¡No matarás! ¡No a todas las guerras!

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Editorial de la revista Autogestión 144

Adoptar una visión matizada de la realidad bélica no es “equidistancia”, no banaliza el dolor, pero evita su instrumentalización sentimentalista. Hay que tomar postura en la guerra, por supuesto, pero no entre una mafia y otra. Estamos ante una guerra compleja, difícil de entender, pero muy sencilla en su esencia: es una guerra universal (mundial en lo geográfico y total en cuanto a colonización de la mente) con fuertes y débiles, verdugos y víctimas. El imperativo moral es, más que nunca, ponerse del lado de las víctimas y dar voz a los silenciados por el discurso hegemónico y la propaganda.

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La mayoría de los análisis actuales empiezan especulando sobre qué pretende Putin, sobre si está loco, si fue una provocación occidental para debilitarlo y unir la Unión Europa, sobre si EEUU necesitaba resolver el frente atlántico de una vez por siempre para poderse centrar en el pacífico… No podemos saberlo porque la primera víctima en las guerras es la verdad.

Hay guerra, pero es parte de una guerra que empezó hace muchos años. Para ello, recordemos algunos hechos:

– Putin ha iniciado una guerra en y por Ucrania. Hecho incontestable y detestable. Rusia está matando. Ucrania reacciona, también matando.

– Gorbachov permitió la reunificación de Alemania tras la caída del muro en 1989 a cambio de la renuncia de la OTAN a expandirse al este. Occidente rompió su promesa, aunque “a petición” de los nuevos miembros.

– Ucrania es, desde hace más de mil años, un territorio clave y disputado en el corazón geográfico de Europa, con grandes riquezas agrícolas, mineras, industriales y tecnológicas. Rico, pero empobrecido.

– La mezcla entre rusos y ucranianos en el territorio hace imposible dividir claramente el territorio. Los nuevos nacionalismos crean crispación, victimismo, odios donde no los había.

– Putin ha conseguido desarrollar una nada despreciable influencia política en occidente entre populistas de “derechas” y de “izquierdas”, alimentado por el desarraigo provocado por las ideologías occidentales ultraliberales con su generismo, su globalismo ODS elitista, etc. Incluso Trump y varios políticos de la UE coqueteaban con su discurso “aliberal”.

La principal ley natural prohíbe matar a otro ser humano y el gran mandamiento de todas las religiones importantes incide en elevar el asesinato a categoría de ofensa a Dios. Las personas, las familias y los pueblos (entendido como comunidad de familias excluidas de los circuitos del poder) pueden tener conflictos, incluso violentos, pero no tienen ni la voluntad ni los medios para la destrucción masiva e indiscriminada de vidas.  En cambio, las oligarquías (“el gobierno de unos pocos que ejercen el poder”) ven a las personas y la naturaleza sólo como medio (cosificado y descartable) para sus fines, por lo que la explotación de ambos la perciben como parte de ejercer su poder, “legitimado” siempre por algún aparato ideológico.

Ambas oligarquías europeas están siendo impulsadas por una voraz avaricia, pero les diferencia un matiz, necesario para comprender ciertas claves de este conflicto: el occidente liberal (no confundir con “libre”) sigue la tradición utilitarista-materialista de acumular riquezas para así tener poder (y acumular más riquezas). La libertad de acumular riquezas es el dogma supremo al que se somete todo. “La persona vale en función de su productividad-rentabilidad y es prescindible si no genera riquezas”. El “oriente” (europeo) de tradición cesarista (Moscú se considera la “tercera Roma”) antepone la acumulación de poder a la acumulación de capital. “La persona vale en función de su aportación al engrandecimiento del poder del ‘zar’ y es prescindible si no se somete al mismo”.

La gran hipocresía de occidente es dividir en categorías a las víctimas de las guerras en función de nuestros propios criterios. Este es un capítulo de “una guerra mundial por partes” (Papa Francisco) donde los más empobrecidos de fuera de Europa llevan muriendo décadas. Pero ellos son víctimas invisibles, sin voz ni comités de acogida en nuestras fronteras occidentales. Hasta se cancela su identidad llamándolos “países emergentes” en lugar de países empobrecidos, para evitar toda asociación con la explotación a la que los estamos sometiendo.

Hace 40 años, el papa Juan Pablo II advertía ya del riesgo de una tercera guerra mundial a causa de las crecientes injusticias Norte-Sur. Benedicto XVI denunció la guerra del materialismo contra la dignidad sagrada de toda persona humana y la familia como núcleo imprescindible de una sociedad fuerte. El papa Francisco lleva denunciando desde el inicio de su pontificado la existencia de una tercera guerra mundial híbrida y oculta, que mata y desestructura a personas y sociedades. La paz sólo puede construirse con otra lógica, la lógica del ”no matarás” y la lógica de la justicia y la solidaridad entre los pueblos. Ninguna guerra de las que estamos viviendo puede llevar el calificativo de “justa”.