En recuerdo de Juan Gerardi: Obispo martir

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Roger Torres entrevista a Prudencio Rodríguez, miembro del Instituto Español de Misiones Extranjeras, amigo personal de Gerardi, el Obispo que se ha sumado a la larga lista de mártires de la Iglesia de América Latina.

“Juan fue testigo y la Iglesia estuvo con su pueblo, apostando por el desarrollo comunitario, por la formación de los campesinos. Se entendió que había que trabajar con el hombre, cada hombre y todos los hombres. Se pasó de una evangelización más espiritualista (como era la anterior) a una evangelización más integral”.

-¿Cuándo conociste a Juan Gerardi?

– El momento en que nos conocimos profundamente y entablamos amistad fue durante unos ejercicios espirituales que estaba dando a sacerdotes. Entre ellos vino él, que acababa de volver del exilio. Dedicamos todos los días no menos de dos horas a hablar. Lógicamente nos abrimos, nos comunicamos e intimamos, hasta la amistad profunda que luego mantuvimos aunque no nos comunicáramos. Siempre que nos encontrábamos teníamos capacidad de hablar en profundidad. Con ese hablar que sana, que te drena por dentro, que te saca lo malo que hay dentro y te oxigena. Eso es lo bueno. Así conocí yo a Juan y así empezamos a intimar y nos hicimos amigos. Yo le agradezco mucho la amistad con él. Y no la quiero perder aunque esté muerto…

-¿Qué es lo que más te llamaba la atención de él?

– Siempre me ha admirado su capacidad intelectual, su clarividencia y su amor por Cristo, Guatemala y la Iglesia. La mejor biblioteca eclesiástica hasta el 80 era la personal de Juan Gerardi. El libro no es tan común allí. Él estaba al día. Era muy clarividente como analista, tanto social, político y religioso. Creo que ha sido un gran apoyo a la Conferencia Episcopal. En las cartas de la Conferencia Episcopal, que fueron verdaderos hitos, hay elementos propios de Juan. No digo que no haya otras intelectualidades en la Conferencia, gracias a Dios, su nivel intelectual es bastante alto. Pero Juan, a nivel de análisis de la realidad era de los más lúcidos.

– Repasemos su vida, ¿cuál fue su primer destino como Obispo?

– Fue primero Obispo de Las Verapaces, en 1967. Precursor de la pastoral indígena. Asumió que el indígena es el protagonista. Hizo que todos sus agentes de pastoral iniciaran el estudio de la lengua y de la cultura de esos pueblos. Se mostró como un adelantado, como un hombre verdaderamente profético. Sin la identidad de los pueblos, es muy difícil plantear el Evangelio. Luego, hubo una necesidad en Quiché y Juan fue allí en 1974. Quiché tenía ya una trayectoria. Es tal vez el único lugar del mundo, donde la enseñanza social de la Iglesia es realmente revolucionaria. Allí se tensó y se experimentó la represión. Juan fue testigo y la Iglesia estuvo con su pueblo, apostando por el desarrollo comunitario, por la formación de los campesinos. Se entendió que había que trabajar con el hombre, cada hombre y todos los hombres. Se pasó de una evangelización más espiritualista (como era la anterior) a una evangelización más integral. Es la aplicación del Vaticano II, traducido por Medellín a un mundo indígena como el de Quiché.

– Tuvo que abandonar la diócesis en 1980, porque su vida corría un grave riesgo, ¿no?

– Llegaron las amenazas y se produjeron las muertes de sus sacerdotes, todas las semanas, todos los meses. Tuvo que salir de la diócesis, después de un atentado. Me contaban, que salió en un carro conducido por una religiosa metido entre cajas vacías.

-A la vuelta fue cuando le conociste, ¿cómo pasó aquellos años?

– Se encontró que no tenía nada que hacer, ningún sitio en el que estar, como si hubiera pasado su época. Fue expulsado realmente, porque no le admitían. Estuvo dos años en Costa Rica, donde el Obispo de allí le dijo que tomara una parroquia en San José de Costa Rica. Pero él le contestó que no podía, era Obispo de Guatemala y en cuanto pudiera tenía que volver y un párroco no puede dejar así a su parroquia, si le admitía de coadjutor, entonces aceptaba. Estuvo de coadjutor en una parroquia. A su regreso, vivió los momentos personales más difíciles pero también de más crecimiento personal. El martirio hace personas más fuertes y sobre todo más sabias, porque han visto la muerte de cerca. Juan fue torturado psíquicamente pero se recuperó muy bien, yo creo que por su capacidad de reflexión y estudio. No podía volver a Quiché. Había sido nombrado un administrador apostólico para aquella diócesis después de dialogar con él.

-¿Qué relación mantenía con Juan Pablo II?

– El Papa le respetó siempre. Le estaba muy agradecido. Hubo momentos en que llegó a sentirse solo. Al único que sentía cerca suyo, era a Juan Pablo. Juan Pablo, cada vez que le encontró, aún en grupos grandes de Obispos, se acercaba para preguntarle cómo estaba, si podía volver ya a Quiché. Siempre le preguntó personalmente, nunca por terceros. Valoraba mucho que el Papa mismo le conociera por su nombre y le tratara personalmente.

CREÓ LA OFICINA DE DERECHOS HUMANOS DEL ARZOBISPADO

– Y se convirtió en Obispo auxiliar del arzobispado de Guatemala en 1984…

– Al llegar Próspero Penados a la diócesis, le reclamó a él y a Mario Enrique Ríos, Obispo que estuvo exiliado en Panamá. Juan se encargó de un trabajo que nadie había hecho en Guatemala. La formación para los derechos humanos, la promoción y la denuncia de las violaciones de derechos humanos. Creó la Oficina de los Derechos Humanos del arzobispado. Fue una decisión de Próspero Penados que se la encargó a él.

Formó a equipos, pasó gente muy buena, intentó conectar con gente técnica, joven, bien preparada que además alimentaba muy bien espiritualmente, teológicamente. Se preocupó por crear el equipo y hacer que trabajaran en equipo. Tanto que fue modelo para otras diócesis del país que crearon sus pastorales sociales y sus oficinas de derechos humanos. En tiempos de la guerra era fundamental que hubiera una palabra de la Iglesia.

– y cuando se acercó la paz…

– Cuando se acercó la paz, eso ya no era tan importante porque una de las cosas que iba a asumir el Estado es la defensa de los derechos humanos. Es el primer capítulo de la Constitución de la República. Sin embargo, saliendo de una guerra había algo que los cristianos no podían dejar de hacer. No se pueden curar por fuera las heridas sin curarlas por dentro. La guerra no hizo tanto daño a los cuerpos como a las almas. El proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) camina por ahí. En esta línea: sin verdad, no hay perdón. Sin perdón, no hay reconciliación. Sin reconciliación, no hay una nueva sociedad.

«GUATEMALA: NUNCA MÁS»

-¿Cómo desarrolló ese proyecto?

– Entonces –dijo- vamos a ser, no buscadores, sino devotos de la verdad. Busquemos donde está la verdad, que sea expresada, tanto del victimario como de la víctima. Significaba abrir el corazón. La guerra impuso el silencio del cementerio y el miedo. Los animadores de la reconciliación, que así se les llamó, lo primero que aprendían era el respeto a la persona, a sus reacciones psicológicas. No se trata sólo de hacer memoria de los caídos, sino también de hacer levantamiento de los decaídos, que son muchos. Y este es el trabajo de REMHI. No sé si por virtud de Juan o de quién, se hizo con muchísimo respeto a todas las partes. Pero, claro, la verdad hiere. Para sacar la verdad hay que abrir la herida y hay que poner un tubito de drenaje porque si no la podredumbre se queda dentro. La presentación de la memoria del proyecto, titulada «Guatemala: Nunca más», significaba el inicio de procesos de perdón y reconciliación. El título lo dice muy bien: para que nunca más ocurra esto. Evidentemente no todos pueden asumir esto. Y ahí está la muerte de Juan. Algunos enloquecen.

-¿Era consciente del peligro que corría al hacer ese informe?

– Yo creo que él nunca creyó que hubiera gente mala, creyó que había gente equivocada. No era un hombre condenador. Sí, decía las verdades, pero no decía que fueran culpables, «se equivocaron, aclaremos, las verdades y caminemos juntos». Por ahí va más la línea de REMHI y la línea de Juan. Por eso nunca se cuidó. El iba solo. Le mataron en el garaje, no miró quién andaba por ahí. Al principio, algunos le dijeron que el proyecto era peligroso, que podía haber reacciones. Pero… ¡si hasta los acuerdos de paz dicen que hay que sacar la verdad, que hay que esclarecer los acontecimientos históricos! y de hecho hay una comisión encargada de ello aprobada por el Gobierno y por la Unión Nacional Revolucionaria de Guatemala. La Iglesia tenía derecho a añadir algo más. No a esclarecer por saber, sino por construir la nueva sociedad desde el perdón y la nueva reconciliación. Así es como esa comisión hace que la verdad reluzca para que no haya vencedores ni vencidos y que no se repita la historia.

LA PAZ ES UN REALIDAD IRREVERSIBLE

-¿Qué pretendían matando a Gerardi?

– Lo que parece claro es que hay todavía gente que no quiere los acuerdos de paz, que no asume que Guatemala pueda ser de distinta manera. Siento que esto es un hecho desesperado que aunque sea de gente de poder no va a conseguir lo que buscan. La condena del pueblo y la vergüenza que el pueblo siente por no haber podido defender la verdad es muy grande. El gobierno tiene que demostrar que tiene voluntad firme de llegar hasta el final. Pienso que el pueblo lo tendrá que exigir.

-¿Y la ONU?

– También la ONU debe estar avergonzada porque la muerte de Juan se produjo no sólo dos días después de presentar la memoria sino también dos semanas después de que los observadores de la ONU se retiraran del país. Este año se veía más claro que se estaba avanzando en el proceso de paz, el gobierno parecía más decidido. Pero este acontecimiento ha sido un golpe fuerte. Hace pensar que hay todavía fuerzas que no quieren la paz. Esto nos hará estar muy vigilantes y seguir educando para la paz. Hemos de seguir en la educación para la paz. La paz es como un niño que ha nacido. Y no se le puede matar así como así. Y va a crecer lo quieran o no. La paz es una realidad irreversible.