Derecho a no migrar: reflexiones desde Guatemala

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«Libres de elegir si migrar o quedarse» es el título del Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Migrante de este año. Retoma un tema que está en el origen de la enseñanza social de la Iglesia sobre migración: el derecho a no migrar. Lo explica citando a San Juan Pablo II en su Mensaje para esta misma Jornada del año 2004 (publicada en 2003): el derecho a no migrar supone poder «vivir en paz y dignidad en la propia patria».

José Luis González, sj1

Es un derecho ligado al derecho a un trabajo digno (art. 23 de la Declaración Universal de Derechos Humanos) y a los derechos económicos, sociales y culturales (DESCA). Por esa razón el derecho a no migrar no se contradice con el derecho a migrar. Los Estados deben de favorecer las condiciones para ambos derechos, y es a la persona a la que corresponde decidir dónde encuentra un trabajo digno y condiciones de paz y desarrollo. La enseñanza de la Iglesia pide también tener en cuenta los deberes, como el deber de contribuir al progreso de su comunidad (GS 65).

Con todas estas razones, la elección ha de hacerse con libertad -pide el papa Francisco- pero no suele ser así. Byron López Xol es un joven indígena guatemalteco que murió en el incendio de la estación migratoria de Ciudad Juárez el 27 de marzo. Emigró para ayudar a su familia, indígena qeqchí, que ha sido desalojada por finqueros de sus territorios en Panzós (Alta Verapaz). En estos desalojos el ejército colabora con los finqueros e incendia las casas para desplazar población descartable. La corrupción y la impunidad reinan donde debería reinar la justicia. En Panzós se dio, en 1978, la primera masacre en la guerra de Guatemala. Byron no la vivió, pues solo tiene 24 años de edad, pero ahora le tocó huir del mismo fuego que incendia las casas de los pobres. Y se encontró con fuego en la frontera de México con Estados Unidos. Murió este 27 de marzo porque los guardias de seguridad no quisieron abrir las puertas de la celda cuando ya el humo invadía el lugar. No ha hecho una elección en libertad: desplazado forzoso en su aldea, migrante forzado en México, detenido en Ciudad Juárez, forzado a morir tras la reja de una celda y sus restos regresaron en un avión sin haber conocido nunca la libertad. Desde la Red Jesuita con Migrantes en Centroamérica podemos poner otros muchos ejemplos, pues el autoritarismo está creciendo junto a la corrupción y la impunidad tanto en gobiernos de derecha (Guatemala) como de izquierda (Nicaragua, Venezuela), expulsando a millones de migrantes que no pueden sobrevivir en sus países.

El origen del «derecho a no migrar» en la enseñanza social de la Iglesia está en el derecho al trabajo. La relación trabajo/migración está señalada en la Rerum novarum (1891). El papa León XIII, preocupado por los miles de italianos que emigraban a finales del siglo XIX, consideraba la migración como un mal y propone un derecho de propiedad extendido también a los trabajadores. Esta propiedad impediría la migración porque «los hombres sentirán fácilmente apego a la tierra en que han nacido y visto la primera luz, y no cambiarán su patria por una tierra extraña si la patria les da la posibilidad de vivir desahogadamente» (RN, 33). Cinco años antes de esta encíclica ocurrieron los hechos de Chicago que se recuerdan cada año el 1 de mayo. No eran solo trabajadores: eran migrantes italianos, polacos, irlandeses y alemanes, como los condenados a muerte un año después. Trabajo y Migración ya estaban unidos. Por eso León XIII publicó en 1888 -tres años antes que Rerum Novarum- otra encíclica sobre la condición infeliz de los migrantes italianos en EEUU. Su nombre -Quam aerumnosa- significa infeliz, angustiosa, y se refiere a la situación de los migrantes.

Sin embargo, a pesar de esta visión de León XIII de la migración como algo solamente negativo -los sociólogos llaman a ese prejuicio «sesgo sedentario» (Bakewell)-, ese Papa apoyó al obispo Scalabrini, que tenía una visión más equilibrada entre lo negativo y lo positivo:

«La emigración es indudablemente un bien, fuente de bienestar para el que se va y para el que se queda, verdadera válvula de seguridad social, aliviando el territorio del exceso de población, abriendo nuevos caminos a los comercios y a las industrias, fundiendo y perfeccionando las civilizaciones, ampliando el concepto de patria más allá de los confines materiales, haciendo patria del hombre al mundo; pero siempre es un mal gravísimo, individual y patriótico, cuando se la abandona así sin ley, sin freno, sin dirección, sin tutela eficaz» (Primera Conferencia sobre la emigración).

El sesgo sedentario -la migración es siempre mala- está metido en la Iglesia acusando al Papa Francisco de promover la migración ingenuamente -la migración es siempre buena-. «Cada uno de nosotros debe vivir en su país» dice un cardenal. Y añade: «Más vale ayudar a las personas a crecer en su cultura que animarlas a venir a una Europa en plena decadencia. Es una falsa exégesis utilizar la Palabra de Dios para valorizar la migración. Dios nunca ha querido estos desarraigos». Esta concepción estática de la humanidad ignora que no hay ningún pueblo originario del lugar donde ahora está, que la humanidad salió de África hacia el resto de continentes, que migraciones bíblicas como la de Abraham fueron voluntad de Dios, y que sin migrantes y refugiados como Priscila y Aquila, o como el diácono Felipe huyendo por Samaria, no se hubiera extendido el cristianismo en el siglo I.

El papa Francisco no promueve la migración sino la fraternidad hacia nuestros hermanos migrantes que ya están en nuestra puerta. El Mensaje de este año confirma que Francisco se sitúa en continuidad con los papas anteriores que pedían el derecho a no migrar: León XIII (RN33), Juan XXIII (MM 125 y PT 102, 106), Concilio Vaticano II (GS 66), Pablo VI (OA 17), Juan Pablo II (FC 77) y Benedicto XVI (JMMR, 2013).

Pero mientras no se cumplan las condiciones para ese derecho, la Iglesia no puede ignorar que Jesús se identificó con el migrante: «fui forastero y me acogiste» (Mt 25).

Cuando a los pueblos no se les da libertad para decidir entonces los pueblos se deciden por la libertad. Es lo que están haciendo millones de migrantes hoy en el mundo, que piensan como Jean-Jacques Rousseau: «Prefiero la libertad con peligro que la paz con esclavitud». Lo peor es que muchos, como Byron López Xol, lo pagan con su vida.

1Sacerdote jesuita, director de la Red Jesuita con Migrantes, Guatemala