El artífice de la guerra contra Serbia, Al Gore, recibe el Premio Nobel de la Paz

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Las afirmaciones de Al Gore ya han sido puestas en duda desde aspectos científicos, jurídicos y políticos por el exmiembro de Greenpeace Björn Lombrog, un juez británico, la National Academy of Science y la NASA.

Al Gore ya era el símbolo mundial de las causas políticamente correctas antes de la concesión del Premio Nobel de la Paz (otorgado pese a que en 1999 era vicepresidente de Bill Clinton cuando aviones norteamericanos y de la OTAN bombardearon Belgrado sin el -se supone- imprescindible mandato de la ONU). Pero una vez con él en las manos no hay quien pare la ola. Hasta va a comenzar en España su formación de «eco-predicadores», propagandistas de algo que se parece cada vez más a una religión laica: la denuncia del calentamiento global.


Ahora, con Al Gore canonizado por lo civil por la Academia Sueca (cuyo sectarismo anti-católico quedó patente con su bloqueo permanente a todas las iniciativas populares y políticas de otorgar el Premio Nobel de la Paz a Juan Pablo II – el papa que denunció permanentemente el robo estructural del Norte al Sur como la principal causa de la ausencia de paz en el mundo), es necesario plantearse a fondo los juegos de poder que hay detrás de su nombramiento.


 


«Mentiras convenientes»


Por incómodo que resulte disentir de sus verdades de fe (con la inquisición de la progresía acomodada siempre acechando a través de PRISA etc. sobre cualquier pensamiento que se aleje de su ortodoxia), hay que hacerlo, por una sencilla razón: Porque esa verdad de fe no es verdad. Forma un conjunto de «mentiras convenientes».


Como de costumbre, forman parte de lo que Noam Chomsky llama «la fabricación del consenso social» cuyo objetivo final es, básicamente, la aceptación de la creciente tendencia autoritaria de los Estados y -quizás más importante- sobre los Estados.


Jacques Chirac lo confesaba sin ambages, al considerar el Protocolo de Kioto como «el primer componente de un auténtico gobierno global».


En este contexto llama la atención que la Academia también premiara a la ONU, ese gobierno mundial, con Banco Mundial incluido, al servicio de las multinacionales financieras – ¿captan la coincidencia?


Las afirmaciones de Al Gore ya han sido puestas en duda desde aspectos científicos, jurídicos y políticos por el exmiembro de Greenpeace Björn Lombrog, un juez británico, la National Academy of Science y la NASA. Pero aún así, sus enunciados ya forman parte de los nuevos dogmas de la pseudo-izquierda tipo PSOE/IU, ERC, etc. Desde luego, sus objetivos finales son más bien inconfesables: la utilización de un discurso de fácil aceptación por la opinión pública mundial para la imposición de los intereses de una de las grandes fracciones del capitalismo a escala global.


Fiel acólito de Al Gore y de los intereses transnacionales que éste encarna, el presidente español José Luis Zapatero no se quiso quedar atrás en la carrera por ver quien decía la mentira conveniente mejor sonante (con lo de Goebbels – una mentira dicha mil veces se convierte en verdad) y lanzó al ruedo de la opinión pública lo de que «el calentamiento mundial mata a más personas que el terrorismo.»


Diciendo semejante estupidez, suponemos que nada improvisada, mata dos pájaros de un tiro: quita importancia a los asesinados por ETA y de paso «se olvida» en su cuenta de víctimas del terrorismo los millones de muertos que producen «nuestras» multinacionales con el apoyo de «nuestros» gobiernos en su afán de controlar las riquezas de los pueblos del sur.


Pero, de momento, ni Zapatero ni sus amiguetes banqueros corren peligro de terminar en la cárcel por incurrir en el manifiesto delito de «apología del terrorismo» por lo que está sucediendo en el Congo, Sudán, Chad, Nigeria, Afganistán, etc.


No es nuevo el descubrimiento de que la guerra de la propaganda es mas barata y eficaz que la de las armas.


Desde las marchas de antorchas de las masas organizadas por los Nazis (cuyo discurso, en su momento, era aceptado como el más «progre»), hasta las fanfarrias mediáticas que acompañan cada año los premios Nobel, liturgia de proyección mundial de anuncio de los nuevos dogmas «progresistas», el poder siempre necesita forzar el consenso «de los de abajo» con su proyecto de dominación. Usar la fuerza implica el riesgo de deteriorar su imagen de aparente legitimidad, además de ser más costoso.


 


«Intereses inconfesables»


El mismo nombre da la pista: la «lucha contra el calentamiento global» no es más que una gran operación propagandística para garantizarse el apoyo de la opinión pública en la actual guerra mundial por mantener el dominio occidental sobre las fuentes de energía. ¿Desde cuando puede ser un ideal de izquierdas luchar desde ese «gobierno global» kyotiano del que hablaba Chirac por controlar el hambre de petróleo de China para no perjudicar a las multinacionales occidentales, obedientes cumplidores de Kyoto? Pues, Al Gore lo consiguió. 


No en vano, una de las tradicionales preocupaciones de los eco-fascistas pintados de rojo consiste en que los pueblos del sur no empiecen a consumir tanta energía que en los países del norte no podamos mantener nuestro tren de vida.


Puesto que este Premio Nobel contribuirá aún más a confundir la opinión pública, sigue siendo más necesario que nunca denunciar que el principal problema político en el mundo es el hambre del 80% de su población. Y no habrá paz sin una política auténticamente solidaria, autogestionaria e internacionalista, capaz de poner fin a las estructuras de explotación sobre las que se sustenta el capitalismo consumista. El problema de la contaminación atmosférica se resolverá por añadidura con el fin del consumismo patológico en los países enriquecidos y el despilfarro criminal de recursos natural que éste genera.