África sufre injusticia (extracto)

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No es justo, nadar en la abundancia a costa de la miseria de los pueblos del Sur, Europa tendrá que soportar la vergüenza de contemplar jóvenes vidas congeladas o ahogadas en las aventuradas travesías hacia los países del bienestar.

Inmigrantes africanos: Las claves de un éxodo

Gerardo González Calvo, Redactor-Jefe de la revista Mundo Negro.

Las imágenes de inmigrantes negroafricanos llegando en cayucos a Canarias, ofrecidas por las televisiones españolas, han suscitado un aluvión de comentarios de desconfianza y de reticencia. Algunos emplearon la palabra invasión.

Se llegó a invocar incluso la necesidad de usar la Armada para blindar las Islas Canarias, como si se tratara de una incursión de vikingos de piel negra. El Gobierno español pidió también ayuda a la Unión Europea para impedir la entrada de irregulares. Para ello fue a Bruselas la Vicepresidenta Primera del Gobierno español, doña María Teresa Fernández de la Vega. La Agencia de control de fronteras exteriores de la UE (Frontex) decidió, poco después, destinar 2,1 millones de euros al control de la inmigración ilegal en las Islas Canarias y en Malta.

Casi nadie se ha parado a analizar la tragedia de unas personas que son capaces de recorrer más de mil kilómetros en frágiles barcuchos para poder sacudirse el dogal de la miseria. ¿Qué pasa por la mente de un joven africano cuando decide, aun sabiendo que puede naufragar y ahogarse, pagar 1.200 euros para emprender este periplo? Esta cantidad de dinero es muy elevada; lograrla, exige mucho trabajo y la ayuda de familiares. Pero para muchos jóvenes es la única posibilidad de salir del pozo de la pobreza. Si consiguen quedarse en España y encontrar un trabajo, devolverán parte de ese dinero, como hacen los sudamericanos. Según datos del Banco Mundial, los emigrantes que trabajan en España envían a sus países de origen 3.844 millones de euros. Una cifra todavía inferior a la que envían a España nuestros emigrantes: 4.296 millones de euros.

Es verdad que hay unas mafias organizadas que se aprovechan de la necesidad y de la angustia de los pobres. No es nuevo, ni tan moderno. Pero esto no explicaría el fenómeno de la emigración de africanos hacia España, el país más próximo al continente negro. Quizá sea oportuno recordar algunos párrafos de la carta que escribieron dos guineanos –de Guinea-Conakry– antes de colarse en el tren de aterrizaje de un avión que volaba, a finales de julio de 1999, de Conakry a Bruselas. Se llamaban Yaguine Koita, de 14 años, y Fodé Tounkara, de 15, y murieron congelados. Decían, entre otras cosas: «Excelencias, señores miembros y responsables de Europa. Tenemos el honorable placer y la gran confianza de escribirles esta carta para hablarles del objetivo de nuestro viaje y del sufrimiento que padecemos los niños y los jóvenes de África. Ayúdennos, sufrimos enormemente en África, tenemos problemas y carencias en el plano de los derechos del niño. Entre los problemas, tenemos la guerra, la enfermedad, la falta de alimentos… Si ustedes ven que nos sacrificamos y exponemos nuestra vida, es porque se sufre demasiado en África. Sin embargo, queremos estudiar, y les pedimos que nos ayuden a estudiar para ser como ustedes en África».

No es justo, nadar en la abundancia a costa de la miseria de los pueblos del Sur,  Europa tendrá que soportar la vergüenza de contemplar jóvenes vidas congeladas o ahogadas en las aventuradas travesías hacia los países del bienestar.

Origen de los inmigrantes

Algunos de estos países, como Malí, Níger y Burkina Faso, figuran entre los más pobres del mundo. Otros, como Chad, han entrado en el club de los productores de petróleo; pero la corrupción y la crónica inestabilidad política no permiten que los recursos del oro negro lleguen a la población. De hecho, los chadianos están frustrados porque ven cómo los beneficios del petróleo no están sirviendo para vivir mejor.

Riqueza entre los pobres

El obispo de Doba, en el sur de Chad, el comboniano monseñor Michele Russo, escribía recientemente en la revista Mundo Negro: «La explotación de nuestro petróleo de Doba nos abre un futuro seguro y cargado de esperanza para toda la población del país. Se habla de doscientos mil, doscientos veinticinco mil barriles diarios, que salen de nuestro subsuelo y que se van. Son muchos miles de millones de dólares. Sin olvidar la agricultura ni la ganadería, los otros dos pilares de nuestra economía. Hay que encontrar el camino para explotar todas esas riquezas para nuestra población. Desde hace algunos años, hablamos de nuestro proyecto de salir de la pobreza. Sin embargo, tenemos la impresión de que la pobreza sigue avanzando. Los precios de las mercancías que vienen del exterior son todavía muy elevados, por lo que es muy difícil construirse una casa a un precio accesible. Los campesinos sueñan aún con poder volver a tener encima de la mesa sus pollos, como antes. Nos hacen falta fábricas para la exportación de nuestros productos agrícolas, para la explotación del ganado con una política de mercado abierto a los países vecinos…»

Con el reforzamiento de las vallas en Ceuta y Melilla, no se acabó, ni mucho menos, con la inmigración irregular, como hemos podido comprobar algunos meses después. Se cambió sencillamente el escenario del drama. Primero, nuevos emigrantes salieron de Mauritania, y después de Senegal. Un trayecto mucho más largo, entre 800 y 1.200 kilómetros, y por eso especialmente peligroso. De hecho, han muerto ahogadas más de mil personas.

El mismo Presidente del Gobierno español, don José Luis Rodríguez Zapatero, dijo durante el Debate sobre el estado de la nación que ya se había identificado a 623 senegaleses y que serían repatriados. Subrayó que el caso de Senegal sería muy importante, porque iba a servir como ejemplo de que las repatriaciones son efectivas, lo que haría desistir a otros inmigrantes de llegar a Canarias. Poco después, se subieron a un avión cien emigrantes senegaleses. Les dijeron que iban a Málaga y Madrid y aterrizaron en Dakar. El Gobierno de Senegal suspendió las repatriaciones y acusó al Gobierno español de maltratar y mentir a sus ciudadanos.

Algo se está haciendo muy mal, sin tener en cuenta que un negroafricano, aunque haya entrado irregularmente en España, debe ser tratado como una persona y no como una mercancía. Poner, por ejemplo, unas esposas o una cuerda en las muñecas de un senegalés es muy grave. Uno de los monumentos que hay en la isla senegalesa de Gorea, antes de llegar a la Casa de los Esclavos, es precisamente el de unos negros que alzan sus manos al cielo rompiendo las cadenas que les someten a esclavitud. De esta isla salieron decenas de miles de esclavos durante la trata.

Recordar la esclavitud

Cuando se celebró en Dakar, en octubre de 2003, el Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar, hubo una Misa en Gorea. Yo estaba allí. En el momento del ofertorio de la Misa, varios jóvenes, con cadenas en los pies y manos y argollas en el cuello, transportaron en una piragua a unos niños que llevaban el pan y el vino para la consagración. No resultaba difícil captar el mensaje a los cientos de personas que asistieron a la Misa ante la iglesia de San Carlos Borromeo, presidida por el arzobispo de Dakar, monseñor Théodore-Adrien Sarr. Piragua y cadenas en esta isla evocan la trata negrera.

La emigración, como el hambre, es el efecto del subdesarrollo. Sólo se logrará frenar la emigración favoreciendo un desarrollo sostenido en los países africanos. Es una gran paradoja que África sea un continente muy rico con países empobrecidos. Veinticuatro de los veinticinco países con menor desarrollo humano son africanos, según el último informe del Banco Mundial.

Las leyes del comercio internacional no favorecen precisamente un mayor equilibrio entre el Norte rico y el Sur empobrecido.

Es esta desigualdad a escala mundial la que está provocando los grandes movimientos migratorios del Sur al Norte. El instinto de supervivencia en el ser humano es muy superior a cualquier seña de identidad, incluso étnica y familiar. Nadie elige el lugar donde nace, pero sí puede decidir en qué lugar espera satisfacer sus legítimas aspiraciones a vivir mejor, a realizarse como persona. Lo subrayó en Francia el pasado 30 de mayo el Presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré: «Francia no podrá impedir que los africanos vengan de África si ésta sigue siendo tan pobre. Nosotros tenemos la responsabilidad de trabajar para que los jóvenes se queden en África. Pero el Norte tiene también su responsabilidad. Las subvenciones a los productores de algodón acordadas por la Unión Europea impiden vivir a muchos productores africanos». Compaoré acabó señalando que «esta situación es una nueva forma de esclavitud».

No está de más subrayar que el flujo de la emigración del Sur al Norte está favoreciendo nuestro desarrollo. Tanto España como otros países europeos necesitan abundante mano de obra extranjera, para mantener su crecimiento económico y su bienestar. Contribuyen, además, al imprescindible aumento demográfico, dado el escaso índice de natalidad nativa.

Si hoy se prescindiera de los inmigrantes, se paralizaría la economía europea. Y aún más: los inmigrantes son necesarios para garantizar los fondos de la Seguridad Social. En España, según el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, se habían dado de alta en la Seguridad Social, a finales del año pasado, 548.661 inmigrantes. Es un hecho que los fondos de la Seguridad Social están saneados en buena parte por la aportación del dinero de los inmigrantes, que empiezan también a cotizar por renta.

Fuga de cerebros y de capitales

Por ahora, existe en España un incremento de la inmigración irregular. Sin embargo, el gran movimiento migratorio no viene en pateras y cayucos, sino en avión y a través de los Pirineos

Los que sí son recibidos con los brazos abiertos son los más de 300.000 africanos con estudios superiores que trabajan en Europa, Estados Unidos y Canadá. Esta fuga de cerebros está causando un daño irreparable a África.

Este movimiento de fuga de cerebros en África se empieza a llamar neo-colonialismo encubierto. Este éxodo ha hecho que las Naciones Unidas hayan declarado que la emigración de especialistas africanos hacia Occidente es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de África.

El propio Presidente de la Comisión de la Unión Africana, señor Alpha Oumar Konaré, ha señalado que «los recursos humanos que África no tiene en el continente se encuentran fuera. Es preciso que África tenga en cuenta a su diáspora. No puede desarrollarse sin ella.

A este éxodo de cerebros hay que sumar la fuga de capitales. También ha señalado Konaré que «el 60% de la ayuda regresa a los países donantes, y que el 40% del ahorro de África se encuentra en bancos fuera del continente». Al menos 140.000 millones de dólares de capital africano está a buen recaudo en bancos occidentales, donde los depositan muchos de los Jefes de Estado más corruptos del pasado reciente y del presente. Este trasvase de capitales fluye libremente, pero ahoga más aún las débiles economías africanas y, desde luego, no contribuye al desarrollo. Y si África no se desarrolla, nadie podrá detener la oleada migratoria. Actualmente, el continente africano tiene 936 millones de habitantes. Dentro de 20 años serán 1.500 millones. Son datos para la reflexión.

Gerardo González Calvo