En este artículo se nos indica cómo la búsqueda de la «felicidad», de la ilusión, y de cómo deseamos ser vistos por los demás condiciona nuestro devenir en las redes sociales.
—
«Vivimos en una sociedad en donde la felicidad está muy valorada, las personas tienden a mostrar lo que creen mejor de ellas, de sus vidas o incluso lo que les gustaría que fuera, aunque sólo sean meras ilusiones sin intención de convertirlas en realidad, para ser valoradas o etiquetadas como personas felices ante los demás y/o ante sí mismas (…)
No queremos que los demás vean que somos unos pringados», asegura Lecina Fernández, psicóloga especialista en Psicología Clínica y directora del Laboratorio de la Ilusión.
La felicidad tiene mucho que ver con el interés por las personas. Y a su vez tiene mucho que ver con la ilusión, y coincide con ella en este punto. En el estudio ¿Qué es la ilusión? Qué piensan los españoles que es la ilusión y cuán ilusionados están se preguntó a 3.200 españoles con qué asociaban la ilusión y el 93% de ellos la asoció a las personas queridas. Si la relación con las personas es tan ilusionante y nos hace felices, se puede entender esa atracción hacia las redes, escapando de la soledad y llegando a crear adicción.
Un estudio elaborado por la Universidad de California sobre las publicaciones en las RRSS concluía que la felicidad en ellas se contagia. Es decir, si en tu muro de Facebook publicas algo positivo mejoras el estado de ánimo del que te lee.
Según las conclusiones del estudio (realizado sobre 100 millones de usuarios de Facebook), cada publicación positiva generaba hasta 1,79 reacciones positivas, mientras que las negativas 1,29. ¿Por qué? Pues porque las emociones que transmiten felicidad son más contagiosas, influyen más y crean relaciones más fuertes.
Es decir, compartir las cosas buenas (aunque no sean reales) produce más likes que las malas. Otra razón para mostrar más lo que nos hace felices que mostrar la realidad de un día, una semana o un mes difícil.
«Si sólo quisiéramos ser felices, sería fácil; pero lo que queremos es ser más felices que los demás, lo cual es generalmente difícil, pues pensamos que ellos son más felices de lo que en realidad son». Y no lo dicen las redes, lo dice Montesquieu. Y esto es lo que muchas veces pasa.
Abrir Facebook o Instagram es ver las imágenes de amigos que han cocinado un plato perfecto, que han corrido 30 kilómetros y tienen una gran sonrisa, que se han ido de fin de semana con sus hijos y todo es bucólico… Pero igual esa persona está pasando una depresión o está en paro o le acaba de dejar su pareja.
«Tendemos a ofrecer nuestra cara más atractiva»
«Es bastante lógico. Cuando compartimos aspectos personales en las redes sociales estamos proyectando nuestra imagen hacia el exterior. Si nos retrataran los demás, y lo hicieran evitando las convenciones sociales, tenderían a retratarnos como nos ven. Pero al ser una iniciativa nuestra, tendemos a pintarnos guapos, a ofrecer nuestra cara más atractiva», afirma Santiago Saiz, community manager de Unidad Editorial.
«La excepción a esta norma pueden ser los momentos de bajón, porque en esas circunstancias recurrimos a las redes no tanto como ventana o espejo sino como desahogo y búsqueda de apoyo», añade.
Mostrar sólo esa parte de una vida no siempre es positivo. Según Fernández, «hay personas que se sienten mal porque aunque suben sus verdades de felicidad creen que lo de los demás son verdades de verdad. Viven la vida que quieren mostrar a los demás y les queda poco tiempo para vivir la suya y su felicidad que es íntima y personal».
«Hay estudios que concluyen que cuanto más se usan las redes se tiene peor nivel de satisfacción con la vida o más posibilidad de sufrir ansiedad entre otros trastornos. Si lo observamos es un círculo: mostrar felicidad para ser infelices y por eso se muestra más felicidad y así sucesivamente se convierte en un círculo vicioso», concluye Fernández.
Ya lo dijo uno de los padres de la teoría de la comunicación, el profesor Herbert Marshall McLuhan:
«Toda la tecnología tiende a crear un nuevo entorno humano… Los entornos tecnológicos no son meramente pasivos recipientes de personas, son procesos activos que reconfiguran a las personas y otras tecnologías similares».
Lo dijo hace décadas. Mucho antes del boom de Internet y, por supuesto, muchísimo antes de que las redes sociales fueran un elemento común de nuestras vidas. El visionario McLuhan describió perfectamente lo que ocurre cuando alguien entra a formar parte de Facebook, de Instagram o de cualquier otra red social.
Lo explica Lecina Fernández: «El ser humano es más que presente, emoción y deseo. Si su ser ante la sociedad se limita a mostrar lo feliz que es, es una satisfacción inmediata, muy a corto plazo, pero va alimentando la bola de creer que se es feliz atemporalmente. Por otra parte, en el otro extremo, mostrar lo positivo puede favorecer la felicidad y el compromiso de convertir la ilusión en realidad».
Las tecnologías crean nuevos entornos humanos y en el caso de las redes es el hombre el que también las usa para mostrar realidades a medias o ficticias. Son procesos que reconfiguran a las personas y ellas también los utilizan para reconfigurarse, para mostrar sólo una parte de ellas. Sería, en lenguaje llano, el llamado postureo. Cómo quiero que me vea el resto. Qué quiero que piensen de mí. Son las apariencias.
«Podemos explicarlo por lo que se conoce como deseabilidad social, es decir, la tendencia humana a presentarse ante los demás mejor de lo que uno es, tendencia que lleva a las personas a no decir lo que realmente sienten, sino lo que creen que deben sentir o lo que se espera que sientan. Tal vez no se dicen mentiras pero se omiten verdades», remata Fernández.