Monseñor D. Jorge Lozano (Arzobispo de San Juan de Cuyo)
Diario La Nación (Argentina) 8 de febrero de 2025

Cuando alguien está en las malas desde hace mucho tiempo, cualquier puerta que parece abrirse genera ilusiones y expectativas. He visto filas de más de 200 personas esperando hacer una entrevista y entregar currículums para tres puestos de trabajo que se ofrecen.
Este deseo, por momentos desesperado, es aprovechado por redes mafiosas. Se presentan disfrazados de buenas personas que prometen estudiar o trabajar en otra provincia o Estado, dibujando una realidad que nunca llegará. Enseguida la promesa de estudio y trabajo es reemplazada por las cadenas de reducción a servidumbre o trabajo esclavo, prostitución infantil y adolescente, pornografía, tráfico de órganos. Pueden llegar a ser ofrecidas como mercancía en las rutas, los hoteles de lujo, dedicados a la mendicidad en las calles o medios de transporte. Los tienen muy bien controlados con amenazas de matar a alguien de la familia si se llegan a escapar. Y cuando no alcanza con el engaño acuden al secuestro al voleo a la salida de la escuela, la universidad, el boliche. Aparecen en las noticias por un tiempo, y después se vuelven invisibles, descartables.
Las mismas mafias también manejan la ilegalidad de las armas y las drogas. Esta acción criminal es favorecida por un modelo económico de explotación y opresión, donde la “igualdad de oportunidades” es solamente aplicable a unos pocos. La gran mayoría de las víctimas son mujeres: niñas, adolescentes, jóvenes.
Hace falta una voz profética que denuncie estos atropellos, y a la vez unir la cercanía y acompañamiento a las víctimas -muy pocas- que logran escapar del infierno. El papa Francisco tiene una firme postura: “Son organizaciones criminales que lucran con esto, esclavizando a hombres, mujeres y niños, laboral y sexualmente, para el comercio de órganos, para hacerlos mendigar o delinquir”.
Es necesario prestar atención a los gritos silenciosos que, desde la oscuridad invadida por el hedor rancio de tabaco, drogas y alcohol, claman justicia, libertad y dignidad. No tenemos que dar espacio a la indiferencia que invisibiliza, ni a la anestesia que no sufre como propio el dolor de hermanas y hermanos.
Las autoridades de los Estados tienen la obligación de cuidar a toda la ciudadanía, así como promover la verdad y la justicia. Lamentablemente nos encontramos con falta de decisión política para ir a fondo. Quienes tienen el poder miran para otro lado, y muchos han sido alcanzados por la corrupción o amedrentados con violencia. Los mafiosos amenazan, extorsionan, matan sin reparos. Son animales salvajes con manos manchadas de sangre y corazones resecos. Actúan como si fueran buenos padres y madres de familia, y ocultan estas actividades criminales. Se les aplica a la perfección el poema que dice “Mala gente que camina/ y va apestando la tierra…” (Antonio Machado, Soledades II).
Es nuestra vocación y misión acoger a las familias que viven con angustia la falta de información acerca de su hija, hermana, nieta… Llevan una carga pesada, que se vuelve insoportable debido al ocultamiento y la inoperancia sostenidos por la impunidad y la corrupción.
Debemos comprometernos y luchar para construir una sociedad en la cual cada persona sea respetada en sus derechos y dignidad.
Del 4 al 10 de febrero de 2025, más de 100 representantes de organizaciones de distintos países, entre ellos jóvenes, activistas, sobrevivientes y personalidades del mundo del arte y el cine, están reunidos en Roma para promover un mensaje de esperanza, paz y unidad. Buscan visibilizar el horror y generar un cambio sistémico para combatir la trata de personas y otras formas de esclavitud moderna. El tema elegido para este año es “Embajadores de esperanza: juntos contra la trata de personas”.
Su esperanza es tu compromiso.
Monseñor Lozano, Arzobispo de San Juan de Cuyo, presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina y miembro del Dicasterio de las Comunicaciones del Vaticano.