Jesucristo: verdadero Dios y verdadero hombre
EDITORIAL
Este año la Iglesia católica celebra el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea I, realizado del 20 de mayo al 25 de julio del año 325. Este número de la revista lo dedicamos al tema central de dicho concilio: la divinidad de Jesucristo, frente a la herejía arriana que propugnaba que Jesús era la criatura más excelsa, pero seguía siendo solo un hombre creado, negando así su divinidad. La Iglesia reafirmó lo que era su fe desde el inicio: «Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre…».
DESCARGA EL EXTRACTO DE LA REVISTA AQUÍ
El afirmar y creer en la divinidad de Jesucristo, Dios hecho hombre, es de primer orden para la fe y la espiritualidad cristiana. Puesto que solo Dios puede salvar a la humanidad, si Cristo no es plenamente Dios, entonces su pasión, muerte y resurrección habrían sido insuficientes para redimir a los hombres. En consecuencia, la espiritualidad ya no se fundamentaría en la encarnación, sino en un antropocentrismo utópico, centrado en una buena persona, con un mensaje atrayente y una moral innovadora, pero que no lograría conectar al hombre de ayer y hoy con el misterio de Dios, sino alejarlo cada vez más desde un espiritualismo desencarnado o desde un intelectualismo que se circunscribiría a meras elucubraciones mentales. Por último, el Reino de Dios, tema central en la predicación de Jesús, se reduciría a meras pretensiones de justicia social sin trascendencia en el más allá.
En realidad el arrianismo sigue siendo muy actual. Clara manifestación de ello es el capillismo con tintes protestantes, que busca ahogar la encarnación en el subjetivismo individualista, circunscribiéndose a la alabanza y a los cantos, cegándose ante el mal del mundo y ensordeciéndose ante los gritos de sufrimiento de los pobres. También se hace visible en aquellos que pretenden la construcción del Reino de Dios desde los presupuestos marxistas de liberación, reduciendo la justicia como algo meramente societario, que lleva a la lucha de clases y a la violencia como estandarte de redención. En todos estos casos, no se logra dar con el epicentro de la realidad de injusticia: el pecado y el padre del pecado, que niega a Dios, al hombre y la moral. Sin embargo, sabemos que Dios ya ha vencido y nosotros estamos llamados a expandir dicha victoria en las estructuras de pecado del mundo con estructuras solidarias de gracia.
Hoy resulta imprescindible actualizar, en la vida personal y asociada, la divinidad de Jesucristo, ya que ella viene a actualizar en la historia al Emmanuel, es decir, al «Dios con nosotros». Planteando así la absoluta novedad de la actuación de Dios en la historia: por una parte, solo Jesucristo por su divinidad y humanidad puede ser el único mediador entre Dios y los hombres. Por otra parte, la encarnación estructura la espiritualidad cristiana, porque no se cree en alguien ajeno a nuestra naturaleza humana, sino en el Hijo que redime desde abajo y desde adentro, para elevar la dignidad humana a la voluntad primigenia de Dios, según la plegaria de Jesús: «para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17, 21). Además, la divinidad y humanidad de Jesucristo garantiza que la liturgia celebrada en la Tierra sea realmente el culto agradable al Padre por toda la Iglesia unida a Jesucristo, con repercusiones directas en la realidad, como prolongación encarnada de la fe en el mundo. Por último, porque permite tener una visión de fe de la realidad en donde la historia no es la mera consecución de hechos sin sentido, sino auténtica historia de salvación, en la que Dios despliega su proyecto salvífico. De igual modo la caridad política, que se alimenta de la caridad con mayúscula que es Dios mismo, permitiendo reconocer en el prójimo la dignidad sagrada de la persona y asumiendo que todo atentado contra esta dignidad se constituye en un escándalo para el cristiano y un reclamo urgente para luchar contra toda causa que la oprime, explota y denigra. Visión de fe que permite comprender que detrás de toda estructura de pecado y de todo error político está de fondo un profundo error teológico, es decir, una incorrecta comprensión de Dios, el hombre y el mundo.