Seguridad demográfica, fase totalitaria del imperialismo

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La idea de la seguridad demográfica da lugar a una doble perversión.

En los que la formulan, produce mala fe, haciendo de ellos la primera víctima de la racionalización que ellos han elaborado.

Y puesto que ostentan su construcción ideológica con el sello de la cientificidad, se prohíben buscar en otro lugar que no sea en ella la luz que los pueda liberar de la prisión del espíritu construida por los otros, pero en la cual ellos también están atrapados. A la postre, a los que absorben estas ideas, la ideología los lleva a aceptar su sometimiento y refuerza su alienación.

Hasta ahora no se conocía ningún ejemplo de una ideología al mismo tiempo tan totalitaria y tan reaccionaria.

I. ¿UNA NUEVA HUMANIDAD?

Pero eso no es todo. La perversión esencial de esta ideología, de la que son víctimas tanto quienes la elaboran como los que la siguen, radica en el hecho de que procede por antífrasis: el mal definido como el bien. Se niega la trasgresión de la ley moral. La conciencia individual hace referencia sólo a sí misma, o, en el mejor de los casos, a los que, intérpretes calificados de la trascendencia social, le dicen lo que puede desear o lo que debe querer.

Tal ideología subyace a las instituciones políticas y jurídicas que se sitúan exactamente en la dirección de la obra de Binding. El derecho, por ejemplo, que debería por definición dedicarse a instaurar la justicia para todos, se convierte en objeto de una manipulación ideológica en provecho de la minoría dominante, constituida por la internacional de la riqueza.

Sin embargo, aunque los miembros de la minoría dominante en general son incomprensibles en su especificidad, es posible hacerse una idea bastante precisa de su mentalidad. La identidad de esta nueva clase dominante puede, de hecho, ser definida fácilmente retrocediendo a partir de la ideología que ella elabora, y a partir de los destinatarios de la misma.

El discurso ideológico de la nueva clase dominante es, en su contenido, muy burdo. En principio, presenta como acontecimiento liberador la muerte de Dios. Este principio es "liberador", porque Dios obstaculiza, se nos afirma, la autonomía del hombre y su felicidad. Es necesario por lo tanto que muera y que —mejor todavía— lo ayudemos a morir, para que el hombre pueda vivir y tomar por fin en sus manos su propio destino. La humanidad nueva puede nacer con la condición de que Dios haya muerto, y los iluminados deben prepararse para este nacimiento.

En tal obra generacional, el papel de los médicos iluminados sería determinante, pero contradictorio. Son ellos los que deberán denunciar las "creencias obsoletas", "pre-científicas", al igual que los "tabúes" que de ellas derivan.

Son ellos los que realizarán esta tarea, pero es sobre la afirmación de tales postulados que ellos basarán su misión. Necesitan una ideología para "legitimizar" su función, pero ellos definen el contenido de la misma. Al igual que los militares que teorizan sobre la seguridad nacional, los tecnócratas médicos que dictan leyes al nuevo régimen no se preocupan por tales peticiones de principios. Ellos afirman que el objetivo que hay que alcanzar a toda costa es la seguridad demográfica, pero es sobre esta exigencia que se basa la "legitimidad" de la tecnocracia.

Respaldados convenientemente por los demógrafos, los tecnócratas se disponen a liberar a la humanidad del significado que ésta ha conseguido en su evolución. Ellos son llamados a ejercer una nueva medicina; una medicina del cuerpo social más que una medicina individual. Una medicina que consiste en administrar la vida como se hace con un material cualquiera; en perfeccionar una nueva moral fundada en el nuevo significado de la vida;

En participar en política para hacer que nazca la nueva sociedad; en modificar el concepto tradicional de la familia disociando completamente, en la sensualidad humana, la dimensión afectiva de la procreativa; en transferir a la sociedad la gestión de la vida humana, desde la

concepción a la muerte; en seleccionar, por lo mismo, con rigor a los que serán habilitados para transmitir la vida: todos, argumentos dolorosamente presentes en la historia, incluso reciente, pero que ahora son continuados con gran alboroto e insertados en un lúgubre cuadro de muerte.

Con estos temas neomaltusianos se combinan ahora los lemas clásicos. La felicidad de la sociedad humana —se nos afirma— no requiere sólo una selección cualitativa, sino también una limitación cuantitativa. "Sabemos" que los recursos disponibles son limitados y que una planificación verdaderamente eficaz de la población mundial es indispensable para la supervivencia de la humanidad. Y "sabemos" que este deber es especialmente urgente en el Tercer Mundo, donde existe una trágica disparidad entre los recursos de vida y el crecimiento de la población.

II. UNA NUEVA RELIGIÓN CIVIL

La ideología totalitaria se manifiesta, por lo tanto, como una ideología de la clausura a toda trascendencia que no sea la social. Su discurso es rigurosamente hipotético en el sentido de que es reflejo de la voluntad de los que lo pronuncian. Es eficaz, pero no tiene un valor de verdad: es útil a los que lo elaboran y se presenta con un lenguaje universal, pero es la expresión invertida de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos.

No tiene ningún valor de verdad, porque de principio a fin se encierra en un aislamiento absoluto; el pensamiento es elaborado a puertas cerradas, en el sentido propio y figurado. Este discurso es la expresión más reciente de la vieja tradición científica, pero con una formulación hecha en beneficio de las ciencias biomédicas. Sólo los métodos de estas últimas —se nos afirma— pueden entregarnos conocimientos verdaderos y sólo ellos pueden proporcionar al hombre la respuesta a sus interrogantes más esenciales.

Este discurso cientifista rechaza toda investigación filosófica —y, con mayor razón, teológica— de la verdad sobre el hombre, la sociedad, el mundo. En particular, se prohíbe todo discurso sobre un ser trascendente ultramundano. Se estipula a priori que carece de sentido la idea misma de una creación común a todos los hombres; es inútil tomarla en consideración. Ahora, en vista de que se ha comprobado la muerte "del Padre, ya no es posible la fraternidad y ya no existe participación en la existencia recibida de un mismo creador. Sólo queda el voluntarismo puro. La sociedad es declarada trascendente: han nacido una nueva religión- civil, un nuevo ateísmo político, un nuevo reino, donde las divinidades paganas se llaman poder, eficiencia, riqueza, tener, saber. Los ricos, los sabios, los poderosos demuestran con su triunfo sobre los débiles que tienen una función mesiánica: ellos son en realidad la medida de sí mismos y la de los demás.

Tal ideología mesiánica y herméticamente laica, como la moral de supremacía que la acompaña, hace necesario que los que la sostienen reprogramen a los demás, tanto física como psicológicamente: hay que planificar la producción y la educación de éstos. Habrá que recurrir al hedonismo siempre latente, a la búsqueda del placer (puesto que la doctrina de Feuerbach está, ella también, impregnada de sensualidad). Pero al mismo tiempo será necesario desorientar a las parejas privándolas de toda responsabilidad en su comportamiento sexual. En suma, los tecnócratas médicos, elementos fundamentales del ajedrez totalitario, deberán ejercer un control completo sobre la calidad y la cantidad de los seres humanos.

Este discurso ideológico, que des-responsabiliza e inmoviliza a las personas, actúa también en el nivel de la sociedad. En el Tercer Mundo en especial, el discurso es completamente reaccionario y desastroso. Consiste en hacer creer que la pobreza es natural, que es una fatalidad estrechamente vinculada al crecimiento demográfico excesivo. Junto a esta consideración cuantitativa, se nos insinuará que, de acuerdo con el pensamiento de Galton (1822-1911), la pobreza de los pobres es la mejor prueba de su mediocridad natural. Por lo tanto, ellos no deben ser un obstáculo para el planeta; esto los beneficia a ellos y también nos beneficia a todos en general: estos dos argumentos recomiendan por lo tanto que el número de los pobres sea definido en base a la utilidad que ofrecen.

Porque según la ideología que estamos examinando, la utilidad es el único criterio que hay que tomar en consideración para permitir que un ser humano exista. ¿Produce costos? ¿Consume? ¿Elabora algo? ¿Genera placer? Además, a partir del momento en que nada garantice que siempre será útil, el ser humano representa una amenaza permanente para sus semejantes.

III. EL PANIMPERIALISMO TOTALITARIO…

Finalmente, según un razonamiento lógico, la idea de la seguridad demográfica tiene como fundamento y límite el horizonte de la muerte. El asesinato de un niño nonato esconde la violencia de nuestra sociedad en la medida que se realiza, en concreto, con discreción. El niño abortado es el chivo expiatorio al cual se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Compite contra mí, es mi rival: es un obstáculo para mis intereses, para mi búsqueda de placer, para mi vida; es la causa de la pobreza, el obstáculo para el desarrollo. Se apodera de mis aspiraciones en lo que respecta a lo que quiero tener y luego a lo que quiero ser y poseer. Se convierte casi en mi copia: es un hombre de más. Por lo tanto, es necesario suprimirlo.

Pero aquí no se trata sólo de una "pequeña violencia" o, en el mejor de los casos, de una violencia simbólica, como las que llenan la historia de las civilizaciones y las mitologías. El niño asesinado en el seno de la madre no es sacrificado; no lo hacemos santo para asegurar la cohesión de la comunidad humana. Es asesinado sin que la violencia sea alejada de la sociedad humana; ésta, en su total laicidad, debe profanar todo, incluida la vida, desmitizar todo, incluido el chivo expiatorio. El sufrimiento y la muerte son en realidad el sinsentido absoluto, que justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el niño que se suprime implica la supresión del Padre. Su asesinato no suprime la violencia; anuncia por el contrario la propagación de ésta. Con la excepción de una fuerza más grande, ninguna otra puede o debe obstaculizar mi fuerza. Peor aún: entre sus funciones, la ideología tiene la de disimular esta violencia sin límite y sustraerla al dominio de la razón.

De este modo, la liberalización del aborto indica que es inminente el regreso galopante de un delirio irracional, camuflado bajo la máscara engañosa de una ideología de la seguridad.

La ideología neototalitaria de la seguridad demográfica es, por lo tanto, muy parecida a la de los nazis: en muchos aspectos es también una derivación de ésta. Mientras que el nazismo se presentaba como un nacional-socialismo, que operaba en interés de la nación alemana o, mejor, de la raza aria, la idea neototalitaria actúa en interés de la clase rica presente a escala mundial. Los principios inspiradores de estas dos ideologías se encuentran ya, en sus elementos esenciales, en Feuerbach; pero en el paso del nacional-socialismo al neototalitarismo los métodos se han perfeccionado. Ya no se trata de un imperialismo esencialmente militar, como el de los romanos, o económico, como en la Inglaterra victoriana. Se trata de un imperialismo de carácter netamente totalitario. Los que lo han manipulado han realizado un esfuerzo por esconderse mejor. El papel de la ideología ha cobrado más importancia: la conquista y el control de los cuerpos pasa ahora por el dominio de las inteligencias y de las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un fenómeno nuevo: el pan-imperialismo, para el cual la ingeniería de los intelectos es tan importante como la de los cuerpos.

IV. …Y "METAPOLÍTICO"

Finalmente, pareciera que este pan-imperialismo, directamente inspirado en la forma más reciente de cientismo, es, por definición, metapolítico: busca el triunfo de una nueva concepción de la vida humana y quiere situarla bajo el signo de la trascendencia social. El pan-imperialismo se caracteriza ante todo por una concepción particular del hombre, que se encuentra por encima de la política. Es en nombre de esta antropología que el nuevo imperialismo utiliza los instrumentos que necesita para su propagación: políticos, científicos, económicos, de la comunicación, jurídicos, militares, religiosos, etc. Todos estos instrumentos constituyen el poder de este pan-imperialismo y lo transmiten, como una realidad trascendente, hasta los confines del mundo.

Por lo tanto, este tipo de poder inaprehensible se encuentra en el desarrollo del Leviatán, aunque existen diferencias evidentes. Aunque el Estado totalitario clásico ejercía el poder al interior de sus fronteras, no estaba por ello menos limitado por el poder de los otros estados. Adquiere la consistencia de una persona investida de autoridad (o un gobierno) identificable, visible y por lo tanto alcanzable, expuesto y por lo mismo destructible. En este caso, la revolución parece imposible, ya que el príncipe de este mundo se preocupa de no revelar su rostro. El régimen metapolítico aspira a una supremacía absolutamente incondicionada; no quiere conocer ni iguales ni rivales.

Por otra parte, los medios de comunicación masivos, que tienen como tarea informar, tienen también, en el marco de este proyecto totalizante, la función indispensable de ocultar las cosas. Los pronósticos de Casandra se toleran sólo con la condición de que no los tomemos en serio. La información debe ser transmitida según los intereses de los que la producen y los gustos de los que disfrutan de ella. La colonización de las opiniones debe causar efectos tranquilizantes para unos y angustiantes para los demás. Lo único que importa realmente es la seguridad de los poderosos; los débiles no valen nada.

Por lo tanto, los proyectos de liberalización del aborto son sólo la parte visible de un iceberg que esconde muchos peligros.

Autor: Michel Schooyans