«HÁGASE TU VOLUNTAD» Homilía en el funeral por Alicia Ruiz López

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Su fuerza era la oración y la Eucaristía.

“Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo»

HOMILÍA:

HÁGASE TU VOLUNTAD… como saben… es una de las frases del Padre Nuestro y es, sin duda, lo que más repetía Alicia, nuestra tía Alicia, en sus últimos meses de vida…

Sobre todo, cuando se sentía vulnerable, cuando no entendía por qué la movían, por ejemplo en su aseo diario, o tenía alguna molestia… HÁGASE TU VOLUNTAD… repetía varias veces… HÁGASE TU VOLUNTAD… incluso cuando ya no tenía fuerzas para hablar se le podía leer esta expresión en sus labios semiabiertos…

HÁGASE TU VOLUNTAD es uno de los sentimientos más arraigados en el Corazón de Cristo y -por tanto- debe estarlo en los nuestros.

HÁGASE TU VOLUNTAD es, probablemente, el mejor resumen de la vida de la tía Alicia… porque sí, ella quiso hacer la voluntad de Dios sin grandes pretensiones, con mucha discreción y silencio… una Voluntad que Dios le fue manifestando normalmente de manera inesperada y dolorosa… a través de trucos divinos, que diría Rovirosa.

Para que me entiendan mejor, les contaré algo de su vida y pido disculpas de antemano si me alargo:

Alicia de jovencita quiso ser religiosa, pero -por motivos que desconozco- no pudo profesar perpetuamente. Esta fue una de sus grandes heridas, pero gracias a su fe sólida esa herida no se convirtió en amargura o frustración, ya que ella supo hacer de su vida una consagración permanente a Dios de otra manera: no formando una familia (no tuvo esposo ni hijos) sino sirviendo gratuita y sacrificadamente.

Después de salir del convento, Alicia puso en marcha un hermoso proyecto profesional: un taller de costura, un atelier dicen ahora, en donde hacía vestidos a medida… y tuvo éxito, era una excelente modista con buena clientela en Bilbao, una de las ciudades más importantes de España. Pero, aquel sueño tampoco le duró mucho porque primero murió su amada madre, Paquita, que es la que más forjó su alma y personalidad y después… enfermó su padre, Abundio. Entonces, Alicia entendió que la voluntad de Dios era cerrar su próspero taller de costura y volverse a su aldea, a su querido Villarcayo, a cuidar de su papá y a colaborar en el pequeño comercio que su padre y su hermano José Mari tenían en el pueblo.

Cuando se jubila y es momento de dejar la tienda de Villarcayo, pareciera que le llegaba por fin el tiempo de descansar, de ocuparse de sí misma como suele decir la cultura materialista… pero tampoco esa era la voluntad de Dios. Esos años siguen siendo de entrega generosa: si alguien enfermaba en la familia… Alicia estaba disponible. Si alguien tenía una deuda… Alicia encontraba algo para solventar. En su casa siempre había comida y cama para el que llegase… y -sobre todo- dado con alegría…

En ese tiempo es donde nuestras vidas se entrelazan para siempre:

Resulta que en junio de 2002 le diagnostican a mi madre un cáncer terminal… y yo se lo comento a Alicia. Su respuesta fue: Carlos, en media hora estoy lista, ven a buscarme en el carro y yo cuido de tu madre… ese mismo día Alicia viajó más de 300 kilómetros y ya no se despegó ni un momento de mi madre, hasta que el Señor la llamó a su presencia. De nuevo dijo Hágase tu voluntad.

En febrero de 2003 yo llego a Venezuela y al poco tiempo le diagnostican alzheimer a mi padre… y nos preguntamos ¿Quién puede atenderle, quién le ayudará si yo estaba tan lejos y mis hermanos no podían dejar sus trabajos? … de nuevo Alicia no lo duda y se lo lleva a su casa… hasta que ya no pudo más porque la enfermedad avanzaba y se necesitaba alguien con fuerza física…

El 10 de diciembre de 2006 Alicia y su hermana Chelo vienen a conocer esta tierra venezolana y esta misión. Esas Navidades nos reímos mucho porque no teníamos nada especial de lo que se suele cenar en España el 24 de diciembre o en fin de año.

Pasadas las fiestas, cuando mis tías estaban preparando las maletas para regresar a España, a mí me dan las fiebres del dengue. Entonces mi padre y yo vivíamos solos… y alguien levantó su mano y dijo… me quedo a cuidaros mientras dure la fiebre… ya cambiaré el pasaje de avión. Sí, esa fue Alicia… hágase tu voluntad.

Y aquellas fiebres fueron el truco divino que utilizó Dios para que mi tía se quedase aquí para siempre porque lo que iban a ser solo un par de semanas se convirtieron en casi 20 años.

Ella fue muy feliz entre ustedes, los más pobres. En gran parte porque esta era también su cultura desde pequeña: Alicia fue una niña de la guerra civil española, en su familia se pasó necesidad… eran 10 hijos y la España de posguerra era la del hambre y la tuberculosis… Alicia trabajó desde niña y no pudo terminar más que la educación básica o primaria… a pesar de lo cual siempre fue una gran lectora… como ustedes mismos vieron aquí hasta no hace mucho.

En casi 20 años de convivir con Alicia no recuerdo que me haya pedido nada: un día libre, un descanso, una medicina, una visita al médico, una comida especial, una ropa… nada… ni una queja, ni un reproche… vivió con extremada delicadeza y discreción lo más importante: el amor.

Ella es parte esencial de esta misión aportando lo específico de la vocación femenina: la propia renuncia para que sea posible la comunión y solidaridad.

Alicia nunca habló en un acto público, nunca dirigió nada, nunca quiso un cargo… pero ella, como muchas de ustedes, son el alma de los que estamos llamados a dar la cara.

Llegados a este punto, es necesario hacerse una pregunta: ¿Por qué una vida así?, ¿de dónde sacaba fuerzas Alicia?, ¿por qué nunca abandonó la voluntad de Dios a pesar de tantos problemas?

La respuesta es contundente: Su fuerza era la oración y la Eucaristía. “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna y yo lo resucitaré el último día” hemos leído en el Evangelio.

Alicia era una mujer de mucha oración. Era lo primero que hacía al levantarse y sus últimas palabras antes de dormir. La oración, el diálogo amoroso con Aquel que sabemos que nos ama, como decía su admirada Sta. Teresa, era su respiración, los latidos de su corazón, era su estado de ánimo normal.

Estos últimos meses de su vida, ya casi no caminaba y le costaba mucho levantarse, algunos días no tenía fuerzas para salir de la cama, entonces le engañábamos diciéndole: “Alicia, que nos vamos a Misa”… Al decirle eso, Alicia cambiaba de cara y decía: “Vamos” y movía sus piernas todo lo que podía.

Esto lo aprendió de su madre, Paquita, la persona que más le ha marcado la vida. Una mujer que -como ella- murió con fama de santidad.

Gracias, Señor, por la vida de Alicia. Gracias, Señor, porque dio su último aliento rodeada de amor… fueron más de 24 horas ininterrumpidas de oración alrededor de su cama, con cantos, rosarios, caricias… la hermana muerte cuando vino a buscarla se sorprendió de tanto cariño… es la muerte más hermosa que yo he presenciado… Y seguro que cuando llegó al cielo se arremangó y dijo con una sonrisa: “Bueno, ¿y qué es lo que hay que hacer? Porque hay que dar de comer a toda esta gente”.

Gracias por haberme permitido vivir con ella casi 20 años. Vivir con alguien así te cambia la vida y no crean que es una frase hecha y facilona. A mí me ha removido profundamente. La voluntad de Dios no se planifica, no se cuestiona… solo se discierne y se acepta.

Gracias a mi familia de España, a mis hermanos, a sus hermanos todavía vivos Eliseo, Javier, a sus cuñadas Oma, Cari y Meca, gracias a mis primos…  a todos nos quiso como una madre y por todos se preocupaba

Gracias a ustedes que le han amado tan profundamente y le han acompañado en estos últimos días con tanto cariño.

Gracias a los que le han atendido con admirable entrega y delicadeza en sus últimos años… Tere y Esther, Berta, Tomás a los que mando un entrañable saludo, Yani, Adela, Fany, Rut, Jaki, Javier, Jesús, Elimar, Hermana Crismaris, Everson, Mario, Sr. Carlos, Doctora Milagros… tendría que nombrar a muchos más, pero sabrán disculparme.

Alicia, me has dejado el listón muy alto. Yo no tengo ese corazón tan amante y delicado como el tuyo… pero, quiero tenerlo. Quiero decirle a Dios que siempre y en cualquier circunstancia desearía HACER SU VOLUNTAD.

Gracias a todos ustedes, Dios les bendiga por tanto cariño que nos han manifestado. La Escuela de la Solidaridad está aquí entre los pobres y las lecciones de estos días han sido increíbles.

Gracias.

Siempre y por encima de todo, Señor, aunque nos duela, aunque no entre en nuestros planes, sobre todo, cuando no entra en nuestros planes:

HÁGASE TU VOLUNTAD.

Padre Carlos Ruiz de Cascos.