El nacionalismo es insolidario

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Una cosa es el derecho de autodeterminación y otra el nacionalismo. Aunque algunos tengan mucho interés en mezclarlos.

La doctrina social de la Iglesia reconoce el derecho que tienen determinadas comunidades políticas para decidir su vinculación o separación respecto a un Estado cuando éste no garantiza su autodeterminación moral interna. Lo cual ocurre en casos de colonización, conquista, imposición de estructuras estatales a comunidades preexistentes, sofoco o represión de la justicia y la libertad… es decir, en cualquier caso de imperialismo. A esto se refería el Papa Francisco en una reciente entrevista televisiva al distinguir entre independencia por emancipación y por secesión, cuestionando esta última cuando se viene de un proceso histórico de vida en común.

Este es el caso de España. Nuestra nación lleva constituida como tal desde hace siglos; es el resultado -complicado ciertamente- de la unión de diversos pueblos y sensibilidades que decidieron compartir un mismo proyecto institucional, con sus consiguientes cauces legales. Esa unión es un bien superior, como nos lo han recordado los obispos españoles, a la fragmentación y división. Otra cosa es que el instrumento legal y el proyecto de vida común de España sea mejorable. Nosotros creemos que mucho. Muchísimo.

El nacionalismo es otra cosa. Históricamente es hijo de la burguesía local y de la filosofía individualista-romántica del siglo XIX. Los movimientos solidarios, en aquel tiempo encarnados en el obrero, se opusieron firmemente a todo nacionalismo por insolidario. Más tarde, cuando el internacionalismo obrero fue barrenado por la estrategia de apoyo a los partidos locales marxistas y socialdemócratas, también los neo-marxistas pondrán el nacionalismo en su programa. Así llegamos a estos comienzos del siglo XXI en los que debajo de la bandera nacionalista se cobijan todo tipo de materialismos: la burguesía más corrupta y oligopólica junto con la supuesta izquierda alternativa en todos sus «ismos»: ecologismo, feminismo, indigenismo… aunque para ello hayan tenido que eliminar su principal seña de identidad: la Solidaridad internacionalista. Eso sí: todos cobran, de una u otra manera, de la burocracia nacionalista. Sin este chollo, no tendrían pesebre. Esa es la raíz del nacionalismo.

Y, llevada por esta alianza de vividores, se encuentra una sociedad a la que, durante décadas, se le ha enseñado una historia falseada, plagada de mitos que intentan explicar «el hecho diferencial» y el supuesto agravio comparativo. Una sociedad en la que disentir es dificilísimo; en la que la inmersión no es tanto lingüística como ideológica.

A este servilismo no escapan muchos creyentes. En Cataluña nos encontramos, por ejemplo, los monasterios benedictinos con Montserrat al frente; junto a ellos una lista de organizaciones han firmado el manifiesto nacionalista por “el derecho a decidir”. De nuevo la mezcolanza: se alían los grupos más conservadores que apoyaron al franquismo con los más secularistas. Y de nuevo por las mismas razones: casi todos viven de las subvenciones que administra el nacionalismo. Muchos de estos grupos dependen de órdenes religiosas que ya no tienen vocaciones, pero sí muchas instalaciones que mantener.

Aquí van algunos botones de muestra significativos. En este curso en el que la Iglesia universal celebra los 500 años de santa Teresa, sus hijos, los Carmelitas Descalzos en Cataluña, deciden anteponer una postura política al amor universal apostólico. No le va a la zaga la postura de los jesuitas catalanes, que atenta vergonzosamente contra la identidad que dio San Ignacio de Loyola a la Compañía de Jesús. Es escándalo para los pobres el apoyo público al nacionalismo catalán de La Legión de María, en contra de lo que este movimiento pide a sus legionarios.

Y al fin, de entre los firmantes, nos produce inmenso dolor la traición de la HOAC catalana al catalán Guillem Rovirosa, su principal inspirador, que fue ante todo internacionalista y solidario, un apóstol universal promotor de militantes cristianos pobres. Rovirosa, que tan vinculado estuvo a Montserrat, cuando le dieron a escoger entre el bien común y el nacionalismo catalán, dijo: «a mí, apúntenme a Andalucía». Porque Rovirosa quería ser de los pobres. Y nosotros también.

Editorial de la revista Id y evangelizad