Grupo de Política de la Revista Autogestión
¿Trabajo infantil o esclavitud infantil? (lo que hay en un nombre)
—Cuando uso una palabra, dijo Humpty Dumpty en un tono bastante despectivo, significa exactamente lo que yo decido que signifique, ni más ni menos. —La cuestión es saber, dijo Alicia, si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. —La cuestión es saber, dijo Humpty Dumpty, quién es el que manda, eso es todo (Lewis Carrol, Alicia a través del espejo)
La OIT afirma que, a principios de 2020, existían en el mundo 160 millones de «niños en situación de trabajo infantil».[1] ¿Quiere esto decir, como pareciera, que ese es el número total de niños que en el mundo realizan tareas productivas (en el lenguaje de la OIT «niños ocupados en la producción económica»)? Extrañamente, la respuesta es no. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ese es el número de niños que trabajan en el mundo en condiciones laborales incompatibles con su infancia. Por tanto, para que quede claro: hay niños que realizan también tareas productivas, pero que la OIT no considera «niños en situación de trabajo infantil», porque su trabajo no es incompatible con su infancia. Si bien es correcta la pretensión de identificar con un nombre al primer grupo de niños, para denunciar y combatir que son víctimas de un mal, el nombre elegido por OIT y Unicef no refleja –ni de lejos– ese mal y, aún más, lo encubre. Esta terminología, sin embargo, ha sido asumida por la Agenda 2030, dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en concreto dentro del objetivo 8, meta 8.7.
Pensemos en el caso de los adultos que trabajan en trabajos incompatibles con su dignidad y a quienes consideramos víctimas de una situación de explotación o de autoexplotación laboral. No se nos ocurre denominar su situación como «situación de trabajo» (¡nos parecería absurdo!), sino que la llamamos «situación de explotación» y, en ocasiones, «situación de esclavitud», términos que expresan adecuadamente el mal que sufren. Reflejan la degradación del ser humano que estos trabajos implican, sea por su propia naturaleza (contraria per se a la dignidad humana como la prostitución), sea por las condiciones en que se desarrolla (de tiempo, penosidad, repetitividad…), sea por la falta de libertad del trabajador para iniciar o abandonar dicho trabajo. Es el último supuesto (la falta de libertad del trabajador), el que determina la denominación de «esclavo».
Por tanto, lo adecuado hubiera sido denominar a estos niños como niños explotados o niños esclavos. De hecho, La Convención sobre los Derechos del Niño (1989) protegía a los niños frente a la explotación, no frente al «trabajo infantil». Pero la OIT ha elegido el más neutro y confuso término «niños en situación de trabajo infantil». Desde 1996 el término aparece ya en el título de un documento oficial (Resolución sobre la eliminación del trabajo infantil). ¿Por qué lo ha hecho? Sobre esto volveremos luego.
Por nuestra parte, creemos que, «andando en verdad» –como diría Santa Teresa– podemos hablar tanto de «niños explotados» como de «niños esclavos». Son explotados porque el trabajo que realizan no es el que corresponde a su condición de persona en desarrollo, socavando su infancia y su dignidad en busca de un lucro económico para otro. Son esclavos, porque la esencia del trabajador esclavo es no tener libertad para rechazar el trabajo o abandonarlo. Un niño, dada su falta de madurez tanto física como intelectual y emocional, necesita el amparo de la familia y, en el caso de estos niños, o bien no la tienen, o bien su familia es partícipe (aunque, con frecuencia, simultáneamente es víctima) del trabajo explotador del menor; en todo caso, son los adultos quienes hacen del trabajo explotador del niño una imposición de la que ellos no tienen la libertad de escapar. Lo mismo da que se use la fuerza física (explotando su debilidad), la fuerza psicológica (explotando su inmadurez) o moral (explotando su desamparo y dependencia).

Atribución-Compartir Igual 2.0 Genérico
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La ONG Walk Free dice que en el mundo hay 50 millones de esclavos y que de ellos uno de cada cuatro es un niño. Por tanto, según esta organización, hay 12 millones de niños esclavos (no 400 millones, ni 160 millones, sino 12). Para esta ONG el concepto de esclavo está tomado del ámbito del mundo de los trabajadores adultos donde significa un trabajador privado de libertad por medio de la coerción o la violencia física. Estos esclavos serían un subgrupo en el mundo de la explotación laboral. Entendemos, sin embargo, que este es un concepto muy restrictivo cuando se aplica a la infancia que, como hemos señalado, no dispone de las herramientas de rebelión o defensa propias del adulto. Precisamente por su docilidad o debilidad los niños son deseados por empresarios y mafias. Al esclavo en el sentido restrictivo que usa esta ONG, la OIT lo incluye en la categoría de «las peores formas de trabajo infantil» (Convenio 182 de la OIT, completado por una recomendación, ambos textos de 1999) término que, de algún modo, «quita hierro» al resto de casos de «trabajo infantil» (también prohibidos por la OIT). Por ejemplo, en el año 2000 las empresas chocolateras se adhirieron a un protocolo (el «Harkin Engel Protocol» por el nombre de los políticos estadounidenses que lo promovieron) comprometiéndose a poner fin «a las peores formas de trabajo infantil», lo que, leído entre líneas, significa que no piensan dejar de usar niños en sus industrias en condiciones de explotación diga lo que diga la resolución 1996 o el Convenio sobre los Derechos del niño de 1989.
Los niños esclavos son niños explotados
¿Qué hace de un niño que trabaja un niño esclavo? Lo que caracteriza este tipo de sometimiento de la infancia es que impide el desarrollo madurativo físico, psíquico o moral del niño. Con ello, el niño no solo no puede vivir su infancia –época de inocencia y felicidad, de descubrimiento y de aprendizaje intelectual y moral–, sino que ya no podrá ser lo que está llamado a ser, lo que llamamos su vocación: se le roba su infancia y, con ella, su presente y su futuro.
Para identificar estas situaciones, la OIT tiene en cuenta tanto la edad del niño como el trabajo desempeñado. En primer lugar, es esclavitud infantil (a la que la OIT, recordemos, llama «trabajo infantil») el trabajo de los menores de entre 5 y 11 años, cualquiera que sea su naturaleza, condiciones y duración; en segundo lugar, el trabajo de menores de entre 12 y 14 años cuando, o bien su duración es superior a 14 horas semanales (21 horas si se trata de tareas domésticas), o bien es inferior, pero se desarrolla en industrias u ocupaciones «peligrosas» (las que puedan perjudicar su salud, seguridad o moralidad) y, tercero, es esclavitud infantil el trabajo de los menores de entre 14 y 17 años (momento en que empieza la edad legal para trabajar en muchos países) cuando, o bien su duración es superior a 43 horas semanales, o bien se desarrolla en industrias u ocupaciones «peligrosas».
Sin embargo, el trabajo permitido entre 15 y 17 años queda supeditado a la edad mínima para trabajar en cada país (pudiendo bajar hasta los 14 años) y la consideración de peligrosidad del trabajo está supeditada a las clasificaciones de industrias y ocupaciones peligrosas en cada país, lo que se abre una inmensa puerta al abuso.
¿Por qué discutimos de cifras? (400 millones de niños esclavos)
Estadística es el arte de torturar los números hasta que confiesen lo que uno desea (Winston Churchill)
Como hemos señalado, a principios de 2020, según datos de OIT y UNICEF, 160 millones de niños de todo el mundo eran «niños en situación de trabajo infantil», el 9,6% de todos los niños de 5 a 17 años. La cifra, según estas estadísticas, se multiplica por más de 2 en el África subsahariana, afectando al 23,9% de los niños. Sin embargo, un estudio conjunto desarrollado por investigadores de las Universidades de Zúrich y Pensilvania,[2] pone en duda este dato. Sus autores detectaron que «los adultos infra declaran el trabajo infantil en al menos un 60%» (es decir, cuando se les pregunta si trabajan sus hijos se falsea la información solicitada en al menos un 60%).
Aplicando a los datos mundiales de «trabajo infantil» que proporcionan OIT y los Indicadores de Desarrollo Mundial un método estadístico que corrige el sesgo detectado (en los países para los que se dispone de datos), concluyen los autores «que el trabajo infantil podría afectar a más de 373 millones de niños de 7 a 14 años en todo el mundo», es decir, casi tres veces su prevalencia global según los Indicadores de Desarrollo Mundial. Más técnicamente, el número se sitúa estadísticamente entre 336 y 412 millones (con un 95% de probabilidad para todo este rango).
La recopilación de los datos del estudio se desarrolló en 2020 entre familias que trabajan en la industria del cacao en una región concreta de Costa de Marfil. Encuestaron, por una parte, a los niños que trabajan en la industria (autoinformes) y, por otra, a sus padres. Además, como fuente objetiva de contraste, usaron los datos obtenidos mediante observaciones de satélite en temporada de cosecha. Detectaron así que los niños no mentían en sus autoinformes, pero sí los adultos.
Para la extrapolación de esta información a los datos mundiales, los autores utilizaron un modelo estadístico que tiene en cuenta, por una parte, que no todos los adultos falsean los datos ni todos lo hace en la misma medida y, por otra, que según las características locales del «trabajo infantil» el sesgo puede variar –pues no todos los países y sectores de actividad son iguales–. Por ejemplo, descubrieron que, si bien como media las cifras de «trabajo infantil» son más del doble de las que nos ofrecen las estadísticas oficiales, en Brasil es probable que sean 7 veces mayores y, en la India, más de 20 veces mayores.
Las conclusiones de los investigadores respecto a las estadísticas oficiales son rotundas: «las estadísticas de la OIT no solo tergiversan la prevalencia del trabajo infantil, sino que también describen mal sus tendencias». El uso por los autores del término «tergiversar» habla por sí mismo. Significa lo que significa, como diría Alicia. En cuanto al influjo de esta manipulación en la percepción de las ONG y del público en general, los investigadores afirman: «Aunque el sentimiento general de la literatura sobre el trabajo infantil es que se han logrado avances sustanciales en las últimas décadas […] nuestros resultados ponen en duda ese sentimiento» Y rematan su juicio: «a pesar de las estadísticas oficiales, los organismos de defensa, las organizaciones filantrópicas y los ciudadanos en general deberían reconsiderar el reciente entusiasmo en lo que respecta al Objetivo de Desarrollo Sostenible 8 (que incluye el trabajo infantil en la meta 8.7)».
¿Qué hay tras una mentira? (más mentiras: la ONU y la Agenda 2030)
La primera fuerza que gobierna el mundo es la mentira (Jean-François Revel)
No se manipula la realidad con palabras y con cifras sin una intencionalidad precisa. Al disminuir la gravedad percibida con términos como «trabajo infantil» o con cifras a la baja se disminuye la ignominia que esto representa para las empresas que utilizan niños esclavos o el producto de su trabajo –muchas de ellas multinacionales y la mayoría adheridas piadosamente a la Agenda 2030–, o para los países que lo consienten (todos ellos benditos miembros de la ONU, de la OIT, de UNICEF…). Con esta estrategia preservan su imagen, tarea que completan firmando protocolos (como el citado para «acabar con las peores formas de trabajo infantil») o adhiriéndose a los ODS con lo que ganan tiempo y legitimidad, mientras, supuestamente, ajustan sus condiciones laborales a la legislación internacional del trabajo. Nadie se engañe: el ajuste nunca llegará.
Estas mentiras cómplices detrás de la OIT y de la meta 8.7 de la Agenda 2030 de la ONU, se pueden extrapolar, al resto de metas y Objetivos de Desarrollo Sostenible. Léase al respecto el demoledor informe redactado en 2020 por el relator especial de la ONU para la pobreza extrema, Philip Alston, sintomáticamente titulado La lamentable situación de la erradicación de la pobreza,[3] o el informe de desigualdad global de 2022 del World Inequality Lab[4] para tener conciencia del grado de mentira que se oculta detrás de toda la retórica de la agenda 2030.
Y es legítimo preguntarse: ¿acaso está todo pensado para que el ajuste nunca llegue? ¿Cómo es posible que tras los Objetivos del Milenio (2000-2015) y sobre todo tras los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015-2030) la miseria y la pobreza de la mayoría de la humanidad, que es la causa directa de la esclavitud infantil, no solo no haya disminuido, sino que haya aumentado?, ¿acaso estas declaraciones no fueron asumidas con «entusiasmo» por la inmensa mayoría de gobiernos del mundo; por todos los organismos internacionales del sistema de Naciones Unidas; por la inmensa mayoría de las grandes corporaciones industriales, de servicios, financieras y tecnológicas, y por millones de organizaciones «filantrópicas» ultra millonarias, religiosas y no religiosas, de todo el mundo? Y nada cambian esta realidad los lamentos, como el de OIT-UNICEF en su informe sobre Trabajo infantil de 2020: «Los progresos mundiales en la lucha contra el trabajo infantil se han estancado […] Si no reunimos la voluntad y los recursos necesarios para actuar ahora a una escala sin precedentes, el calendario para poner fin al trabajo infantil se prolongará muchos años» ¿Acaso no sabían que iba a ser así?, ¿no sabían que se trataba del viejo truco de «cambiar algo para que nada cambie»?
La conclusión es evidente (el que tenga ojos para ver que vea): las declaraciones de los ODM y ODS son discursos para organizar el desconocimiento y la mentira. Cuando una institución o sistema institucional pretende unos objetivos reales diferentes de los formales que le otorgan legitimidad, entonces debe organizar el desconocimiento y la mentira y así ocultar los objetivos reales. En el caso de los ODS (incluido el objetivo 8 y la meta 8.7) y la Agenda que los sostiene, las mentiras forman parte de toda una estrategia institucional de lavado de cara del neocapitalismo global para hacerlo «sostenible» (que no termine nunca) mientras no se modifica ni un solo mecanismo económico y político estructural que nos pudiera hacer pensar que se pretende acabar de verdad con el empobrecimiento.[5]
ODM y ODS han sido un instrumento para seguir legitimando la situación de expolio y dominación de los empobrecidos de la Tierra y, más aún, para imponer un nuevo paradigma cultural y político que soporte y profundice, haciéndola irreversible, esta situación de iniquidad, pero que es de riqueza y poder para unos pocos. Los ODS son un auténtico «caballo de Troya» que, instrumentalizando la «lucha» contra el «subdesarrollo» –impuesto– de los países empobrecidos, instilan nuevas formas de dependencia y esclavitud atacando las estructuras solidarias del ser humano como el matrimonio, la familia, la propia sexualidad humana, etc.
El proceso es perverso: a) Se impone el empobrecimiento (sistema neocapitalista) y la esclavitud (también la infantil); b) Se aparenta luchar contra el «subdesarrollo» –léase empobrecimiento– con medidas a la postre ineficaces, mientras que las causas estructurales y políticas (el sistema de producción neocapitalista) se mantienen ocultas tras unos objetivos que no las mencionan ni combaten; c) Se involucra tras esta falsa bandera a los mismísimos agentes del capitalismo mundial: las empresas multinacionales y los fondos de inversión (afiliados a UN Global Compact y todas con el pin de los ODS), que así lavan su imagen y cubren sus pasos; d) Se convierte la lucha contra el «subdesarrollo» en negocio, al mismo tiempo que se chantajea imponiendo leyes culturales, sanitarias, educativas etc. que implican la aceptación obligada de una antropología de dominación que apuntala el capitalismo: aborto, esterilizaciones, ideología de género, empoderamiento de la mujer, matrimonio homosexual, etc.; e) Se recubre todo de un halo falso de «bondad»: sostenibilidad, maternidad segura, derechos reproductivos y sexuales como nuevos derechos, etc.; f) Finalmente se hace cómplice de tal estructura a una gran cantidad de personas e instituciones que –si fueran coherentes con su identidad formal– deberían oponerse, pero que, sin embargo, colaboran con ella –por ignorancia o cobardía– legitimándola.
A estas alturas de la partida geopolítica y biopolítica del tablero mundial, es una evidencia para todo el mundo medianamente informado el papel rector del poder económico corporativo capitalista en el diseño de la Agenda 2030.[6] En efecto, la Agenda 2030 forma parte de la estrategia política y económica que el capitalismo de finales del siglo XX puso en marcha a nivel planetario para la reorganización política del mundo y poner los pilares que hicieran posible seguir ejerciendo su poder durante el siglo XXI. Para la élite económica mundial (apenas un 1%) no es fácil dominar al 99% restante. Es necesario un gran porcentaje de población QUE sea ideológicamente cómplice y compre la legitimación que se le vende, por increíble que esta sea.
La mayoría de la humanidad (más del 80%) viven una situación de expolio, miseria e injusticia que es la base del bienestar de los países enriquecidos. Más que nunca, es necesaria una estrategia global de control cualitativo (antropológico) y cuantitativo (demográfico) de la población. El objetivo fundamental es hacer sostenible el dominio del capitalismo sobre el planeta para lo cual es imprescindible controlar el desarrollo de los países empobrecidos y las mentes de los enriquecidos.
En conclusión, nunca ha sido un objetivo real de la agenda 2030 y las instituciones que la comandan luchar contra las verdaderas causas y responsables del hambre, la miseria, la explotación y la esclavitud infantil. Eso sería denunciarse a sí mismas. La agenda 2030 y la estrategia que representa es toda una organización del desconocimiento y la mentira para que el neocapitalismo global siga dominando el planeta.
Empecemos por desmantelar las mentiras. Denunciar que en el mundo hay 400 millones de niños esclavos y que ningún sindicato, ONG, organismo de la ONU, ni, por supuesto, ninguna empresa por muy adherida a los ODS que se declare y por muchos protocolos que firme, denuncia este crimen, es ya un (buen) primer paso.
[1] OIT-Unicef (2021): Trabajo infantil: Estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir. Disponible on-line: https://www.ilo.org/es/investigacion-y-publicaciones
[2] Guilherme Lichand y Sharon Wolf (2022): «Measuring child labor: whom should be asked, and why It matters». Universidad de Zurich. Disponible on-line: https://doi.org/10.2139/ssrn.4125068
[3] Alston, Philip (2020): La lamentable situación de la erradicación de la pobreza, UN doc. A/HRC/44/40. Disponible on-line: https://docs.un.org/es/A/HRC/44/40
[4] Chancel, Lucas y otros (2021): Informe sobre la desigualdad global 2022. World Inequality Lab. Disponible on-line: https://wir2022.wid.world/download/
[5] vv. aa. –Grupo de Sanidad y Biopolítica de Profesionales por el Bien Común– (2025): 2030. La agenda biopolítica del neocapitalismo. Madrid: Ediciones Voz de los sin Voz.
[6] Pingeo, Lou (2014): La influencia empresarial en el proceso post-2015. Cuadernos 2015 y más. Disponible on-line: http://www.2015ymas.org