La esclavitud de las mujeres, un desafío para la vida religiosa

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Según Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata. Las nuevas esclavas del siglo XXI son las mujeres y las niñas –sobre todo en países extranjeros– explotadas sexualmente.

ROMA, jueves, 14 julio 2005 (ZENIT.org).-

Esta fue la conclusión de la intervención que pronunció este miércoles sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, al dirigirse a decenas de religiosas de varios países que realizan un curso de verano en Roma de especialización en vida consagrada.

La religiosa instó a las comunidades religiosas a ver en«la explotación de la mujer una necesidad a la que el carisma de cada congregación debe dar una respuesta actualizada».

«La pobreza más humillante para toda mujer es la de ser víctima del tráfico, la de ser vendida o comprada para ser utilizada como mercancía», afirmó la religiosa, que es la responsable del sector de trata de mujeres en la Unión de Superioras Mayores de Italia (USMI).

«La trata de seres humanos, particularmente de mujeres y menores, se ha convertido en un auténtico negocio mundial que produce un volumen de negocios que llega hasta los ocho mil millones de dólares, según cálculos de la Organización Mundial de las Migraciones (OIM)», indicó en una mesa redonda del curso de «Espiritualidad y Pedagogía de la Vida Consagrada», iniciativa que tiene lugar cada verano en el Instituto de Ciencias Religiosas del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».

«La prostitución no es un fenómeno nuevo, lo que es nuevo es este comercio global y complejo, que abusa de la situación de pobreza de muchas mujeres inmigrantes, las nuevas esclavas del siglo XXI», añadió.

Para la religiosa, esta realidad es una «gran desafío para la Iglesia misionera, en particular, para las congregaciones religiosas que tienen como carisma específico la atención a la mujer marginada».

Sor Bonetti, que ha sido misionera durante más de veinte años en Kenia, considera que «en varios momentos de la historia la vida religiosa femenina ha encontrado la fuerza para renovarse, revisando sus propios carismas y poniendo al servicio de las nuevas pobrezas en la Iglesia y en la sociedad».

En su ponencia, recordó el trabajo que desde la Unión de Superioras Generales de Italia (USMI) se ha realizado en la calle y puso ejemplos concretos, como las visitas nocturnas a las calles en las que sabe que hay mujeres obligadas a prostituirse.

Bonetti lamentó que la vida religiosa masculina esté «ausente en este ministerio» y dijo que sería una «contribución preciosa» el que sacerdotes y religiosos se acercaran al mundo de la noche para «entender y afrontar el fenómeno de tanta demanda de sexo a pago».

Para Bonetti, «los religiosos podrían formar a jóvenes» e intentar contactar y «recuperar» a los clientes que también son «víctimas de un sistema de vida consumista».

La religiosa recordó por último que los monasterios de clausura están implicados en la situación que sufren estas mujeres explotadas y explicó que apoyan con la oración, «así como con la ayuda fraterna, ofreciendo ayuda financiera a comunidades de acogida».