FMI: No funciona pero insisten

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El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe titulado Estabilización y reforma en América Latina en el que, entre otras cosas, señala el aumento espectacular de la pobreza en aquella región durante la última década.

Juan Torres López.
Revista Autogestión
nº59, junio de 2005

El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe titulado Estabilización y reforma en América Latina en el que, entre otras cosas, señala el aumento espectacular de la pobreza en aquella región durante la última década.

El Fondo confirma otros estudios similares e indica que ahora hay 14 millones de pobres más que hace diez años, alcanzándose un total de 214, diez menos que los que registra la CEPAL en otro reciente informe.

Eso significa que casi un 45% de la población de América Latina está en situación de pobreza. Una situación que afecta especialmente a los niños y jóvenes. Más de la tercera parte de los pobres en América Latina y el Caribe son niños y niñas menores de 15 años, y casi el 60% de todos los niños y niñas son pobres.

Las Naciones Unidas establecieron hace pocos años unos Objetivos del Milenio que se podían considerar como realistas pero que, al paso que muestran estas últimas cifras, casi será imposible que puedan conseguirse en América Latina (como en otras zonas del mundo).

Lo que resulta paradójico es que el Fondo Monetario Internacional reconoce en este informe que «no existe vínculo entre las políticas de reforma y la dIsminución de la pobreza».

Digo que es paradójico porque esas políticas se han aplicado por inspiración, o más bien podríamos decir que por imposición del Fondo.

Como dijo en alguna ocasión el ministro argentino Lavagna, los errores del FMI se traducen once años después en estudios que los reconocen pero mientras tanto los individuos y las naciones los pagan sin remedio. Lo decía cuando el Fondo reconoció en un informe de la Oficina de Evaluación Independiente de la entidad que había cometido «el error de respaldar durante demasiado tiempo políticas inadecuadas» en Argentina que luego condujeron a la crisis de 2001.

Una vez más, el Fondo ha sido responsable de un desastre social aplicando políticas que no tienen más fundamento que favorecer a las clases adineradas y a las grandes empresas. Y, a veces, ni siquiera a ellas porque se aplican con torpeza, como una mera expresión del papanatismo económico de sus burócratas que las convierte en materialmente inútiles en todos sus aspectos.

Empecinado solamente en controlar los costes salariales y los precios y en favorecer a las empresas exteriores más potentes, el Fondo ha impuesto políticas que han logrado combatir la inflación pero a un coste extraordinario, en lo económico y en lo social. Hoy día se calcula que más de la población empleada en la zona lo hace en puestos de trabajo informales, con salarios paupérrimos y en miserables condiciones humanas y laborales como consecuencia de la política de flexibilización impuesta por el Fondo.

Este se ha despreocupado de la generación de ingreso y de su distribución o, mejor dicho, sólo ha mostrado una preocupación falsa por cuanto es elementalmente contradictoria con las medidas que propone. La consecuencia ha sido que los mercados internos se han deteriorado porque hay menos capacidad de compra al haber menos ingresos y al estar peor distribuidos. Eso da lugar a que haya menos crecimiento y creación de riqueza para sus ciudadanos.

El Fondo reconoce ahora cándidamente que «haber confiado en exceso en el mercado fue una estrategia fallida para crear oportunidades de que los pobres generaran ingreso».

Sería una declaración de risa si no fuese por lo patético que resulta cuando se sabe que esa confianza no era tal mayoritariamente sino sólo el resultado de sus imposiciones. Es el FMI quien propaga, difunde e impone esas políticas de liberalismo salvaje que arruinan a naciones enteras.

Impulsando esa destructiva ideología del libre mercado obligó a que los países redujeran su gasto social, debilitando la sanidad, la educación o las infraestructuras que son tan necesarias para impulsar el crecimiento. Prefirió que esos recursos fueran a manos de las grandes corporaciones y ahora sus lamentos son ya completamente inútiles.

El Fondo también fue el que obligó a los países a que redujeran o eliminaran sus aranceles. En lugar de ayudar a que Haití saliera adelante le obligó a reducir los del arroz del 35% al 3%. En poco tiempo, se producía una entrada masiva de arroz proveniente de Estados Unidos. Las empresas norteamericanas hacían el agosto gracias al Fondo y los campesinos haitianos se arruinaban. Igual hizo con la leche en Jamaica y con docenas de otros productos, cuya protección obligó a eliminar para que los provenientes de los países ricos se abrieran paso en esos mercados.

Mientras que hacía eso con los países pobres de América Latina y del resto del mundo, el Fondo deja que los ricos impongan sus privilegios y barreras proteccionistas. La Unión Europea dedica a subsidiar su producción agraria el doble que a ayudar a los países pobres y así puede colocar en el extranjero una producción que es mucho más cara que la de los países pobres de quienes se encarga el FMI. Aunque producimos el azúcar a un precio tres veces más alto que los demás países, nos hemos convertido en los primeros exportadores mundiales porque subsidiamos a las grandes empresas productoras mientras se nos llena la boca de palabras de solidaridad y ayuda. ¿Cómo podemos extrañarnos de que aumente el número de pobres en el mundo si una vaca europea recibe un promedio de dos dólares de subvención diaria, es decir, más de lo que ganan los 1.400 millones de trabajadores que representan la mitad de la población trabajadora mundial?

Estados Unidos aprobó en 2002 una Ley Agraria que implica aumentar escandalosamente las subvenciones a sus productos agrarios, lo que inevitablemente va a aumentar la ruina de otros países más pobres a los que el fondo les niega la posibilidad de hacer lo mismo que hacen los ricos. Sólo los aranceles que Estados Unidos impone al zumo de naranja de Brasil le cuestan a éste último país más de 1.000 millones de dólares anuales.

El Fondo Monetario y los gobiernos que lo apoyan y lo utilizan son los responsables de estas situaciones de injusticia extraordinaria. El Fondo es un instrumento de empobrecimiento generalizado que habría que detener cuanto antes porque este planeta no se puede permitir más décadas perdidas y que los responsables se laven luego las manos como si el crimen no hubiera ido con ellos.