El Movimiento Cultural Cristiano lleva denunciando más de 30 años las causas del primer problema que tiene la humanidad: el hambre. Un hambre que sigue matando hoy a millones de personas en todo el mundo. El hambre es la principal condena para el 80 % del planeta. Esta lacra, fruto de la inmoralidad de los enriquecidos, lejos de disminuir, ha crecido en los últimos años. La misma FAO ha reconocido el descalabro de los planteamientos asistencialistas, que se dedican desde hace tiempo a ocultar el robo sistemático realizado a los pueblos.
El Movimiento Cultural Cristiano, en la línea emprendida está presentando en este momento una campaña que lleva el siguiente mensaje: “Esta economía mata. Todos responsables de todos o todos esclavos” dentro de su plataforma “Campaña por la Justicia en las Relaciones Norte-Sur”
En la última década, estamos asistiendo a una concentración del poder de las transnacionales y las instituciones financieras que, con el impulso de la revolución tecnológica, no tiene precedentes en la historia. Este poder sostiene una economía que mata, una economía que excluye y descarta a la mayoría.
Mientras este poder se acumula, se cronifican las situaciones de miseria, violencia y caos. Venezuela, el Congo o Yemen son sólo un ejemplo actual de muchos lugares dónde decir que esta economía mata no es una metáfora, sino una realidad.
Esta economía mata porque pretende apropiarse para el beneficio de unos pocos de toda la riqueza matertial de la Tierra. Favorece el acaparamiento de tierras y el expolio de las materias primas y de los nuevos minerales usados en la revolución tecnológica. Y favorece una maquinaria que no hace más que saquear el ecosistema tierra, nuestra casa común.
Esta economía mata porque especula de forma usurera con los bienes más necesarios para el desarrollo de la dignidad de las personas: los alimentos, el agua, la vivienda, la educación y la salud.
Esta economía mata porque ha convertido a las personas en mercancías y ha degradado el trabajo hasta el punto de convertirlo en trabajo precario y esclavo. En el mundo, el 60% del trabajo ya se hace sin contrato laboral.
Esta economía también mata en las fronteras y en los más de 70 muros que ha levantado para que no nos reclamen su dignidad los empobrecidos. Mata en los campos de refugiados y en los centros de internamiento para extranjeros.
Y hasta se atreve, como en un nuevo feudalismo, a decidir quién tiene “estatus de persona” y quién no lo tiene. Aunque para el dinero y para los ricos no sólo se suprimen las fronteras, sino hasta se crean paraísos.
Esta economía mata porque genera división, mafias, terrorismo, violencia y guerras por doquier.
Ha convertido las periferias de las grandes ciudades y determinadas áreas del planeta en un auténtico campo de batalla y aniquilación. Y ha convertido la muerte y la violencia en uno de sus negocios más lucrativos. Ahí tenemos la industria de las armas, la de las drogas, la de los órganos o la de la trata y la prostitución.
Esta economía mata nuestros vínculos solidarios con los demás. ¿Cómo es posible la familia sin techo, sin pan y sin trabajo digno? ¿Cómo es posible el proyecto de familia si para estar disponible para el mercado de “servicios a domicilio”, estorba la esposa, el marido, los hijos y cualquiera que lastre nuestro “derecho a decidir”? ¿Cómo es posible una comunidad social y política solidaria si la vida comunitaria y el protagonismo político son poco menos que enemigos del Estado y del sistema económico? Abocados al individualismo consumista y caprichoso, enfermos de soledad, nos hemos convertido también en esclavos.
Y esta economía ha encontrado un filón en nuestra depresión y en nuestra frustración. Y nos receta drogas legales en forma de medicamentos, evasiones, sectas, apuestas, o “redes” sociales en las plataformas del “me gusta”. Nuestros selfis son el petróleo del Big Data, la fuente de control económico y social que soñó el totalitarismo.
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Esta economía impone una cultura de muerte, de exclusión de los pequeños y los débiles. Una cultura que reclama como derecho la eutanasia y el aborto. Una cultura que normaliza que la vida de los más débiles se torne materia desechable al servicio de los más fuertes.
Por eso lo más revolucionario es que Todos seamos responsables de Todos. No deja de ser una profunda llamada a las conciencias de las personas para evitar la trampa que esta economía ha colocado en nuestras vidas.
Ser todos responsables de todos significa querer protagonizar la economía y la política. Y esto pide una cultura distinta, solidaria, que demuestre que aquí todos somos seres llenos de dignidad y todos tenemos algo, y algo valioso, que aportar. También los que esta economía ha descartado.
Ser todos responsables de todos nos pone en el trabajo por el Bien Común.
Ser todos responsables de todos implica tomar conciencia de nuestra complicidad con una economía que mata.
«Todos responsables de todos»
Ser todos responsables de todos, pide un camino de vida asociada, un replanteamiento de nuestra vida social que requiere reconocer la humanidad que hay en el otro.
Ser todos responsables de todos nos conecta irremediablemente con la historia de los pobres de la tierra, con los luchadores que dieron sus vidas por la Verdad, por la Libertad y la Justicia.
Editorial Revista Solidaria Autogestión nº131
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