La SECTA

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En España, ningún empresario encarna como Polanco la exigencia al periodista de firmar el contrato de Fausto. A cambio de lo cual, por el modesto precio de un alma, se obtiene el derecho a ser abducido por Prisa, secta que vive de imponer la creencia de que, más allá de sus límites, no hay sino «terra incognita» carente de vida inteligente y poblada por salvajes sin evangelizar a los que se niega el derecho de la existencia: el ninguneo, esa modalidad civil e incruenta del paseíllo. Así, regido por esta regla, «El País» es un diario endogámico en el cual el compromiso con la sinceridad importa menos que alimentarse a sí mismo con la fabricación artificial de prestigios políticos y culturales, premio concedido a cuantos se avinieron a aumentar la colección de almas que en su despacho tiene Polanco prendidas con alfiler. ..

Por David Gistau
La Razón
21/12/04,

En todo medio de comunicación, el periodista, sobre todo el capaz de formar opinión, ha de decidir si cae o no en la tentación fáustica de venderle el alma al empresario. Es decir, de servir a los intereses comerciales o políticos antes que al compromiso de sinceridad para así labrarse un porvenir rampante en el que jamás faltará la cesta de Navidad.

En España, ningún empresario encarna como Polanco la exigencia al periodista de firmar el contrato de Fausto. A cambio de lo cual, por el modesto precio de un alma, se obtiene el derecho a ser abducido por Prisa, secta que vive de imponer la creencia de que, más allá de sus límites, no hay sino «terra incognita» carente de vida inteligente y poblada por salvajes sin evangelizar a los que se niega el derecho de la existencia: el ninguneo, esa modalidad civil e incruenta del paseíllo. Así, regido por esta regla, «El País» es un diario endogámico en el cual el compromiso con la sinceridad importa menos que alimentarse a sí mismo con la fabricación artificial de prestigios políticos y culturales, premio concedido a cuantos se avinieron a aumentar la colección de almas que en su despacho tiene Polanco prendidas con alfiler.

El crítico de «Babelia» Ignacio Echevarría quebrantó la regla fáustica. Aplicó la sinceridad a un producto de la casa y ahora no recibirá cesta de Navidad. Pues ha sido expulsado de Prisa. Lo cual, habida cuenta de la vanidad con que Prisa se tiene a sí misma como único ámbito en el que merece la pena existir, viene a ser como si un barco le hubiera abandonado en una isla desierta para aguardar la muerte profesional.

Ejemplo cultural de cómo hay que comportarse para rampar en Prisa es Juan Cruz, «taxi-boy» literario que suena el teléfono y sale corriendo a dar un servicio completo a cualquier autor de un producto de la casa. De ahí que, en el barco, vaya a sobrevivir como loro sobre el hombro de Polanco, al igual que Ekáizer o Pradera, loritos políticos. Así ha sido siempre Prisa, sintiéndose segura, incuestionable, por su capacidad de intimidación, pues mediante el ninguneo es capaz de robarle el porvenir a cualquiera. Pero hete aquí que, en el caso de Echevarría, nadie menos que Vargas Llosa ha elevado la protesta. Con él no pueden, y ahora no saben cómo lograr que parezca otra cosa lo que no ha sido sino una represión.