La experiencia de Solidaridad y el pensamiento cristiano»

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El cardenal Lustiger escribe, en el 25 aniversario del movimiento polaco., y artículos de Benedicto XVI , Stanislaw Dziwisz y entrevista a Gianfranco Svidercoschi

La experiencia de Solidaridad y el pensamiento cristiano»

Alfa y Omega
9 de septiembre de 2005

El cardenal Lustiger escribe, en el 25 aniversario del movimiento polaco

En aquellos tiempos estaban el Este, el telón de acero y el Oeste. El imperio soviético nos parecía tan inmutable como el Egipto de los faraones. Asimismo, los primeros acontecimientos de Gdansk nos llenaron de estupefacción admirativa, y de temor ante los riesgos de represión. Pero, enseguida, algo nuevo apareció. Primero, el mentís ruidoso ocasionado a la ideología marxista: los obreros exigían del régimen comunista el respeto de la justicia y de la democracia. Después, el surgimiento de un movimiento popular original donde se encontraban intelectuales y sindicalistas obreros. La fe católica del pueblo polaco y su fidelidad a su historia daban a ese movimiento su fuerza irrefrenable.

Todo eso formaba un cuadro totalmente desconcertante para los prejuicios extendidos en Occidente, el sujeto de la cuestión obrera, de la lucha de clases, del régimen soviético, de la religión opio del pueblo, etc. Solidaridad hizo volar en astillas todas las ideas que había. Es verdad que la elección del Papa Juan Pablo II, en 1978, y su primer viaje a Polonia, en junio de 1979, hicieron cambiar el punto de vista que teníamos cuando, en febrero de 1980, se produjo la primera huelga de astilleros de Gdansk. Sin ese Papa, sin la fuerza de su palabra y de su presencia, Solidaridad no habría sido posible. Hoy me parece claro que la importancia de Solidaridad no se mide solamente por su papel histórico en el hundimiento de sistema soviético. Hay en la experiencia de Solidaridad más que una revuelta popular y nacional contra la tiranía extranjera, o la crítica de la ideología marxista-leninista. Ese más hace de Solidaridad una experiencia histórica inestimable, donde la teoría y la práctica van más allá de las circunstancias de su aparición.

Lo impensado del marxismo-leninismo

La experiencia de Solidaridad nació en el seno del pueblo polaco como su respuesta vital a la larga opresión soviética. En efecto, el marxismo-leninismo omite tener en cuenta, o, más aún, no puede tener en cuenta, en su análisis social ni en la práctica, la realidad fundamental de la condición humana, porque no la ve y no la puede ver. Queriendo erigirse en ciencia materialista de la Historia, primero debe crear su objeto para determinar las leyes que lo rigen. Esta operación produce un artefacto que sustituye la realidad de la vida de los hombres. Esta llamada ciencia puede funcionar como praxis, dentro de los límites estrictos de eso que ella misma considera, y sobre todo omite, para construir su objeto. Esto, aplicado a la realidad compleja y rica de las sociedades humanas, la violenta.

La experiencia de Solidaridad descubre la realidad que el marxismo-leninismo ignora o reinterpreta. Esta realidad yo la llamo lo impensado del marxismo-leninismo. Cierto, Solidaridad responde al marxismo-leninismo, y en cierto sentido lo refuta. Pero esta refutación no funciona, sino a condición de sacar a plena luz la realidad de la experiencia humana que el marxismo, debido a su naturaleza ideológica, ignora. El marxismo reivindicaba para él mismo el monopolio de la racionalidad política; la experiencia de Solidaridad descubriendo esta realidad desconocida, no vista, no pensada, hace saltar en pedazos el edificio de la ideología marxista.

La realidad descubierta por Solidaridad

El pueblo polaco, avasallado por un régimen policial, primero ha conseguido la solidaridad, antes de que se convirtiera en una organización. La fe y la oración de un pueblo de creyentes han sido el abono de la cultura y la historia de Polonia. Es necesario medir la fuerza, no primero como un arma de guerra contra el régimen, sino como la memoria de lo real, y como lo real de la memoria, que nutre la conciencia de un pueblo. Todavía era necesario que esta solidaridad alcanzada fuera pensada, articulada en programa de vida, de esperanza, de acción. Esto es lo que hicieron con los obreros y los intelectuales del movimiento. La experiencia de la solidaridad es el corazón de la vida humana. Ella coloca a cada persona según su capacidad de relación con el prójimo. Pone inmediatamente en juego la instancia fundamental de la conciencia. Es toda una antropología que dibuja así la reflexión de un pueblo oprimido en los dominios fundamentales de la vida personal y social. El trabajo era el centro de la ideología oficial; los trabajadores, reivindicando su dignidad, se reafirmaban como hombres reales y no como productores. Así, es el hombre real quien es puesto en el centro de la empresa política.

Para que naciera Solidaridad fue necesaria la conjunción del pensamiento y la acción. Los intelectuales han sabido pensar racionalmente esta experiencia. Es más, han sabido dar una expresión popular a eso que vivía y esperaba el pueblo polaco. La palabra Solidaridad fue el magnífico símbolo. Remarcamos la importancia de este fenómeno que permitió explorar lo real escapando del círculo en el que se encierra la dialéctica hegeliana de Marx. Se puede reconocer este recorrido fenomenológico en los discursos del Papa a lo largo de sus viajes en Polonia, como en el librito del padre Josef Tischner, difundido clandestinamente bajo el título de Spotkania. Este escrito ha sido uno de los instrumentos de la toma de conciencia provocada por Solidaridad. En cuanto a la acción, basta con recordar aquí el papel decisivo de los acontecimentos de Gdansk y el liderazgo de Lech Walesa.

Ética, política, religión

A medida que aparecen la humanidad en la realidad social y sus consecuencias, se percibe otra manera de obrar: la de la ética de Solidaridad, que quiere ser una ética de la conciencia, capaz de crear relaciones respetuosas con el prójimo, de organizarse como un sistema democrático. La reivindicación de libertad supone la aceptación de las diferencias y de la diversidad de opiniones. Por tanto, la corriente religiosa y cristiana de la experiencia de Solidaridad se reconoce claramente, precisamente porque confirma el fundamento indestructible de la dignidad humana. Así, aquellos que no comparten la fe de los cristianos pueden, con ellos, afirmar esa dignidad y reconocerse fraternalmente en la misma lucha por la libertad. En cuanto a la ideología, nivela las diferencias y no puede crear más que la unidad frente a la violencia y el miedo. Esto también forma parte de la experiencia de Solidaridad.

El papel más importante que ha jugado la Iglesia católica no puede ser comprendido como un reencuentro táctico. La Iglesia, el Papa Juan Pablo II a la cabeza, ha sabido movilizarse al servicio de la dignidad humana, el tesoro espiritual recibido del Redentor de los hombres. Ha sido necesario, para que Solidaridad sea posible, a la vez esta conjunción histórica de un pueblo y de su fe, de una historia, de una memoria, con sus dramas y sus alegrías, y un período de crisis aguda que, como una gran tempestad, pone al desnudo el fondo del mar y hace aparecer lo que estaba sepultado. Si en los principios de Solidaridad bastaba para moverse con hacer una llamada a la ética de solidaridad, se necesitaba redimensionar la ambición totalitaria de la política. Era necesario también que la ética de Solidaridad inspire las elecciones políticas y aprenda a dirigir lo posible. Se necesitaba que el pueblo mismo saliera de la pasividad inculcada por un régimen totalitario, y aprendiera a acarrear con las consecuencias sociales de la responsabilidad de cada uno.

La solidaridad, ¿una esperanza?

Hoy, en la era de la globalización, el mismo peligro existe de desconocer lo real de la condición humana y de su dignidad, en beneficio de nuevas ideologías reinantes. Ahí también hay un camino muy estrecho entre la crítica de la situación actual, la puesta al día del impensado y su expresión positiva y articulada. ¿No es lo que muestran los debates actuales sobres el devenir de Europa? En la opinión mundial también, el aspecto polémico comienza a estar largamente extendido en forma de revuelta y de respuesta de fuerza. Se ha visto, por ejemplo, en el Foro social mundial. Pero la polémica no hace salir de una problemática. La antagoniza sin permitir recuperar la realidad desconocida o dañada.

Se necesitaría, pues, de nuevo, hacer reaparecer a la conciencia común este impensado de la realidad del hombre. Juan Pablo II ha abierto y continuado este camino. En el duelo mundial de su muerte, he oído como el eco de una toma de conciencia de los pueblos, de un mensaje sobre la dignidad del hombre y de su futuro. Juan Pablo II ha despertado una gran esperanza en el corazón de muchos, dando la vuelta al mundo, reuniendo multitudes con, en medio de ellas, la Iglesia para dar testimonio de la verdad.

¿No vemos aquí el despertar de una conciencia de la solidaridad mundial que responda a la conciencia ética de todo hombre y de todo pueblo? En relación con el futuro del hombre y de la Humanidad, es válido lo que fue enunciado por el Concilio Vaticano II, que puso en Cristo la afirmación de la plena vocación del hombre y de su dignidad. Mientras que el razonamiento económico y financiero tiende a dominar por todas partes, ¿cómo hacer entrar esta realidad impensada, y por tanto pensable, en el arbitraje de los medios y los fines, de las prioridades verdaderas, de las opciones necesarias, y, por tanto, de los sacrificios necesarios? Éste es el desafío de hoy. Esta difícil tarea exige, no sólo una reflexión teórica, sino también un saber hacer, una prudente sabiduría, que tenga en cuenta las circunstancias históricas. ¿Hay que temer que las contradicciones de este comienzo de milenio acaben en una crisis dramática? Puede que el tsunami social que corre el riesgo de producirse sea el de la solidaridad.

Cardenal Jean-Marie Lustiger
en Le Figaro


Mensaje del Papa Benedicto XVI

Una causa justa

Benedicto XVI ha rendido justicia histórica a Solidaridad, en las celebraciones de los 25 años del sindicato polaco que permitió la reunificación de Europa, en una carta enviada a monseñor Dziwisz, nuevo arzobispo de Cracovia, para esta ocasión:

Todos nos damos cuenta del gran significado que ha tenido en las vicisitudes de Polonia y en la historia de toda Europa el surgimiento de este sindicato. No sólo provocó de manera pacífica en Polonia inimaginables cambios políticos, introduciendo al pueblo polaco en el camino de la libertad y la democracia, sino que también ha indicado a los demás pueblos del antiguo bloque oriental la posibilidad de reparar la injusticia histórica por la que habían quedado del otro lado del telón de acero. Es importante resaltar la labor de Juan Pablo II para que este acto de justicia histórica tuviera lugar y Europa pudiera respirar a dos pulmones, el occidental y el oriental.

Junto a esto, la hábil obra diplomática a favor de Solidaridad del mismo arzobispo Dziwisz, quien durante cuarenta años fue secretario particular de Karol Wojtyla.

Las huelgas de obreros en la ciudad báltica de Gdansk y en otras ciudades de Polonia, en verano de 1980, llevaron al nacimiento del primer sindicato independiente de Europa oriental, llamado Solidaridad, y presidido por Lech Walesa, un electricista que recibiría en 1983 el Premio Nobel de la Paz.

Tras ser suprimido por la ley marcial del general Wojciech Jaruzelski, Solidaridad luchó en la clandestinidad hasta que, en 1980, obligó al Gobierno comunista a negociar la transición pacífica a la democracia, que dio inicio al derrumbe del resto de las dictaduras que gravitaban en torno a la antigua Unión Soviética.

Sé también que se trataba de una causa justa, y la caída del Muro de Berlín y la introducción en la Unión Europea de los países que se habían quedado fuera de ella tras la segunda guerra mundial es la mejor prueba.

Felicito a los polacos que, con el apoyo de la Iglesia, tuvieron la valentía de unir sus espíritus, ideas y fuerzas; y esta unión dio frutos que duran hasta hoy en toda Europa.

Deseo de corazón que todos puedan gozar, no sólo de la libertad, sino también del bienestar económico del país.

+ Benedicto XVI



CONCIENCIA SUBJETIVA

«En esta ciudad los obreros pronunciaron de una manera nueva y en un contexto nuevo la palabra solidaridad. La pronunciaron con toda su fuerza y determinación, pues no podía seguirse tolerando un sistema que se alimentaba de la envidia, de la lucha de clases, de la lucha de un pueblo contra otro, del hombre contra el hombre.

No cabe duda de que precisamente Solidarnosc despertó en los hombres oprimidos por el régimen totalitario la conciencia de su subjetividad social. El sindicato tiene que volver a sus raíces e ideales, pues el poder pasa de mano, pero los trabajadores esperan ayuda en la defensa de sus justos derechos. Somos realmente conscientes de que se necesitan nuevos esfuerzos y sacrificios para mejorar aquí y en otros lugares la situación material de la gente».

Stanislaw Dziwisz
arzobispo de Cracovia



Entrevista al periodista Gianfranco Svidercoschi

La revolución de Solidaridad

El cardenal Karol Wojtyla agradeció sus investigaciones sobre Polonia al que más tarde sería subdirector de L´Osservatore Romano, el italiano Gianfranco Svidercoschi, uno de los poquísimos periodistas occidentales que siguió de cerca los acontecimientos en los astilleros de Gdansk. En esta entrevista explica cómo sucedieron los hechos, entre el 30 y el 31 de agosto de 1980, que cambiaron el rumbo de la Humanidad

¿Por qué la llama revolución?

Porque fue la revolución de todo un pueblo. Porque, durante muchos años, en Polonia se habían dado pequeñas revoluciones, como las llamaba el cardenal Stefan Wyszynski: en 1956 los obreros, en 1968 los estudiantes y los intelectuales, en 1970 de nuevo los obreros en el Báltico…, hasta que, en 1976, tuvo lugar una protesta obrera que determinó la unión de toda la sociedad. Los obreros protestaron y pagaron las consecuencias con la cárcel, pero por primera vez estudiantes y otros grupos sociales se les unieron de una manera u otra. Se creó lo que llamamos la subjetividad de la nación polaca. De allí surgió Solidaridad. En 1980, el 1 de julio, se organizó una huelga. El régimen comunista trató de calmar las aguas ofreciendo aumentos de sueldo, pero luego, como una cadena, siguió la huelga de otra fábrica, y después la de otra cercana. Así la hilera de naipes fue cayendo por todo el país. El 15 de agosto comenzaron la huelga en los astilleros del Báltico. Allí se dio una auténtica protesta, la más fuerte de toda Polonia. El régimen comunista polaco, ante Leónidas Breznev, que desde Moscú tenía miedo de que la herida polaca se expandiera por doquier, decidió firmar los famosos acuerdos de Gdansk entre el 30 y el 31 de agosto.

¿Por qué pasaron a la Historia?

Porque no sólo fueron una plataforma social, sino también una plataforma ética. Entre otras cosas, se exigían programas en los medios de comunicación para la Iglesia. Este aspecto ético-religioso ya estaba presente en las protestas: en las puertas de los astilleros de Gdansk había imágenes de la Virgen Negra y de Juan Pablo II.

¿Hasta qué punto influyó la Iglesia en Polonia en esos obreros?

Incluso quien era de izquierdas o comunista disidente, encontraba en la Iglesia un apoyo. Durante demasiado tiempo se ha pensado que la Iglesia polaca era una Iglesia conservadora. Sin embargo, se había renovado tras el Concilio y, por tanto, no defendía su propia libertad, sino que defendía la libertad del hombre, independientemente de su partido, o religión. Además de todo este compromiso de la Iglesia en Polonia –Stalin siempre decía: «¡Ojalá estuviera de nuestro lado el cardenal Wyszynski!»–, dos años antes había tenido lugar la elección del Papa polaco. Era como una especie de paraguas protector para esta revolución que nacía en Polonia, pero que tendría la fuerza para ampliarse a todo el Este de Europa.

¿Por qué tenía esa importancia el Papa polaco?

Era importante no por haber sido el autor de la caída del Muro, como él escribió en su último libro, Memoria e identidad, sino por el hecho mismo de que hubiera un Papa polaco en Roma, un Papa de esa nación en la que, en esa gran mayoría católica de la población, se había creado este movimiento popular que llevó precisamente al nacimiento de Solidaridad y a la transformación de Polonia.

¿Cuál era la actitud de Occidente ante las transformaciones que tenían lugar en Polonia?

Creo que Occidente tuvo una gran culpa en ese período. En primer lugar, porque no entendió lo que estaba sucediendo en Polonia. Fui a hacer una investigación a Polonia en enero de 1977, después de que se había alcanzado aquel acuerdo entre obreros, intelectuales, estudiantes y otros disidentes… Pues bien, no había ni siquiera un periodista occidental para testimoniar lo que estaba sucediendo. Cuando se dio la cadena de protestas que antes mencionaba, durante un mes en los periódicos occidentales no se publicaba ni una noticia. Se creía que el mundo comunista era un mundo cerrado, un mundo acabado y que la separación del resto de Europa era definitiva. Pero en Roma había una persona, quizá la única persona en todo el mundo que creía en la posibilidad de que el mundo podría cambiar, que Europa podría volver a respirar con los dos pulmones, el occidental y el oriental. Era Juan Pablo II. Por eso creo que en ese período fue fundamental la presencia de un Papa polaco, y no Occidente.

¿Qué queda hoy de Solidaridad?

Las cosas han cambiado mucho. Digamos que el Papa tenía razón cuando fue a Polonia y pronunció una predicación sobre el Credo: comprendía que, abiertas las puertas de Polonia y de los demás países del Este tras la caída del Muro de Berlín, llegaría otro gran peligro, el consumismo, una forma de sociedad descristianizada, laicizada, que después ha involucrado a Polonia y a los demás países. De todos modos, Solidaridad es el empuje que llevó a la caída del Muro, del comunismo. Por sendas secretas, misteriosas, todo aquello que nació entre el 30 y el 31 de agosto de 1980 en el Báltico llevó después a la transformación de Europa. Quizá no todos estén hoy contentos con la Europa actual, pero en Europa existe algo fundamental, la libertad, como decía el Papa al llegar a Praga, declarando en cierto sentido el final del comunismo. Antes, estos pueblos no tenían libertad, ahora la tienen. Quizá no todos han hecho un buen uso de la libertad conquistada, comenzando precisamente por los polacos, pero al menos los hombres y mujeres del Este de Europa viven ahora con la libertad de un europeo de la otra parte del continente.

Zenit