Tecnogobernanza en China: ¿Quién quiere gobernanza si tiene datos?

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En 1955, el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov publicó un breve relato sobre un experimento de «democracia electrónica». Un ciudadano, seleccionado para representar a toda una población, respondía a las preguntas generadas por un ordenador llamado Multivac. La máquina procesaba sus respuestas para calcular los resultados de unas elecciones que nunca tendrían lugar. La ficticia historia de Asimov se desarrollaba en EE. UU., y ahora, China está haciendo realidad una iniciativa bastante parecida a la de Multivac.

Cualquier régimen autoritario sufre «un problema básico de averiguar qué está pasando en los niveles inferiores y en la sociedad», explica la politóloga y experta en China de la Universidad de Villanova en Filadelfia (EE. UU.) Deborah Seligsohn. Si no se permite el debate público, el activismo civil y la opinión electoral, ¿cómo se puede gobernar con eficacia un país que alberga a una de cada cinco personas del planeta y cuya economía y sociedad son cada vez más complejas? ¿Cómo se puede reunir suficiente información para tomar decisiones? ¿Y cómo un Gobierno que no invita a sus ciudadanos a participar consigue seguir generando confianza y controlando el comportamiento público sin poner a un policía delante de cada hogar?

El líder de China entre 2002 y 2012, Hu Jintao, intentó resolver estos problemas mediante un deshielo democrático moderado, lo que facilitaba que las quejas de la sociedad llegaran hasta la clase dominante. Pero su sucesor, Xi Jinping, se ha deshecho de esta estrategia. Su plan para comprender y responder a lo que está sucediendo en una nación de 1.400 millones de personas se basa en una combinación de vigilancia, inteligencia artificial (IA) y big data para supervisar minuciosamente la vida y el comportamiento de la gente.

El hecho de que las democracias del mundo hayan sufrido un par de años complicados han ayudado a que la elite política china justifique cada vez más el hecho de excluir a los votantes. Los acontecimientos como la elección de Donald Trump, el Brexit, el ascenso de los partidos de extrema derecha en Europa y el reinado de terror de Rodrigo Duterte en Filipinas subrayan lo que muchos críticos consideran como problemas inherentes a la democracia, especialmente el populismo, la inestabilidad y el liderazgo insuficientemente personalizado.

Desde que se convirtió en el secretario general del Partido Comunista de China en 2012, Xi ha presentado una serie de ambiciosos planes para el país, muchos de ellos basados en la tecnología, incluido el objetivo de convertirse en el líder mundial en inteligencia artificial antes del año 2030 (ver China despierta al dragón de la inteligencia artificial).

Xi busca la «soberanía cibernética» para mejorar la censura y ejercer un control total sobre internet nacional. En mayo, en una reunión de la Academia China de Ciencias afirmó que la tecnología era la clave para lograr «el gran objetivo de construir una nación socialista y modernizada». En enero, cuando se dirigió al país por televisión, las estanterías a sus ambos lados contenían tanto títulos clásicos como El Capital de Karl Marx, como algunas publicaciones nuevas entre las que había dos libros sobre inteligencia artificial: The Master Algorithm de Pedro Domingos y Augmented: Life in the Smart Lane de Brett King.

«Ningún gobierno tiene un plan más ambicioso y de largo alcance para aprovechar el poder de los datos para cambiar su forma de gobernar que el chino», dice el investigador del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington (EE.UU.) Martin Chorzempa. Incluso algunos observadores extranjeros podrían sentirse tentados a preguntarse si esa gobernanza basada en datos ofrece una alternativa viable al modelo electoral que parece cada vez más disfuncional. Pero confiar demasiado en la sabiduría de la tecnología y los datos conlleva sus propios riesgos.

Datos en lugar de diálogo

Los líderes chinos llevan mucho tiempo deseando aprovechar las opiniones del público pero sin abrir la puerta a un incendiario debate y críticas a las autoridades. Durante la mayor parte de la historia imperial y moderna de China, ha habido una tradición de campesinos descontentos que viajan hasta Pekín para encabezar pequeñas manifestaciones como «demandantes» públicos. De esta forma, si las autoridades locales no entienden o no se preocupan por sus injusticias, tal vez el emperador pueda darles una respuesta mejor.

Bajo el mandato de Hu, algunos miembros del Partido Comunista detectaron una actitud receptiva, aunque limitada, para exponer y corregir ciertos tipos de problemas. Hasta el final de su Gobierno, periodistas anticorrupción, abogados defensores de los derechos humanos y críticos online abrieron debates en blogs sobre la corrupción local.  Cuando Xi empezó a gobernar, cada día recibía un informe sobre las preocupaciones y altercados públicos a partir de información de las redes sociales, según un exfuncionario estadounidense con conocimiento sobre este asunto. En los últimos años, las principales demandas de los campesinos que viajan a la capital han estado relacionadas con escándalos como las incautaciones ilegales de terrenos por parte de las autoridades locales y la leche en polvo contaminada.

Pero la policía impide cada vez más que estos «demandantes» lleguen a Pekín. «Ahora se requiere el DNI para comprar un billete de tren, lo que facilita que las autoridades identifiquen a los posibles ‘alborotadores’ como los que protestaron contra el Gobierno en el pasado», explica la principal investigadora principal de Human Rights Watch en China, Maya Wang. La experta añade: «Varios demandantes nos contaron que habían sido detenidos en los andenes de los trenes». Blogueros, activistas y abogados también están siendo silenciados o encarcelados de forma sistemática, como si los datos pudieran ofrecer al Gobierno la misma información sin los incómodos problemas asociados a la libertad.

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