La ambición de Google

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El nuevo Accelerator puede cambiar decisivamente la Red.Si les sale bien, si una parte significativa de los internautas lo adopta y/o los navegadores lo incluyen, la Red habrá cambiado para siempre. Y Google será su corazón…

José Cervera
El Navegante

Bienaventurados los mansos, porque de ellos será el reino de los cielos. El de Internet, tal y como están yendo las cosas, pertenecerá a Google.

El «mucho más que un buscador» está decidido a colocarse en pleno centro de la Red, como demuestra su última, original y desmedidamente ambiciosa apuesta: Google Accelerator. Si les sale bien, si una parte significativa de los internautas lo adopta y/o los navegadores lo incluyen, la Red habrá cambiado para siempre. Y Google será su corazón.

Cuando usted «pincha» un enlace en Internet, está enviando un pequeño mensaje a un ordenador remoto. Su petición recorre incontables kilómetros de cables y rebota en decenas de ordenadores antes de llegar a su destino: el servidor de la página web, que lo recibe y contesta. La respuesta de ese servidor, en sí misma un mensaje, recorre de nuevo incontables kilómetros de cables y rebota en decenas de ordenadores antes de llegar al de usted, donde se transforma en la página web que desea ver. Este proceso dura muy poco, normalmente microsegundos, y debido a que los cables y los ordenadores de enmedio son de muy diversas empresas e instituciones, no está controlado por nadie.

Google quiere cambiar todo eso. Su nuevo producto, actualmente en beta (y no disponible en este momento) Google Accelerator es el más radical proyecto de remodelación de la web de la historia. Siguiendo su estrategia de convertir la Red en un megaordenador gestionado por ellos (el «Googleputer»), Google ofrece un pacto faustiano: navegar más deprisa, especialmente desde una conexión de banda ancha, a cambio de cederles el control real de la Red.

Accelerator simplemente reenvía todas sus peticiones a través de los ordenadores de Google. Cuando usted pincha un enlace, la petición va a Google, que la responde como cree conveniente desde el punto de vista de la máxima eficiencia: sirviendo una página previamente almacenada en sus máquinas, comprimiendo la información, «prealmacenando» páginas en su propio ordenador de usted…

Desde su lanzamiento la semana pasada ha habido muchas críticas a Accelerator. Que si es una amenaza a la privacidad; que si puede provocar problemas de identificación en foros; que si destroza servicios basados en aplicaciones web. En la parte positiva no sólo acelera las descargas, sino que puede servir para hacer más sencillo saltarse la censura que imponen algunos países.

Pero todo eso es una minucia en comparación con el verdadero significado de la idea, que es de una ambición rayana en el «hubris» griego: una radical reorganización de la Red.

Si el uso de Accelerator se hace común, cada vez más tráfico de la Red no pasará por las entrañas de Internet, sino por las máquinas de Google. Los efectos de esto son difíciles de calibrar, pero sin duda cataclísmicos. Sobre todo para los creadores de contenidos de Internet.

Lo de menos es que Accelerator pueda destrozar los sistemas de medida de tráfico en los que se basa la publicidad online. Lo de más es que puede eliminar la Paradoja del Éxito que hasta ahora ha atenazado a muchos medios online, según la cual a mayor número de lectores, mayores problemas económicos. Este tóxico efecto se debe a los costes por ancho de banda del servidor, que crecen desproporcionadamente con el número de lectores, de modo que en determinadas circunstancias tener éxito de público puede suponer la ruina financiera. Su existencia ha contribuído seriamente a la consolidación del modelo de la prensa tradicional, ya que sólo empresas con serio respaldo económico han sido capaces de obviar este efecto, obteniendo ventaja, por tanto.

Si Accelerator tiene el éxito de otros productos de Google, y especialmente si es incorporado en los navegadores, ya no habrá diferencias entre tener 2 lectores o tener 2.000.000; desde el punto de vista técnico tan sólo habrá un visitante importante, que será la «araña robot» de Google. Ellos se encargarán de los picos de tráfico; ellos tendrán en cuenta las diferencias por días de la semana o por horas del día. Obtener un repentino y desmesurado éxito, como que te enlace Slashdot o Barrapunto, dejará de ser un problema potencialmente catastrófico. Los pequeños serán bastante más parecidos a los grandes. Igualmente, los ordenadores domésticos no necesitarán ni tanta potencia ni tan potente conexión. La inteligencia de la red se desplazará hacia el centro, hacia Google.

En este contexto tiene sentido su misteriosa apuesta de hace unos eses por la fibra oscura, e incluso que fomente la calidad del contenido introduciendo la fiabilidad de la información como parámetro en sus algoritmos. La idea no es más que la extensión lógica del «Googleputer»: la red como un enorme ordenador alimentado por, y que alimenta a, los extremos. Los ordenadores serán más baratos, las conexiones más ágiles, habrá más fuentes de información y todas serán más iguales. El único paso que falta es el disco duro remoto, y el «Googleputer» será una realidad.

Cuando lo sea, el poder de Google en la Red dejará al de Microsoft en mantillas.

Hasta ahora Google ha usado con sabiduría su creciente poder. Su filosofía está eminentemente adaptada al futuro inmediato, mucho más que la de cualquier empresa existente hoy. Hay pocas razones para dudar de su compromiso con la comunidad de Internet, de su voluntad de hacer las cosas bien.

Las concentraciones de poder, a lo largo de la historia, han demostrado ser muy tentadoras. El futuro que nos ofrece Google es atractivo, tiene muchas ventajas, es bueno para todos. También tiene una característica importante, que harán bien en recordar en el GooglePlex: permite alternativas. Que la infraestructura de Google esté en el centro de la Red no es necesariamente malo. A pesar de lo cual conviene disponer de vías de escape, por si acaso.