Id y Evangelizad 127 «Deber de conciencia y dignidad sagrada de la persona»

1905

La banalidad de la conciencia

Hoy asistimos a una revolución totalitaria que posee como nota dominante la pretensión de reducir y transformar todos los ámbitos de la naturaleza humana, queriendo incluso manipular y adaptar lo más recóndito de la persona humana: su conciencia.

Descarga un extracto de la revista en pdf

La banalidad de la conciencia constituye un elemento estructurante del actual cambio de época en el que se encuentra inmersa la humanidad. Un cambio preparado por el cogito ergo sum, la moral autónoma kantiana o incluso la voluntad de poder nietzscheana, que se nos presenta en su versión actualizada como el siento luego existo. Una banalidad sostenida por el trípode subjetivismo, posverdad y transhumanismo. Toda una revolución biopolítica que muestra su rostro como una dictadura del relativismo, con destructivas implicaciones en la dignidad sagrada de la persona. Se pretende legitimar lo que es intrínsecamente malo. Incluso se busca deformar la objeción de conciencia como un refugio personal que, sin embargo, acepte el marco general, relegando la defensa de la dignidad humana desde el vientre materno, el desarrollo de la vida y el final natural de la misma.

Se nos propone una conciencia que se considera autónoma, pero que funciona dentro de las reglas del sistema, excluyendo todo discernimiento y juicio sobre la realidad, decidiendo solo sobre lo que ya han decidido por ella y teniendo ‹‹buena conciencia›› al hacerlo. Así la persona es concebida como individuo deconstruido de su origen divino y reconstruido como una marioneta del imperialismo.

En este contexto, la autonomía de la conciencia sirve de coartada para muchas decisiones, llegando incluso a replantear el significado del bien y del mal. Es así como muchos ciudadanos hoy siguen la propuesta moral del derecho positivo o las normas difusas de lo políticamente correcto para justificar sus decisiones y, sobre todo, su inacción ante la injusticia contemporánea, provocada por sistemas de los que forman parte y de cuyos resultados se benefician llevando una vida sostenida por la sangre de millones de explotados.

Ante este panorama resulta urgente redescubrir la conciencia como la apertura a la verdad. La Iglesia católica afirma que la conciencia constituye un juicio de la razón por el que la persona juzga la cualidad moral de los actos concretos en la búsqueda del bien y la exclusión del mal. El Concilio Vaticano II expresa esta verdad diciendo: ‹‹en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, […] advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal […] una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente›› (GS 16).

La promoción de la conciencia como apertura a la verdad, como capacidad de discernimiento y juicio, constituye sin lugar a duda una de las tareas más apremiantes y donde está en juego el futuro de la humanidad. Para ello precisamos la acogida de una verdad que nos precede, que no creamos nosotros ex nihilo y que ajustamos a conveniencia, sino que nos es dada. Precisamos ser quienes de verdad somos, ser fieles a nuestra naturaleza de cuerpo y alma. El alma como forma del cuerpo, como toque divino que está en el fondo del corazón, como aliento de Dios que existe en nosotros y que nos hace hijos, hermanos, recíprocos, esponsales, solidarios, peregrinos en la historia hacía lo eterno. Es necesario conocer una tradición sobre el bien y el mal que nos da la fe cristiana, que nos descubre quiénes somos y nos da pautas que iluminan nuestro discernimiento sobre la verdad del bien para discernir nuestras decisiones y acciones.

El respeto a la dignidad sagrada de la persona nos desvela que la conciencia está vinculada a Dios y a los hermanos. Nos descubre que pertenecemos a un Pueblo que peregrina en la historia hacia la verdad plena. El Papa Francisco recuerda esta vocación diciendo: ‹‹hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos›› (LS, 202). Es precisamente en esta tensión de una historia encaminada hacia su consumación donde se debe promover una conciencia fiel al ser de la persona humana, con concreciones en el mundo en que vivimos ante los desafíos a la hora de expandir el bien y combatir el mal.

Editorial Revista Id y Evangelizad

¿Deseas suscribirte?