Autogestión 135: «El trabajo en la era post-covid»

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De los 3.300 millones de trabajadores que hay en el mundo, 2.000 millones son trabajadores de la economía informal, sin sistemas de protección social, con salarios de hambre, como los recicladores de desechos, los vendedores ambulantes, los mineros, pescadores, agricultores, trabajadores del transporte, del sector doméstico o del sector manufacturero. Con la pandemia, buscarse el pan de cada día es la guerra en un campo de minas.

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Las medidas de paralización total o parcial provocadas por la pandemia han afectado a casi 2.700 millones de trabajadores, es decir, al 81 por ciento de la fuerza de trabajo mundial. La recuperación de la actividad productiva del sistema capitalista va a dejar a millones de trabajadores y familias en la periferia, descartados o en la precariedad. Muchos niños se van a ver abocados a caer en las redes de la explotación y de la esclavitud.

En España, entre ERTEs, ceses de actividad de los autónomos y los que estaban desempleados antes de la pandemia, a mediados de abril ya sumaban 9 millones de trabajadores en el desempleo, es decir, el 40% de la población activa. Y lo peor está por venir.

La pandemia está reforzando el poder de las grandes tecnológicas, los verdaderos vencedores de esta crisis. El núcleo del sistema económico capitalista parece necesitar poco más del 20% de los trabajadores del mundo, que son los profesionales de la nanotecnología, biotecnología, tecnología de la Información, de la ciencia cognitiva vinculada a los gigantes tecnológicos. El resto serán explotados y descartados

En la base de la devastación del mundo laboral, está el sistema político económico que impone la ley de bronce del capitalismo, la salvaje ley del más fuerte, a través de la transformación tecnológica. Estamos en el umbral de una nueva era, ante una nueva división internacional del trabajo, donde sólo unos pocos millones de trabajadores van a disponer de un trabajo, de un trabajo digno.

Ante esta situación no podemos caer en soluciones falsas. Si bien puede ser necesario en una situación de urgencia como la que se está viviendo atender a aquellas familias que se han quedado sin ningún ingreso, con algún tipo de ayuda o renta, lo cierto es que esto no es la solución. La aprobación de un ingreso mínimo vital, no puede ser la solución al problema del desempleo.

En la experiencia que hemos vivido hemos tomado conciencia de que dependíamos del trabajo de muchas personas anónimas, que no salían en los royalties, ni eran idolatrados por los generadores de opinión. Y hemos vislumbrado la solidaridad el mundo del trabajo, su capacidad para salir adelante. Y también hemos visto, como nuestro mundo está fuertemente dividido, entre quienes pueden hacer frente a la pandemia porque contaban con los medios y quienes se están viendo abocados a confinarse o a morir de hambre.

En esta nueva etapa, está en juego el valor mismo del trabajo y de la dignidad de la persona humana. Porque el trabajo dignifica, porque el trabajo está en la misma naturaleza del ser humano, que le permite desarrollarse como tal y poner en potencia todas sus capacidades. Si la persona pasa a ser rentista y dependiente del papá Estado no cabe duda de que iríamos hacia una sociedad mucho más injusta, mucho más autoritaria, mucho más inhumana. Donde solo una minoría de privilegiados estaría decidiendo sobre el resto de los demás, donde la falta de libertad y la denigración moral iría cada vez a mayor.

No, no podemos aceptar que no sea posible el pleno empleo, no podemos aceptar vivir de las ayudas; no, no debemos aceptar que la inmensa mayoría de los jóvenes se denigren por la falta de posibilidades para poner en juego lo mejor de sí mismos y colaborar así en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

 

Viendo la vida de los pobres, la respuesta que estos dieron en los umbrales del capitalismo, debemos descubrir el valor de la unión que hace la fuerza, de la asociación frente al individualismo, de la solidaridad frente al egoísmo y sálvese quien pueda. Del valor de lo pequeño, bien hecho y con otros.

Es tiempo de cambiar el rumbo de nuestra vida, de descubrir la belleza del trabajo frente a todo intento de corrupción y de explotación. Es tiempo de lucha y de combate contra todo aquello que nos hace menos hermanos.

Editorial de la revista Autogestión

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