A los 75 años de la bomba atómica. Testimonio del doctor Nagai Takashi

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Testimonio del doctor Nagai Takashi

Nunca más la GUERRA

Llamados a remar juntos, es lo que se nos pide en estos momentos de la historia: «No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo».

Un microscópico organismo tiene en jaque a todo el planeta, a sus sabios y científicos. Esta crisis sanitaria mundial (esta guerra que nos hemos encontrado) solo tiene remedio desde una vida de entrega, desde una vida solidaria, tomando la determinación firme y perseverante de empeñarse por el BIEN COMÚN…por el bien de todos y cada uno, para que seamos responsables de todos.

En este  75 aniversario de la bomba atómica, queremos presentar esta  página de la historia.  Mostramos el legado del doctor Nagaï Takashi… en donde se pueden ver reflejados millones de personas que ejercen su profesión custodiando y siendo servidores de la vida humana, sea cual sea su profesión.

En 1985 se organizaron diferentes ceremonias en Hiroshima y Nagasaki ( Japón) en memoria de las víctimas de las bombas atómicas lanzadas sobre las dos ciudades, cuarenta años después. Un testigo ocular de aquellas celebraciones decía: «En Hiroshima hay amargura y alboroto; todo es muy político… El símbolo podría ser un puño cerrado de ira. En Nagasaki hay tristeza, pero también calma y reflexión, no hay política, sino plegarias… se llora por el pecado de la guerra y, en especial, de la guerra nuclear. El símbolo sería unas manos juntas para rezar». La influencia del doctor Takashi Nagai explica, mejor que ninguna otra cosa, el clima de espiritualidad que reinaba aquel día en Nagasaki.

A las 11:00 del 9 de agosto de 1945 la segunda bomba atómica explotó en el cielo de Nagasaki, a 500 metros de altura sobre la Catedral de Urakami, erigida tras abolir la persecución del cristianismo en Japón. Todas las personas que se hallaban rezando murieron instantáneamente, quedando el edificio destruido. Al lado se encontraba la Universidad de Medicina de Nagasaki, que también sufrió numerosas víctimas mortales. Nagai Takashi fue uno de los heridos. Ese episodio histórico marcó el principio de una lucha para luchar contra las causas de la guerra.

La historia de la bomba atómica no puede relatarse sin Takashi Nagai

Había nacido en 1908 en Isumo, en el seno de una familia sintoísta de cinco hijos. A los veinte años ingresa en la facultad de medicina de Nagasaki. “Desde la época de mis estudios de secundaria -escribirá más tarde- me había convertido en prisionero del materialismo. (…) Sentía gran admiración por la maravillosa estructura del conjunto del cuerpo humano, por la minuciosa organización de sus más pequeñas partes. Pero aquello que estaba manejando no era más que pura materia. ¿Y el alma? Un fantasma inventado por unos impostores para engañar a la gente sencilla”.

Contemplar la muerte de su madre cambió su vida y dirá de aquello que “con su última y penetrante mirada, mi madre derrumbó el marco ideológico que yo había construido. Aquella mujer, que me había dado la vida y que me había educado, aquella mujer que no había tenido ni un momento de respiro en su amor por mí, me habló con toda claridad en los últimos instantes de su vida. Su mirada me decía que el espíritu del hombre sigue viviendo después de la muerte. Todo me llegaba como una intuición, una intuición que contenía el sabor de la verdad”.

Pronto comenzó a leer a Pascal, el físico francés del siglo XVII, y quedó impactado por la relación entre fe y ciencia que mantenía, pues Pascal explicaba que a Dios se le puede encontrar mediante la fe y la oración, y aconsejaba a los no creyentes que continuarán rezando por su conversión. Apasionado de la experimentación, Nagai se preguntó: “¿Por qué no probar esa oración en la que tanto insiste Pascal?”

Con el nombre de Pablo, entra en 1934 en la Iglesia y se casa dos meses después con Midori, de la familia Moriyama, a la que previamente le expone de los peligros a que se expone por su profesión, ya que la protección para los rayos X era todavía endeble en aquel tiempo.

Apasionado por su profesión y por ayudar a los demás, Nagai se vuelca con todos y dirá: “La labor del médico consiste en sufrir y en alegrarse con sus pacientes, en ingeniárselas para disminuir los sufrimientos como si fueran los suyos propios. Hay que simpatizar con su dolor. A fin de cuentas, no obstante, quien cura al enfermo no es el médico sino la complacencia divina. Una vez se ha comprendido eso, el diagnóstico médico engendra la oración”.

Tras volver de la nueva guerra chino-japonesa, Takashi se entrega en cuerpo y alma para realizar radiografías, muchas de ellas porque nadie las quiere hacer por los peligros que comportan para la salud. Agotado, un día descubre marcas extrañas en sus manos. Se pone a rezar el Rosario como era habitual cuando encontraba un hueco y se sienta derrengado delante de una imagen de la Virgen. En esa oración volverá a recuperar siempre la paz interior, según escribe en su diario.

Sus colegas le animan a hacerse una radiografía. El resultado: hipertrofia en el bazo; diagnóstico: leucemia. Él murmura: “Señor, no soy más que un siervo inútil. Protege a Midori y a nuestros dos hijos. Hágase en mí según tu voluntad”.

De regreso a casa, Takashi lo comparte con su mujer. Ambos se hincan de rodillas y rezan, en medio de sollozos de una y de remordimientos del científico por no pensar las consecuencias de su quehacer para su mujer y sus hijos.

Pocos días después, acogiendo uno y otra la voluntad de Dios, una explosión de luz tritura el cielo de Urakami. Eran las once horas y dos minutos del 9 de agosto de 1945, la bomba atómica había caído en el barrio norte de Nagasaki. (LEONARD CHESHIRE fue el más famoso piloto de la RAF (fuerza aérea inglesa), durante la segunda guerra mundial y recibió la Cruz de la Victoria. Fue el que tiró la bomba atómica sobre Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Inmediatamente después, pidió la baja de la RAF y se dedicó a fundar casas para acoger a enfermos y hacer campañas contra la guerra. Fue recibido en la Iglesia católica el día de Navidad de 1948 y todas las semanas organizaba viajes aéreos a Lourdes durante el verano. Fue un católico activo y comprometido.).

En la facultad de medicina, situada a 700 metros, Nagai es catapultado al suelo con el costado acribillado de trozos de cristal. Poco después, el caos campea en la ciudad y comienzan a llegar heridos, muchos arrastrándose o trasportados por otros, al hospital. Nagai se desvive hasta el límite de sus fuerzas: 48 horas de trabajo casi ininterrumpido hasta volver a su casa. Así cuenta Nagaï lo ocurrido: Repentinamente el cielo se iluminó por un instante y el resplandor de una luz hizo palidecer el sol de verano. Una columna de humo blanco empezó a subir de la tierra, tomando la forma de una gigantesca seta u hongo. Una luz terrible. No hubo ruido. Pero lo que aterrorizó y heló la sangre fue el soplo inmenso que se escapó de debajo de la nube blanca. A una velocidad aterradora pasó sobre las colinas y los campos arrasándolo todo. Las casas de las cimas cedieron ante su fuerza, y cada árbol del campo fue arrancado de cuajo y sus hojas desaparecieron como por encanto.

Se diría que un invisible, pero gigantesco cilindro compresor, trituraba cuanto hallaba su paso. Un horrible ruido hirió de súbito los oídos de los que presenciamos de lejos tan terrible espectáculo. Nos sentimos levantados, tirados contra una pared de piedra a cinco metros de allí. 

Herido en la región de los ojos, creí que había perdido la vista. No era así, pero estaba ensangrentado. Y el edificio entero se había derrumbado. Enterrado entre los escombros, luché denodadamente hasta que terminé por salir por mi propio esfuerzo. El espectáculo que tenía ante mis ojos era apocalíptico. Entre escalofriantes masas de carne, se destacaban lentamente, a rastras, aquellos en los que había una chispa de vida .Empezamos los primeros cuidados, pero nunca me había sentido tan impotente, tan inútil para poder ayudar a aquellos seres humanos destrozados y desgarrados por el dolor.  

No podíamos atender a todos los que se agolpaban en torno a los escasos médicos supervivientes. Apenas habíamos mal vendado a uno, cuando se presentaba otro con la misma súplica: ¡Doctor, sálveme! 

 Jamás me había sentido tan impotente como al mirar el terrible panorama de miedo, de agonía, de muerte y destrucción. No podía hacer  nada, absolutamente nada. La sangre me corría por el rostro, desde las sienes hasta la barbilla. Los ojos parecía que me iban a estallar. A veces, queriendo incorporar un cuerpo, para ver si retenía aún señales de vida, se deshacía en mis manos como fango pegajoso. Miré al cielo y oré.

En medio de escombros, descubre los restos carbonizados de su esposa. De rodillas, reza, perdona, llora y recoge los huesos en un recipiente. Un objeto brilla en el amasijo de cascotes: ¡el rosario! Una alegría restalla en el dolor: “Dios mío, te doy las gracias por haberle permitido morir rezando. María, Madre de los Dolores, gracias por haberla acompañado en la hora de la muerte… Jesús, Tú que llevaste la pesada cruz hasta ser crucificado, ahora acabas de esparcir una luz de paz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, la de Midori y la mía”.

Japón se rinde el 15 de agosto de 1945. Nagai, cuya enfermedad ha sido agravada por la radiación, agoniza y recibe los últimos sacramentos mientras afirma: “Muero contento”. Pero no era la hora de Dios, pues al día siguiente, se encuentra fuera de peligro y cuya curación atribuye a la intercesión del padre Kolbe.

San Maximiliano Kolbe. Entregó su vida por un prisionero, padre de familia, en un campo de concentración (Auschwitz)

Nadie quiere volver a Urakami, pero él puja por “ser el primero en volver allí”. Así lo hace, para lo cual se construirá un refugio con unas planchas al lado de las ruinas de su casa. Sus enseres: una botella, su uniforme de marino, repartido por el ejército, y el encontrado crucifijo de su casa le llevarán a decir: “He sido desposeído de todo y sólo he encontrado ese crucifijo”.

En noviembre, en la celebración del funeral por las víctimas junto a los escombros de la catedral de Nagasaki, se dirige a los congregados: “Es evidente que existe una profunda relación entre la destrucción de esta ciudad cristiana y el fin de la guerra. Nagasaki era sin duda la víctima elegida, el cordero sin mancha, holocausto ofrecido sobre el altar del sacrificio, aniquilado por los pecados de todas las naciones durante la Segunda Guerra Mundial… ¡Debemos agradecer que Nagasaki haya sido elegida para ese holocausto! Debemos agradecerlo, porque a través de ese sacrificio ha llegado la paz al mundo, así como la libertad religiosa al Japón”.

Ya reunido con sus dos hijos, emprenderá nuevamente un trabajo agotador. A ellos les dirá: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos. Os dejo estas palabras como herencia”. Tras un trabajo ingente y la escritura de varios libros, entre ellos Campanas de Nagasaki, muere el 1 de mayo de 1951.

En el trayecto final, le acompaña un gentío que recorre el camino del kilómetro y medio que separa la catedral del cementerio, donde reposa actualmente junto a su mujer.

Takashi Nagaï fue un gran médico católico, que ofreció sus sufrimientos por la salvación del mundo. Murió a los 43 años, debido a los efectos de las miles de radiografías tomadas sin la debida protección.

                         Del libro: Testimonios de conversos.

El abrazo de Dios. nº 759. Voz de los sin Voz

Mª Mar Araus