CASPA PROGRE

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Averiguar qué favor le hace a la campaña socialista la foto de los cantautores del postfranquismo puede ser labor hercúlea, no exenta de riesgo espeleólogo.

Treinta y tantos años de Víctor Manuel, Ana Belén, Miguel Ríos, Joan Manuel Serrat, y algunos otros, son como los cuarenta del dictador dando el guitarreo lastimero, con veinte al menos viviendo del cuento, sin componer en ese tiempo nada que mereciera la pena.


Pero eso sí, con el apoyo del santo SGAE del amigo Teddy Bautista apoyando financieramente giras, muriéndose y resucitando al mismo tiempo, primero en solitario, luego en pareja, después en cuarteto, por último, supongo, que en manada, y así alcanzando la edad de los mamuts, toda la puñetera vida cantando las mismas canciones en versiones variopintas, para un solo instrumento, para tres, para orquesta sin acompañamiento eléctrico, para orquesta con veinte vientos, la leche, qué coñazo, el ejemplo pluscuamperfecto del pesebrismo izquierdoso, si eres mío lo eres hasta el final, y cántame al oído esa que me hacía recordar el primer amor, la ingenuidad de no estar para no alcanzar nada.


La foto es un poema. La cultura de un país. Salvo algunas excepciones que hace daño recordarlas metidas entre tanto palanganero, ahí tenemos a la ejecutiva de las artes de España, a los que se reparten el bacalao, los que trincan del bote de bares y bochinches, los que acogotan a radios, medios informativos, a todos aquel que emita un segundo de música, con el cuento de que hay que respetar a los autores. Suponemos que ellos no son los únicos, pero sin embargo son los que más cobran. Sin necesidad de vender; sólo estando al lado del amigo Teddy.


Contemplarlos así, dando las gracias al Gobierno por transformanos a todos en delincuentes, al gravarnos al compra de un ordenador, un mp3 -cualquier transmisor de música- con un canon degradante, dan ganas de comprarse todos los discos de La Pantoja, aunque ni así estaríamos seguros de que los royalties llegaran en su totalidad a la tonadillera. ¿A dónde van los derechos de miles de artistas, grupos semidesconocidos o conocidos, cuyas canciones suenan esporádicamente en los medios pero nadie apunta que fueron pinchadas? Mírenles las caras: ellos son los herederos universales del trabajo intelectual de otro. El SGAE nos llama piratas a todos los españoles por no hacer algo que afirma que haremos, y los miles y miles de euros que recaudan son para mantener una suerte de progresía casposa y rancia que, al parecer, funciona como el cortijo de los latifundistas que ellos denunciaron con la voz rota de los juglares.


¿Qué gana el Partido Socialista con esta operación? Seguramente nada. Los que compran los discos de la tropa hace tiempo que decidieron vivir en la patria del hippismo progre, de modo que lo único que se hace es satisfacer a antiguos comunistas con aspiraciones de ricos.


Es para asombrarse. En esa arboleda exótica que forman los antiguos cantautores revolucionarios pululando por el pesebre no hay ningún joven. Nadie con menos de 35 años. No han convencido ni a un triste cantante de Operación Triunfo para sacarse la foto. Ni a una banda de rock con sabor a garaje. Digo yo que alguno habría en este mercado de poligámicos del marketing. Pero, ¿a qué compartir con artistillas de medio pelo carentes de convicciones políticas, sin el pedigrí de tantos años combatiendo en el bando republicano de una cultura malabarista, que se organiza como una mafia, con características de impunidad, cuando de lo que se trata es de inundar el mercado veinte años más con sus mohosas «obras maestras»?