechazar por completo toda cobardía y hasta la más pequeña debilidad. No es posible esperar que un cobarde se convierta en noviolento; pero si cabe de esperar esto de un violento. Por eso, nunca lo repetiré bastante, sin no sabemos defender nosotras mismas nuestras esposas y nuestros templos recurriendo a la fuerza que brota de la renuncia, esto es, si no somos capaces de la noviolencia, debemos por lo menos, si somos personas, atrevernos a emprender la lucha para defendernos.

Dado que la doctrina de la violencia ejerce un atractivo sobre la mayor parte de las personas y que el éxito de la no-colaboración depende en gran parte de la ausencia de toda violencia, le doy mucha importancia a dar a conocer mis ideas con toda la claridad posible, tanto más cuanto que afectan a la conducta de un gran número de personas. No tengo ningún reparo en decir que, cuando sólo es posible la cobardía y la violencia, hay que decidirse por la solución violenta. Por esa razón les recomiendo el entrenamiento militar a lo que no creen más que en la violencia. Preferiría ver como la India defendiese su honor por la fuerza de las armas antes que ver cómo contempla cobardemente, sin defenderse, su propia derrota. Pero creo sobre todo que la noviolencia es infinitamente superior a la violencia y que la clemencia es mucho más noble que el castigo. Pero la ausencia de violencia no significa clemencia, más que cuando existe la posibilidad de castigar. Por el contrario se encuentra despojada de todo significado cuando no hay medio de replicar. A nadie se le ocurriría replicar que el ratón es clemente cuando se deja comer por el gato.

En este siglo lleno de sorprendentes inventos, nadie puede decir ya que una cosa o una idea carezca de valor por el hecho de ser nueva. Afirmar de una empresa que se trata de algo imposible, por el hecho de ser difícil, sería obrar contra el espíritu de nuestra época. Todos los días vemos realizarse cosas que no podían imaginarse el día anterior. Lo imposible no deja de ceder terreno a lo posible. En el terreno de la violencia, los más recientes descubrimientos son especialmente asombrosos. Pero estoy seguro que todavía se realizarán descubrimientos más maravillosos en el campo de la noviolencia.