Chico Mendes. Textos de su testimonio de vida solidaria

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Recogemos algunos textos interesantes del pensamiento y vida de este luchador cristiano. Pertenecen al libro de Javier Moro: “Senderos de libertad”. Chico Mendes y sus compañeros poco podían hacer para resistir la invasión. Solos y sin ayuda exterior, lo que estaba aconteciendo con los seringueiros de Acre se parecía más a un genocidio que a una reconversión económica. La única esperanza había que buscarla donde siempre la habían buscado los pobres de la Amazonía: en la Iglesia

ASOCIACIÓN. Dialogo sobre problemas comunes

El muchacho estaba preocupado porque su trabajo ya no le daba para vivir. No sólo escaseaban los víveres habituales, sino que el caucho extraído no le permitía procurarse el mínimo vital. Quería saber qué ocurría en los demás lugares, cómo hacían los demás para sobrevivir.

Su historia causó una honda impresión porque todos los presentes sufrían de lo mismo. Poco a poco las lenguas fueron desliando: alguien dijo que en un seringal vecino no había azúcar; otro, que era imposible conseguir farinna… En todas partes escaseaba de manera alarmante la sal, el queroseno y los anzuelos. Los más viejos, con un lenguaje de seringueiro que años de sumisión habían hinchado de metáforas y de desvíos para huir de la confrontación directa, rodearon al padre Carneiro para exponerle la calamitosa situación en que la batalla del caucho les había sumido aparte del problema de la escasez, los víveres costaban el doble que antes de la campaña. Para comprar tocino que antes valía kilo por kilo, ahora eran necesarios dos kilos de caucho. ¿Qué ocurría con la constante subida del coste de la vida que a pesar de haber aumentado el precio del caucho, no daba ni para sobrevivir?, se preguntaban angustiados los caucheros. (…)

Ante esa situación de opresión era difícil amotinarse a causa del analfabetismo y de las enormes distancias. Sin embargo, el día de la boda de Francisco había los suficientes como para que fraguase la primera manifestación de rebelión organizada en los seringais de Acre.
-¡Están matándonos de hambre! Gritó uno de los soldados del caucho, indignado por haber sido engañado por la propaganda oficial.

La historia del seringueiro del fin del mundo, había sido la chispa que, como un reguero de pólvora, había desencadenado la oleada de protestas. Era como si todos aquellos caucheros se fuesen despertando de una larga pesadilla. De pronto se daban cuenta lo mucho que les habían mentido, lo mucho que estaban soportando. Mientras que unos se arremolinaban alrededor del Padre, otros se enzarzaban en interminables discusiones, expresando sus temores en medio de un caos de argumentos, de opiniones encontradas, de veladas amenazas y lamentos.

-Los seringueiros son como los perros que no saben cazar la onza*…- les decía Pedro de Oliveira y todos escuchaban- En vez de atacar juntos van por separado. Entonces la onza se los come de uno a uno. Sólo estando juntos consiguen ahuyentarla y arrinconarla.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 68 y 69

ASOCIACIÓN. La unión de las debilidades nos hace fuertes.

-Los seringueiros son como los perros que no saben cazar la onza…- les decía Pedro de Oliveira y todos escuchaban- En vez de atacar juntos van por separado. Entonces la onza se los come de uno a uno. Sólo estando juntos consiguen ahuyentarla y arrinconarla.
En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 69

ORGANISMOS INTERNACIONALES.

Había ocurrido que los tecnócratas de Washington y Rio de Janeiro, en su esfuerzo de no participar en un sistema de virtual esclavitud, habían decretado un aumento del precio del caucho con el fin de beneficiar al seringueiro y aumentar así su productividad. El resultado no pudo haber sido más dramático para los pobres de la selva, que vieron cómo su nuevo poder de compra les era arrancado por la cadena de intermediarios que componía la sociedad amazónica. Aviadores de Belem y Manaus, seringalistas y demás comerciantes aumentaron el precio de los víveres para ser los únicos en beneficiarse de la bonanza que suponía el aumento de los precios del caucho. Desde sus despachos confortables, funcionarios bienpensantes, al ignorar la sociedad establecida, habían sido cómplices del sistema que pretendían destruir. “No existe una visión más negra de lo que en sociedades progresistas llamamos corrupción y explotación”, escribió un técnico norteamericano en su informe a la embajada después de un viaje por la cuenca del Amazonía en 1943. Reconociendo que “los intermediarios han saboteado nuestros más sabios esfuerzos”, su informe concluía que no era de extrañar, ante tamaña explotación, que “ni seringalistas ni seringueiros estén motivados para aumentar la producción”.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 69

ECOLOGÍA. Amor a la naturaleza, Sabiduría de los empobrecidos.

Chico Mendes, como todos los caucheros, era agradecido con la generosidad de la naturaleza. Las plantas que producían savias medicinales, la luz de la luna que iluminaba los senderos, las estrellas que ayudaban a orientarse, los animales que proporcionaban carne… todo lo que el seringueiro utilizaba para su supervivencia era objeto de veneración. Era costumbre, al ir de pesca, hablar con los peces más pequeños, deseándoles que creciesen rápidamente para salir de aquel remanso, para que tuviesen cuidado con los caimanes, para que se hiciesen grandes y fuertes. La leyenda del caboquinho da mata, un hombrecito fumador que atacaba en caso de cazar más de lo necesario o en caso de maltratar árboles o animales resumía la conciencia del seringueiro. Todos, niños, mujeres y viejos creían en aquel justiciero de la naturaleza que surgía en la profundidad de la selva como amigo o como censor.

Francisco Mendes, como lo había hecho con Alfredo, Pedro y tantos otros, había enseñado a su hijo a conocer y a amar ese jardín capaz de satisfacer las necesidades esenciales. El joven Chico había aprendido los nombres y usos de docenas de plantas medicinales, como la copaíba que ataja las infecciones o como la corteza del árbol ipé que combate los tumores. Sabía hacer una infusión para curar la pulmonía, triturando los nidos de termitas que arrancaba de los troncos de los árboles. También aprendió a distinguir los peces y sabía cuál era la mejor hora para pescar el tucunaré o el pirarucú. Reconocía también el ritmo y el caudal de los ríos según las estaciones. Sobre todo había aprendido a mirar antes de tocar, porque la selva no sólo alberga sustancias útiles, también está plagada de peligros. Al resbalar, cuidado de no apoyarse en una Astrocaryum, palmera rodeada de pinchos tan finos que es imposible verlos. Al bañarse, atención con el candirá, pez del tamaño de un palillo que entra en el cuerpo por sus orificios, en particular por el ano y, una vez dentro, despliega unas afiladas espinas, provocando dolores infernales. Cuidado con la tocandeira, una hormiga negra de unos tres centímetros cuya picadura provoca un choque anafiláctico. Cuidado con las ramas de los árboles al caer. Cuidado en no poner en marcha los sistemas de defensa de orugas, arañas, serpientes o plantas.

Había aprendido a concentrarse sobre tres objetos: el remo en la piragua, el machete en los senderos y la escopeta para la caza. Sabía desde pequeño que el tiempo es un elemento crucial.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 74

PROMOCIÓN

El padre de Chico se lamentaba de que los seringales no dispusiesen de escuela ni de un miserable puesto sanitario, algo que los demás ni siquiera concebían. El interés de los patronos era mantener su mano de obra en la ignorancia y la sumisión. Si los seringueiros aprendían a contar, se acabarían las cuentas trucadas. Aunque Francisco leía mal y apenas escribía, su hijo no había estado en condiciones de evaluar la habilidad paterna la llegada de aquel forastero. Chico había sido el único entre los muchachos de su edad en mostrar una voluntad tenaz en concentrarse para aprender a leer y escribir. Búscaba alguna explicación a la injusticia que le había tocado vivir. La imagen de aquel seringueiro ardiendo entre alaridos volvía periódicamente a su memoria, como un recuerdo constante de su condición de esclavo blanco. Muchos amigos recuerdan a Chico, a los 14 años de edad, solo y después de una agotadora jornada de trabajo, esforzándose en descifrar la maraña de letras y palabras que representaban su única esperanza de entender la vida.

Chico convenció a su padre de que le dejase pasar los fines de semana con Euclides, que se había comprometido a darle clases. El hombre había observado que el muchacho tenía un afán de superación que lo distinguía de los demás. Así empezó una rutina que se prolongaría durante seis años. Chico esperaba impaciente el sábado para ir a la colocaçao de Euclides y nada más llegar encendía la vieja radio General Electric. Oían las noticias y después las comentaban. Chico aprendió cosas tan incongruentes como el hecho de que Brasil se había convertido en el segundo exportador mundial de alimentos después de los Estados Unidos, a pesar de que la mitad de su población padecía desnutrición severa. Se enteró de que la construcción de la primera carretera en la Amazonia había comenzado, enlazando la vieja ciudad de Belem con la flamante capital de Brasilia, un hecho cuyas consecuencias marcarían su vida.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 87

LUCHA POR LA JUSTICIA. Lucha de los empobrecidos.

Chico no se resignaba al destino que la selva le tenía reservado. Escribía inocentemente cartas al presidente de la república. Mandaba misiva tras misiva, a veces una por semana, en las que describía cómo se les prohibía a los seringueiros tener escuelas y cómo su analfabetismo permitía a los patronos robarles todos los meses. Adjuntaba los precios reales de los víveres y los precios que aparecían en el saldo de las cuentas de los seringueiros. Pero nunca recibió respuesta.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 144

IGLESIA. Iglesia esperanza de los pobres

Chico Mendes y sus compañeros poco podían hacer para resistir la invasión. Solos y sin ayuda exterior, lo que estaba aconteciendo con los seringueiros de Acre se parecía más a un genocidio que a una reconversión económica. La única esperanza había que buscarla donde siempre la habían buscado los pobres de la Amazonía: en la Iglesia.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 162

IGLESIA. CEBs en Brasil

Para ayudar a esa población rural a sobrevivir en el caos urbano, un religioso de la orden de los Siervos de María, el padre Domingos Barbé, que acabaría teniendo una influencia decisiva sobre el joven Moacyr, había emprendido la titánica tarea de organizar las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). A la manera de los primeros cristianos que ponían todo en común, las CEB se reunían periódicamente para leer el Evangelio y asumir conjuntamente las luchas esenciales para la supervivencia o la simple mejora de las condiciones de vida: la lucha para conseguir agua potable, para el dispensario, para el alcantarillado, la lucha para oponerse a la violencia policial del régimen militar. Todas las generaciones estaban representadas en esos grupos donde existía un mínimo de estructura comunitaria: una caja común, un programa anual y mensual, asambleas generales regulares, varias reuniones semanales… Las tareas religiosas (sacramentos, celebraciones) eran asumidas por laicos, encargados también de las llamadas tareas de promoción humana. La práctica acababa por revelar cuáles eran los dones de cada cual. Las CEB buscaban devolver la palabra al pueblo gracias a una lenta pedagogía que enseñaba a los pobres a escucharse y a hablarse, a estimar lo que tenían que decir y a decírselo mutuamente. La lectura del Evangelio, en grupo, hacía las veces de auténtico psicodrama. Hombres y mujeres muy humildes, con tendencia a subestimarse, se reconocían en el aduanero, en el enfermo, en el ladrón crucificado con Jesucristo, en la mujer adúltera, y esto les devolvía la esperanza porque comprendían que los pobres de las Escrituras eran gente como ellos. De las CEB, pilar de lo que vino a llamarse la Teología de la Liberación, surgieron millares de líderes populares que veían en la iglesia la única organización con autoridad suficiente para hacerse escuchar en los entresijos del poder. Don Moacyr terminaría su formación religiosa en la época en que la Iglesia de Brasil se convertía en el único espacio que tenían los pobres para expresarse.

Este brusco cambio del papel de la Iglesia, tradicionalmente aliada a los grupos de poder, había sido promovido por grupo de católicos que quisieron frenar la pérdida de influencia, constante desde el final de la segunda guerra mundial hasta el punto de que peligraba su existencia como institución poderosa. De alguna manera había perdido contacto con el pueblo, que encontraba en los grupos políticos de izquierda y en las sectas protestantes una respuesta más adecuada a su inmediata necesidad de salvación.

A la cuestión de ¿cómo seguir siendo cristiano en un mundo capaz de engendrar tales horrores?, originada después de la segunda guerra mundial, los religiosos de América Latina dieron su respuesta: «Ser cristiano significa luchar por un mundo mejor.» Heridos y escandalizados por el sufrimiento y la injusticia, los teólogos se volvían hacia El que había asumido el sufrimiento y El que se había comprometido a aliviar el de los demás. El pueblo, a su manera, lo había hecho desde siempre, al convertir la devoción hacia el «Cristo sufriendo en la Pasión» en el centro de su vida religiosa. A mediados del siglo XX teólogos latinoamericanos como Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff lanzaron la idea de que la Iglesia debía romper su tradicional vínculo con la clase dirigente y adoptar un papel más progresivo en la sociedad, acercándose al de la Iglesia primitiva. Sólo así podría recuperar su voz ante el pueblo. Se recordó públicamente que los Apóstoles no habían sido más que modestos pescadores de Galilea y que Jesucristo quiso vivir en la pobreza: «La Iglesia tiene que volver a encontrar un aspecto olvidado con el paso de los siglos: el rostro de la pobreza.»

Esos esfuerzos de los religiosos latinoamericanos, que corrían el riesgo de ser víctimas de la represión por sus ideas (como Helder Cámara, arzobispo de Recife, importante figura pionera que se alzó contra las acciones del Gobierno), obtuvieron un fuerte respaldo en 1962 durante el Concilio Vaticano II. Pero fueron sobre todo los ciento treinta obispos reunidos en Medellín (Colombia) en 1968 quienes cambiaron la historia de la Iglesia latinoamericana. Alentados por la presencia del papa Pablo VI, que había denunciado en su encíclica Populorum progressio la concentración de riqueza en manos de algunos privilegiados a expensas de la gran masa de sus conciudadanos, obispos de todo el continente asumieron una «opción preferente hacia el pobre» a la vez que se comprometían como medio de llegar a una verdadera liberación del individuo. Se retomaba así la tradición de religiosos como el alemán padre Fritz que, en el siglo XVI, caminó por toda la Amazonia para socorrer a los indios y protegerlos de los abusos de los colonizadores, pagando con la cárcel su devoción. O el dominico fray Bartolomé de las Casas, la personalidad más relevante e influyente en la defensa de la causa de los indios, que denunció ante el Rey los horrores de la Conquista y escribió que Jesucristo no había venido al mundo a morir por el oro.»

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 165, 166, 167

IGLESIA. Perseguida. Decir la verdad lleva a perder.

En Acre, las tensiones cada vez más agudas entre la Iglesia y el poder político repercutían con especial virulencia en Don Moacyr Grechi. «Es muy difícil romper relaciones con el poder político cuando la Iglesia está estructurada y tienes la responsabilidad de un hospital, una escuela, una leprosería… y tienes que tratar con las autoridades cuando precisas favores para llevar adelante un trabajo ”confesaría el prelado”. Romper acarrea sus consecuencias. Cada vez que yo tomaba una posición clara, el poder se vengaba y yo acababa perdiendo algo. Así perdí unas diez hectáreas de terreno en el centro de Rio Branco. Fueron tiempos muy duros para mí… Ante la encrucijada en que me encontraba, me refugiaba en Jesús, una persona comprometida que tomó posición del lado de los pobres. Eso me hacía ver que mi verdadera identidad iba por allí. La lectura del Evangelio me daba una gran seguridad interior. El apoyo de los obispos y de toda la Iglesia de Brasil, ostensible y próximo, también era fundamental. Recibía visitas, cartas… salían en mi defensa cuando era calumniado.» En Xapurí, el alcalde prohibió el acceso de los Padres Destro y Claudio a la radio local. Docenas de cartas enviadas por toda la comunidad llegaron al Ayuntamiento para pedir que se les permitiese celebrar misa por radio. Claudio y Destro se reunieron con el alcalde. Claudio observó que llevaba una bolsa de aspecto poco familiar y le espetó: «Apuesto a que lleva ahí un magnetófono de la policía federal.» Sorprendido, el alcalde admitió que era cierto. También admitió que estaba siendo manipulado y presionado. Pero no por eso les cedió las ondas de nuevo.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 203

FORTALEZA. Dudas. Lucha por la Justicia

En aquel momento hubiera querido estar donde sus padres para ahorrarse los sufrimientos de la vida de sacrificio y de lucha que le esperaba. Pero era demasiado joven para abandonar. La lucha apenas comenzaba. Al recordar las historias de Santos y de mártires que su padre le contaba de pequeño, sintió con más intensidad que nunca que su sitio estaba allí mismo, junto a los seringueiros perseguidos.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro A. Pag 172

ASISTENCIALISMO. Se hace más cómodo que el verdadero compromiso.

Don Moacyr escuchaba con cierto escepticismo: “Era bastante insensible a los problemas sociales, aunque yo, en aquel momento, creía lo contrario. Me era más fácil dar una limosna que plantearme las causas reales de la pobreza y cómo extirparla. Me faltaba la visión de la injusticia. Es algo que aprendí aquí. El pueblo tenía confianza en mí, quizá a causa de la tradición de los obispos precedentes, y pedían que se hiciera algo, pero yo no quería tomar partido, no quería comprometerme.”

(Don Moacyr, obispo Brasileño, colaborador y amigo de Chico Mendes)

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro. Pag 173 y 174.

NO VIOLENCIA. De Chico Mendes.

“Chico…le decían, esta vez hay que vengarse. Es necesario que los fazendeiros entiendan que ellos también corren riesgos si continúan haciendo lo que están haciendo.” Chico Mendes negaba con la cabeza y repetía su frase habitual “No creo en los cadáveres. No sirven para nada”.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro. Pag 213

MOVIMIENTOS SOCIALES. Peligro del fervor revolucionario de los intelectuales sin compromiso real.

“Mi generación fue criada con un proyecto revolucionario en la cabeza. Pero yo cuestioné desde muy temprano el hecho de que intelectuales y estudiantes tuvieran que integrarse en la clase obrera para concienciar a los “oprimidos” y propulsar el cambio… Es lo que se intentó en 1968. Pero a la hora de la verdad, cuando llegaba la represión, los estudiantes tenían otras alternativas, por ejemplo, exiliarse, mientras los obreros se quedaban con la peor parte.”

(Mary Allegretti: antropóloga brasileña, colaboradora y amiga de Chico Mendes. Impulsora de un movimiento de escuelas y educación en la Amazonía:
1968: Fervor revolucionario a nivel mundial, marcado en Brasil por la existencia de una dictadura militar.)

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro. Pag 269

LUCHA POR LA JUSTICIA. Lo primero es el Ideal, desde ahí se vive todo lo demás (el matrimonio, el propio hambre…). Disyuntiva entre vida cómoda y vida de lucha.

El primer año de casados se instalaron en Xapurí, en una casa prestada por un pariente. Fue quizá la época más feliz del matrimonio. Allí nació su hija, bautizada Elenira en memoria de una guerrillera muerta en las escaramuzas del río Araguaia a principios de los años sesenta.
Todo se hizo más difícil a partir del momento en que tuvieron que abandonar la casa prestada porque el pariente necesitaba venderla. Como Chico no podía pagar un alquiler, se mudaron a la sede del sindicato, una barraca situada junto a la iglesia. Pero allí no había intimidad; era como vivir en una comuna. Ilzamar, cuando no limpiaba la casa o daba el pecho a Elenira, pasaba largas horas cocinando para un montón de gente. Un día no lo soportó más y se lo dijo a su marido, cuando le pilló entre dos viajes. Él bajó la cabeza y la abrazó: «Ya sé, ya sé… Tú querías que tuviéramos una casa propia, pero el trabajo político no da dinero… Sin embargo hay que hacerlo, es nuestra única posibilidad de mejorar.»

Aquella misma tarde se mudaron al seringal del padre de Ilzamar. «Mi padre era muy pobre ”recordaría Ilzamar”. Tan pobre que hasta carecía de una hamaca para mi hija. Era una familia numerosa y había dificultad en conseguir comida para todos. Me angustiaba pensar que la pequeña podría pasar hambre cuando ya no le diese más el pecho.» Chico Mendes se quedó a vivir en la sede del sindicato y, cuando sus obligaciones se lo permitían, iba a reunirse con su mujer y su hija. Llevaba con él lo que podía: medicinas, leche en polvo, aceite, a veces un poco de dinero…

Los primeros días eran de gran alegría. Pero nunca se quedaba mucho tiempo; el máximo fue un mes. Ilzamar rompía en sollozos con frecuencia cuando sentía que pronto volvería a estar sola. En realidad, su vida no había cambiado con el matrimonio. Seguía en la selva con sus padres, con la diferencia de que ahora tenía que criar a una hija.
”Debes tener fe ” le decía Chico. «Nuestra vida cambia, ¡ya verás…!»
”No quiero quedarme aquí sola y pasando necesidad…»
”Nuestra lucha es para que esto acabe” le contestaba él.
”Si las demás mujeres viven junto a sus maridos… ¿Por qué no te quedas tú conmigo?” insistía ella.
”A mí también me gustaría ver crecer a Elenira y lleva una vida normal. Pero la gente no siempre puede hacer lo que quiere…»

Aquella situación afectaba profundamente a Chico. Confesó a un amigo que no se sentía digno de ser padre de familia porque no podía prestar a los suyos la atención necesaria. La única alternativa posible ”dejarlo todo, emigrar, buscárse un trabajo cualquiera y empezar de nuevo” era sin embargo inconcebible. Para Chico, equivalía a renegar de su propia identidad, era como morir a destiempo. Estaba atrapado en las garras de una lucha a la que había dedicado su vida, «No puedo abandonar», acababa diciéndole a llzamar, y ella lo entendía, y enjugaba sus lágrimas y empezaba a soñar con la próxima visita. Y Chico emprendía viaje por los caminos de la selva para asistir a alguna reunión sindical, o para participar en algún empate, o para encerrarse con los compañeros a intentar encontrar una solución definitiva al problema de los seringueiros, empeñados en defender sus selvas de un adversario cada vez más obsesionado en arrasarlas.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro. Pag 285 y 286

ORGANISMOS INTERNACIONALES.

Creado después de la segunda guerra mundial para ayudar a la reconstrucción de Europa y para promover el comercio internacional, el Banco Mundial modificó sus prioridades en los años cincuenta para dedicarse al Tercer Mundo. En sentido amplio, la misión del Banco es mejorar las condiciones de vida de mil millones de personas consideradas como «pobres estrictos». Pero en los colosales proyectos que financia, rara vez escucha a esos pobres que pretende ayudar; escucha a sus gobiernos, que con frecuencia no representan a las poblaciones sino a otros intereses como los de las grandes empresas nacionales y extranjeras.

En “Senderos de libertad”, de Javier Moro. Pag 293

*NOTA: Onza – especie de leopardo.


Más información en:

CHICO MENDES: Militante Cristiano Pobre