Jornadas Homenaje: Vivir una espiritualidad militante en el ejercicio de la caridad política

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El pasado 11 y 12 de febrero se celebraron en Madrid, parroquia de San Juan de la Cruz, unas jornadas de homenaje a dos importantes militantes laicos del siglo XX: Guillermo Rovirosa y Julián Gómez del Castillo. Cada año, el Movimiento Cultural Cristiano, en el mes de febrero, realiza este homenaje a Guillermo Rovirosa en alguna ciudad de España. A la muerte de Julián G. del Castillo hace ya diecisiete años le unimos a este homenaje.

Julián G. del Castillo fue sin duda, así lo expresó en multitud de ocasiones él mismo con absoluta convicción, un discípulo de G. Rovirosa. Y, además, para todos nosotros, él encarnó como nadie no sólo sus pensamientos sino, sobre todo, su espiritualidad y su mística. Tenemos la absoluta convicción de que Julián tuvo como una de las finalidades más importante en su vida la de transmitir a las siguientes generaciones el legado entusiasmante de G. Rovirosa.

Sin ellos no se puede entender ni escribir la historia del apostolado laico y de las relaciones fe- política en la España del siglo XX, aunque sólo figuran tangencialmente en el trabajo de muchos historiadores. Sus aportaciones, sus vidas de santidad, nos ofrecen criterios muy lúcidos para discernir los desafíos del cristianismo y de la Iglesia Católica en el siglo XXI y nos ofrecen también senderos que pueden convertirse en caminos. El título del homenaje encierra dos claves fundamentales en este sentido.

La vida de los militantes, de los santos, es una bellísima obra de arte

Es relativamente fácil acceder a la biografía de Guillermo Rovirosa y sus escritos ya que se encuentra en proceso de beatificación. Para aproximarnos a los escritos de Julián y a su biografía, Voz de los sin Voz tiene publicado de momento un libro titulado Julián Gómez del Castillo, apóstol de los empobrecidos de la Tierra.

En la jornada dedicamos toda la tarde del sábado a esbozar y materializar, con la máxima sensibilidad, un semblante que nos acercara y nos permitiera un “encuentro” real con ellos. Lo hicimos a través de un festival, de una proposición artística que de la mano de un matrimonio militante nos fue presentando detalles y testimonios de la vida de ambos.

Un grupo de músicos amateur, un bailarín profesional y un puñado de jóvenes del Movimiento Cultural Cristiano nos fueron conduciendo a través de la música, la poesía, la canción y la danza, a la belleza que se desborda con la vida solidaria, con la entrega, con el servicio a los demás. En medio de diferentes actuaciones, pudimos ver un breve documental de la vida de G. Rovirosa y escuchar de la voz de un militante de Venezuela cómo su espiritualidad, a través de Julián, ha dejado una impronta muy importante también en Iberoamérica.

Una espiritualidad militante. El combate espiritual

Tras unas amables y cariñosas palabras de nuestro Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons. D. Carlos Osoro Sierra, que conoció y trató personalmente a Julián en muchas ocasiones, desarrolló el núcleo central de este tema nuestro amigo Mons. D. Luis Argüello, Arzobispo de Valladolid.

Para subrayar lo importancia de la vivencia de una espiritualidad de encarnación es necesario poner de manifiesto el contexto actual en el que debemos vivir nuestra fe, dominado en gran medida por un pensamiento hegemónico de carácter gnóstico, individualista y liberal que no es un mero apéndice de las estructuras que está desarrollando el capitalismo en su fase digital, sino consustancial al mismo. De un lado, una antropología posthumanista, desintegradora de los vínculos que nos constituyen como personas, como seres sociales, en tránsito al transhumanismo. Del otro, intrínsecamente unida a esta propuesta antropológica, el desarrollo de unas estructuras sociopolíticas y económicas cuyo dinamismo fundamental responden a la “sed de poder” y el “afán de lucro”. “Estructuras de pecado”, las llamó san Juan Pablo II.

Frente a ello, “es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo” (Papa Francisco. Lumen Fidei, 4). Por esta razón es imprescindible comprender y vivir el “camino de la encarnación” que hizo el Padre, por mediación del Espíritu Santo.

Nuestra fe se fundamenta en que “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. Y con ello, Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, nos ofreció un camino definitivo para plenificar, para liberar, para salvar, para redimir la herida del pecado, que es primordialmente desobediencia, apropiación e, inmediatamente después, asesinato. Hoy resuenan y nos tientan como nunca hasta ahora en la historia las palabras que el génesis pone en boca del Tentador: ¡Podéis ser como dioses!

Hay pocas citas en la Doctrina Social de la Iglesia que realicen una síntesis tan luminosa de esta visión de fe de la realidad como la de Evangelium Vitae 12 (Juan Pablo II):

En efecto, si muchos y graves aspectos de la actual problemática social pueden explicar en cierto modo el clima de extendida incertidumbre moral y atenuar a veces en las personas la responsabilidad objetiva, no es menos cierto que estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera «cultura de muerte». Esta estructura está activamente promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Mirando las cosas desde este punto de vista, se puede hablar, en cierto sentido, de una guerra de los poderosos contra los débiles. La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil, o considerada como un peso insoportable y, por tanto, despreciada de muchos modos. Quien, con su enfermedad, con su minusvalidez o, más simplemente, con su misma presencia pone en discusión el bienestar y el estilo de vida de los más aventajados, tiende a ser visto como un enemigo del que hay que defenderse o a quien eliminar. Se desencadena así una especie de «conjura contra la vida », que afecta no sólo a las personas concretas en sus relaciones individuales, familiares o de grupo, sino que va más allá llegando a perjudicar y alterar, a nivel mundial, las relaciones entre los pueblos y los Estados

No puede haber un cristianismo que no combata en estos dos frentes a la vez: el interno personal y el externo, el mundo institucional que nos conforma y condiciona. Y hacerlos frente simultáneamente, porque quien no combate en su vida “el aliento de la bestia”, está alimentando, lo quiera o no, las estructuras de pecado. Y, por otro lado, no se puede vivir desde el aliento del Espíritu de Cristo, que se describe de forma magistral en las bienaventuranzas, sin tratar de combatir las estructuras de pecado.

Por ello, la espiritualidad de encarnación que vivieron tanto Rovirosa como Julián, está sostenida en algo que cada vez resulta más transparente en la propia doctrina de la Iglesia:

  1. La dignidad y el compromiso que se deriva del Bautismo, que se renueva en todos los sacramentos de la Iglesia. Ello exige que encarnemos, para afrontar el combate al pecado, el combate a la muerte, las mismas virtudes del propio Cristo: la pobreza, la humildad y el sacrificio.
  2. La Comunión que se deriva del propio Bautismo, que nos convierte en un pueblo entre los pueblos. No hay vida cristiana por libre, por separado, sin comunidad, sin Iglesia. No puede llevarse a cabo ningún proceso sin un grupo, sin una pandilla de amigos en Cristo.
  3. La Caridad que se deriva del propio Bautismo. Todos los hijos de la Iglesia han de tener viva conciencia de su responsabilidad para con el mundo. En el caso de los laicos, hay una llamada explícita e inequívoca a que esta vocación se haga en Caridad Política. El Mandamiento Nuevo también está llamado a ser el motor que dirija no sólo nuestra vida personal sino también el mundo institucional. Hay algo muy específico que la espiritualidad de encarnación pone también de manifiesto: que la Caridad Política debe construirse desde los más pobres, desde los descartados de la historia. No como opción, sino como lugar teológico de encuentro con Cristo. No hay Bien Común particular, o regional, o nacional, si no tenemos de claro que el “todos y cada uno” pasa por vivir desde “la cruz y la persecución”.

Las relaciones entre fe y política. Necesidad de comprender adecuadamente esta relación.

Avelino Revilla Cuñado

Avelino Revilla Cuñado, Vicario general de la Archidiócesis de Madrid, fue el encargado de introducirnos este tema. Le agradecemos el impresionante esfuerzo de síntesis que tuvo que realizar. Era necesario que la Caridad Política de la que trataban las jornadas quedara retratada con experiencias históricas concretas para entender cómo se había entendido y cómo se había desarrollado de forma real, no de forma teórica.

Es importante tener claro que la fe de la Iglesia no puede de ninguna manera renunciar a su voz pública. También que los católicos estamos llamados a participar en la vida pública sin complejo alguno, y sin renunciar a nuestra identidad. En este sentido nos manifestó que la actitud “espiritualista” piadosa del que reza y celebra los sacramentos y se desentiende del mundo, o la del “enclaustramiento intraeclesial” del que desarrolla su actividad como laico en la cómoda zona de confort de “su parroquia”, no corresponden con el dinamismo misionero del que trata de vivir la fe integralmente en su vida.

Aclaró también que el binomio fe-política no contiene términos que puedan leerse en el mismo nivel. La fe pertenece al ámbito de las virtudes teologales. Su contenido central es la Trinidad que confesamos en el credo apostólico. Don Tomás Malagón, que fue el consiliario que acompañó muchos años a Rovirosa, nos decía por activa y por pasiva: “Los cristianos no creemos, con-creemos”. Creemos con la fe de la Iglesia. La fe, por tanto, globaliza integralmente toda nuestra vida, no se puede parcelar dejando fuera de ella algún espacio propio de la misma. El “plan de Dios”, revelado en la vida y el mensaje de Cristo, abarca a toda la Creación. También a la convivencia política.

La política tiene también un campo propio de acción. En un sentido amplio, el más propio, el magisterio entiende que la política nace desde el mismo momento en el que el hombre es hombre, persona, ser relacional y social que sólo puede desarrollarse en relación, vinculado, responsabilizándose de los demás. La política por tanto trata de organizar la convivencia humana de manera que cada persona encuentre en ella las máximas posibilidades de desarrollo personal. Es inconcebible, desde esta visión, una política desligada de un conjunto de valores y principios éticos, una política concebida como mera “gestión” de un contrato social basado en la defensa de intereses particulares. La fe pide a la política la búsqueda del Bien Común, es decir, la construcción de un espacio comunitario que permita el Bien de todos y cada uno. Pero lo hace con la conciencia de que ningún ensayo que ha hecho para organizar la vida política ha reflejado ni puede reflejar enteramente el Reino de Dios, la fraternidad a la que estamos llamados.

Se podrían sintetizar en tres las formas erróneas en las que se ha producido la relación entre la Iglesia y el Estado a lo largo del proceso histórico:

  • Constantinismo. La unión del trono y el altar. El Estado confesional. No fue otra cosa el nacionalcatolicismo. La Iglesia usa el poder político del Estado para implantar sus leyes. Cristiandad. El proyecto político y la organización social trata de identificarse con la propuesta del Iglesia
  • El angelismo. Supone aceptar una autonomía absoluta del Estado en relación con la Iglesia y de la Iglesia con relación al Estado. La Iglesia se inhibe de toda acción pública y se recluye en las sacristías y en la mera piedad privada.
  • El regalismo. Admitiendo la autonomía de la Iglesia y el Estado, ésta trata de adquirir poder para conseguir la influencia en él, hasta el punto en que éste se subordine a ella. Pero el resultado es la subordinación de la Iglesia al poder político y la mutua instrumentalización.

El Concilio Vaticano II define lo que se considera una adecuada comprensión de la relación entre las “dos autonomías”. En ella se plantea que la autonomía de la Iglesia con el Estado implica una colaboración, pero también un deber moral ineludible de impulsar con los medios adecuados y conforme al evangelio y los criterios del magisterio de la Iglesia, aquello que conduzca al Bien Común, y de combatir aquello que lo impida y lo dañe. “Un Estado que se desentiende de la justicia se convierte en una cueva de ladrones”. Nuestro proceso histórico desde finales de la guerra civil española (1939) hasta la actualidad, ha recorrido diferentes fases que Europa ha transitado en un espacio de tiempo mucho más amplio. Esto será también uno de los condicionantes a tener en cuenta en el desarrollo y en el juicio que se deba hacer sobre este proceso.

A modo de conclusión se nos ofrecieron algunos grandes retos que la Iglesia, los cristianos, tenemos ante la situación actual.

La cuestión antropológica es el primero y más importante. Ya apuntó Benedicto XVI que la cuestión antropológica se había situado en el centro de la cuestión social. No hace falta tener un gran análisis de la realidad para percatarnos de cómo han penetrado las bioideologías de la deconstrucción del ser humano en la escena política (o biopolítica). La ley del aborto y la reforma que se preconiza, la ley de la eutanasia, la ley trans, la ley del “si es si” o la propuesta sobre la familia, sumadas a otras que apuntalan el neocapitalismo y la insolidaridad con los inmigrantes, son algunos ejemplos de la importancia de este tema. Y se nos expuso un segundo reto, relacionado con la convivencia: el laicismo (que no la laicidad) beligerante con toda propuesta que proceda de la religión y que quiere condenar al ostracismo y a la irrelevancia a la Iglesia, inhabilitada- según esta corriente- para hablar con alguna autoridad de cualquier tema. El desafío es el de construir una cultura del encuentro real, dónde en el diálogo cada quién pueda manifestarse sincera y abiertamente.

Se nos remitió para afrontarlos al último documento que ha emitido la Conferencia Episcopal Española: «El Dios fiel mantiene su alianza» (DT 7,9). Es un documento sobre persona, familia y sociedad que tiene la explícita intención de ser un instrumento de trabajo abierto a las aportaciones y al diálogo. No cabe duda de que los temas tratados en la jornada pueden encuadrarse bien en la petición que la CEE.

Dolor y esperanza en la espiritualidad militante

Lía Zervino

En dos momentos de la jornada del Homenaje, dejamos constancia de que nuestra espiritualidad debe incardinarse en los débiles y en los que más sufren, en los humillados y descartados de la historia.

El primero de ellos fue con la aportación que le pedimos a Lía Zervino, consagrada, presidenta de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) y una de las tres mujeres que forman parte del Dicasterio para los obispos del Vaticano. Por nuestra amistad y colaboración con ella sabíamos que la UMOFC había puesto en marcha un Observatorio de la Mujer y que ya se habían recogido en él numerosos testimonios. Merece la pena, aunque sólo sea como enumeración, destacar aquí estos desafíos:

  1. El desafío de la mujer en las guerras y conflictos violentos que están asolando el mundo en estos momentos. La revista Autogestión, en su número 147, ha publicado un poster de elaboración propia dónde podemos localizar estos focos de inhumanidad. No cabe duda de que la mujer está cargando con un sufrimiento atroz en esta violencia.
  2. El desafío de la desprotección de la familia y de la vida. El desafío de la maternidad y de la fecundidad. No nos detenemos. Estamos viviendo un sinsentido y una paradoja absolutamente incomprensible: que la vida humana en lugar de ser querida, cuidada, protegida, deseada… sea lo contrario, en medio de un discurso que promueve cada día más abiertamente los “derechos de los animales”.
  3. El desafío de la crisis ecológica planetaria. Muy en relación con el anterior. Sin perder de vista la propuesta de ecología integral del Papa Francisco que parte de la base de que el grito de los pobres y el grito del planeta son un mismo grito. Se nos pone de manifiesto que cuando se clausura la aportación a la Vida que hace la mujer, el mundo se desertifica. Y lo contrario… la inmensa potencialidad que tiene la identidad femenina en complexión con el hombre.
  4. El desafío de la falta de equidad en el respeto a su dignidad como persona y, por lo tanto, a sus derechos. En diferentes ámbitos de todos conocidos: educación, socioeconómico, las tareas asumidas para el cuidado, en la familia tal y cómo se concibe en algunas “culturas”, en las familias dónde ha desaparecido el padre, y en muchos ámbitos y estructuras eclesiales locales de aún demasiados países.
  5. El desafío de la violencia, el maltrato, la humillación y hasta el asesinato que están sufriendo millones de mujeres. Frente a varones embrutecidos y alcoholizados, mediante matrimonios forzosos de niñas, la castración femenina, los abusos sexuales, la injusticia con la que en muchos lugares se trata a las viudas, los feminicidios…

En el común llamado a la santidad que nos hace el bautismo a todos, hombres y mujeres, y que exige el desarrollo integral de nuestra vocación como hombres y cómo mujeres, no se podrá hablar de promoción integral ni promoción colectiva si una sólo mujer, o un solo hombre, quedan excluidas de ella.

Ana Solano

La segunda de las aportaciones relacionadas con el dolor y sufrimiento fue la que cerró las jornadas y estuvo a cargo de Ana Solano. Ella, junto con su marido, es militante del Movimiento Cultural Cristiano desde su fundación y Doctora y profesora jubilada de Salud Pública en la Universidad de Sevilla. Ella nos trajo desde la honda experiencia propia del dolor y el sufrimiento, con una hija recientemente fallecida tras luchar contra el cáncer y que deja sin madre a cinco hijos y viudo a un esposo, un mensaje lleno de serenidad y esperanza en medio del duelo que aún estamos viviendo.

La piedra de toque de cualquier espiritualidad de encarnación es que no puede prescindir de una experiencia fundamental en el ser humano, una experiencia que tarde o temprano llega: la impotencia, la debilidad, la fragilidad… ante el cansancio, la enfermedad, el dolor, todos ellos precursores de la muerte, anticipos de la Cruz. Quien quiera encarnar a Cristo, no puede eludir el problema del dolor y la muerte. Pero quien no lo quiera encarnar tendrá igualmente que enfrentarse a este problema.

Tras confrontarnos tanto a viejos como a jóvenes, tanto a casados como a solteros y célibes, con la realidad ineludible del sufrimiento que aparece en nuestras vidas de una u otra forma, resulta tremendamente alentador lo que nos transmitió. Ella pudo dar fe de la Gracia que supone que afrontemos el dolor y el sufrimiento de cara y le unamos al sufrimiento de todos los empobrecidos del Tierra, y al sufrimiento de la Cruz. No pudo dejar de nombrar la experiencia que Rovirosa puso en marcha con los “equipos de dolor”. Grupos de enfermos, muchos de ellos crónicos y en fase terminal, que ofrecerían su dolor, su oración, su sacrificio para ayudar a los militantes “sanos” a discernir, a crecer en el compromiso, a luchar con más ahínco y con más entereza, coraje y generosidad por el ideal al que se habían consagrado.

La esperanza sigue siendo la virtud del que lucha. El que no lucha, ha dejado de esperar. El dolor puede ser la antesala del sinsentido y el infierno si se cierra en sí mismo, si se vive, como quieren que lo hagamos, en la soledad y en la insolidaridad. Pero también es juicio, piedra de toque para nuestro conformismo egocéntrico, motor para instigar la creatividad, tránsito a una vida más plena que nos grita el abrazo de la solidaridad y la misericordia del Padre.

Ser Voz de los sin Voz

Revistas Voz de los sin Voz

Todos responsables de todos o todos esclavos, reza el lema actual de nuestra Campaña por la Justicia en las Relaciones Norte- Sur.

Si la verdad se encarna en la vida, no necesita explicaciones. Por eso nos atrevimos a pedir a todos los asistentes, y ahora nos atrevemos a pedir a todos los que han seguido con interés esta crónica, que nos comprometamos con las Ediciones Voz de los sin Voz, haciéndonos suscriptores de ellas o haciendo que otros lo sean.

Rovirosa y Julián fueron unos entusiastas de las Ediciones desde los pobres. Tener materiales como los que ofrece Voz de los sin Voz para el cultivo personal, grupal y religioso no es incompatible con nada de lo que cualquier cristiano esté haciendo ya. Lo que sí que podemos asegurar es que las Ediciones, con una larga trayectoria ya desde que fueron fundadas con Julián a la cabeza de las mismas, nos pueden ayudar a comprender y vivir esta corriente de espiritualidad que nosotros hemos heredado en “vasijas de barro”.

En breve encontraréis en Solidaridad.net y en su Plataforma digital los contenidos de estas Jornadas. Nos despedimos con las palabras que nos enseñó Rovirosa, con las que nos transmitió Julián. ¡Hasta mañana en el Altar!

Fdo: Manuel Araus. Miembro del equipo coordinador de las Jornadas del MCC