Estamos en guerra mundial. Ucrania, Gaza, Yemen, Sudán, Congo… Guerras de sangre con millones de muertos. El rearme actual deja entrever intenciones mucho más catastróficas. Rearme, ¿contra quién? Ahora que falta el protector norteamericano, ¿otra vez contra nuestros vecinos europeos?
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La guerra de Ucrania fue un último intento occidental para reafirmar un decadente imperio unipolar anglosajón. Fracasó. Occidente está al borde de la desintegración, para pánico de las élites europeas.
EE.UU. ha perdido su dominio militar, debilitado por las propias dinámicas capitalistas de maximización de beneficios: tanques diseñados más para generar ingresos por mantenimiento que para combatir, aviones F35 que cuestan como 10.000 drones de ataque iraníes… Mientras, la desindustrialización globalista, que transfirió la creación de valor de la producción a la especulación, base de la virtualización de la economía para enriquecimiento infinito de sus élites tecnológicas, ha dejado al gigante sin capacidad productiva y con los pies de barro.
Occidente, tras ochenta años como invento geoestratégico anglosajón, desde el plan Marshall hasta el poder de la OTAN, agoniza. Es la oportunidad para recuperar la autonomía de Europa, no entendida como continente, sino como civilización que abarca también América y ha definido las categorías de pensamiento jurídico, científico y político en todo el mundo.
Occidente no es Europa. El corazón de Europa hunde sus raíces en la cultura cristiana, precisamente porque ha formado su identidad a partir de la dialéctica entre la esfera religiosa y la secular, creando espacios de libertad inexistentes en las teocracias y las autocracias de otras civilizaciones.
Con la paz de Westfalia, Europa aprendió “a ponerse de acuerdo sin imponerse al otro”, lo que liberó enormes energías para su desarrollo hasta que se impusieron los nacionalismos. Se caracteriza por ser la civilización que fue esculpida por revoluciones sociales, muchas de ellas inspiradas por la consciencia de ser iguales ante Dios-Padre. “Libertad, igualdad y fraternidad”, sin estrenar aún como triada inseparable, han resumido muy bien todas estas aspiraciones de las comunidades de excluidos del poder a los que llamamos pueblo en todas las latitudes de la Tierra.
Recuperar la autonomía europea para construir una cultura de paz no será fácil
Recuperar la autonomía europea para construir una cultura de paz no será fácil. Los pueblos están debilitados por el consumismo, las ideologías y las redes sociales, pero no quieren más guerras. Las corruptas élites occidentales pueden estar divididas entre Trump y los del menguante progresismo neoliberal que se agazapa en la UE (que tampoco es Europa), pero siguen teniendo mucho poder.
Rusia se ha convertido nuevamente en su enemigo mortal, algo trágico tras las invitaciones rusas de los años 1990 para construir una casa común “desde Lisboa a Vladivostok”. Era inadmisible para ese “Occidente” temeroso de perder su hegemonía y verse aislado como ente transatlántico, un “casus belli” ya expresado hace 120 años por McKinder en su teoría del “heartland” euroasiático, renovado en los años 1990 por el halcón neocon polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski.
Empecemos por reconstruir esa Europa de la que podemos sentirnos orgullosos, que no es imperial ni se define “frente” a otros. La Europa de las revoluciones por la justicia, de la cultura universal y abierta y que ha sabido crear esperanza e ilusión por un futuro sin violencia, la cultura emanada de unos pueblos que han visto nacer a San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Santa Teresa, Kant, Marx, Freud, Edith Stein, Hannah Arendt, Rovirosa, Bach, Verdi, Mozart, Chaikovski, Cervantes, Goethe, Dostoievski,… una inmensa pléyade de hombres y mujeres que evidentemente nos han elevado cultural, moral y espiritualmente.
Es nuestro momento para que sea solidaria y autogestionaria y que haga fluir una nueva savia de paz por nuestras sociedades. No nos dejemos traicionar como hicieron los socialistas ante la I Guerra Mundial aprobando sus respectivos rearmes nacionales.
Todo empieza por construir una nueva cultura de y para los pueblos.