El pragmatismo nihilista tecnológico

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¿Qué es la información?¿Qué es conocer? ¿Cuál es su finalidad? Para el imperialismo tecnológico de nuestros días, en realidad, las preguntas de corte filosófico no tienen mucha importancia. La fortaleza del neocapitalismo, el motivo por el que esta pretensión de totalitarismo no es tan combatido como otros, consiste en su capacidad de adaptación a las distintas circunstancias de la historia y esto pasa por no atarse a innecesarias ideas preconcebidas. 

Poco les importa a los tecnócratas del imperio qué es el hombre, qué es la humanidad, si Dios existe o no existe… Incluso el conocimiento en sí mismo. ¿Qué es? ¿En qué consiste? No, el neocapitalismo, al menos en su vertiente tecnológica, no se hace esas preguntas inútiles. Para el imperio, en lo que respecta a la tecnología, lo único importante es: ¿cómo puedo controlar? Controlar ¿el qué? Controlar a las personas, a los pueblos, a las naciones, al mundo. Porque lo único que busca es el poder. El poder económico, pues estamos hablando de un imperialismo capitalista, pero también el poder político, ya que cuando se alcanza el primero se desea el segundo.

Y ¿cuál es el secreto para controlar a alguien o a algo? ¿Conocerlo? ¿Comprenderlo? No, nada de eso. El secreto para controlar es poder predecir. Si puedo predecir lo que vas a hacer según las circunstancias en las que te encuentres, puedo controlarte. En primer lugar, cambiando dichas circunstancias, para que reacciones como yo deseo. En segundo lugar, adelantándome a tu acción para volverla a mi favor.

Pongamos como ejemplo la predicción meteorológica: Incluso si yo no puedo cambiar las circunstancias que van a hacer que llueva, el hecho de predecir que va a llover me permite tomar una serie de medidas, desde llevar paraguas si salgo a caminar, a cambiar la hora en la que voy a salir de casa, o a poner en el escaparate de mi tienda productos típicos que se venden más los días de lluvia…

Pues esto es lo que llevan haciendo las grandes multinacionales de la tecnología las últimas décadas: Acumular información para poder predecir. Para ello, se utilizan grandes bases de datos y algoritmos cada vez más optimizados.

No sé si habrás percibido que hace un par de décadas, cuando entrabas en un buscador de Internet y escribías una serie de palabras, los resultados que éste te devolvía se ajustaban con la mayor exactitud a dichas palabras. Pero, con el tiempo, eso ya no es así. Ahora, muchos de los resultados que te devuelve el buscador no tienen tanto que ver con lo que has escrito, como con lo que el buscador predice que vas a buscar. Incluso te corrige las búsquedas y te muestra un: “Quizá quisiste decir…”

De hecho, si la semana pasada buscaste zapatillas, porque querías comprarte unas nuevas, y no has borrado ni el historial ni las cookies del navegador, al buscar otras cosas hoy, pasados los primeros resultados, te encuentras con ofertas de zapatillas. ¿Qué acaba de suceder? Que el buscador no se ha ceñido a las palabras que has escrito, sino que ha intentado ir más lejos, ha intentado predecir lo que te interesa, más allá de tu búsqueda actual, metiéndose en tu historial o analizando tu comportamiento en su base de datos (identificándote gracias a las cookies). Ha intentado adivinar tu comportamiento y adelantarte.

Esta forma de control cada vez está más optimizada. Se basa en predecirte, que no es lo mismo que conocerte, aunque para un observador externo pudiera ser lo mismo. No nos equivoquemos, al imperialismo le dan igual tus emociones, no importa cómo te sientas por dentro. Le da igual la naturaleza humana, de hecho, la desprecia. Lo que le importa son tus acciones. Desde hace tiempo el psicólogo del imperio no es Freud, sino Skinner. No es el psicoanálisis, no es tratar de explicar los sentimientos o las diferencias entre el consciente y el inconsciente. Ni tampoco tu pulsión sexual o la libido, o el Yo y el Superyó… Nada que tenga que ver con cómo eres. Y no es porque Freud estuviera equivocado, que lo estaba en muchas cosas, sino porque lo único que le interesa es qué respuestas das ante qué estímulos. Conductismo. Nada de filosofía, nada de antropología, nada de ninguna ciencia que pueda explicar nada, sino nihilismo y pragmatismo al máximo en la búsqueda del poder.

No se trata de entender qué necesidad ontológica te lleva a desear unas zapatillas… Se trata de si las compras o no las compras. O, mejor aún, se trata de conseguir que las compres: Qué tengo que hacer para aumentar las probabilidades de que te gastes el dinero. Y no me hago preguntas filosóficas, antropológicas, sociológicas o psicológicas. Todo eso pudo estar bien en el siglo pasado, antes de la era de la informática, pero ahora dispongo de algo mucho mejor: Inmensas bases de datos, con muchísima información sobre ti y sobre gran parte de la humanidad, que has alimentado tú mismo, tu padre, tu tía, tu vecino, tu amiga de la infancia a la que hace décadas que no ves… 

Se llama Big Data y con ello se hace Data Mining. ¿Y qué es eso? Básicamente explorar en todos esos millones de datos, encontrar patrones y relacionar unas variables con otras… Hasta que descubro que determinados valores se relacionan con un aumento en las probabilidades de compra de las zapatillas. Y uso eso para hacerte comprar. ¿Qué necesidad tengo de preguntarme sobre tu humanidad o el significado de tu existencia? No lo necesito.

Pongamos otro ejemplo. Tengo un negocio de venta de helados y refrescos y, haciendo Data Mining descubro que cuanta más gente muere ahogada, más helados y refrescos se venden. En principio puede parecer una relación absurda. Alguien que intentase buscar una explicación a esto podría llegar a conclusiones igualmente absurdas, como que el consumo de helados aumenta el riesgo de que mueras ahogado, o como que cuando alguien se ahoga, entre los vivos se genera la necesidad de beberse un refresco. También se podría dar una explicación más sensata: Hay una variable externa que es el calor que, al aumentar, hace que la gente, por un lado, se bañe más en la playa (con lo que aumentan los ahogamientos) y, por otro, tenga un mayor apetito por los helados y los refrescos.

¿Con cuál de éstas explicaciones se quedaría un tecnócrata? Con ninguna. Darle una explicación a la relación entre el consumo de helados y los ahogamientos es filosofar demasiado. Lo único que importa es la relación entre ambos hechos, la relación en sí misma sin necesidad de explicaciones, porque es lo que me permite aumentar el precio de los helados en el momento en que detecto que suben las muertes por ahogamiento. O, al revés, promocionar mi negocio de pompas fúnebres justo cuando la gente empieza a consumir helados. Y, en principio, funciona. Es práctico y no necesito hacerme preguntas inútiles.

En la actualidad estamos ante el boom de las IAs (Inteligencias Artificiales), que nos podrían llevar a creer que esto ha cambiado, que ahora sí hay seres tecnológicos pensantes y, por tanto, que se cuestionan de algún modo acerca del significado del ser. Para nada. Aunque existe una tendencia casi viciosa en las tecnológicas a etiquetar sus avances con la palabra “inteligencia” (teléfonos inteligentes, casas inteligentes, vehículos inteligentes… inteligencias artificiales…), nada de esto tiene que ver con la inteligencia. Y mucho menos con la filosofía. De hecho, para entender lo que es verdaderamente una IA, sería mejor llamarlas “sistemas de predicción avanzada” o con algún otro nombre tan aburrido y poco fascinante como ese. Porque no es tan sexy, pero es mucho más preciso para entender que no son sistemas pensantes sino sistemas de predicción.

Lo que se llama “entrenamiento” de una IA es básicamente “enseñarle” a predecir. Consiste en introducir unos datos, dejar que la IA ofrezca una predicción y luego mostrarle cuál sería la predicción correcta. Si la predicción es errónea, reajusta sus variables internas para acercarse al acierto. Este proceso se repite miles y miles y miles de veces, hasta conseguir que las predicciones sean correctas de forma habitual. Que no siempre ya que, lo estamos viendo, no existe actualmente una forma de garantizar un 100% de acierto. Y cuando una IA falla una predicción, se le llama “alucinación”. Resulta mucho, pero mucho más sexy decir: “una inteligencia artificial ha sufrido una alucinación” que decir “un sistema de predicción automático ha fallado”. Aunque la realidad se entienda mejor con la segunda expresión.

A pesar de que la potencia de las IAs pueda resultar abrumadora, en su esencia siguen haciendo lo mismo que se buscaba con el Big Data, Data Mining… Sólo que lo hacen mejor. Mucho mejor.

De hecho, el famoso ChatGPT no responde a tus preguntas. Lo que hace es predecir respuestas para tus preguntas. Busca la más probable y la redacta. Lo mismo podemos decir de las IA de generación de imágenes. No dibujan, no componen imágenes (para ello se necesitaría una creatividad que no tienen), sino que predicen cómo sería la imagen que respondiera a la descripción o características que le has dado, en función de las imágenes con que han sido entrenadas. Por eso “su estilo” suele parecerse al de las películas de Disney o Pixar. Y así con cualquier otra IA en cualquier otro ámbito.

Ante esto, cabría preguntarse si estamos verdaderamente en la era del conocimiento o en la era de la predicción, pues parece, cada vez más, que el control político totalitario que se cierne sobre la humanidad se fundamenta en lo segundo y no tanto en lo primero.

Porque, aunque a ojos de un observador externo pueda aparentar ser lo mismo, ya que conocer permite predecir, no lo es. De hecho, quizá esta potencia de la predicción que el neocapitalismo tecnológico emplea para ejercer su poder sea, en realidad, sus pies de barro. Su punto débil. Pues puede ocurrir que mi negocio de pompas fúnebres esté situado en Madrid y el aumento de consumo de helados no vaya parejo al aumento de ahogamientos porque no hay ningún mar cerca, lo cual me haría errar en mi estrategia de marketing. Pero cómo darme cuenta de mi predicción errada si no tengo conocimiento, si sólo relaciono el incremento de consumo de helados con los ahogamientos…

Por Guillermo Linares, informático
Publicado en la revista solidaria Autogestión