¿KISSINGER criminal de GUERRA?

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Un sector democrático de intelectuales y juristas norteamericanos, encabezados por Christopher Hitchens, se ha propuesto reunir la documentación requerida para entablarle un juicio de responsabilidad penal al ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, por crímenes de guerra que se cometieron con su concurso, participación y dirección, con el propósito de llevarlo a juicio ante la Corte Internacional. Curiosamente, la participación directa de Kissinger en los asesinatos que cometieron los agentes de Pinochet, el primer ex jefe de Estado incriminado y detenido por estos crímenes, llevaría al influyente hombre público norteamericano a los mismos estrados que condenaron a su cómplice….
Por Cristopher Hitchens

Versión resumida por Julio Roberto Bermúdez, de un extenso artículo sobre el ex secretario de Estado de E.U., publicado en las ediciones de Harpers´ de febrero y marzo.

Un sector democrático de intelectuales y juristas norteamericanos, encabezados por Christopher Hitchens, se ha propuesto reunir la documentación requerida para entablarle un juicio de responsabilidad penal al ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, por crímenes de guerra que se cometieron con su concurso, participación y dirección, con el propósito de llevarlo a juicio ante la Corte Internacional. Curiosamente, la participación directa de Kissinger en los asesinatos que cometieron los agentes de Pinochet, el primer ex jefe de Estado incriminado y detenido por estos crímenes, llevaría al influyente hombre público norteamericano a los mismos estrados que condenaron a su cómplice.

El autor de los dos artículos que sobre este tema publicó la revista Harpers´ en sus ediciones de febrero y marzo de este año, Christopher Hitchens, ha sido editor de esa misma revista, autor de varios libros y columnista de influyentes publicaciones norteamericanas. Hitchens empieza por advertir que es opositor político de Kissinger y que en el proceso de acumular pruebas para llevarlo a juicio, ha tenido que desechar montones de materiales válidos pero agresivos contra su enjuiciado porque se desvía de su objetivo: reunir elementos, pruebas sobre los crímenes de guerra de Kissinger contra la humanidad y por violaciones a las leyes internacionales, incluidas conspiraciones para cometer asesinatos, secuestros y torturas.

No obstante lo anterior, dice Hitchens, debe mencionar el reclutamiento y traición que les hizo Kissinger a los kurdos iraquíes, a quienes con falsedades indujo a levantarse contra Saddam Hussein entre 1972 y 1975, y a los que luego abandonó para que fueran exterminados en las montañas, cuando Hussein llegó a un acuerdo con el Sha de Irán. El informe del congresista Otis Pike sobre el tema todavía produce indignación y muestra la desvergonzada indiferencia del ex secretario frente a la vida y los derechos humanos. Entiende Hitchens que esto es parte de la depravada realpolitik que no alcanza a violar ninguna ley conocida. Del mismo tipo fue la participación de Kissinger en el encubrimiento político, militar y diplomático de las atrocidades del apartheid en Suráfrica, que implicaron a los norteamericanos en acciones moralmente repulsivas, incluidas las consecuencias que estas tuvieron en la desestabilización de Angola.

De igual corte son las acciones que Kissinger patrocinó desde la presidencia de la Comisión Presidencial para Centroamérica, a comienzos de la década de 1980, dirigida por Oliver North, con la cual se encubrieron las actividades de los escuadrones de la muerte en el istmo. Eso sin hablar de la protección que Kissinger le dio a la dinastía de los Pahlavi de Irán y su máquina de tortura y represión. Tampoco se refiere a otras cosas parecidas a estas. Dice que se va restringir a los crímenes identificables, que se pueden y deben incluir en una denuncia, así se hayan cometido en línea con «políticas generales» o no. Estos son: deliberados asesinatos masivos de población civil en Indochina, el soborno personal y la planeación del asesinato de un oficial de alta graduación de un país democrático -Chile- con el que E.U. no estaba en guerra. Luego se refiere a que estas prácticas criminales de Kissinger se extendieron a Bengala (Bangladesh), Chipre, Timor Oriental e incluso Washington.

Son comprensibles los esfuerzos que ha hecho Kissinger para amparar con el secreto los documentos que lo incriminan, porque él sí tiene claro que «la inmunidad soberana» para los crímenes de Estado dejó de existir en el mundo en el momento mismo en que el dictamen de la Casa de los Lores de Inglaterra se pronunció en contra, precisamente de su cómplice, el general Augusto Pinochet, a lo que debe agregarse el espléndido activismo de un magistrado español y los veredictos del Tribunal de La Haya, que destruyeron el manto protector en que se amparaban criminales que alegaban razones de Estado para cometer sus actos.

En la medida en que Hitchens ha adelantado la recopilación de evidencias contra Kissinger, hay disponibles algunas jurisdicciones que lo podrían llamar a juicio. De todas maneras, hay el precedente del Tribunal de Nuremberg, al que E.U. solemnemente prometió someterse. En este momento, dentro de la comunidad internacional ha hecho carrera el concepto de que no hay ningún ser humano, por poderoso que sea, que esté por encima de la ley. Un segundo principio es que los juicios por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad no puedan estar únicamente reservados para los perdedores, o para pequeños déspotas en países relativamente menores.

De otra parte, muchos, si no todos los socios políticos de Kissinger, desde Grecia hasta Chile, Argentina e Indonesia, están presos o siendo enjuiciados. Su solitaria impunidad ofende; su mal olor clama al cielo. Si se permite que persista, habrá que, con toda la vergüenza del caso, justificar al antiguo filósofo Anacarsis, quien sostenía que la ley es como una telaraña -suficientemente fuerte solo para detener a los débiles y demasiado frágil para contener a los fuertes-. O como diría el ingenio colombiano, la justicia es solo para los de ruana. En nombre de las innumerables víctimas, conocidas y desconocidas, es hora de que se sienta el peso de la justicia.

Ahora, Kissinger no la tiene todas consigo, ni siquiera puede abrir el periódico con la tranquilidad de los demás; cada escándalo en un país remoto, cada documento que sale a la luz sobre crímenes de guerra o sobre los delitos que contra la humanidad han hecho algunos de sus ex aliados, de los que él sí sabe y conoce las consecuencias, le causan malestar.

Contra Vietnam

En 1968, Richard Nixon y sus allegados se propusieron sabotear las negociaciones de paz que se llevaban a cabo en París con Vietnam. El medio para lograrlo fue sencillo: en privado les aseguraron a los mandos militares de Vietnam del Sur, que un gobierno republicano les ofrecería mejores condiciones que los demócratas. Con lo que lograron parar las conversaciones y dejar sin piso la estrategia electoral de paz del vicepresidente Hubert Humprey. La estrategia funcionó, al punto que la Junta Militar se retiró de las conversaciones tres días antes de las elecciones. Pero el cruel resultado de semejante jugada, fue que después del plan que «no funcionó», cuatro años más tarde, la administración Nixon terminó la guerra en los mismos términos que se habían acordado en París. Lo que no se ha dicho, ni discutido en todo este tiempo, es que a lo largo de esos cuatro años de innecesaria prolongación del conflicto, 20.763 estadounidenses; 109.230 survietnamitas y 496.260 norvietnamitas y un incalculable número de camboyanos y laosianos perdieron la vida.

El impacto de esos cuatro años en la sociedad indochina, y en la democracia norteamericana es inmenso. El principal beneficiario de esa acción encubierta, y de la consecuente carnicería, fue Henry Kissinger, quien ya para entonces trabajaba para Nixon. Esta acción consciente, premeditada, es un crimen de guerra independientemente de los estándares que queremos utilizar para calificarla. Los bombardeos, la confrontación, no se llevaron a cabo por razones remotamente militares, sino por dos puramente políticas: una demostración de fuerza para los extremistas del Congreso y como mecanismo para poner a los demócratas a la defensiva. Y la segunda, para ablandar a los líderes survietnamitas -a quienes el mismo Kissinger ya había endurecido antes de las elecciones- para que aceptaran las razones del retiro de los norteamericanos. No sobra recordar que en estos cuatro años se lanzaron ofensivas arrasadoras a lo largo del delta del río Mekong, de tal magnitud que en un solo mes contaron más de tres mil enemigos muertos. Uno de los problemas fue demostrar que eran enemigos, porque el conteo de cadáveres, que durante el lapso de un año fue de 11 mil, no tenía relación alguna con el número de armas incautadas, apenas 748. Se debe advertir que los vietcong siempre andaban bien armados. Lo que no deja sino una conclusión: la mayoría eran civiles, no combatientes.

Contra Chile

Hay una frase famosa de Kissinger, que retrata perfectamente su desprecio por la democracia. Según él, «no hay razón para permitir que un país se convierta al comunismo debido a la irresponsabilidad de su propia gente». Ese país era Chile, por entonces con la justificada reputación de ser la democracia de mayor desarrollo de la pluralidad partidista del hemisferio sur de América. Este pluralismo significaba, en los años de la guerra fría, un electorado que votaba un tercio conservador, un tercio socialista y comunista y un tercio socialdemócrata y centrista. Así las cosas, era relativamente fácil mantener a los elementos marxistas marginados del manejo del gobierno, y mucho más desde 1962 cuando la CIA -como en Italia y otras naciones parecidas- se había contentado con fondear a aliados de confianza. Pero como, en septiembre de 1970, el candidato de la izquierda obtuvo una votación plural de 36,2 por ciento en las presidenciales y creó unas divisiones en la derecha y unas adhesiones de pequeños grupos radicales y de partidos cristianos, se creó la certeza moral de que el congreso chileno, en el interregno de 60 días, confirmaría a Salvador Allende como presidente. Pero el solo nombre de Allende era anatema para la derecha chilena, lo mismo que para algunas corporaciones (especialmente ITT, Pepsi Cola y el Chase Manhattan Bank) que hacían negocios en Chile, y para la CIA.

Nixon, Kissinger, la CIA y otras personalidades no tenían duda sobre lo que se debía hacer. Allende no podía asumir el poder. No se correrían riesgos, no se involucraría la embajada, pero había que asignar 10 millones de dólares y los mejores hombres para impedirlo. Había que desestabilizar la economía; en 48 horas el plan debía estar en ejecución. Una estrategia de desestabilización, secuestros y asesinatos se puso en marcha para provocar un golpe militar. Pero se presentó un obstáculo, los militares chilenos se diferenciaban de sus vecinos en que no intervenían en política. El general René Schneider no le caminaba al golpe. El 18 de septiembre de 1970, el grupo que presidía Kissinger decidió eliminarlo. Todo esto está debidamente documentado.

Pero recapitulemos: estamos frente a un funcionario de E.U., nombrado, no elegido, reunido con otros, sin el conocimiento ni la autorización del Congreso, planea secuestrar a un alto oficial que respeta la Constitución de una democracia con la que E,U. no está en guerra y con la que mantiene cordiales relaciones. Se planea un golpe terrorista con el apoyo de Washington. El propio embajador de E.U. en Chile, Edward Korry, ha rendido testimonio en el que dijo que la embajada no tenía nada que ver con el grupo Patria y Libertad y recomendaba a sus superiores no hacerlo porque era un grupo cuasi fascista que quería enfrentarse al resultado de las urnas. Él no sabía que a su agregado militar le habían dado la orden de hacer negocios con ellos, sin que el embajador se enterara. El resultado final se conoce. No se pudo impedir la llegada de Allende a la Presidencia de Chile. Los grupos que lo intentaron no tuvieron éxito, algunos de los implicados fueron a la cárcel. Se conocen los montos de dinero destinados a recompensar a los golpistas y luego a los asesinos de Schneider en Washington. Hay comunicaciones entre estos agentes y el grupo que presidía Kissinger, hay documentos pormenorizados del proceso.

Hitchens, autor del artículo, el 20 de diciembre del 2000 llamó a Kissinger para pedirle una cita y discutir con él los puntos específicos de su interés; incluso, ofreció pagarle por su tiempo lo que él cobra por sus conferencias, sin éxito. Pero, dice el autor, independientemente de la atención que el ex secretario general de Estado norteamericano le preste a estos requerimientos, lo afirmado son hechos incontrovertibles: la desgracia que por su cuenta se desató sobre los vietnamitas; la subversión ilegal que promovió contra la democracia chilena ahí están y dieron la pauta de su gestión en el cargo, sin mencionar los otros, por ahora.

Para terminar, Kissinger fue el autor y ejecutor de la política de E.U. contra Salvador Allende desde el mismo momento en que se confirmó su nombramiento como presidente. Aparte de las medidas económicas contra ese país, se idearon recortes a los programas de ayuda e inversión y se estrecharon las relaciones con los militares opuestos a ese gobierno en los países vecinos (Videla en Argentina, Stroesner en Paraguay, entre otros) y se ordenaron una serie de actos para fomentar la oposición dentro del mismo Chile. Es más, esta oposición se enmarcó dentro de la «Operación Cóndor», en la que estuvieron aliados todos regímenes militares de la región que se oponían al gobierno chileno. Allende fue derrocado el 11 de septiembre de 1973, precisamente cuando Kissinger gestionaba su confirmación como Secretario de Estado y le declaró al Senado de E.U., falsamente, que el gobierno de su país no había tomado parte en el golpe, cuando hay documentos que prueban precisamente lo contrario porque con dineros, apoyo logístico, armas suministradas por agencias de E.U., a espaldas del embajador de ese país en Chile, se llevó a cabo la desestabilización y ulterior derrocamiento de un gobierno legítimo.

Por estos crímenes Stroesner fue depuesto, Videla está en prisión, Pinochet fue llevado a juicio y enfrenta cargos en su país. ¿Y Kissinger? No puede alegar que él no sabía, porque ya se permitió acceso a documentos que prueban su participación directa y está claro que ante cualquier legislación, de cualquier país y ante los tribunales internacionales, es responsable y debe acudir a explicar su conducta.

En el memorial de Christopher Hitchens hay un capítulo igualmente interesante, minucioso, extenso, sobre la participación, ilegal, de Kissinger en los asuntos internos de Chipre y en el apoyo a los enemigos del presidente-arzobispo Makarios; en las matanzas de Bangladesh y en más de una actuación de los servicios secretos de E.U. contra sus críticos dentro de los propios E.U.

Kissinger -recuerda Hitchens- fue con Ford a Indonesia, en visita oficial y al día siguiente este país invadió a Timor, agresión que dejó 200 mil muertos; hay pruebas y algunas declaraciones de funcionarios de E.U. que señalan que este país no podía ser indiferente a los planes de su aliado y que apoyó a Indonesia en esa agresión.

Nota del traductor: Las acusaciones contenidas en el extenso memorial que el autor hizo público a comienzos de este año, y en el que se citan declaraciones y documentos que ya no están clasificados como secretos, que aclaran hechos muy significativos de nuestra historia reciente, han motivado esta traducción, por la significación que tiene la idea de que un personaje admirado por muchos haya recurrido a repetidos actos contra la ley de su país y la de otros, para construir su prestancia. Falta ver si él también, como otros personajes igualmente conocidos y ahora llamados a juicio, será obligado a comparecer ante la justicia y podrá demostrar su inocencia.
Fuente: www.del-sur.org