Guillermo Rovirosa
Judas, pese a su cercanía con Cristo, no quiso reconocer en él al mismo Dios, sino solo al mesías imaginado por el pueblo Judío. Con esta mirada distorsionada se creyó con derecho a interferir en su plan, convirtiéndose así en el primer traidor cristiano. Rovirosa reflexiona sobre las claves del seguimiento de Cristo y su contrario: la traición a Cristo. La primera procede del reconocimiento de Cristo como Dios a partir de un profundo deslumbramiento agradecido por su amor que nos hace sus discípulos; la segunda, de mirar más a nuestro propio ego y pretender ser los protagonistas de la Historia, priorizando nuestros planes con el consiguiente descarrilamiento existencial. Los epígrafes son nuestros.
El plan de Judas para Cristo
[Los judíos] seguían deseando un rey. Y es muy fácil que en tiempos de Judas este deseo fuera mayor que nunca. Veían, por una parte, que no era ninguna quimera el que unos reyes victoriosos se hicieran dueños del mundo, ya que la realidad del Imperio Romano, más que verla, la tocaban. Más cerca todavía, la realidad de Herodes, aun padeciéndola, les ponía de manifiesto las posibilidades que había para un rey que fuese de «los suyos». Y finalmente, los textos sagrados mesiánicos, interpretados de la manera más material, junto con las tradiciones y leyendas (todavía más materialistas) que se habían añadido a aquellos textos enfocados todos al Libertador de Israel y al Dominador del Orbe, junto con las profecías, referente a las cuales todos estaban de acuerdo en que por entonces se realizaban todos los vaticinios, los signos, las señales, y los tiempos preestablecidos para la aparición del Mesías del Pueblo Escogido. […]
PUBLICADO EN LA REVISTA ID Y EVANGELIZAD
Los milagros y prodigios que [Judas] veía en Jesús le daban la certidumbre de que estaba con un Profeta de más categoría que los antiguos. Veía que cuando llegara la hora H podría mantener un ejército sin intendencias multiplicando los panes y los peces, veía que de la misma manera que apaciguaba las tempestades, las podía provocar con rayos, truenos y piedras sobre los ejércitos «enemigos», veía que ninguno de los suyos quedaría herido ni muerto, pues Él los curaría o resucitaría, y sus victorias y sus conquistas debían dejar muy atrás a las de los romanos. Esto no podía dudarse, ya que las pruebas que tenían eran más que suficientes para hacer callar al más exigente. Nunca Yavé había dado tanto poder a un solo hombre. Y cuando subieron por última vez a Jerusalén (lo consigna el Evangelio) todos estaban convencidos de que entonces iban a empezar las horas decisivas, cuando los judíos de todas partes se concentraban en la Ciudad Santa para la Pascua. Judas estaba seguro, ¡segurísimo!, del poder nunca visto que Yavé había otorgado a Jesús, pero no entendía nada de su manera de proceder, como tampoco lo entendían los otros once. Pero así como estos le hacían confianza, Judas veía demasiado claro que Jesús se equivocaba, y que por el camino que los llevaba no llegarían a ninguna parte. Esto, quizá, ya hacía algún tiempo que lo incubaba en su interior, pero se lo guardaba para él. […]

Era indispensable precipitar los acontecimientos para que el «estallido» coincidiera con la Pascua. Ya que Jesús, por una parte, se mostraba reticente, y no acababa de decidirse, y los judíos, por otra parte, no sabían tampoco como hacerlo para apoderarse de Él, la ocasión era magnífica para matar dos pájaros de un solo tiro. Él, Judas, facilitaría a los judíos que no querían reconocer a Jesús como a su Mesías una ocasión para «poner las manos» sobre Jesús lo que necesariamente sería motivo de que se les castigara después por su incredulidad, y al mismo tiempo colocaría a Jesús en un callejón sin salida y no tendría más remedio que convocar las doce (o más) legiones de ángeles de que disponía para un triunfo que sería tanto más espectacular cuanto más apurada y difícil fuese la situación anterior.
El plan de Dios
Me parece que no hay que hacer demasiados esfuerzos de imaginación para hacerse una idea del desconcierto que debía reinar en las cabezas de los Apóstoles. Y Jesús no solamente no hacía nada para aclararlo, sino que hacía cuanto era menester para mantenerles en aquella situación, a fin de que cada vez fueran renunciando más y más a sus propios criterios y cavilaciones, para poner toda su confianza en Él, aun sin comprender nada. Se dirá, quizá, que esto era poco humano, y es verdad. Esto era muy poco humano, porque era divino.
Eran los primeros pasos de una pedagogía de la libertad, que ya no se interrumpiría jamás. Los primeros pasos que dieron los primeros que siguieron a Jesús (los Apóstoles) son los mismos primeros pasos que se dan hoy (ahora mismo, en este momento) los últimos que se lanzan a seguirle. Y consisten, esencialmente, en esto: en reconocer que Jesús es una figura histórica diferente de las otras, que dejan un rastro diferente del que han dejado y dejan todos los demás hombres, que no se le puede considerar como uno de tantos, ni siquiera en relación con las figuras más relevantes de la historia. La figura de Jesús trasciende a todo lo que sabemos y vemos de la naturaleza humana.
El segundo paso empieza cuando uno se plantea esta pregunta ¿Y si Jesús fuese el mismo Dios hecho hombre? el que contesta rápidamente que SÍ, es posible que haya andado precipitado, y es muy fácil que después se encuentre con problemas que le atormenten, pero es posible que las cosas ocurran de manera muy diferente, cada caso es cada caso. De todas maneras, éste no fue el caso de los primeros Apóstoles, los que fundaron la Iglesia. El que dice NO, puede hacerlo de dos maneras diferentes: una, como San Pablo, con toda buena fe, ya que con los elementos de juicio de que se dispone, se ve así, pero sin cerrarse herméticamente con soberbia, tozudería y obstinación, dispuesto a reconocer su error cuando nuevos elementos de juicio se ofrezcan a su consideración; otra, que consiste en formular un NO radical, absoluto, a la posibilidad de que «otro» hombre pueda ser Dios. Tales son los ateos (cuanto más científicos, peor), los panteístas (que ellos también son Dios)… Y finalmente, existe la respuesta de los Apóstoles, que podría expresarse así: —No lo sabemos; nos sentimos incapaces de afirmarlo, pero todavía nos sentimos mucho más incapaces de negarlo.
La traición
¿Y Judas? ¿Cuál fue la respuesta de Judas? Judas negó en redondo la divinidad de Jesús. “Sabía demasiado” las cosas de su religión para estar segurísimo de que Dios, el Dios único de Israel no podía tener hijos ni nada que se le pareciera; en esto no podía ni soñarse. Pero aceptaba a Jesús como al Profeta y Libertador de Israel; de esto no podía dudar, porque lo veía. Ahora, quizá, ya podemos entrever cuál fue la traición de Judas considerado como hombre, independientemente de los otros aspectos de su personalidad que se han considerado anteriormente. Jesús no llamó a los Apóstoles como colaboradores, sino como seguidores.
Pido al que lee la máxima atención, ya que creo que aquí se encuentra la raíz podrida de la traición de Judas, y de todas las traiciones de todos los cristianos. Jesús llamó, y sigue llamando, con estas palabras: -Si quieres ser de los míos, niégate a ti mismo toma tu cruz, y sígueme. Éste es el trato; y no hay otro ni puede haber otro. Cuando se ha aceptado conscientemente, y luego se incumple, aparece la traición. Jesús ha sido el único hombre que no ha necesitado (ni necesita) colaboradores para SU obra, sencillamente porque es Dios y se basta a sí mismo. Él solo venció al mundo, antes incluso de su Pasión y Muerte, como nos lo dejó dicho formalmente con palabras salidas de su boca.
Entre los que aparecemos en este mundo vencido por Jesús (y por un exceso de su generosidad y de su incomprensible amor por esta miseria que somos los hombres). Él grita de día y de noche, sin descanso, a todas horas, y llama a los que quieran dejar la esclavitud de los vencidos, y quieran seguirle en su carro triunfal. Por pura generosidad, por don gratuito,… ¡por Gracia! La primera condición que nos pone a cada uno no puede ser más normal: Negarme a mí mismo, que soy una pura negación, empezando por mi propia vida, que en ella misma no es más que una agonía y una muerte. Negar mi negación es la única manera posible de que yo pueda entrar (por aquello de que: dos negaciones afirman) en el reino de la Luz, de la Verdad… de todo lo positivo, que solamente puede residir en Dios y en su comunicación.
La traición de Judas, como hombre, fue el no respetar el trato que Jesús estableció con él, de negarse a sí mismo. Él seguía poniendo sus sueños mesiánicos, sus elucubraciones, su talento, su «vista»… por encima de Jesús, y puede decirse en verdad que, aunque iba con Él, no le seguía. Judas se seguía a sí mismo. Y no podía ir a parar más que al fin desastroso que todos conocemos. Judas quiso colaborar con Jesús, y aquí radicó su pecado. ¡Qué paradoja! ya que el mismo Jesús nos da como único mandamiento (el suyo, el Nuevo) que colaboremos por amor los unos con los otros, y en esto radica la «marca» de los suyos. Y nos manda que no sigamos a nadie, ni como padre, porque no tenemos más Padre que el que está en los cielos, ni como Maestro, ya que no tenemos otro Maestro que Él. O sea: que hemos de colaborar con todos los hombres, menos con el Hombre-Dios. ¿Quién podrá negar que esto es de una grandiosidad y de una armonía inmensas?
La colaboración con otro puede tomar dos direcciones, que son: de arriba a abajo, y de abajo a arriba. La primera forma aparece cuando aquel con quien colaboramos es más poderoso que yo, y procuro que ponga su poder a la disposición de mis designios, y la segunda es cuando yo me considero superior al otro y quiero que sus designios se sujeten a mi «talento». Ambas son recusables, y son causa y origen de casi todas las disensiones y disgustos (y sobre todo, «desengaños») que surgen de las colaboraciones entre los hombres. Existe una tercera forma, maravillosa, que es la que viene presidida por el «Espíritu de Sacrificio», pero no es este el lugar para explanarla ni para fijarnos en ella, ya que estuvo totalmente ausente en el caso de Judas. Éste quiso colaborar con Jesús en ambas formas nefastas: pretendió que el poder taumatúrgico de Jesús se manifestara cómo y dónde Judas planeaba, y creyendo su «vista» superior a la de Jesús, quiso imponerle su «plan» en la forma que sabemos.
Y la luz divina de los ojos de Jesús, ¿no la vio nunca Judas? No, no la vio nunca, porque nunca le miró a los ojos. ¡Ah, si se los hubiera mirado…!
Los que se tienen por sabios no miran nunca los ojos de quien les habla, o de los que pasan a su lado. Lo miran (mejor dicho: lo escrutan) todo, menos los ojos. No es que no miren nunca los ojos, lo que quiero decir es que no miran los ojos mirándose mutuamente los ojos. Miran los ojos como miran la boca, la nariz, o la corbata: de refilón. Cuando uno se siente mirado en los ojos, desvía su mirada a otro lado, porque produce cierta desazón, como de reto, porque es incorrecto, dirán algunos… pero en el fondo me parece que es un movimiento instintivo de defensa, por miedo a que me vean el alma.
Los ojos se miran a las personas con las que se quiere entrar en comunión, los niños son seguramente los más descarados para mirar los ojos de quien sea. Las personas poco complicadas también se quedan absortas mirando los ojos […]
Judas quería «comprender»; quería saber a dónde se encaminaba aquel «tinglado», y todo lo refería a su obsesión. Miraba el suelo y los pies de Jesús, sus manos y sus gestos, particularmente cuando hacía aquellos prodigios tan extraordinarios, para tratar de descubrir el secreto, y que le tenían entusiasmado.
Los otros once, menos complicados, miraban los ojos de Jesús que les miraba a ellos, y tampoco comprendían nada, pero sentían en su interior algo que no sabían que era, pero que les hacía patente la grandeza nunca vista de Aquel, y su propia pequeñez en relación con Él. Y esto era suficiente, por entonces. […]
El que sabe que no sabe (la gran sabiduría) cuando escucha lo hace ciertamente con el oído, pero parece que escucha principalmente con los ojos, bien abiertos, mirando intensamente al que habla para no perder nada de lo que expresa. Es como un esfuerzo de todo el hombre para entrar en comunicación con todo el otro.
Pasa muy al revés con el que se figura que sabe (la gran estulticia) que cuando parece que escucha, lo que hace es escucharse a sí mismo, para poner «pegas». Éste, apenas si escucha con las orejas, cerrando todas las demás puertas a la comunicación. Sus ojos irán mirándolo todo (sin mirar) menos los ojos de quien habla.
Judas no podía por menos de reconocer un poder nunca visto en Jesús. Esto era evidente. Pero para él no era menos evidente que Jesús estaba poco instruido en la Ley, de lo contrario no habría dicho muchas cosas de las que decía. Y era poco decidido para ir al grano. La tragedia, para Judas, era el pensar que, excepto los milagros, él entendía el asunto mucho mejor que Jesús. ¡Ah, sí Judas hubiera dispuesto de aquellos poderes maravillosos, que poco se habría hecho esperar la implantación del Imperio de Israel!
¡Pobres ojos de Judas, que no sabían mirar más que a sí mismo El evangelista San Juan cuenta que Jesús en cierta ocasión hablando de los Apóstoles, dijo: —Uno de vosotros es un demonio. Y después dice que Satanás entró en el corazón de Judas el Jueves Santo. Esto, dicho así, y sin más referencias, puede dar lugar a diversas interpretaciones que también nos lleven a tranquilizar la propia conciencia, y eliminar cualquier semejanza nuestra con Judas. Pero si tenemos en cuenta que este Satanás es el mismo que tentó a Jesús en el desierto, induciéndole a que diera satisfacción a su carne (hambre), a la soberbia (haciendo milagros inútiles, para embobar al pueblo) y a la concupiscencia de los ojos (dominando el mundo); en una palabra: tentando a Jesús para que dejara de ser Jesús, y si después recordamos que pocos momentos después de que Pedro había sido designado por Jesús cimiento y cúspide de la Iglesia, se oyó decir por el mismo Jesús estas palabras inauditas: Apártate de mí, Satanás, que me escandalizas, porque Pedro quería convencerle de que padeciera menos y que dominara más, podremos percatarnos de algo.
Satanás entra en juego cada vez que se quiere modificar a Jesús para que la cosa salga mejor. Para este menester su arma principal es la racionalidad más exigente, que a unos le sirve (a Satanás) para que no se acerquen a Jesús, ya que estas cosas del Nuevo Testamento (sugiere) la razón no las puede aceptar, mientras que a los que se han acercado más o menos a Jesús, trata de distanciarles con el pretexto de que lo que sugiere es mejor, más seguro y más racional que siguiendo el criterio estricto del Nuevo Testamento. Una de las cosas en las que me parece que Satanás saca más ganancia, es cada vez que induce a los cristianos a que hagan con dinero aquello que Jesús no quiso nunca hacer con dinero.
Judas, pues, no fue más que uno de tantos huéspedes de este planeta. Lleno de suficiencia de sí mismo y de ambiciones, con una cabeza despejada y dándose cuenta de las cosas, creyendo en lo que se ve, y tratando de sacarle el máximo partido posible para situarse. Su gran desgracia fue la que hubiera podido ser su gran suerte: nacer en el día y en el lugar en que nació. Si hubiera nacido antes, o después, o lejos, su vida hubiera sido como la de cualquier otro “listo”. Pero se encontró con Jesús y le siguió. Y esto, que pudo llevarle a la cúspide de la historia y de la eternidad, si hubiera aceptado a Jesús tal como es, sin pretender perfeccionarle, fue el motivo de que aparezca y se haya convertido en el prototipo de la traición.[…]
Lo que importa es contestar a la pregunta que constantemente se formulaba San Agustín: ¿Quién soy yo, y quién es Dios?