Foxconn en México: precariedad en la frontera

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Ciudad Juárez es un territorio de violencia y de explotación laboral, con asentamientos de empresas transnacionales desde los años 80, y que han virado hacia grandes empresas del sector tecnológico americanas además de China y Taiwán.

Ciudad Juárez se ubica a casi dos mil kilómetros de distancia del Estado de Guerrero, en México, donde el 26 de septiembre pasado desaparecieron 43 estudiantes. Sin embargo, la violencia ejercida por las bandas armadas y la policía en Juárez no es menor: desde 1993 hasta la fecha han sido impunemente asesinadas aproximadamente 4.000 mujeres.

Si bien las hipótesis que intentan explicar estos homicidios son múltiples, el mecanismo fundamental tiene que ver con el uso del cuerpo de las mujeres, en particular de las de clase baja, como un medio de producción, tanto en el ensamble de productos industriales como en los circuitos de narcotráfico y prostitución.

Ciudad Juárez es una ciudad de frontera que ha visto profundamente modificada su estructura a partir de la firma, hace dos décadas justas, del Tratado del Libre Comercio de América del Norte, más conocido como NAFTA, por sus siglas en inglés. De hecho es una frontera que, desde la firma del NAFTA, ha sido dividida por un muro metálico de cientos de quilómetros de largo, el cual separa mundos que en realidad son más similares entre sí de lo que, a primera vista, aparentan. Es una frontera ambivalente, densamente poblada de prácticas políticas: por una parte, es una frontera que permite el tránsito de las mercancías, mientras que por otra parte es una frontera porosa, que utilizan los mediadores de las migraciones internacionales para operar sobre el mercado del trabajo, filtrando la circulación de la fuerza de trabajo.

Los procesos productivos y sociales que se vienen desarrollando en la zona de frontera han alcanzado una “segunda generación”, tanto en lo que respecta al flujo de mercancías y de personas como a la construcción de áreas metropolitanas. Ciudad Juárez es una ciudad industrial, en el sentido más preciso del término: una gran cantidad de fábricas de grandes dimensiones en encuentran literalmente enlazadas al tejido urbano. Si bien la ciudad cuenta con 32 parques dedicados exclusivamente a la producción industrial, la mayor parte de los establecimientos productivos no están físicamente separados de las áreas de residencia ciudadana, si no que se encuentran al lado de ellas. Después el boom de inversiones de los años ochenta y noventa, hoy la electrónica es el principal sector industrial de la ciudad, contando con un 35% de los 360 mil trabajadores de la industria manufacturera del área, según datos oficiales del gobierno local.

En el área metropolitana de Ciudad Juárez, que forma parte de las llamadas “zonas económicas especiales”, las empresas están exentas de la mayor parte de las tasas impositivas y del IVA. En el 2013, en todo México, el número de “maquiladoras” que funcionan bajo este tipo de régimen especial ascendía a 6.300, con un personal ocupado de 2,3 millones de personas, de las cuales casi el 90% empleadas en líneas de montaje. Es en este contexto que, desde el 2004, opera la Foxconn, la cual ha logrado convertirse, en un breve periodo, en la empresa de electrónica más importante de México.

En el 2011, las exportaciones de esta empresa de origen taiwanés ascendían a 8,6 millones de dólares, el equivalente al 2% del total de las exportaciones mexicanas, cifra superada sólo por la empresa General Motors. Es por esto que el exembajador mexicano en China, Sergio Ley, podía declarar con seguridad: “Las empresas chinas tienen necesidad de internacionalizarse y la plataforma idónea para ello en todo el mundo es México”.

Bajos niveles salariales, importación de materias primas e intermedias libre de impuestos, energía a bajo costo, beneficios fiscales, una gran disponibilidad de mano de obra tanto cualificada como no cualificada, y una clase empresarial fuertemente organizada, contrapuesta a una extrema debilidad sindical, son algunos de los factores principales que atraen la atención de las empresas multinacionales de todo el mundo.

En el área han invertido empresas globales líderes del sector electrónico, como Philips, Epson, Toshiba y Flextronics, por poner sólo algunos ejemplos. Pero también el sector automovilístico, el del caucho, el farmacéutico y el de electrodomésticos se encuentran ampliamente representados, incluyendo a empresas como Ford, Delphi, Bosch, Goodyear, Johnson & Johnson y Electrolux.

La localización geográfica de la ciudad es fundamental, ya que permite a las multinacionales implementar una lógica de alcance global.

En Ciudad Juárez, las empresas encuentran un punto central entre el este y el oeste, lo que les permite utilizar los puertos estadounidenses tanto del Atlántico como del Pacífico, Houston y Los Ángeles respectivamente. Esta posición estratégica se reforzó a partir de mayo de 2015, momento en que Union Pacific inauguró, con un año de anticipación respecto a lo previsto, la Rampa Intermodal Santa Teresa, un enorme centro logístico ubicado del lado estadounidense. La inversión de 400 millones de dólares permitirá movilizar una capacidad de 225 mil contenedores.

El polo logístico Santa Teresa se sitúa a unos 30 quilómetros de la metrópoli formada por las ciudades vecinas de El Paso y Ciudad Juárez, y se conecta con el puerto de Los Ángeles gracias a una ferrovía de más de 1.200 quilómetros de largo. Se trata del proyecto logístico más importante de los últimos años en el área del México septentrional, el cual permitirá transportar velozmente las mercaderías, en un tiempo medio de 12 horas.

Concentración de la producción

Del lado mexicano, en San Jerónimo, frente a este centro logístico, surge el nuevo establecimiento de la Foxconn, donde la empresa proyecta concentrar su producción, que ahora está dividida en tres establecimientos en los alrededores de Ciudad Juárez. El primer establecimiento, que cuenta con una fuerza de trabajo de entre 2.500 y 3.000 personas, se encuentra en la zona sud-oriental de la ciudad y produce exclusivamente per Hewlett Packard.

El segundo se encuentra en Las Torres, en la zona noreste, y produce principalmente para Cisco utilizando una fuerza de trabajo de cerca 13.000 empleados. Por último, el establecimiento nuevo, en San Jerónimo, se localiza a 25 kilómetros al oeste del centro de la ciudad. Este establecimiento ocupa un área de 240 hectáreas de terreno, y fabrica productos marca Dell, ocupando entre 6.000 y 6.500 empleados. En el área desértica que rodea al establecimiento han sido previstos imponentes proyectos de urbanización destinados a alojar a los trabajadores de la Foxconn.

Como nos explica un manager de recursos humanos de la empresa: “La centralización de la producción en un establecimiento le permitirá a la empresa reducir costes, ya que las economías de escala reducirán los precios relacionados con el transporte de los trabajadores, los servicios de comedor y la logística”.

La industria maquiladora local utiliza una fuerza de trabajo procedente, en su mayor parte, de los estados mexicanos de Veracruz, Cohalihua y Sinaloa, pero también de otras zonas del estado de Chihuaha, del que forma parte Ciudad Juárez. Entre los trabajadores, también aquellos nacidos en Ciudad Juárez son, muy frecuentemente, hijos o hijas de migrantes internos que ya han experimentado sobre su piel el trabajo en las maquiladoras. En esta zona, fuertemente militarizada, son pocos los migrantes que intentan atravesar la frontera. En general, para intentar entrar en forma clandestina en Estados Unidos, los migrantes atraviesan zonas más desérticas y aisladas, que por lo mismo resultan ser las más arriesgadas.

Sin embargo, Ciudad Juárez es uno de los lugares “privilegiados” donde las autoridades estadounidenses dejan a los migrantes indocumentados que son atrapados intentando entrar al país, independientemente de cualquier consideración sobre el área de procedencia.

De esta forma, los migrantes repatriados van a aumentar la reserva de fuerza de trabajo que, sin tener propiedad ni redes sociales de contención, se encuentra frente a una difícil alternativa: un trabajo en las maquiladoras por un bajo salario, o pasar a formar parte de uno de los grupos criminales que reclutan a miembros a través de anuncios que ya forman parte del espacio público de la ciudad. Esta es una alternativa análoga a aquella en la que se encuentran los jóvenes de las clases populares locales.

En los establecimientos de la Foxconn, esta joven mano de obra ensambla productos electrónicos (computadoras de escritorio, tablets y computadoras portátiles, principalmente) utilizando cadenas de montaje tecnológicamente pobres, a excepción de algún dispositivo electrónico para controlar el funcionamiento de los productos al final del ensamble. Por otro lado, las cadenas son muy flexibles y pueden ser modificadas para responder velozmente a las necesidades del cliente.

Las operaciones, fuertemente simplificadas, no requieren de un proceso de aprendizaje, lo cual vuelve fácilmente sustituibles a los trabajadores, permitiendo a la empresa rotarlos continuamente, cambiando las tareas que estos realizan. Por esta razón, los trabajadores dicen que “hacen muchas cosas distintas, dependiendo del día”. Si bien las habilidades manuales y cognitivas requeridas son elementales, la intensidad es extenuante: “No es difícil hacer lo que te piden, pero te cansa mucho estar todo el día parado en la línea, haciendo siempre lo mismo y a veces muy rápido, tan rápido que a veces no tenemos ni tiempo de ir al baño”.

Control sobre los empleados

Variando continuamente en relación a la demanda de productos, la empresa hace uso de unos 22 mil trabajadores aproximadamente. De hecho, mientras los empleados administrativos, los supervisores y los managers son contratados directamente por el departamento de recursos humanos de la empresa, los obreros y los jefes de grupo son contratados a través de una agencia de trabajo, llamada Cassem. En la Foxconn non existen los premios de producción, y la velocidad de ejecución es el fruto de un control asfixiante ejercido por los supervisores y los jefes de grupo. Como cuenta una trabajadora: “Llevo tres años trabajando y mi salario no ha cambiado. Ya hace dos años que nos dicen que nos van a subir el sueldo pero nada… Entre los superiores, algunos son muy déspotas, incluyendo a los administrativos. Te molestan siempre que no te quieres quedar a hacer horas extra, nos obligan a hacerlas…”

En los periodos normales de actividad laboral, la empresa opera en dos turnos de 9 horas y media, que comprenden dos pausas durante las cuales los trabajadores pueden usar los comedores y un “servicio que da asco”, según nos dice uno de nuestros entrevistados. Los turnos de trabajo se organizan buscando impedir una acumulación excesiva, por parte de los trabajadores, de horas extras semanales: sin embargo, cuando la demanda de productos lo exige, el horario de trabajo se alarga hasta las 14 o 15 horas. La extrema variación de los horarios de trabajo, sin ninguna mediación institucional, se traduce para los trabajadores en la imposibilidad de planificar sus obligaciones extra-laborales, y por lo tanto en una importante fuente de malestar, en particular para las madres: “Cambian los turnos muy seguido… Ellos no saben de la necesidad de la gente, si tienen hijos o no… Y te dicen, ‘mañana venga antes’, o si no ‘hoy se tiene que quedar a hacer horas extras’, y hay que hacerlo”.

El duro régimen industrial en México prevé salarios bajos, por lo menos para los obreros, cuya paga de base es de poco más de 100 euros al mes, llegando a una media de cerca 140-150 euros al mes (2.500 pesos mexicanos), gracias a las horas extra. En México, el salario mínimo legal está diferenciado por zonas: en los estados pertenecientes a la zona Norte, donde se ubica Ciudad Juárez, el salario equivale a 4 euros por una jornada de ocho horas de trabajo (o por 7,5 si es horario nocturno), mientras que en los estados del Sur equivale a 3,75 euros por ocho horas. Dependen del salario mínimo unos 6,5 millones de trabajadores sobre un total de 50 millones de ocupados.

El valor de los salarios mexicanos ha disminuido en el último tiempo. Al finales de los noventa, el promedio salarial en México era equivalente a cuatro veces el salario de China. Hoy la diferencia se ha nivelado, si no invertido. La transformación de la relación existente entre los distintos niveles salariales es uno de los elementos que determinan el cambio continuo en la geografía global de la producción en red.

El chantaje del transporte

La Asociación de Maquiladoras (AMAC) controla atentamente la política de bajos salarios, logrando acuerdos entre sus asociados para mantener una política salarial uniforme a fin de reducir el costo de la mano de obra y el turnover laboral.

Sin embargo, como cuenta una empleada, la rotación de la mano de obra es continua, por lo cual la empresa presiona a la agencia de contrataciones para aumentar continuamente la reserva de mano de obra: “Nos llegan cerca de 100 personas a la semana, pero también es muchísima la gente que se va. La gente, así como llega, se va. Y es por esto que están tomando gente todo el tiempo, porque la gente no aguanta… Los que viven más lejos, y salen a las 6 y media de la tarde, llegan a su casa a las 9. No les conviene venir hasta acá a trabajar, porque pierden demasiado tiempo en el transporte”. El tiempo de viaje es uno de los factores que incentivan a los trabajadores a cambiar de fábrica. Muchos necesitan más de dos horas para ir y volver del trabajo, llegando en algunos casos a perder cuatro horas al día. Los transportes que utiliza la empresa vienen de los Estados Unidos, donde son sacados de circulación por desgaste, por lo que están sujetos a periódicas roturas que alargan aún más los tiempos de transporte: “El trasporte se rompe seguido y la gente está obligada a seguir a pie”, nos cuenta un trabajador.

La ubicación de la fábrica, lejos del tejido urbano, obliga a los trabajadores a depender directamente del transporte puesto a disposición por la empresa. Por lo tanto, es difícil dejar el puesto de trabajo, elemento que se transforma en una fuente de tensión, tanto que la única huelga de los últimos años registrada en Ciudad Juárez ha sido en la Foxconn, en particular por esta cuestión: el 20 de febrero de 2010, unos 300 trabajadores del turno de tarde prendieron fuego a uno de los comedores porque la empresa, con el fin de inducir a los empleados a realizar horas extra, se negaba a hacer entrar los transportes que tenían que llevarlos de regreso del trabajo. El día siguiente, la agencia de contrataciones empezó a despedir trabajadores, en grupos de 50 a la vez. En el interior de la empresa, los managers han dado vía libre a la contratación de trabajadores a partir de agencias de trabajo temporal. No sorprende, por lo tanto, que una de las experiencias en común de los trabajadores sea el fuerte sentido de inseguridad respecto a la continuidad de la actividad laboral, a causa también en parte de la escasísima presencia sindical: “(…) no hay sindicato. Cuando hicieron la huelga, vinieron a repartir folletos… Pero los jefes no los dejaron entrar, y después no los vimos más…”, nos cuenta una obrera.

Tras una importante experiencia de sindicalización sostenida, incluso, por asociaciones y organizaciones no gubernamentales durante los años noventa, los sindicatos han sido fuertemente marginados. Entre el 2006 y el 2012, en el ámbito de la llamada “guerra contra el narcotráfico”, promovida por el gobierno federal mexicano y sostenida también por las autoridades estadounidenses, fueron asesinados no sólo miembros de las bandas criminales que se disputan el control de la ciudad, sino también decenas de activistas sociales, periodistas y otros militantes que promovían la protección de los derechos de los trabajadores, de las mujeres, y de los sectores marginados de la población. El desarrollo de una segunda generación de maquiladoras, constituida por empresas multinacionales ha sido, por lo tanto, consolidado a través de un debilitamiento de las organizaciones sindicales y de la sociedad civil. La habilidad de las multinacionales de mantener los establecimientos libres de sindicatos es, sin embargo, una perspectiva a la cual los trabajadores no parecen resignarse, en cuanto son conscientes de que la partida puede reabrirse.

Autores: Devi Sacchetto (Profesor de Sociología del Trabajo en la Universidad de Padua, Italia y Martì Cecchi (estudiante de Doctorado en la Universidad de Padua)