Jesús Polanco, ese hombre

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Su grupo de comunicación, PRISA, se ha convertido en la mayor empresa ideológica de España…. El pasado 2 de junio, el Gobierno de Zapatero sacó adelante su ley para el impulso de la televisión digital terrestre. La norma, bautizada como ley Polanco, permite a Canal Plus emitir en abierto 24 horas al día.

Por Gonzalo Altozano
Revista Epoca
Lunes, 27 de junio 2005
Publicado en Periodista Digital

«No hay cojones en España para negarme una televisión».

La frase, pronunciada a voz en grito en el restaurante Jockey de Madrid, retrata como pocas a su autor: Jesús Polanco Gutiérrez. Pero no solo a él, sino a la clase política nacida tras la Transición; tanto la retrata, que a los pocos meses de aquella bravuconada de sobremesa, el Gobierno de Felipe González concedía a Canal Plus licencia para emitir. Como ya avisó el baranda de Prisa, los socialistas no fueron capaces de decirle no. Era agosto de 1989.

El pasado 2 de junio, el Gobierno de Zapatero sacó adelante su ley para el impulso de la televisión digital terrestre. La norma, bautizada como ley Polanco, permite a Canal Plus emitir en abierto 24 horas al día.

De esta forma, Sogecable, titular de la cadena de pago, podría llevarse una buena porción de la tarta publicitaria, de la que tan necesitada está. Hoy como ayer, un Gobierno de la nación favorece descaradamente los intereses del grupo Prisa, la empresa ideológica de mayor envergadura que hay hoy en España y de la que es presidente Jesús Polanco.

Quién les iba a decir a los vecinos de Alcántara con Padilla que aquel muchacho con pinta de bruto, cabeza rapada hostil a asentamientos ilegales de liendres y piojos, aires marciales y ademanes impasibles, llegaría a ser uno de los hombres más importantes de España; que aquel chico que cada sábado partía de casa silbando marchas y serenatas rumbo a campamentos de hogueras nocturnas y montañas nevadas con su correaje, su camisa azul y sus pantalones cortos que dejaban al aire unas piernas llenas de pelos, sería conocido con los años como Jesús del Gran Poder.

Porque Polanco militó en el Frente de Juventudes, organización de adscripción voluntaria que encuadraba a los cachorros del régimen de Franco.

¿Polanco flecha? Como tantísimos españoles de la época. Sólo que mientras casi todos abandonaban las filas del Frente cuando desaparecían de su cara los rastros penosos del acné, Polanco permaneció en ellas hasta los treinta y tantos, según cuenta en sus divertidísimas memorias el que fue abogado de Banesto Rafael Pérez Escolar.

Teniendo en cuenta este testimonio y la definición que hacían los elementos más guasones de la oposición estiantifranquista del Frente de Juventudes («unos niños disfrazados de gilipollas mandados por un gilipollas disfrazado de niño»), no es difícil imaginar el puesto que en el escalafón ocupaba Polanco.

Tantos años de vida en camaradería hicieron que el joven Polanco se desenvolviese con desparpajo en la mili.

Enseguida se erigió en campeón indiscutible de las batallas de almohadas que se organizaban por la noche en el barracón, tras el toque de silencio. Pero no fue en lo único en lo que destacó: sus compañeros le apodaron la Mona por la habilidad con que saltaba de litera en litera en pelota viva y picada.

Alguien que compartió con él arrestos, guardias e instrucción fue Leandro Ruiz Moragas, el bastardo real, que en sus memorias escribe: «No he visto los huevos de mis hijos tantas veces como he visto los de Jesús de Polanco en la Milicia Aérea Universitaria de Burgos».

Donde apenas sobresalió Polanco fue durante la carrera de Derecho. No porque estuviera falto de inteligencia (ha demostrado tenerla y a toneladas), sino porque en el viejo caserón de la calle San Bernardo, sede entonces de la Facultad de Derecho, coincidió con auténticas lumbreras de la Ciencia Jurídica, como José María Ruiz-Gallardón y Federico Carlos Sainz de Robles, cuyas brillantes calificaciones eclipsaban a las del resto.

Además, a diferencia de muchos de sus compañeros, Polanco, huérfano de padre desde niño, tuvo que costearse los estudios vendiendo libros a domicilio, lo que le restaría tiempo para ir a clase.

De José Antonio a Marx

Fuera de estos elementos atenuantes de su mediocre expediente, Polanco debió darse cuenta de que el Derecho no era lo suyo. Si no, no se explica que al licenciarse en 1953 no se encerrara en un cuarto a preparar unas oposiciones o entrara de pasante en un bufete de abogados. Lo que sí hizo fue meterse de lleno en el mundo editorial.

Durante años vivió modestamente con su mujer y sus hijos en un piso del barrio de la Concepción. Llegaban a fin de mes con los ingresos justos que al cabeza de familia le generaba la venta de cuadernillos de caligrafía y cartillas de alfabetización Santillana.

Hasta que se produjo el milagro: la reforma educativa del ministro Villar Palasí, concretada en la Ley General de Educación de 1970. Las biografías oficiales de Polanco dicen que la reforma promovida por Villar «estimuló al sector editorial y, lógicamente, a Santillana»; las no autorizadas, en cambio, apuntan a que la medida sólo enriqueció a Polanco y casi arruina a los demás.

En El negocio de la libertad (el mejor y más acabado perfil de Polanco y el grupo Prisa hecho hasta la fecha), Jesús Cacho apunta a que el secreto del éxito de esta operación tendría nombre, apellido y hasta mote: Ricardo Díez Hochtleiner, Jolines. Según Cacho, habría sido Jolines, subsecretario con Villar en Educación, quien hubiera pasado información al editor sobre el contenido de la reforma; con tanta celeridad que Santillana fue el único sello que tuvo listos con arreglo a la nueva ley los libros de textos el curso 1970/1971.

Este pelotazo, digno de figurar con honores en el Libro Guinnes de los Récords, fue el que le insufló a Polanco valor suficiente para «hacer las Américas».

Sólo que a diferencia de los viejos indianos de antaño, en vez de El Musel partió desde Barajas. Eso sí, con un billete de vuelta y clase turista en el bolsillo.

Su primer negocio de éxito es en Chile. Al país andino seguirán Colombia, Venezuela, Argentina, México y Estados Unidos. Polanco ya se atreve con todo y no sólo con libros de texto y programas educativos.

Es en esta época cuando empieza a operar en él un cambio ideológico dirigido a borrar de su biografía toda mancha azul de pecado original falangista. Recuerda Rafael Pérez Escolar cómo cenando una noche en el Hotel Tamanaco de Caracas, Polanco defendió con denuedo las bondades del comunismo ante un auditorio compuesto por una treintena de compatriotas ojopláticos y boquiabiertos.

Aquel hombre rechoncho y simpático, estampa de la clase media española producto y sustento del franquismo, había desertado de las filas del bando nacional para engrosar las del republicano, sin pasar antes por el centro reformista aún no inventado por Aznar, en un vertiginoso ejercicio de trapecismo político sin red.

Años después, el de Prisa juraría al de Banesto no recordar aquella cena caraqueña en la que a los postres se habló de praxis, superestructuras y tigres de papel. Quien piense que Polanco es un chaquetero se equivoca.

Es como el señor del chiste, que justificaba sus bandazos ideológicos diciendo que lo que él había querido ser siempre era concejal, sin importarle el partido político. Polanco ha querido en la vida otra cosa que hacer negocios y pronto descubrió que la mejor forma de llevarlos a buen puerto era estando a bien con el poder, fuera del signo que fuera.

José Luis Martín Prieto cuenta una anécdota ilustrativa. Noche del 23-F de 1981. Se abre el telón y aparecen encerrados en un despacho Polanco, Cebrián y Martín Prieto, editor, director y subdirector, respectivamente, de El País. Discuten sobre cuál será la portada del día siguiente. El editor es partidario de esperar a ver de qué lado caen las cosas, mientras el director y su segundo lo son de salir a los quioscos dando vivas a la Constitución.

Al final se impone el criterio de los periodistas. De no haber sido por Janli y Emepe, quién sabe si Polanco no hubiera sacado en primera plana un retrato de Jaime Miláns del Bosch y, debajo, a grandes caracteres tipográficos, el siguiente titular: «A la orden de vuecencia, mi teniente general». Se cierra el telón. Y llegó el día en que Polanco, como un Luis XIV cualquiera, descubrió que el poder era él. Ya no hacía falta adaptarse al medio. Ahora era el medio el que tendría que adaptarse a él.

¿Cuándo fue? No se sabe. Puede que durante aquella sobremesa en Amador de los Ríos, 6 en la que retó al Gobierno de Felipe a que le negara un canal de televisión; o la vez que, en un corrillo, tras una recepción, el Rey dijo algo y al darse cuenta de que estaba Polanco delante, apostilló «Siempre que don Jesús esté de acuerdo»; o la tarde que logró meter a empujones en la Española a Juan Luis Cebrián, notable periodista y pésimo escritor, cuya única aportación a la lengua es haber escrito en una novela clítoris acabado en x y no en s; o cuando a raíz del caso Sogecable demostró su capacidad de convocatoria sacando en El País un manifiesto de apoyo al grupo Prisa firmado, entre otros, por García Márquez y Los del Río, por Susan Sontang y las Azúcar Moreno; o el día en que Aznar, analizando ante sus derrotadas huestes los resultados de las elecciones de marzo, habló de un «poder fáctico fácilmente reconocible» por temor a decir Polanco.

«La barragana» del juez

Cualquiera de estos momentos debió ser bueno para que el empresario se quitara de encima los complejos. Por eso, cuando el periodista e historiador Enrique de Aguinaga, joseantoniano décimo dan, le preguntó tras un almuerzo organizado por la Asociación de la Prensa de Madrid si era verdad que en su juventud había pertenecido al Frente de Juventudes, Polanco le respondió ufano: «Sí, sí, y además lo llevo muy a pecho».

Y a ver quién se atreve a sacar un muñeco del guiñol suyo disfrazado de boy scout ideologizado cantando canciones de amor y guerra alrededor de una hoguera. Nadie. Porque los quebrantos que puede causar este hombre a quien ose cruzarse en su camino pueden ser letales (civilmente hablando, se entiende).

No paró hasta que apartaron de la judicatura por «prevaricador» a Javier Gómez de Liaño, juez de la Audiencia Nacional cuyos únicos delitos fueron instruir el sumario del caso de los depósitos de los abonados de Canal Plus y no amilanarse ante uno de los ataques más furibundos a la independencia judicial por parte del planeta Prisa y sus satélites.

Gómez de Liaño recuerda aquellos días con tristeza. «Nunca pensé que un grupo que se jacta de ser defensor de los derechos y libertades públicos entrara en detalles de la vida personal o familiar de un ciudadano para atacarlo». A Liaño le consta por abochornadas fuentes del mismo grupo Prisa que aquellos días la consigna fue «cuanto más daño, mejor».

Con Liaño valió entonces novia, hoy esposa, la fiscal María Dolores Márquez de Prado. Y es que basta una llamada de la planta noble de Prisa para que, en lo que dura un pestañeo, los redactores pasen de tener códigos deontológicos y libros de estilo delante a tenerlos detrás.

Que para tranquilizar las conciencias progres ya están las bulas de Tamayo, Floristán y Miret Magdalena, teólogos de cabecera del grupo Prisa. Pero lo duro es que en Gran Vía, 32 ni olvidan ni perdonan. «Hace poco» -sigue Liaño-, «para atacarme a mí volvieron a echar mano de María Dolores. Y yo les pediría que en vez de estar tan pendientes de las mujeres de los demás se ocupen de las suyas, para evitarse sorpresas».

No se refiere, por supuesto, el ayer juez y hoy abogado a la segunda esposa de Polanco, Luz Mari Barreiros, quien hará cosa de un año abandonó al empresario mediático por el hispanista Hugh Thomas. ¡Qué lejos quedan para muchos los años en los que la gente acudía a la oficina con El País doblado debajo del brazo, bien visible la cabecera, como marca de libertad! De libertad sin ira. Por no hablar de la SER.

Al confundir la realidad con el deseo, la emisora ha protagonizado los patinazos informativos más sonoros de los últimos años. Así, dio en exclusiva la noticia de que el sucesor designado por Aznar al frente del PP era Acebes… y resultó ser Rajoy. Y la noche americana del 2 de noviembre anunció, a un paso de que los colegios electorales echaran el cierre, una «marea favorable al candidato demócrata Kerry«… y ganó Bush.

Meses después, para recuperar el prestigio perdido, volvieron a sorprender a la audiencia con una exclusiva fruto de un largo trabajo de investigación: el nieto de la hermana de la madre del suegro de Zaplana tenía un restaurante en Alicante. Pero donde realmente se retrató la cadena fue dando la noticia de que en los trenes de la muerte del 11-M viajaban terroristas suicidas.

No era cierto. Pero no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje o te haga perder unas elecciones. No rodaron cabezas en el grupo Prisa por la cobertura informativa del 11 al 14-M. Es más, en junta general de accionistas de abril de 2004, Polanco expresó su reconocimiento a los profesionales de El País, la SER y CNN+ por «su comportamiento en estas tensas y difíciles jornadas, por su dedicación, por su sentido de la responsabilidad y por el excelente trabajo desplegado».

«Los injustificados y sectarios ataques de que fueron objeto» -añadió-, «por el simple hecho de haber servido a la verdad, sólo ponen de relieve la pequeñez moral de algunos sectores sociales, que aun pronunciándose con mucho ruido, no dejan de ser marginales».

Y para que las palabras no se las llevara el viento, el jurado de los 51 Premios Ondas, que otorga la SER, galardonó el pasado octubre a sus propios servicios informativos por la labor informativa de aquellos días tremendos.

La réplica de la derecha al premio llegó a través de Aznar. Durante su comparecencia en la comisión de investigación del 11-M, el ex presidente del Gobierno dijo que aquello era como decir «miente, miente lo más miserablemente que puedas, todo lo que se te ocurra, con tal de servir a la causa, que serás recompensado e igual hasta te llevas un premio».

Pero seguía sin atreverse a poner nombre y apellidos a ese «poder fáctico fácilmente reconocible» llamado Polanco. Ya en 1985 dijo Emilio Romero que Jesús Polanco era de los pocos hombres capaces de «glorificar, putear, encumbrar, descalificar, chulear, animar y amedrentar a una clase política entera». Y tenía razón el gallo del franquismo.

De los grandes magnates de la prensa española, sólo a él cabe compararle, sin tropezar en la caricatura, con Ciudadano Kane, trasunto de William Randolph Hearst, interpretado por Orson Welles. Su poder es enorme. Abarca desde medios de comunicación hasta entidades financieras, pasando por sellos editoriales, agencias de viaje y publicidad, productoras de cine y música, y hasta cadenas de librerías, de bares, de hoteles y de hospitales.

Mucho se ha escrito (Federico Jiménez Losantos lo hizo en el epílogo de La dictadura silenciosa) sobre la posibilidad de nacer, crecer, reproducirse y morir en España bajo el influjo de este madrileño naturalizado cántabro.

Por eso, dicen, para redondear su negocio, a Polanco sólo le faltaría una compañía de pompas fúnebres. Y puestos a pedir una funeraria, por qué no un partido político. Aunque hay quien apunta que ya lo tiene: el PSOE. Para demostrarlo se atribuye a Rubalcaba la siguiente frase: «Prisa no es del PSOE, pero el PSOE si es de Prisa».

Cierta o no la autoría, el portavoz parlamentario socialista niega ser el hombre del partido en el grupo, o del grupo en el partido. Sometido el flanco izquierdo, Polanco ha puesto proa al derecho: el PP.

De momento ha conseguido que sus dirigentes (no sus militantes) teman más un editorial de El País que el diagnóstico de un oncólogo. Y aunque el partido fundado por Manuel Fraga Iribarne no sea propiedad de Polanco, hubo momentos en los años de Aznar en que lo pareció.

Como muestras, hay botones para coser una casaca. Ahí van tres: las gestiones para que Janli Cebrián no ingresara en la cárcel por el caso Sogecable; la indolencia para hacer cumplir la sentencia del Supremo que obligaba a la SER a vender las emisoras ilegalmente adquiridas tras la compra de Antena 3; y la entrega a don Jesús del monopolio de la televisión digital.

Ante tanta merced Polanco supo corresponder con creces informando puntualmente de las manifestaciones de acoso a las sedes del PP la jornada de reflexión del 13 M. Quizás por eso los políticos de la derecha bajan avergonzados la mirada cada vez que en sus mítines las bases corean «¡Grupo Prisa, España no se pisa!».

Porque saben que su cobardía ha sido causa del reclutamiento forzoso en los cuarteles del invierno mediático. Pero no todos agachan la cabeza. Hay uno que mira con abierto desdén a sus simpatizantes; simpatizantes que, por cierto, son los que le han hecho ganar por mayoría absoluta elección tras elección.

Es Alberto Ruiz-Gallardón, el hombre con quien sueña Polanco para liderar a la derecha. En él tiene puestas todas sus esperanzas. Y es que Polanco y Gallardón son amigos. Pero el lugar para hablar de esta amistad no es éste, sino el Círculo de Bellas Artes de Madrid.