El 9 de mayo de 2024 el papa Francisco publicó la bula Spes non Confundit –la esperanza no defrauda– convocando un jubileo ordinario para el año 2025 centrado en la esperanza cristiana. Ofrecemos en este artículo una síntesis del documento. El jubileo es cauce de expresión y consolidación de la fe, la esperanza y la caridad de los fieles que peregrinan, pero también –ha querido el papa y quiere la Iglesia– que sea signo de esperanza –signo de Cristo– para la humanidad doliente: no la defraudemos. La bula es citada con las siglas SC.
‹‹Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien›› (SC, 1), pero ¿se verá defraudada esta esperanza? No, dice san Pablo: Spes non Confundit (Rm 5,5). ¿Por qué no? porque la esperanza de la que se habla la infunde el mismo Dios (virtud teologal) y, más aún, es el mismo Dios que se expresa en nosotros (creados a su imagen), anticipando –permitiéndonos intuirlas– la salvación y la gloria «para poder exclamar, ya desde ahora: Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás›› (SC 22); dicho con las palabras del Apóstol: «tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor (Rm 8,38-39)» (SC 22).
Activar las virtudes teologales
La bula arranca, en su versión latina, con las citadas palabras de san Pablo, cuya traducción sería ‹‹la esperanza no defrauda». No se trata del primer año jubilar convocado por Francisco. En 2015, mediante la bula Misericordiae Vultus (El rostro de la misericordia), ya convocó un jubileo o año santo extraordinario. Así pues, las dos bulas de convocatoria jubilar publicadas por Francisco se han centrado, respectivamente, en dos de las virtudes teologales señaladas por el apóstol (1 Co 13,13; 1 Ts 1,3) que, junto a la caridad, explican todo el acontecimiento jubilar.
La esperanza, dice Francisco citando el catecismo, «es la virtud teologal por la que aspiramos […] a la vida eterna como felicidad nuestra» (Cat. §1897) y, añade, «en virtud de la esperanza […] tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria» (SC 19). Esta esperanza se cimenta en la fe, «Creo en la vida eterna»: así lo profesa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras una base fundamental» (SC 19) y se cimenta también en el amor, pues equivale a ‹‹la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino» (SC, 3).
De este modo, la esperanza cristiana tiene esta íntima relación con lo que para el mundo es causa de desesperanza y desesperación: la muerte. ‹‹Ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, “la vida no termina, sino que se transforma” para siempre. En el Bautismo, en efecto, sepultados con Cristo, recibimos en Él resucitado el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la eternidad›› (SC 20).
La falta de esperanza tiene consecuencias gravísimas para la humanidad. El papa, citando el Concilio Ecuménico Vaticano II (Gaudium et Spes, 21) afirma: «Cuando […] faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas –es lo que hoy con frecuencia sucede–, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación» (SC 19).
Ganar las indulgencias
Mediante un jubileo los fieles, reafirmando su fe, caridad y esperanza mediante actos de peregrinación, confesión y comunión alcanzan (para sí o, preferiblemente, nos dice el papa, para quienes han finalizado su camino terreno y nos han precedido) las ‹‹indulgencias›› expresión de la infinita caridad de Dios a través de la comunión-caridad de los santos.
La indulgencia es la quita de la pena debida por el daño causado por el pecado. Sin ella, el daño causado, persistiría, pese al perdón que Dios ofrece en la confesión; pues una cosa es la culpa, que desaparece con la absolución, y otra sus secuelas para las víctimas del pecado y para el propio pecador; estas secuelas no desaparecen hasta que se purifican aquí o en la otra vida (cfr. SC 23). La bondad de Dios se expresa en el perdón, pero la justicia exige una purificación. Ante Dios ‹‹no es posible pensar… que el mal realizado quede escondido, este necesita ser purificado, para permitirnos el paso definitivo al amor de Dios› (SC 22). Pero incluso esta purificación se puede lograr por aplicación de un desbordamiento de la gracia y bondad de Cristo y de los santos: ‹‹La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites›› (SC 23).
Como indicara Pablo VI en la Constitución Apostólica Indulgentiarum Doctrina (en adelante ID), los peregrinos ‹‹al ganar las indulgencias, advierten que no pueden expiar sólo con sus fuerzas el mal que se han infligido al pecar, a sí mismos y a toda la comunidad›› pero, al mismo tiempo, ‹‹demuestra la íntima unión con que estamos vinculados a Cristo, y la gran importancia que tiene para los demás la vida sobrenatural de cada uno, para poder estar más estrecha y fácilmente unidos al Padre›› (ID, 9). Con las indulgencias se trata, pues, de que ‹‹la fuerza del perdón de Dios […] sostenga y acompañe el camino de las comunidades y de las personas›› (SC 5).
Mediante la peregrinación, los creyentes, convertidos en ‹‹peregrinos de la esperanza›› deben hacer el esfuerzo de traspasar la ‹‹Puerta Santa›› de alguna de las iglesias mencionadas en la bula: la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la Catedral de San Juan de Letrán (que para entonces ya habrá cumplido 700 años de su consagración), la Basílica papal de Santa María la Mayor o la Basílica papal de San Pablo extramuros (estas tres últimas en Roma). Para quienes no puedan viajar a Roma, la peregrinación se puede realizar a la Catedral o concatedral de cada diócesis (cfr. SC 6). Las demás condiciones, serán la confesión sacramental, la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Romano Pontífice (cfr. ID).
Sembrar esperanza en la humanidad
Las indulgencias son, sin duda, un beneficio y un júbilo impagable para quien las recibe, pero de la esperanza está necesitada la humanidad entera que, en gran parte, vive de espaldas a Cristo y vivirá, por consiguiente, de espaldas al jubileo.
Quiere el santo padre que la esperanza que ofrece el jubileo sea un antídoto para el mundo: ‹‹Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe›› (SC 18).
Para dar signos de esperanza concretos, el papa hace en la bula una serie de propuestas a la Iglesia universal para que llene el mundo de signos abundantes de caridad desde la fe, que, elevando la esperanza, acerquen a todos a Cristo. El papa invita a que ‹‹todos los bautizados, cada uno con su propio carisma y ministerio, sean corresponsables, para que por la multiplicidad de signos de esperanza testimonien la presencia de Dios en el mundo›› (SC 17).
Algunos de los signos propuestos tienen como fuente esa caridad que se expresa en obras de caridad, pero al menos otros tantos tienen su fuente en esa otra forma de caridad que es la caridad política pues requieren construcción y cambios de estructuras.
Apostar por la vida.
El papa propone como uno de esos signos la misma actitud vitalista de ‹‹poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de consideremos superados por el mal y la violencia››, de modo que los signos de los tiempos sean ‹‹transformados en signos de esperanza›› (SC 7). En el mismo sentido, se valora como signo de esperanza que pueden aportar los matrimonios el ‹‹engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor›› aportando de este modo ‹‹una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza›› (SC 9).
Atender a los más débiles.
Son signos de esperanza la práctica de tradicionales obras de caridad como la de visitar a los enfermos o aquella –especialmente dirigida a los profesionales de la salud– de prestarles cuidados solícitos (SC 11). En este campo, también hay propuestas de orden institucional como la de humanizar los sistemas sanitarios (SC 11), desarrollar adecuadas políticas de juventud (SC 12), migratorias (SC 12) o de atención a los ancianos (SC 13).
Acabar con las guerras
La caridad política exige ofrecer un signo de orden institucional: aumentar los esfuerzos diplomáticos para lograr la paz en escenarios de conflicto, de modo que se lleven a cabo proyectos concretos››. En particular invoca el papa la necesidad de la diplomacia para construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera (SC 8).
Liberar a los cautivos
Recordando uno de los signos que históricamente asociaban los judíos al año santo, la bula propone la liberación de cautivos mediante actos de caridad política: ‹‹formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes›› (SC 10); el papa designa como impulsores de esta tarea a ‹‹los creyentes, especialmente los pastores››, pidiéndoles que, ‹‹se hagan intérpretes de tales peticiones, formando una sola voz que reclame con valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de renovación›› (SC 10).
Acabar con la pobreza y con el hambre
Recordando que ‹‹los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos›› (SC 16) en la bula se reclaman, como signo de esperanza, políticas internacionales para acabar con la pobreza y el hambre (SC 15), dedicando a ellas los recursos que se gastan en armamentos, constituyendo así un Fondo mundial para acabar con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres; especialmente se propone la condonación de las deudas consideradas impagables recordando que se trata de una cuestión de justicia antes que de magnanimidad, dada la deuda ecológica entre el Norte y el Sur (SC 16). El papa, recordando Laudato Si lamenta que los pobres ‹‹están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar›› (LS 49). Y añade –en clara referencia a los falsos mitos de la superpoblación como causa de la pobreza–: ‹‹No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables›› (SC 15).
Acabar con la migración forzosa
El citado Fondo mundial contra el hambre se relaciona con las migraciones forzadas de los empobrecidos, pues permitiría ‹‹que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna [Fratelli tutti, 262]» (SC 16).
Condonación de la deuda externa
Dirige el papa una invitación ‹‹a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas. Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia, agravada hoy por una nueva forma de iniquidad de la que hemos tomado conciencia: “Porque hay una verdadera `deuda ecológica´, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países” [Laudato si’, 51]›› (SC 16).
Ecumenismo
El papa formula, finalmente, una invitación a ofrecer un nuevo signo de esperanza ‹‹a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21)›› (SC 17).
¡Ven señor Jesús!
Y el papa concluye: ‹‹Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean. […] Que la fuerza de esa esperanza pueda colmar nuestro presente en la espera confiada de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la alabanza y la gloria ahora y por los siglos futuros››.
Por Miguel Ángel Ruiz, para la revista Id y Evangelizad